Archivo por meses: octubre 2008

¿Cómo reconocer un poema hoy? ¿Cómo no pasar o pasarse gato por liebre? / Andrés Ajens

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POESÍA EN PAMPA

Un dedo de entrada, nomás un índice –otros hay– antiquísimo, moderno: Crise de vers, de Stéphane Mallarmé (1895), habitualmente traducido por Crisis de verso, o de versos, que el franco vers singular plural es. ¿Índice de qué? De una conmoción del carajo, de un trastorno de la gran puta, con licencia de putas y de carajos –al decir de Mallarmé, fundamental:
Lo remarcable es que, por primera vez, en el curso de la historia literaria de un pueblo [au cours de l’histoire littéraire d’aucun peuple; es decir, de un pueblo como ninguno, de un pueblo como de cualquier pueblo], conjuntamente con los grandes órganos generales y seculares en que se exalta, a partir de un teclado latente, la ortodoxia [luego se menciona en especial al verso alejandrino], quienquiera con su registro y oír individuales puede hacerse un instrumento, desde el momento en que sople, lo taña o golpee con ciencia; probarlo aparte y dedicarlo también a la Lengua.

Mallarmé habrá saludado tal crisis como un paso promisorio en la individuación literaria – individuación olvidada de sí, con todo, impersonal; más adelante apelará a la desaparición elocutoria del poeta que cede la iniciativa a las palabras y, al fin y al cabo, al genio anónimo y perfecto como una existencia de arte (dejo por ahora en suspenso esta última y no poco inquietante expresión –una existencia de arte–, aunque no evito remarcar que ella nos arroja ante la consumación del moderno proyecto identificatorio, desazonante: hacer de la vida una obra de arte). Individuación tal, de paso, erosionara toda común referencia formal en poesía.

En otras palabras: el franco decimonónico siglo (Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé et alli) habrá venido a subrayar la interrupción de la inveterada identificación entre poema y comunitaria configuración métrica y, a más abundamiento, entre poesía y forma. Desde entonces, la crisis no habrá hecho sino agudizarse. ¿Cómo reconocer un poema hoy? ¿Cómo no pasar o pasarse gato por liebre? ¿Cómo distinguir un poema de una tan vieja como nueva novela, de una generacional frase publicitaria, de un guión genéricamente formateado, de un puro cuento del drama o melodrama contemporáneo – si ningún criterio formal pudiera venir ya a zanjar nada?

Subrayando tal desmadre, Mallarmé subrayara también otra cosa: esto ocurre por primera vez, dice, en el curso de la historia literaria de un pueblo –de una cadencia nacional. Afirmar esto, ¿conlleva reponer sin más la convicción habitualmente dicha romántica que estipula que cada pueblo, que todo pueblo y/o nación tiene su literatura, que la literatura es eminente y universalmente cosa nacional-popular? No es tan seguro. Tal vez lo que se subraya ahí fuera antes que nada el carácter simplemente histórico o histórico-destinal de eso que llamamos literatura, su darse no ubicua ni atemporal ni universalmente sino en una proveniencia o destinación histórica dada – y Mallarmé distinguirá luego entre letradas o civilizadas eras (las europeas, eminentemente) del resto. Así, por primera vez, tal crisis: en el curso de la historia literaria de un franco pueblo – la France, de Occidente, moderna punta de lanza.
Ante crisis tal siempre cupiera la posibilidad de intentar negarla o reprimirla, retornando defensivamente al fondo, por caso, y, si no al fondo, al poder instituido.

Al fondo, a la identificación del poema con el fondo, con el contenido, con el tipo de contenido, que es sobre lo que la poética antigua, aristotélica, en parte, se irguiera (el poema trágico: mima de caracteres nobles; la comedia: mima de caracteres bajos, etc.). Y si no por el fondo, tentación de reprimir la crisis apelando al poder instituido: lo que la institución (literaria, académica y/o estado-nacional, pero no sólo ellas), su voluntad de poder, habrá reconocido.

