Archivo por meses: abril 2009

Dialéctica ciudad-campo en 5 metros de poemas/ Carlos Germán Belli

www.librosperuanos.com
Carlos Oquendo de Amat

“En cuanto al paisaje campestre oquendiano, hay una particularidad que lo diferencia de la concepción renacentista, y es que en este escritor contemporáneo se opera la abolición del beatus ille, o sea, se esfuma el campo como ideal de reposo o apartamiento del mundanal ruido, porque en sus versos aparece constantemente refundido con el más opuesto de los mundos, como es el de la metrópoli moderna.
Así, los elementos propios del campo desmembrados, están presentes hasta en las piezas en que la experimentación llega a extremos. En esta casi perenne contemplación de la naturaleza, el poeta elige los caracteres más esenciales, como los del reino vegetal, que aparecen aún en los momentos imprevistos; y son, por lo demás, imágenes pertenecientes a la tradición lírica” (66)

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La gripe del puerco/ Edgar Artaud

mortadelon.blogspot.com

Me puse mi tapabocas
y me dispuse a salir
para jugar arrancones
con los taxistas y los
microbuseros.

Así es que enfilé
directamente hacia el
zócalo.

Estuve a punto de chocar
con un microbusero
cuando me pegué de costado
a su vehículo,
el operador lanzaba espuma
por la boca.

“¡Bájate cabrón!” -me dijo,
“¡A ver si eres tan bueno,
como la gripe del puerco!”.
-insistió.

El operador detuvo la cosa
y se bajó del microbús,
pero yo aceleré.

Se quedó lanzando maldiciones
pero gané otra vez.

Me detuve junto al bar
“Iguanas ranas”,
para tomar una cerveza.

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La chimiferia del libro [de Santo Domingo]/ Pedro Conde Sturla

www.remolacha.net
Picoteo de Obama en Santo Domingo

Hace mucho tiempo, la Feria del libro era una chimiferia del libro, algo parecido a la proliferación de aquellos carruajes de metal que se incorporaron al paisaje urbano en los años setenta, diseñados para la venta de emparedados a base de vegetales, salsa de origen incierto y peligrosas salchichas de carne de cerdo al carbón, los célebres y desacreditados chimichurris, de cuyo nombre no conozco el origen, pero sí el uso que estoy usando con toda mi mala leche.

Era así la Feria del libro, sobre todo en la época en que se realizaba –bajo perennes aguaceros que nunca han dejado de caer- en los predios del antiguo parque zoológico que hoy se llama Plaza del Conservatorio o algo parecido.

En esa etapa, el culto del arrabal y el chimichurri invadía todos los aspectos del magno evento libresco.

En cualquier Feria del libro, como en cualquier semana de carnaval o festival del merengue, el área se convertía en campamento de tenduchas y ranchetas fijas y móviles del género chimichúrrico.

La basura, el desorden, los altoparlantes a pleno pulmón se hacían reyes del lugar en la medida en que se libraba una competencia feroz entre los vendedores de las principales compañías de refrescos, pizzas, cervezas, venenosas bebidas artesanales, arepas, cachapas, hot dogs, hamburguesas y los mencionados chimichurris de bien ganada fama chúrrica o churrigueresca.

Estaban allí, dignamente representadas, la cultura del chicharrón y el puerco asado, sin olvidar el maíz hervido en agua sucia, que es lo mejor de todo.

Incluso, en alguna ocasión, en la Feria del libro fueron exhibidos animales importados del nuevo Jardín zoológico y botánico, a manera de atracción de feria nada libresca.

Por último estaban los libros, que nunca han competido en venta con bebidas y comidas, libros casi relegados a un segundo plano, cuando no invisibles y, sobre todo incomprables.

Si por casualidad aparecía una obra interesante y a buen precio, sólo se debía a la piedad democrática de los editores piratas.

El evento, organizado con limitada efusión de medios económicos y propagandísticos, presentaba al visitante un aspecto macondiano, lo cual no era contraproducente. Era quizás lo más representativo de todo.

