Nenhuma palavra brota da terra/ Gerson Albuquerque

Escrevo sem palavras o amor que já não tenho,

nunca tive.

Escrevo com um raio de trevas os desejos que me abocanharam ao entardecer,

deitado nas matas e campos de minha rua,

rolando mulheres,

homens,

bichos e bichas,

comíveis devoradoras atravessadas por meu olhos sem brilho.

Escrevo sem palavras minhas vontades ávidas,

banais,

carnalizadas num corpo,

numa voz,

num olhar que nunca vi.

Escrevo sem desejos,

os olhos náufragos em palavras tolas,

interditadas nas manhãs,

com suas manhas e auroras.

Escrevo sem amor as palavras que já não sinto,

nunca senti.

Palavras iluminadas de mundanidades,

instintos,

lâminas de sapé e capim santo rasgando a pele descarnada de meus ossos duros.

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Grana(dos)/ Helena Usandizaga

Helena Usandizaga, “Voces e imaginarios migrantes en la poesía peruana reciente”, en: Viajes, exilios y migraciones: representaciones en la literatura latinoamericana del siglo XXI. Efrén Ortiz Dominguez, Isabelle Tauzin-Castellanos (coordinadores).  México: Universidad Veracruzana, 2018. pp.116-117.

Al mismo tiempo que el exilio interior en una Lima de visos poco amables, encontramos otra versión de la errancia y otro modo de afirmar las voces y los imaginarios locales, que podemos ejemplificar en la poesía de Pedro Granados (Lima, 1955). Si bien por edad podría pertenecer a la generación del 80, tampoco lo explicamos por esos referentes. Poeta también viajero (EEUU; Europa, Brasil, el Caribe) y a la vez profesor y crítico literario, dirige un blog muy visitado. Su poesía es abstracta en su sintaxis y en su fraseo, hasta cierto punto conceptual, pero es también una poesía que levanta el vuelo líricamente, aunque sea desde un tono a veces sarcástico y agresivo. Y es que en esta voz coexisten dos personajes poéticos, dos sujetos de la enunciación en el poema: el poeta y el profesor, más resabiado y sarcástico este último, y que posee la precisión y la agudeza que caracteriza a Granados como crítico. Y el poeta, más inocente; pero ambos se entrecruzan y marcan de modo diferente pero complementario la complejidad del sujeto que está en varios sitios a la vez pero que recuerda, sin idealizarlos, sus orígenes andinos. Para Granados, los ecos del quechua escuchado en la infancia y el cambio de cultura de su madre al cantar con el tono de las canciones quechua los himnos en español tiñen la sensibilidad de la voz, pero el poema “Rehuye los términos/ En quechua/ O en español/ Se reconoce menos/ En estos idiomas/ Que en muchos otros” (Granados, 2014, p.31). Este poema, titulado “El quechuaespañol” define así esa lengua:

esta lengua que se habla en los Andes:

Se llega a él a través de Billie Holliday

También de Amy Winehouse

Ambas del mismo pelo

También de estar de verdad

Un rato contra tu cuerpo

French-Funk-Jazz

Un tango como “Naranjo en flor”

El río Paraguay al atardecer

Y al amanecer entre tus brazos

(Pedro Granados,  Cusco/Barcelona: Activado2014)

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Cuatro poemas/Andrés “Aguayo” Ajens

DEL ANTISUYO, muña
húmera, hoy — te vi volar

temporaria golondrina ante el abismo
sobre el atador solar; antes

el Inca, de Soto, Cieza, jesuitas
expulsos, Sucre, el Brujo
tras las ocupadas líneas, Sendero
practicando tiro en el reloj y una tuna
jugosa, inmemorial. Solo más tarde,

en el cielo apo-
sentando de Guamanga, te oí
silbar

más extrañobello aire quechua
ayacuchano, alto suizo alemán.

http://www.alligatorzine.be/pages/201/zine213.html

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Carlos (“Cae”) Llaza: alimentarse por dentro

Carlos Llaza, Naturaleza muerta con langosta (Buenos Aires: BAP, 2019) pdf

Acierta Julio Ortega, en sus oscilaciones críticas[1], sobre la poesía peruana que viene desde los años sesenta hasta, añadiríamos nosotros, incluso nuestros días:

Me doy cuenta ahora de que cada tanto yo cambiaba de opinión, y me llenaba de remordimientos: después de preferir la poesía de Rodolfo [Hinostroza], me resultó algo sobrescrita; después de preferir la de Antonio Cisneros, me pareció algo astuta; y después de preferir la de Lucho Hernández, me sorprendió la candidez de su ingenio (La comedia literaria)