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La ciudad en nosotros [La ciudad en la poesía dominicana] (Antología)/ Soledad Álvarez

Scaner

Santo Domingo es una y muchas. Ciudad antigua y nueva, ilustre en su blasón de Primada de América y plebeya en el desorden urbano y el deterioro de sus instituciones. Pretenciosa en casas y edificios magnificentes, y en la falsa modernidad de torres, elevados y túneles rodeados de callejones y patios mugrientos, de barrios que agonizan de pobreza, sin agua y sin infraestructura sanitaria. Santo Domingo es un entramado de opulencia y hambre, espacio fragmentado, universo en expansión contenido sólo por el mar, cuerpo abotargado, acuchillado una y otra vez por la mano artera de la desidia estatal y la voracidad de los políticos. Pero redivivo y bulllente de humanidad, de luz, de color, de olores y ruidos. (pag. 23)


Esta es la ciudad azul, azul.
Que vengan los que más dan.

A golpe de cálculos hemos aprendido
a saciar sus apetitos.
Para unos las fuentes y los jardines
el cundeamor dorado y el moreviví
que crece sin presentimientos.
Para otros la botella de cocuyos recogidos en los
caminos del amanecer
monumentos y retablos sombríos.
Que nadie dude de nuestros dones
ni de la fortuna de este presente ciego.
Hemos dejado atrás agravios y deslealtades.
Nada recordamos
y los días por venir importan menos
que un puñado de cenizas.
Vivamos.
Esta es la ciudad azul, azul
y estos son los fastos de su muerte.

De “Todo incluido” (pag. 188)

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“imágenes de brunei”/ Oliver Glave*

De La idea era irnos aún niños (Lima: ESTRUENDOMUDO, 2008)

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Nos sentamos a beber un café bajo el sol de pleno invierno
Sin recelos, ni hambreados.
Apenas terraplenes y vientos a la luz de las calles
en serena conmoción.
Me dijiste que te ibas,
que lo dejabas todo por una promesa hecha a ti misma.

Conozco el adiós;
es caminar a tu lado.

Pero un hosco recelo desgasta hasta reventar aquel fértil globo.
Sí, arrastra con ciegas manos mi corazón, hasta ya no poder.

Días han pasado sin saber de ti. Días que parecen la distancia
entre el carácter y su desolación.

———————————————-
Más controlada y dosificada la melancolía –reticente, tal como recomendara para el arte de la poesía José Watanabe– hallamos en este su segundo poemario a Oliver Glave. El tinglado de sus versos rescata, intenta tornar a la vida, una serie de amores desfallecientes, fantasmáticos. Tal como en Eguren, escribe a pesar de que su poesía aparece tomada por cráteres, materia oscura, que tiende a apropiarse de todo. Entonces, pues, no son el amor y el erotismo, sus motivos; sino, más bien, el pliegue de aquello: el desamor, la impalpabilidad de esa experiencia o la discreta –solitaria– ironía. Lo recuerdo mate, con la opacidad que él deseara, en el taller de poesía que tuviera a mi cargo hace ya algunos años en la Católica y del que han seguido cultivando sus propios versos, entre otros, poetas como Roberto Zariquey y Manuel Fernández.

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“FELIZ – ID – ASS”/ Lawrence Carrasco

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a un ex amigo

La felicidad de la gaviota sobre un mar proceloso
enjundia de cardúmen pútrido;
y de la tenia para el engorde
puerco, ofensivo, de tus silbos rectales.

Felicidad por envidia, chatura,
tim tim y tam tam
en los templos de Dioniso y Atenea.

Así lo quisiste, apostaste a ello;
y no sabes si ganaste o perdiste.
Te falla la ocasión, el tono y el garrote.

Mira muchacho, si es fácil.
Enculébrate, hienéate,
cerdafícate, putéate,
descorónjate el yuyo, chaval,
y laméate el culantro,
el francés, el negro, tú sabes,
el griego profundo,
y abísmate en tu miasma, querido,
pues de tan feliz,
encúlate, ¿vale?

Y ya veremos.