Al fin y al cabo, no hay nada más libresco ni literario que Macondo. A ese espectáculo deprimente le llamaban triunfalmente Feria del Libro, una lamentable sucesión de casetas maltrechas dispuestas en orden caprichoso por una ruta de tropezones, en cuyo interior se ofertaban ejemplares de libros que por su precio parecían piezas de museo y muchas veces lo eran.

Era, como he sugerido, una feria chimichúrrica, chimichuresca, chimichurriosa a carta cabal.

Hoy, todavía, la Feria del libro, la ahora pomposa Feria internacional del libro, sigue siendo, en cuanto a libros se refiere, una chimiferia del libro, un espectáculo circense con un marcado carácter mercurial, no cultural, propagandístico y gobiernista.

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EL PLAN/ Armando Almánzar-Botello

Para: L. N. B.

www.informarn.nl

¡Oh rabia impotente! Parecía que la presencia fatal de un virus electrónico había infectado de forma selectiva los mensajes que los dos se venían comunicando a través del ordenador en el transcurso de aquellos agitados meses de pasión enmascarada. Por ese grave acontecimiento, el sujeto de la escritura no había podido acceder a ciertos archivos que le permitirían definir con más precisión el plan del relato seminal que serviría de base para el otro vuelo.

¿O sería más bien para el descenso al subsuelo ilimitado y monstruoso de su propio ser, de su atroz memoria?… Palabras demasiado convencionales para expresar la terrible perspectiva que se abría ante sus ojos.

Temblaba frente a las puertas entreabiertas del posible cumplimiento, del Plan que vislumbraba, ominoso y ciego como la ruta de un Metro fantasma deslizándose en la noche por interminables galerías subterráneas, clamando por la encarnación de sus espectros en la espesura sombría de su trayectoria inconsciente, ineluctable… Pensó entonces en la frase de Mishima: Se abre hacia la muerte, tal como un kimono de seda se desliza por la pulida superficie de una mesa hasta caer silencioso en la penumbra del piso…

Sintió un escalofrío que recorrió su espina dorsal, y contempló -mientras escribía en el silencio de la noche alta-, la pantalla fosforescente del computador… Al cabo de un rato, apartó la mirada de aquella luz que lo hería, y miró las ventanas oscuras de su cuarto. Pensó entonces en los parques públicos de día, en viejos paraguas olvidados en rincones también sin memoria, en calles al atardecer atravesadas por las corrientes vertiginosas de autos carnívoros, en secretas escaleras que ascendían como promesas de magnolias en la noche, en remotos lugares cerrados donde un hombre y una mujer se desnudan eternamente en la penumbra, para entregarse, resplandecientes de pasión y de extrañas metamorfosis, a ritos innombrables y voluptuosos…

Llegaron a su mente aquellos solares llenos de plantas extrañas, ratas gigantescas, restos de ordenadores y máquinas de finalidad incierta; cucarachas y bichos que creíamos hacía mucho tiempo extinguidos, basureros que aparecen de súbito entre algunos edificios de las grandes ciudades ofreciendo el testimonio de una secreta y vaga verdad de la existencia: la banalidad con la que casi siempre se disfraza el enigma inanticipable del acontecimiento… Porque -pensaba-, no hay nada más misterioso que la basura, que los restos, que los vestigios, que los escombros… Huellas primordiales de la sangre en las palabras terribles que perduran…

En el sujeto de la escritura se ahondaba el hueco, la inclemente verdad de la carencia, el vacío donde agazapada, retorciéndose, ondulante, la peligrosa cobra de la escritura preparaba su fármacon letal.

Al no encontrar los refentes escritos que dieran testimonio de los hechos en apariencia acontecidos entre ellos en los últimos cuatro meses, le parecía que todo había sido un insólito y turbulento sueño del que apenas ahora acababa de despertar, y que esta ensoñación comenzaba, con extraño goce de planta carnívora y angustiosa fiebre delirante, a florecer de nuevo transfigurada en su conciencia, al rememorarla…

Toda la realidad al alcance de sus ojos en la polvorienta buhardilla: arriba, la noche del cielo raso; abajo, la mesa sobre la que escribía iluminada tenuemente por una pequeña lámpara eléctrica, el bolígrafo que sostenía latiendo entre sus dedos entumecidos (escribía ahora a mano, convencida de que la pantalla del ordenador quema los sueños), la página sobre la que trazaba frases inconexas y zigzagueantes, el viejo escritorio sobre el que se reclinaba como sobre un abismo, los libros y objetos dormitando casi vivos en los anaqueles de madera, los pasos enigmáticos de otro huésped del insomnio en la habitación vecina, la sombra voluptuosa de un torso desangrado en la memoria, todo lo que alcanzaba a escuchar y sentir en la alta noche, todo, se consumía como ella en el incendio de la incertidumbre…

De forma parecida a la de Chuang-Tzu, -pensó el sujeto de la escritura.