No existe sobrescritura ni astucia en ningún poema de Martín Adán.  Tampoco en Vallejo; aunque, sí, acaso algo de sobrescritura en sus dos extremos: Los Heraldos negros y España, aparta de mí este cáliz ya que,  en ambos a veces, lo excede o el drama de su orfandad o lo humano de su emoción.  Tampoco es para nada astuto, aunque sobrescriba por exceso de virtuosismo, Jorge Eduardo Eielson.  Wetsphalen sobrescribe por doquier.  Varela es la soberana astucia porque siendo una auténtica poeta, en realidad, no le interesó la poesía; se conformó en representar, por primera vez en el Perú, a una mujer burguesa, educada e insatisfecha.  La prudencia encorsetó sus naturales alas; Varela daba para muchísimo más.   Watanabe, en cuanto se acordó de su fe o se reconcilió con su cristianismo patinó hacia aquellas dos falencias; cuando estaba desde ya henchido de Dios a través de la sabiduría de su pueblo (Laredo) que su poesía con brillo extraordinario ventilaba.  Watanabe como gozne o a mitad de camino entre los poetas políticos o civiles –todos, necesariamente, van a ser astutos y sobrescribir; sino contemplémonos en José Santos Chocano– tipo Antonio Cisneros (muy pronto prescindible para la poesía) o Rodolfo Hinostroza que confundió el tono o la tonada de época (verso proyectivo o composición por campos en su versión latinoamericana) con la poesía y de él va quedando, más bien y entre líneas,  el auténtico y hondo fervor por su padre.  Y los poetas que Julio Ortega describe aquí, aunque sólo refiriéndose a Luis Hernández,  con la palabra “candidez” (léase, histórica o política).  Entre esta última, y en tentativa urdimbre: Eguren, el primero de todos, Chariarse, Sologuren y, claro, el mismo Luis Hernández Camarero conformando tal una asordinada continuidad[2].  No se trata aquí de distinguir, como en los 50′, entre poetas “sociales” y poetas “puros”; sino únicamente advertir que tanto “sobrescritura” como “astucia” pertenecen a un campo semántico distinto al de “candidez”.  En el primer caso se trata de la carpintería o formato de los poemas que, obviamente, implica asimismo un sujeto poético detrás, más bien taimado.  En el segundo caso, el de “candidez”, no aludiría a la factura de los textos; Eguren ni sobrescribiría ni precisaría ser astuto, sino a la mirada.  Ergo, a juicio de Ortega, “candidez” alude sobre todo a la mirada; acaso naif o por lo menos poco crítica.

            Pues desde los años 60 (Cisneros, Hinostroza), pasando por Hora Zero (70) y Kloaka (80), hasta el presente, los poetas peruanos constituimos una verdadera bola de taimados; es decir, creemos que con el lenguaje supuestamente basta –el formato, el tema, lo referido– y no reparamos en la calidad de sujeto que proponemos al lector.  En otro lado, “Aguas móviles de la poesía peruana: De los formatos a las sensibilidades”, ya lo hemos puntualizado:

acaso es tarea de la academia, hoy más que nunca, intentar superar –a modo de un salto cualitativo– las clasificaciones y taxonomías y atrevernos a evaluar la “poesía nueva” en cuanto y en tanto “sensibilidades nuevas” en o para un contexto determinado.  Y, asimismo, atrevernos a trabajar  en el aspecto cultural con opacidades (mixturas, hibrideces, simultaneidades) ya que, de modo casi unánime, partimos de esencialismos o privilegiamos temas o motivos: esta poesía es andina — incluso ‘quechua’– porque habla de determinados temas o con determinado vocabulario; esta otra es del “lenguaje” porque es más o menos metalingüística; o esta otra es “meramente” coloquial o anticuada; etc.  Así no llegamos a ninguna parte

Es decir, y si cabe, hoy por hoy añorararíamos un Eguren lúcido  –no alienado ni evadido de la realidad– frente a la legión de sobrescribas (charlatanes)  y astutos que por oleadas nos asolan.  Charlatanes o bobos (aquellos del close up de Hernández sobre la remera de moda) para ser más exactos.  Es decir, constatamos ahora, y en toda nuestra región, una suerte de sed de fantasía, pero de no ficción .  Por cierto, Borges o Vallejo, solos o actuando en dupla, constituyen una espléndida alternativa.  Sin embargo, y justo desde los poetas con más potencia creativa, se ensayen éstas u otras opciones ante la noria de los que no tienen absolutamente nada que decir, pero escriben.

Uno de estos nuevos poetas peruanos es, sin duda, Carlos Llaza.  Acaso de modo prematuro, nació en 1983, desvicera pulcramente a la poesía o al animal elegido; es decir, sin revolver o dañar la entraña.  Arte decididamente simétrico o postantropocéntrico.  Por lo tanto, donde el parentesco:

no es esencialmente un fenómeno social; por medio de él no se trata exclusivamente, o siquiera primordialmente, de regular y determinar las relaciones de los seres humanos unos con otros, sino de velar por lo que podría llamarse la economía política del universo, la circulación de las cosas de este mundo del que formamos parte (Eduardo Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales.  Líneas de antropologia postestructural. Stella Mastrangelo (ed.).  Madrid: Katk Editores, 2010. 195)

Cultura, sensibilidad, lenguaje, política, pedagogía, se conjugan y reúnen –jamás ingenua o inocentemente– sobre la piel:

La piel es nuestro punto

de encuentro.