——————————
Me parece que el tono –y acaso la temática– de este poema sintetiza el arte in crescendo de Lawrence Carrasco como poeta (es un filósofo peruano y aplicado estudioso de la obra de César Vallejo). Decimos esto porque en este poemario –entre ternuras, nostalgias, especulaciones y palimpsestos; y homenajes a varios poetas de aquí y de allá– es en “FELIZ – ID – ASS” donde se anuda y hace más contundente su registro. Ojo que el tema no es lo más relevante aquí, sino el hecho de que su voz en español (hermana de la lengua viperina de Quevedo en este caso) se trasvasa –por fin– con una cascada áspera, de aquellas que descienden rabiosas desde los Andes. Entre el abanico de registros, pues, que hablan positivamente de la experimentación en que anda enrollado nuestro poeta (vive, además, en España), me parece que el cauterio suave de este poema –en su flexibilidad prosódica, audaz performance del sujeto poético y fina inteligencia– es un auténtico hallazgo y, acaso halla reparado también el autor , quilla que hiende al fondo de sus versos y va de atropellada.

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Acerca de la novela Prepucio carmesí/ entouchantlesmots

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EN UN PREPUCIO
Las clases de taller de narrativa me han revelado algo. Bueno, en realidad la revelación no ha sido del tipo místico habitual, no hubo aparición alguna de algún ángel (menos de un demonio, aunque hubiese sido muy interesante, para variar), sino más bien ha sido una revelación así bien trivial, una cosa cotidiana cuya presencia se me hace extraña, pero a la vez comprensible.
Leyendo Prepucio carmesí, y mientras todos los alumnos formamos un círculo en el salón para opinar sobre la novela, me di cuenta de que Juvenal Agüero, el personaje principal, fue tomado como un machista, adicto al sexo y traumatizado por una decepción amorosa en su época escolar. Él y su prepucio pasaron a ser un estereotipo de hombre misógino que pensaba en sí mismo y cómo saciar su salacidad. Aparte de ser un poeta-profesor-trotamundos, también.
Antes de ir al punto de este post, hay algo curioso que me gustaría compartir: cuando comencé a leer la novela, y se la comentaba a algunos compañeros (ojo con esto, son de género masculino) y compañeras, haciendo hincapié en el título, nadie parecía reaccionar ante mi señal: “se llama prepucio carmesí, qué chiste ¿no?”… Resulta que tuve que explicar lo que es un prepucio casi al 100% de las personas con quienes hablé. Y la mayoría eran mujeres. Los hombres tampoco se quedan atrás; hay que informarse de lo que tienen pues chicos!
Entonces, cuando ya la mayoría estaba bien enterada de lo que era un prepucio y lo que éste hacía; mi mente, después de pasar por este recuerdo anecdótico, pasó a situarse en mi salón de clase y escuché a dos compañeras diciendo que Juvenal era machista, que le gustaba mucho acostarse con muchas muejeres todo el tiempo (cosificándolas) y que, bueno, básicamente ése era su perfil. Aparte de ser el ya mencionado poeta-profesor-trotamundos. Y yo, como llegué tarde, fui señalada por el profe para contestar la misma pregunta: “¿cómo crees que era Juvenal, machista? — Para nada, no creo que sea machista”.
No voy a poner exactamente lo que dije, porque tendría que citar partes de la novela. Pero, mi explicación iba por aquí: a mí no parece que el hecho de que Juvenal se acostara con varias mujeres lo hiciera machista; él menciona en varias partes de su historia cómo es que estas mujeres tuvieron un significado en su vida, cómo lo cambiaron (por un cierto tiempo y hasta un cierto punto), y cómo, actualmente, se econtraba enamorado de Manoli. Y es que, muy a pesar de las descripciones tan carnales que Juvenal hace de las mujeres, de cómo hay un enfoque en sus atributos físico (senos, nalgas, “un culo impresionante” y cosas así), Juvenal fue un hombre que simplemente vivía y se impresionaba de la belleza de las mujeres, lo cual, y creo que la mayoría entiende esto por experiencia, deviene en una atracción inevitablemente sexual.
Y vino la revelación: ¿por qué considerar a alguien machista porque se ha acostado con varias mujeres (y lo disfruta infinitamente) y porque las descripciones sobre el físico de ellas pareciera cosificarlas? ¿Es posible relacionar tales cosas para que una resulte de la otra?
Entonces me pregunté por qué no es posible que uno pueda pensar en sexo y tenerlo con varias personas, y llegar a querer a esas personas, considerarlas como individuos particulares y apreciarlas en diferentes grados (obviamente muchas de nuestras formas de afecto se definen por circunstancias, creo yo, así que nunca queremos igual a nadie). No por eso uno es promiscuo, digo yo, porque no estoy hablando de acostarse con diferentes personas al mismo tiempo. Hablo de un hombre que, a lo largo de su vida, puede conocer a diferentes mujeres y mantener relaciones a nivel intelectual y físico sin ponerse en riesgo a que lo consideren como machista o pendejo. Y mi profe, cuando ya casi todos salieron y le entregué mis preguntas, me dijo que le pareció que capté a Juvenal como personaje; que muchas personas, a veces, cuando dan sus críticas, las cargan mucho de valores cucufatos o de moral de aquello que es (o debe ser) éticamente correcto, etc, etc.