De forma parecida a la mía leyendo estas frases -prosiguió alguien hablando en voz alta-, que cuando despierto del sueño en el que creí vislumbrar a Chuang-Tzu, no puedo saber si he soñado a Chuang-Tzu, o es él en realidad quien continúa soñándome -incesante como el grito de mi ser-, ahora, aquí, creyéndome despierta en lo que escribo.

Entonces, blandiendo el filoso cuchillo sobre el seno desnudo de la mujer de rasgos orientales -que fosforescía a su lado en el lecho como una dormida y delicada flor de ciruelo-, el innombrable comenzó, con firmeza y precisión, a escribir la verdadera historia…

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El abuelo desconocido/ Lita Pérez Cáceres

www.sociedadescritoresparaguay.com

En otro lugar del planeta había nacido mi abuelo paterno, sólo supimos de él que era peruano y de profesión contador, que su tierra natal había sido el Cuzco o Puno, no recuerdo muy bien. La única imagen conocida de mi abuelo Ángel Manuel Pérez Azañedo estaba reproducida en pirograbado y él aparecía con el pelo tieso, apuntando hacia arriba, ojos negros soñadores que persistieron en mi padre y en mi hermano Adolfo, aunque ellos tienen los ojos más grandes y son de facciones más delicadas. Por lo tanto solo tengo algunas informaciones sueltas y recuerdos sueltos que fueron contando las tías abuelas, ellas no comentaban mucho sobre él. Siempre fue para mi un abuelo misterioso y desconocido. En realidad he visto una sola vez sus documentos, cuando falleció mi abuela Elvira, su esposa.
Creo que, pese a su indudable ascendencia indígena, en el pasado de mi abuelo hubo un blanco entre sus padres o abuelos. El hecho mismo de tener dos apellidos significa que nació de un matrimonio consagrado y, recibirse de contador, indica que pertenecía a un medio económico no muy humilde. Es casi seguro que su afán de aventuras lo empujó a venir a este país ¿Cómo llegó? ¿Cuáles eran las rutas de entonces? ¿Viajaría en diligencia o atravesaría Bolivia en carreta? Era muy joven, buen mozo, sensible e inteligente. El llamado de los caminos le quemaba el pecho, tenía sed de horizontes. Un buen día llegó hasta la benemérita ciudad de Asunción.
Si vamos a imaginar, hagámoslo bien: Digamos que mi abuela Elvira era una joven en edad de casarse y que habría conocido al peruano en el despacho de su padre, Juez de Paz, retirado y muy enfermo ya. Él quedó prendado de sus ojos negros, de su carácter jovial y apasionado y decidió casarse, establecerse, sentar cabeza, aunque muy lejos de los suyos. Años después mi abuela confirmaría que soltar amarras y partir, era una decisión que mi abuelo podía tomar sin hesitar.
Como contador de la Industrial Paraguaya, Manuel Pérez ganaba un buen sueldo, que justificaba verificando y consignando la producción de los mensú que se deslomaban en aquel ignoto y lejano puerto sobre el Paraná, Takurú pukú, hoy Hernandarias.
Allí vivían, en una de las viviendas de la compañía, Elvira y Manuel, amándose para imitar la feracidad de la selva que se multiplicaba en miles de frutos y flores. En la administración, apenas un rancherío ubicado muy cerca de las barrancas del río, nació mi padre un 2 de abril de 1916, año del Dragón entre los chinos, el único animal mitológico del zodíaco creado por Buda. Mi abuela no soportó la angustia del clima, de los insectos que no le daban paz y de esa soledad aterradora que puede sentir alguien que se encuentra en medio del monte. Apenas dio a luz a su primogénito, lo envió a la casa de mi bisabuela, tomó como ejemplo el caso de un bebé – hijo de un mensú- que había sido comido por unas enormes hormigas mientras su madre lo había dejado en la hamaca. La madre de mi abuela tenía una casa en Asunción que, al menos, era una ciudad con las comodidades adecuadas para criar a su hijo. Piíta, el nombre cariñoso que le daba su familia a Francisca, lo recibió con mucho amor, era su primer nieto, lo revisó bien para ver si no había heredado algún rasgo indígena de su yerno y no lo encontró. Mi padre no heredó más que la blancura deslumbrante de su madre, los ojos soñadores de su padre y, al final de la espalda, la famosa cola verde, mancha mongólica que distingue a todos los que tienen algún antepasado indígena
Todos la heredamos, ni mis hermanos, ni mis hijos y mis sobrinos se han salvado de la cola verde, que según dicen las leyes de la herencia, son la marca registrada de los mestizos de blanco con india o al revés y que se perpetúa en sus descendientes.
La historia continúa así, Ángel Manuel Pérez el peruano, que tan bien hablaba, que leía mucho y que prometía darle una buena posición y proteger a su familia, tuvo cuatro hijos con Elvira. La vida, con sus tentaciones, terminó para él al acabar de cumplir los 35 años. Una gran mancha roja quedó en las sábanas, la tuberculosis puso su sello en el lecho matrimonial de mis abuelos y se llevó a Manuel. Elvira quedó con cuatro hijos para criar y educar.

