Archivo por meses: abril 2020

La forma del confín/ Carlos Eduardo Quenaya

Desde el 2008 (Elogio de otra vana invención) seguimos de cerca la poesía de Carlos Eduardo Quenaya (24 años en aquel entonces); allí decíamos  lo siguiente: “no escribe de antemano como peruano y ese es su primer y gran acierto, un peruano de utilería –progresista o reaccionaria– nos referimos; y más bien lo hace como un ser de otro planeta que, sólo por principio de analogía, está próximo a nosotros”.  Luego, al arribo de su segundo poemario: Los discutibles cuadernos (Lima: Praracaídas/ Tribal, 2012), nos reafirmábamos en nuestras palabras de aliento al joven poeta y filósofo peruano; “Canción”, llevaba por título uno de sus textos:

Procuro grabar aquí una canción parecida a la calma

que hay dentro del pozo. Una quietud de aguas y flores

negras, una sombra rota en miles de jirones, una voz de

mujer rebotando en las paredes, una forma que el tiem-

­po ha detenido y queda abierta. Una permanencia que

es como el corazón. Una estridencia, un resquicio, una

visión. Una alegría. Una espuma lenta cayendo sobre las

cosas que atestiguan que además de mí, el mundo eres

tú el bólido apagando y encendiendo cada día y cada

noche. Lo más negro y lo más hondo que es apenas una

velita delante de tu cara.

Los discutibles cuadernos, a modo de una crítica a la poesía pura, a la poesía acabada o sin fracturas o, incluso, sin desniveles.  O crítica a la poesía, a secas. Boutade, palimpsestos, homenajes en sotto voce a poetas de pocas aunque hondas palabras (Rafael Cadenas, Eielson, Luis Hernández).

De modo complementario, toda crítica a la razón poética, y acaso de modo muy particular en América Latina, es también una crítica cultural.  Y, así sucesivamente, una crítica de la educación, una crítica política y, paulatina aunque  cada vez más enfática en la poesía de nuestro autor, una crítica ontológica.  Desde que, y sin entrar en detalles, por ejemplo para Heidegger el mundo que encontramos sería pre-interpretativo:

“A ti no te gusta cómo nos lame la luz. En el viento arden pestañas devorando la órbita que secuestró la magia”

En algún lado Quenaya ha declarado, asimismo, que sus versos: “Son un recordatorio radical de la escritura como un acto del cuerpo”

Hoy, en La forma del confín (2020), donde: “Jeringa patalea frente a la noche que abastece la complejidad”.  Se trata de nuestro Niño Goyito (aquí “Jeringa”, en tanto lúdico protagonista de todo el presente poemario), el cual ahora enrumba decidido, ¿desde el Perú, desde Arequipa?, hacia el vastísimo espacio ontergaláctico.  De modo previo –tratándose de un relato  “de costumbres”–, su “peruanidad” o su “humanidad” y, con ello, el mismo “Jeringa” (Niño Goyito) viajan reducidos y confinados a un “grumo”.  Aleación  de insumos básicos, este último.  Radical materialidad que torna equivalentes, y no sólo análogos, tanto desechos y secreciones como los más atesorados recuerdos: “el torcido lomo de lo íntimo”.  Goyito entonces, en un embate no exento de sátira e incluso auto-ironía, emprendiendo este definitivo viaje: ¿Ulises de regreso al útero materno?; o, lo que pareciera constituir aquí algo semejante: ¿al reencuentro del tacto?

Tacto

hermoso tacto

escúchame:

Gracias

por siempre gracias

Ni una gozadora entrada a la madera (Neruda) ni un ascético Altazor (Huidobro) que fuera liberándose, cada vez más extasiado, de sucesivas y yuxtapuestas capas de cebolla; nuestro Niño Goyito (“Jeringa”) viaja, por el contrario, desconcertado y cagado en los pantalones.  El humor, entonces, tornando más humano el presente “ascenso” o  “descenso” y desinflándole oportunamente la llanta a la abstracción.  Un vocabulario denso, barroco (casi alucinado) y con puntual peso específico –a lo Adán, a lo Vallejo–da cuenta y colabora en que reparemos y nos solacemos de esta particular búsqueda o hallazgo “del sentido”, el cual, aquí se nos testimonia: “En el cordel borracho las palabras lustrosas se aburren, pero de modo artístico reclaman una venia. La música que en el dolor transcurre se pone de pie.  Atípico de furor, verídico de saltos, Jeringa enrolla sus papeles mágicos”

Carlos Eduardo Quenaya ha encontrado finalmente, en La forma del confín, el tono exacto de su decir –ni Rebelais ni Rilke, solos, sino ambos simultáneos– y el punche que para esta jornada requerían sus palabras; en suma, todos y cada uno de sus aparejos de faena.  Pero el viaje continúa.