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PEDRO GRANADOS EN TIEMPO REAL/ Miguel Pachas Almeyda

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“Poseer una conciencia laxa va a crearte numerosos problemas”
PEDRO GRANADOS

La poesía de Pedro Granados denota una clara influencia vallejiana, trasluciendo en sus versos aquella variopinta realidad de deslinde con el status quo de una poesía peruana en especial ─y latinoamericana─ deslucida por no decir decadente, sin rumbos y lo que es peor, divorciada de la cruenta realidad que aprisiona los más elementales derechos del hombre y de los pueblos: una auténtica libertad y equidad en la administración de justicia.

La poesía de Granados no es solo el canto a la rebeldía de aquella situación mencionada y consabida, sino que se vislumbra como una poética vanguardista, emergente y apuntaladora de los últimos tiempos en nuestro país; estilo y calidad poética que es conocida en extramuros y desconocida aún en el Perú, a causa y consecuencia de este sistema imperante lleno de mezquindades y egoísmo que subsiste en nuestra intelectualidad.

Es que el vallejismo granadino pareciera tomar muy en cuenta algunos postulados del autor de Los heraldos negros cuando magnánimo nos dice:

“Hacedores de símbolos, presentaos desnudos ante el público y solo entonces aceptaré vuestros pantalones /Hacedores de imágenes, devolver la palabra a los hombres…”
Pedro Granados intenta, y con éxito, ubicar la poesía al servicio del hombre, traduciendo sentimiento, emociones y esperanzas a partir de su realidad, de nuestra realidad tal cual, cruda y lacerante, sin maquillarla o llenarla de vanos trasfondos románticos. A continuación sus inspiraciones encontradas en su novela En tiempo real.
No hables.
Mira como las cosas a tu alrededor se
pudren.
Confía solo en los niños y los animales
y de los ancianos aprende el miedo de haber
vivido demasiado.
A tus contemporáneos pregunta solo cosas
prácticas
y comparte con ellos tus fracasos, tus
enfermedades
tus angustias, pero nunca tus éxitos.

De tus hermanos ama al que está lejos
y teme al que vive cerca.
A tus padres nunca preguntes por su pasado
ni trates de aclarar con ellos tu niñez y
juventud.

Con tu patrón no hables, escríbele y nunca le
cuentes
tus planes futuros y miéntele respecto a tu
pasado.

Ama a tu mujer hasta donde ella lo permita
y si llegas a tener hijos, piensa que,
como en los juegos de azar,
podrás ganar o perder.

El destino no existe.
Eres tú tu destino.

Y si llegas a la vejez
da gracias al cielo por haber vivido largo
tiempo,
pero implora con resignación por tu pronta
muerte.

Los que no tenemos dinero ni poder
valemos menos que un caballo,
un perro,
un pájaro o una luna llena.

Los que no tenemos dinero ni poder
siempre hemos callado para poder vivir
largos años.

Los que no tenemos dinero ni poder
llegados a los cuarenta
debemos vivir en silencio
en absoluta soledad.

Así lo entendieron los antiguos,
así lo certifica el presente.

Quien no pudo cambiar su país
antes de cumplir la cuarta década,
está condenado a pagar su cobardía por el
resto
de sus días.

Los héroes siempre murieron jóvenes.
No te cuentes, entre ellos,
y termina tus días
haciendo el cínico papel de un hombre sabio.