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[Alfredo Bryce Echenique] Jurídicamente culpable y humorísticamente inocente/ Armando Almánzar-Botello

www.elpais.com

El tema de los “plagios” atribuidos a Don Alfredo Bryce Echenique, no puede ser analizado tan sólo desde el punto de vista convencional, entendiéndolos como meras violaciones a los derechos de propiedad intelectual.

Se impone una pregunta de rigor: ¿Qué necesidad puede tener un escritor que ha producido obras de la dimensión de Un mundo para Julius, Tantas veces Pedro, Las obras infames de Pancho Marambio, El huerto de mi amada -por sólo citar cuatro obras de gran peso específico en la literatura hispanoamericana contemporánea-, de “plagiar” una serie de artículos periodísticos, cuya heterogeneidad temática mueve a la risa al recordarnos un catálogo de lectura propio del utillaje hermenéutico de Bouvard y Pécuchet?

Descartada la hipótesis trivial de que el problema está zanjado con decir que Bryce padece “simplemente” de una suerte de cleptomanía intelectual (entidad nosográfica registrada desde hace largos años por la clínica psiquiátrica y psicoanalítica), pienso que se hace urgente por razones heurísticas y humorísticas (¡el chiste y su relación con lo inconsciente!), apuntar en otro sentido para intentar la explicación de tan inmutable y onerosa “desfachatez” literaria.

No negaremos la importancia que revisten categorías psicoanalíticas lacanianas tales como síntoma y sínthoma, para hacernos inteligible el caso de Bryce. Es decir, para permitirnos la intelección de lo que sería desprender, aislar, construir el acontecimiento-sentido en la escritura, como obra humorística lograda, ficción supletoria del Nombre-Del-Padre o chiste sostenido para “la parroquia”, a partir de la economía libidinal prisionera del síntoma cleptomaníaco en su condición de accidente padecido por el sujeto imposibilitado para ligar, con la Metáfora-Paterna, los tres redondeles del Nudo Borromeo (Real, Simbólico, Imaginario).

La obra de ficción de Bryce sería el juego paródico y humorístico que funcionaría en calidad de suplencia lograda (sínthoma que hace lazo social), para una Forclusión del Nombre-Del-Padre cuyo intento fallido de restitución estaría representado por el “plagio” como síntoma o apropiación fantasmática de insignias y rasgos del Ideal-del-Yo. Aquí operaría una cierta lectura contaminante entre Lacan y Deleuze. Por ahora caminamos en otra dirección, menos ardua.