Pedro Granados

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Para recordar a Luis Miguel Madrid

Luis Miguel Madrid, que acaba de morir víctima de la peste del siglo, nació en la capital española, estudió una Licenciatura en Filología Hispánica en la Universidad Complutense con especialización en literatura hispanoamericana, fue poeta, crítico literario, dramaturgo, barman, bartender y chef. Con Rua das janela verdes ganó el Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita de 1993. Fue Comisario de varios monográficos de autores latinoamericanos para el Centro Virtual Cervantes; director de la revista de cultura Babab [www.babab.com], socio fundador de la Asociación de revistas digitales españolas [www.arde.com], propietario de Maria Pandora, bar de copas, cava y poesía [https://www.mariapandora.com/site/] y presidente de la editorial Mañana es arte.

Harold Alvarado Tenorio

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DOMINICANíSIMOS

UNO

El sudor

le gana al poema.

La alcantarilla

a mi voz.

Una irregularidad, apenas.

Un terrón de azúcar desconcertado

ante tantísimo eco.

Así el niño que vende,

y la muchacha que compro

ni con palabras

ni con besos.

Poesía de cara a la desconcertante

habilidad de unas serranas

de uñas multicolores

y engominados labios.

El sudor

puede más que la sed.

Porque aquél es secreto y el anhelo

sólo puede mover montañas.

Poco a poco

corto trocitos

que añado a mi licuadora.

A la noche de Santo Domingo

es preciso palanquearla con un fierro

antes de asirla y cortarla bien.

Noche densa y aceitosa que resbala

–como por un embudo-

hacia las nalgas de mi ocasional muchacha.

Muchísimo más negras que su propia cara.

 

DOS

Una muchacha negra

va uniendo los cabos

de lo desconocido.

En veinte uñas

–y conectado a ella–

yo más bien soy su instrumento.

Una bocina por donde escapa

un nudo de ruidos

monocordes y muy antiguos.

 

TRES

La noche no depende de ti.

Esta noche, este cuello de botella

que compulsivamente atraviesas,

para nada depende de ti.

El semen tuyo, agua furtiva

que te asemeja a un arrollo

o a una chispa inocente,

en realidad no te pertenece.

Te has perdido en la noche

–como en el juego de los niños–

y no has vuelto ni han vuelto a encontrarte.

Sólo recuerdas el manso viento de la gente.

Sólo recuerdas el brillo de aquellos ojos:

una luz resbalando resignada

frente a tu puerta.

Todas las anécdotas al respecto

se reducen a esto.

Todo lo que has vivido también.

Una calle modesta y muy mal iluminada

y compulsivamente atravesada.  Y la noche.

 

CUATRO

Al paso.  No te apures.

Hasta el hoyo del papel

o de aquella india

de perfil tan moreno.

¿Qué es lo que se mueve

por ahí?  Más ná.

Montao, y qué.

Con oro, y qué.

Como dice Chicho Severino

en su tan conocida bachata.

Hay problemas.  Al poema

lo defendemos con un par de botellas rotas,

salvo si nos vienen con piedras.

Entonces, nos vamos.

Me llamas para atrás.  Cónchole.

Ante la curva de la piedra

prefiero la de tu vestido.

Y encaramado como un mango

tu tan sinuoso paso espero.

¡Bendito palo!

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El Capitalismo de vigilancia conquista el shock/ Rosa Pérez Mandeu

“Los GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) son los emperadores del nuevo mundo. La distancia social es su nuevo territorio de conquista. El confinamiento nos encierra en casa y los dispositivos tecnológicos ponen el cerrojo a la celda virtual. El teletrabajo. Las clases online. Las video llamadas. Las compras en Amazon. La alianza entre Google y Apple para ofrecer la tecnología de las aplicaciones gubernamentales de rastreo del movimiento. El capitalismo digital es el mayor beneficiado de esta situación y su mayor soporte. Al mismo tiempo, ha impuesto nuevas lógicas que amenazan con trascender la excepción y devenir la norma” (Rosa Pérez Masdeu)

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La soledad del peruano, Adolfo Suárez, ganando el campeonato mundial de billar a tres bandas en Amsterdam:  A propósito de la novela de Isaac Goldemberg, Acuérdate del escorpión

Esta novela de Isaac Goldemberg,  publicada originalmente el 2010 –aunque pronto, en una nueva versión, estará nuevamente en librerías–, la constituyen varios homenajes; como si el escritor, adrede y de modo explícito, comunicara al lector que no le gusta escribir “solo”.  No únicamente a autores en general, sino a obras específicas:  Sol de Lima, de Luis Loayza, por lo “legañoso” del mismo; Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, porque Harry Pomerov, marido de Olga, ama y ve más lejos incluso que el protagonista, Simón Weiss; Aura, de Carlos Fuentes, por aquello de “Me voy Simón, mis fuerzas están cayendo”; entre varias otras.