Adagios y figuras convencionales que rescata el poeta, de aquel consensus general y popular, que con caminar silencioso se opta por generaciones: ¡Está prohibido hablar de éxitos! ¡Está prohibido hablar de verdades! ¡Está prohibido hablar de diferencias sociales!…Es el poeta que conoce el mundo y hace evidente su proclama, su lucha, su voz reivindicativa: el derecho a decir la verdad; como enunciara Joaquín Rico: “Conoce el poeta al mundo, y nace de ese encuentro la palabra”.

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Creación del poema colectivo

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Una vez dividido el salón en pequeños grupos nos avocamos a la composición de un poema. De este modo, apurando siempre a los grupos –y luego que, a modo de romper el hielo creativo, se lee un pequeño texto del canon en voz alta– cada cual escribe sobre su hoja de papel un título arbitrario y, a la voz del docente, lo pasa rápido al compañero vecino para que éste prosiga agregando nuevas palabras o frases al texto en plena producción. Por último, luego de sucesivas y dinámicas rotaciones orquestadas siempre por el maestro (cinco o seis, según sea el número de integrantes de cada grupo, y en el sentido de las agujas del reloj), las hojas de papel vuelven a sus autores iniciales y entonces se trata de terminar –poner el último verso– a los susodichos poemas.

ENCUENTRO DE EXPERIENCIAS PEDAGÓGICAS 2008
6, 7 y 8 de noviembre

VIERNES 7, 4:15 – 5:45 p.m.

¡Que todos sus alumnos levanten la mano!
(Ricardo Huanqui – Sebastian Lores – Braulio Miki – Nelsybeth Villapol – EnriqueYamaguchi, Susana Díaz, Gustavo Kato, Pedro Granados)
Moderador: Víctor Saco

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El dramático monólogo peruano: Poesía del 60 al 2000

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ROBERT BROWNING (1812-1889)

Por un lado, nuestro título alude al monólogo dramático, reconocido recurso estilístico de prosapia británica (inventado por Robert Browning), que adoptaran algunos poetas peruanos de la generación del 60; por el otro, alude a las vicisitudes de este mismo recurso literario en su adopción por otros poetas peruanos de épocas posteriores a los años sesenta. Es decir, en este trabajo hacemos un rastreo y explicación de los avatares del “británico modo” entre nosotros; de su relevancia y éxito, por ejemplo, en la poesía de Antonio Cisneros, hasta su prolongado empleo –en otros contextos y por diferentes sujetos sociales– en lo que sería la poesía peruana que va de los 70 al 2000. En este sentido, tenemos la hipótesis de que si en un inicio el monólogo dramático permitió expresarse individual y creativamente a un grupo de poetas de un sector social determinado –urbano, culto y de clase media– en la impronta, típica de los años cincuenta en toda Latinoamérica, de tener que decidirse entre ser “puros” o “sociales”. Luego, superado este álgido contexto político-ideológico, “el británico modo” se habría perpetuado pero sólo como una noria retórica, una técnica o una institución para nada ya “dramática”; sino, más bien, puesto de lado paulatinamente el interlocutor (la revolución social y sexual) desde los años 80 a nuestros días, en algo que –quizá con una pizca de exageración didáctica– hemos denominado “El dramático monólogo peruano”.

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“Spasmo-Dolviran”: ¿el último cuaderno de Luis Hernández?

Scaner

“Poesía es evitar el dolor”
(Vox horrísona)

En primer lugar, nos hallamos ante un magnífico documento artístico –la denominada “libreta Bayer”, publicada en sus páginas escritas (96 de 172)– anexa a La harmonía de H (1); y que nosotros, de acuerdo a lo que se resalta en la página liminar de dicha libreta, vamos denominando más específicamente “Spasmo-Dolviran”. Ésta, tal como nos lo advierte la nota del editor, le fue regalada por un amigo en 1964 (año en que Hernández estaba de estudiante en Alemania), pero es recién en 1976 (uno previo a su voluntaria desaparición en Buenos Aires) cuando el poeta la utiliza para dibujar su ¿última poesía? (2) Decimos esto además porque, tal como sabemos, en la obra del peruano predomina la caligrafía multicolor y, no pocas veces también, el diseño lúdico de sus versos e incluso directamente la aplicación en la página de ilustraciones de trazos más bien infantiles o ingenuos. Dibujos, en suma, con los que el poeta intentaría –honrando la poética que ilustra nuestro epígrafe y ante el hecho de “doblar la última duna”– contrarrestar el dolor de todos; y, quizá para empezar, también el suyo propio. No está demás, por cierto, reparemos en el trazo con lapicero azul, justo al lado y en la parte superior derecha del impreso “Spasmo-Dolviran”; doble check o esbozo –a mano alzada– de alguna nota musical o simple ejercicio de los dedos justo antes de ponerse en plan de ensayar la escritura. Algunos de estos sentidos por separado o todos a una; anzuelo, bumerang o nariz también, otros posibles íconos de aquel protéico trazado, tratando de alcanzar algún urgente y eficaz alivio.