Sin dejar de tener como telón de fondo la problemática analítica que hemos esbozado, entendemos que en su vertiente lograda del sínthoma, Bryce nos está diciendo que vivimos en el universo de las copias, donde el valor de lo singular es patrimonio de unos pocos, (que no son todos los que están, ni están todos los que son: ¡Ay, Enriquillo Sánchez!, desaparecido lucero de estos Lares), donde la celeridad mediática para transmitir información, conocimientos o banalidad light, hace que aquello creído como “propio” sea machos veces, mechas veces, michas veces, mochas veces, muchas veces, un simple ensamblaje de fragmentos “desoriginados” (Barthes), procedentes de otros territorios textuales.

En el zeitgeist post-moderno la escritura citativa, humorística, intertextual, paragramática, polifónica, palimpséstica, ha modificado radicalmente el estatuto del plagio. Barthes decía el “estatuto de la cita”.

Pedro Henríquez Ureña, nuestro “santo laico”, incapaz de cometer este tipo de “fechorías intelectuales” colindantes con el robo y la usurpación de identidades, decía, sin embargo, que el creador tiene derecho a tomar prestado, a utilizar materiales extraños al suspenso vital de su obra en curso; tiene derecho, según Henríquez Ureña, hasta a saquear las obras de los demás, pero sólo si cumple con una condición imprescindible que autorizaría el hurto: transformar radicalmente el material recibido hasta el punto de imprimirle otro decurso en su ritmo-sentido que implique una redescripción de la propia tradición en la que se inserta. (Ver los escritos filológicos y filosóficos de nuestro Gran Maestro).

En el caso de Bryce Echenique, no hay transformación de los materiales recibidos sino mera transcripción literal de los mismos. En este sentido podríamos argumentar que existe plagio, en el sentido vergonzante que ha adoptado esta palabra a partir de cierto momento histórico en el desenvolvimiento de la literatura occidental. (En la Antiguedad y en la Edad Media, por ejemplo, no existía el concepto de plagio: ni literaria ni jurídicamente hablando).

Pero es preciso resaltar que Bryce no “hurta” regularmente obras de ficción, sino simples artículos periodísticos o académicos que casi siempre son mera reproducción inerte de ideas que forman parte del clima espiritual de nuestra época, de una especie de atmósfera de conciencia colectiva contemporánea.

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Noches húmedas, noches de radio/ Lita Pérez Cáceres

www.abc.com.py

Cuando la humedad invade las noches asuncenas y un sudario de gotas
casi imperceptibles se apodera de la ciudad dormida, cubre sus calles
y sus plazas, es cuando también me invade la felicidad. Son las
mejores noches para captar radios argentinas desde este suburbio
asunceno, una de sus ciudades dormitorios: Lambaré.
Permanezco acostada y veo con la imaginación las calles por donde
Julio Lagos, de radio 10, camina o va en un coche, tan lentamente, que
puede acceder a los rincones poéticos y escondidos que tiene esa
metrópolis de los 100 barrios porteños.
Fuí criada en Buenso Aires, donde vivimos con mi familia durante 18
años, tengo tres hermanos nacidos en ese país que siempre acogió a los
parguayos, les dió trabajo y educación. Mi familia regresó luego al
Paraguay, cuando Stroessner dio permiso para que los opositores
regresen y allí comenzó el exilio mío y de mis hermanos. Ahora estamos
totalmente integrados a nuestro país, incluso dos de mis hermanos
argentinos se nacionalizaron como paraguayos, pero para mí, Buenos
Aires es como el paraíso perdido.
Por eso, cuando escucho programas de radios rioplatenses, me parece
haber vuelto, me parece oler el aroma de los bizcochitos de grasa de
la panadería que funcionaba en la esquina de nuestra casa, en Pedro
Morán y Artigas. Creo escuchar otra vez el grito del botellero, aunque
supongo que a estas alturas se llamarán de otro modo y, cuando estoy
muy inspirada, me parece ver esos caballos percherones que tiraban los
carros de los soderos.
Luego de este ejercicio de nostalgia pegajosa, me levanto con ánimos y
aprecio mucho más mi realidad actual. Abro las ventanas para mirar el
follaje, el verde intenso de los árboles de mi casa y la tierra roja
que los sustenta. Soy mitad y mitad – descubro con orgullo- mi pasado
es argentino y, mi presente y mi futuro paraguayos.