Claro, lo último, constituye un homenaje a sus lecturas; a las humanidades entendidas como libros.  Pero también, una constante en la obra de Goldemberg –tal cual o por sinécdoque con Perú– asimismo encontramos un hondo homenaje a su cultura:

La Lima de Simón Weiss era un pañuelo, una ciudad dentro de una ciudad: el Centro —donde había vivido desde que llegó de niño al Perú—, los Barrios Altos y el Rímac, donde Margarita tenía su casa de citas. Esa Lima abarcaba también otros espacios vitales para el capitán: el colegio judío en Breña; el prostíbulo donde conoció a Margarita en Jesús María y, en La Perla, el colegio militar, cuyos altos muros amarillos empezaban a asomarse sobre la Costanera, a escasos veinte metros del acantilado que caía al mar por detrás del velo de la neblina.

Bueno, a su cultura peruana filtrada constantemente por la judía.  Parecieran, ambas, fundidas y compartiendo similar errancia.  O semejante sueño o  ilusión.  Tal como en la novela lo dice, Siu Komt, astrólogo y filósofo aficionado:

—El ser humano solo ve lo que cree que es, no la verdad. Y la verdad es que todo lo que estamos viviendo es un sueño.

Sueños, por lo demás, que el capitán Weiss sabe muy bien apurar recurriendo al opio y a la cocaína. Scherlock Homes inyectándose directamente a la vena un poquito de esperanza.

Y completan, al menos en parte, el retrato del detective Weiss y el de toda esta imantada novela de Goldemberg, la presentación de la “prostituta” de la cual aquél se enamoró y que luego, por infidelidad del capitán,  tiene que apartarse:

Una lágrima rodó por la mejilla de Margarita: —¿Pero sabes por quién siento más pena?

Weiss alzó los ojos y su mirada se hundió en la de Margarita.

—Por el niño que hay en ti —dijo ella.

Ahora, la relación de la novela con Adolfo Suárez, personaje citado en Acuérdate del Escorpión, y su campeonato mundial –en las tres bandas– logrado en Amsterdam en 1961, obedece tanto a la sapiencia e inspiración para jugar o también escribir, en el caso de Goldemberg.  Tanto como, y esto es tan o más importante que lo anterior, la dignidad personal y el orgullo de origen que, ante la mesa de billar, siempre transmitió Suárez y, no menos, lo ha venido demostrando Goldemberg en su ya dilatado recorrido literario.  ¿Cómo ser peruano overseas?  Ha sido y es la pregunta fundamental en medio de todas las soledades.  ¿Cómo no chuparse antes de llegar a la meta, a alguna de éstas sea real o imaginaria?  ¿Es esto posible?  ¿Es esto necesario?  ¿Es esto mera melancolía?  Son otras preguntas que quedan planteadas aquí.  A esperar, pues, Acuérdate del escorpión en su versión nueva; estamos seguros que será tan intensa o incluso más que la “original”.

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Late 1980s – NYC

[No conozco Nueva York]

No conozco Nueva York,

todavía no conozco nada

de Nueva York.

Ayer me llevaron a Jones Beach:

gente morena como en cualquier playa de Lima,

mar marrón,

gaviotas enormes entre otras más enormes todavía.

También, como siempre, el amor

desfigurándome el rostro, haciéndome un monstruo

en Lima, Madrid o Jones Beach.

La garra del amor.

Y ahora estoy limpiando un cuarto

y acomodando una pequeña biblioteca

y escribiendo

–echado de sexo sobre una alfombra violeta–

sobre Jones Beach o sobre Pessoa

o sobre la poesía íntegra de Alejandro Romualdo

o sobre los argonautas de Malinowski,

libros que he revisado hace un momento.

Como un mono amante de una reina

como una serpiente llamando

a la puerta de un pubis

como una fiera dentellando las fauces.

Así escribí siempre y así escribo ahora,

antes de vomitar para no morirme de hambre

como en un festín romano.

O antes de llamar a un teléfono que no suena,

que no puede sonar porque está muy lejos,

que no debe sonar

porque ya no existe.

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15 de abril de 1938: César Vallejo en la Clínica Arago

Qué inútiles tus pasos tan lejos de mi adolorida y lacerada espalda. De tu chuchita todavía sin desbravar. Sobre mis hombros se halla siempre el lugar de tus torneadas piernas. Y la pose que más me gusta, tanto como a ti, es la del perverso pollito. Entre estas imágenes deliraba Vallejo en su lecho de enfermo y justo a un par de días de irse. De irse, pero no venirse sobre la enfermera de origen argelino que le hacía recordar a su Otilia limeña. Tupidas cejas, entrenzadas y muy amplias; labios carnosos y siempre como en actitud de inflar un globo de feria. Absolutamente, cejas y labios, impúdicos para su tierna edad. Vallejo desvirgó a ambas. Es decir, a Otilia en la realidad; a su joven y diligente enfermera, Cardonia, sólo en el delirio de la fiebre. De esta manera aquella eterna habitación en el solar de “El Chirimoyo” –de los criollos Barrios Altos, distrito colindante al centro de Lima– pasaba a adosarse a la aséptica de la parisiense Clínica Arago; y luego a confundirse por entero con ella. Y, aunque efímeras, en las contadas y casi imperceptibles treguas que le dio su postrer agonía, el “Cholo” fue de veras un hombre muy, muy feliz.

Foz do Iguaçu, 2013.

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