Aquí venimos a parir.

En este acantilado

compartimos la lengua.

(“Hueso y pellejo”)

El habitáculo es un cajita

de cartón en que no hay sitio

para mis alas de cuervo.

El cofre mágico, baúl de abuelo

féretro de niño según

quien desempolve las esquinas.

La calle se retuerce ante el silencio

de los gatos y se eriza

con la luna de los huérfanos.

Anoche renunciaron las ventanas;

dicen que hay sol en el país de los espejos,

que el mundo no tiene cortinas.

(“Concierto vagabundo”)

Carlos (“Cae”) Llaza o, también, Carlos Quenaya o Sasha Reiter; todos ellos en sus veintes o en sus treintas.  Las nuevas generaciones de poetas peruanos tienen muy poco que aprender de su tradición desde los años 60′ para acá, mejor remitirse a las fuentes.  O, tal como también lo hicieron aquellos mismos maestros, catalizarse con otras tradiciones u otras culturas.  No para inventarse o militar en una globalización que, además, con esta crisis del coronavirus ya fue; sino más bien, a contracorriente del espejismo de lo centrífugo, multiplicar las patas y alargar el hocico.  Alimentarse por dentro.

NOTAS

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Taller no adictivo para poetas (consagrados o no)

Poetas analíticos, “de la experiencia”, críticos, impresionistas, venecianos, místicos u otros son bienvenidos.

Este taller trata sobre todo de técnica aunque, en esto de la poesía, sólo la mitad del asunto estribe en el lenguaje y, la otra mitad, corresponda al tipo de sujeto que en nuestros textos proponemos al lector.  Es decir, en tanto y en cuanto la técnica: “pone siempre al desnudo lo que, en realidad,  somos  y  adónde  vamos” (César Vallejo).

La idea es advertir lo que puede hacerse de modo más eficaz; el filón que se deja abierto y no trabajado; lo que está ante nuestros ojos y no lo percibimos.

Se garantiza  absoluta satisfacción en los resultados.  Y, no menos, prescindencia del mediador.  Este taller no es adictivo.

Se empieza cualquier día de la semana, de lunes a viernes, por la tarde o por la nochecita; aunque el horario específico  se fija de antemano entre tallerista y mediador.

Los honorarios del mediador, sumamente razonables, se abonan por adelantado.

Contacto inicial:

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Oscilaciones fragmento ~ “fermento” en la poesía Argentina (Ejemplo I)

HACIA “FERVOR DE TRILCE”, ACTOS CELEBRATIVOS PARA 1923

Tanto Trilce (1922) como Fervor de Buenos Aires (1923) responden a un mito inscrito en el paisaje o perspectiva post-antropocéntrica.  Ni utopía ni distopía; sí, post-antropocentrismo.  Luego del predominante y artificioso escenario modernista, hasta los años 20 del siglo pasado, la poesía de la región recuperó el paisaje.  Aunque no de un modo costumbrista, como en principio pareciera, ni romántico (no es fervor por, sino “fervor de”, el agente en aquel poemario de Borges); sino, literalmente, fundiendo lo humano con el entorno.  Mejor dicho, la complejidad del paisaje como un soporte más adecuado para lo humano.  Entre, esto último,  la epifanía y no menos el mito en tanto respuesta o “giro ontológico” (filosófico, antropológico) frente a los rígidos escenarios de lenguaje (a modo de un hegemónico “giro lingüístico”) o, más bien, auténticas cárceles semántico-prosódico-rítmicas en que, de modo usual, se solazaba el poema modernista.  Por cierto, sin poder soslayar o evitar, en grados distintos y según sus cultores, dialogar con el mito subyacente.  En demostrar y distinguir estos distintos grados de diálogo y combinación entre “escenario” (lengua o antropocentrismo de catadura más bien cosmopolita) y paisaje (ontología o post-antropocentrismo de carácter amerindio)  es que se juega, hoy en día, una comprensión sustancial de lo que fue el Modernismo hispanoamericano (siglos XIX-XX).  Y, no menos, asimismo el entendimiento de lo que constituye el tránsito actual (siglos XX-XXI) de la poesía en toda nuestra región.  Una poesía, a modo de Trilce (1922) de César Vallejo, que para nada apunta al folklore local; sino que desea hacerse reconocer y valer, sobre todo, en cuanto poderoso mediador conceptual con el mundo.  Tal como lo vamos aludiendo, “El diálogo Borges-Vallejo: un silencio elocuente”, se constituirá en las coordenadas desde donde  nos gustaría constatar, o no, las oscilaciones entre  fragmento y “fermento” entre la poesía argentina publicada del 2000 al 2022.

Ejemplo I

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