Insistimos, creemos que esta pequeña libreta es un lugar privilegiado para ver el arte de Luis Hernández de un modo sucinto y, acaso también, incluso un tanto más didáctico. Respecto de su obra hasta hoy publicada encontramos juntos otra vez, cómo no: la traducción libre de poemas en otros idiomas, los palimpsestos a los que habría que estudiar mucho mejor, las reelaboraciones –si no versiones– de otros de sus versos (en este caso, sobre todo de Una impecable soledad, El sol lila y Flowers) y –según también los presentadores de La harmonía de H– hallamos “uno de los más logrados pentagramas espaciales de todo Vox horrísona”. Sin embargo, aunque breve y abierta, si consideramos esta libreta una obra autónoma e independiente (3) nos topamos con una poética impensada y no menos sugestiva. Mejor dicho con dos artes poéticas, levemente distintas aunque complementarias, que corresponden a cada una de las partes de este escueto volumen.

Scaner

Poesía para comer: las funciones del “como”

La primera de estas poéticas está centrada en la anfibología del término “como” en tanto conjunción comparativa o en cuanto verbo:
Como la noche
Dime amigo
Grass de Kentucky
Como se llama
La mar al otro
Lado del río
Como la noche (Oktober 8)

De nadie
Como no me ves
No soy visto
De nadie (Oktober 15)

De esta manera, en “Como la noche” (Oktober 8) y “De nadie como” (Oktober 15), aquí comer es engullir o, más precisamente, intentar asir con la boca –y de hecho lograrlo– una materia asaz impalpable cual la “noche” o “nadie”. Sentidos, en nuestra opinión, que quedan refrendados por el poema quizá más entrañable de todo este conjunto; nos referimos al extraordinario:

Estoy solo
guardo la flor de ceniza
En el vaso pleno
De madura oscuridad:
5 Hermana boca:
Tú dices una
palabra
Que silenciosa
Asciende
10 Como he soñado
Y pervive
Ante las ventanas
Estoy en flor
De la hora
15 Marchita
Y conservo
Ámbar
Para un ave
Tardía. Ella
20 Traerá el hielo
En el ala roja
El granizo
En los labios
Ella llegará
25 A través
Del estío (Oktober 21-23)

Donde el verso 5 (“Hermana boca:”), de modo previo y paralelo a la consecuente capacidad de decir (“Tú dices”, del verso 6), implica la iconización de una paradójica oquedad: un “vaso pleno/ De madura oscuridad:” (versos 3 y 4) que contiene y desde donde se orienta hacia lo alto una “flor de ceniza” (verso 2). Poesía, entonces, donde la ofrenda de este ascendente incienso —acorde con otro de los versos claves de Luis Hernández (4) — vale más que mil palabras; mejor dicho, donde la palabra es material o necesita tener el peso específico para masticarse o comerse antes de meramente escucharse. Por lo tanto, donde la soledad del oficiante (verso 1) no es tal sino, más bien, cuenco donde se guarece de algún modo la plenitud (versos 2-4). En suma, acto de incorporación, asimilación o comunión –un ida y vuelta– con la noche o la plenitud a través de la boca.

“This excellent/ canopy (5): th`air”

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FRONTERA/ Mario Guevara Paredes

Tomado de El desaparecido (Lima: San Marcos, 2008), volumen que reedita los primeros cuentos de Guevara; por ejemplo éste, de 1984.