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bisiestenario

Amigos del bisiestenario: Aquì les envio la lista completa de los invitados hasta ahora -pueden invitar a quienes quieran- En Argentina el Bicentenario es el 25/5/2010 asì que hasta principios de 2010 hay tiempo para subir textos al blog y hacer algo con eso.

www.reproarte.com/.../0489-0037_la_siesta.jpg
Jean-François Millet – La siesta

Acá va la dirección del blog: http://bisiestenario.blogspot.com/
Cómo funciona esto:
1. Abrir www.gmail.com
2. Nombre de usuario: bisiestenario: contraseña: 18102010
3. Ahí se abre la dirección de mail.
4. En una pestaña aparte, abrir la dirección: www.blogspot.com
5. Hacer clic en NUEVA ENTRADA (rectángulo celeste, al medio de la página)
6. Ahí se abre la página para publicar los textos. En el campo TÍTULO, poner el título a elección de cada uno y el texto en la parte de abajo.
7. Hacer clic en PUBLICAR ENTRADA (rectángulo naranja, abajo a la izquierda)
8. Para visualizar lo publicado, hacer clic en VER BLOG (arriba, derecha)

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La palabra genital de Trilce XIII, de César Vallejo/ Alan E. Smith

4.bp.blogspot.com/.../s320/trilce.jpg

XIII

Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la Sombra,
aunque la Muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.

Odumodneurtse!

Trilce XIII manifiesta un lenguaje erótico que invoca a la vez el cuerpo físico y el alcance simbólico del mismo. En la tradición erótica de la poesía mística y el renacimiento neoplatónico y pitagórico, Vallejo convierte su voz nueva en tema de su propio decir.

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Mapa de música (La poesía de Gloria Mendoza Borda)/ Raúl Rivero

escritores.wordpress.com

La poetisa Gloria Mendoza Borda, nacida en Puno, Perú, en 1948, no se ha propuesto como una tarea estética convertirse en la voz andina de la poesía de su país. Ella es esa voz. Lo es de una manera natural porque respiró ese aire desde que abrió los ojos y aprendió con su madre -una maestra rural- a entender la vida que la rodeaba.

De ahí que mientras otros autores tengan que usar goma de pegar y chirimbolos comprados en quioscos de turistas para demostrar que son autóctonos, a esta mujer le basta con evocar unos pasajes, revisar unas cartas de amor o asomarse a unas fotos para que el poema sea fiel a una cultura que está debajo de los trajes de colores y no necesita tener siempre de fondo la cordillera.

La escritora, de madre quechua y padre aymará, siguió cursos de letras en la Universidad San Antonio Abad del Cusco y luego se graduó en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de Huamanga.

Mediante la utilización de un estilo directo, sin muchos aderezos, con un español austero y bien administrado, Gloria Mendoza Borda inserta, desliza, deja caer con suavidad y sencillez, elementos de las lenguas de sus antepasados que llegan al texto como si el poema no pudiera continuar sin ellos.

En el verano pasado, en la presentación de una antología de poetas peruanos para la revista colombiana Arquitrave, Pedro Granados escribió sobre ella: «Ha sabido aclimatar como nadie en castellano -salvo Vallejo, Arguedas o su conterráneo Carlos Oquendo de Amat- la sensibilidad de la lengua aborigen».

La poesía de Gloria Mendoza Borda tiene una música especial. Las palabras con las que identifica ciertos sentimientos y otras que le sirven para contar historias de personas importantes de su mundo, no tienen momento fijo para aparecer, no hay cuotas ni obligaciones, entran con llaneza en el texto y le dan la identidad y la fuerza que se puede percibir en toda la estructura de sus libros.

La escritora, que enseña actualmente en Arequipa, ha publicado Wilayar, Los grillos tomaron tu cimbre, Lugares que tus ojos ignoran y Dulce naranja, dulce luna.

La cultura de la que vienen sus padres y su familia parece ser para la señora Mendoza Borda una mina a cielo abierto. Una riqueza enorme y pública que está al alcance de todos, pero ella sabe muy bien qué llaves (palabras) son buenas y qué horario es el preciso para apropiarse de unas cuentas piedras de ley. Y repartirlas.
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