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Uno
A una indicación del cabo, un grupo de soldados pasó a la otra acera; con sus fusiles en mano nos arrinconaron contra la pared. Luis se estremeció al sentir el borde metálico del cañón que presionaba su pecho parándole la respiración. Nos movimos como autómatas con las manos en alto y dimos media vuelta. José palideció, un sudor frío recorrió su frente. La postura en que se encontraba, con las manos apoyadas en la pared y los uniformados a su alrededor, le recordaba lo que observó en su país cuando los militares se apropiaron del poder. En aquellos días cruentos donde imperaba la fuerza y no la razón era común ver soldados arrinconar contra la pared a culatazos y puntapiés a indefensos transeúntes. Los cadáveres, acribillados, proliferaban en las calles. En los hogares en los que faltaba un ser querido, las noches eran largas y pesadas. El toque de queda y el traqueteo de las ametralladoras producían insomnio… José volvió a la realidad cuando el cabo que dirigía el pelotón, descubriendo su jeta carnosa, ordenó que abriéramos las piernas. El uniformado, percatándose de que Pedro no acató el mandato, le propinó un furibundo puntapié en el taco del zapato. En la avenida, la gente sacaba la cabeza por las ventanas, los carros detenían su marcha y los curiosos se arremolinaban en las esquinas. Pedro, en son de franco desafío, giró el rostro; el cabo pestañeó al no poder resistir la mirada fulminante. Escuchamos la voz chillona del cabo que dijo: «¡Verraco el hijueputa!». Los demás soldados rieron cínicamente. Pedro sintió que la cólera recorría su cuerpo encrespándolo. Yo, que desfallecía de miedo, le hice una seña moviendo la cabeza para que desistiera de sus intenciones, ya que los uniformados buscaban la ocasión de cosernos a balazos. Tranquilizada la situación, los soldados empezaron a palparnos debajo de los brazos, en la cintura, en las piernas. Al no encontrarnos ningún objeto peligroso ni extraño, el cabo preguntó: «¿Vuestras cédulas?». Luis le explicó que éramos extranjeros y sacando los pasaportes que guardaba en el morral se los entregó. El cabo, después de revisar cada pasaporte, se los devolvió con una sonrisa estúpida. Luego dieron media vuelta y se fueron.
Repuestos del susto comentábamos el incidente. El más indignado era Pedro, que refunfuñaba y maldecía su impotencia al no poder vengar la afrenta. José, que permanecía taciturno, dijo: «Los soldados aquí, como en mi país y en cualquier parte del mundo, son hechos de la mismísima mierda, solo se diferencian por el uniforme y las insignias que llevan».
Al marcharse los uniformados, se esfumaron los curiosos, quedándose solo un hombre; su reducida estatura y el montículo que se alzaba en la espalda le daban una apariencia siniestra. Se acercó con lentitud y pregunto:
―¿Son extranjeros?
Contestamos afirmativamente.
―Entonces, muchachos, síganme.
Luego de un momento de indecisión, mirándonos sorprendidos por la invitación del extraño personaje, fuimos tras él, pensando que algo importante iba a comunicarnos. El hombre, que rengueaba con pesadez al andar, nos condujo hasta una plazoleta que a esa hora de la mañana permanecía desértica. Instalados en una banca de madera, esperábamos que el hombre hablara, pero este permanecía delante de nosotros en absoluto silencio. La rigidez de su cuerpo contrahecho, su nariz de ave rapaz y su mirada vacía nos producían temor. Al cabo de un rato que pareció una eternidad, Pedro se decidió a preguntar:
―¿Tenía algo que decirnos, señor?
El hombre sacudió negativamente la cabeza calva, luego tornó a hablar con voz grave:
―Olvidé lo que tenía que decirles.
Quedamos turbados al escuchar la respuesta. José pensó: «Sufre de amnesia o se burla de nosotros». Luis, enojado, lo increpó:
―Nos hace venir hasta aquí para decirnos me olvidé.
―Hombre, pero si yo no los traje, ustedes fueron los que me trajeron.
El desconcierto se apoderó de nosotros. Pedro, como impulsado por un resorte, se levantó de la banca. Seguimos su ejemplo. Sin volver la cabeza traspusimos la plazoleta.

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