TRILCEUNO

Tocar como Vallejo o como la madre que nos parió o como me tocara aquélla que amara con sus senos de goma y sus pestañas de amapolas imperturbables ante el dolor y su piel de ninfa a la segunda potencia de lo acuático y de lo tornasolado y de lo agradecido que va directo a lo que había entre ella y ello cuando rasgo y me desmantelo de una vez porque nada tengo que perder nada he perdido ni nada pierdo salvo el de estar mejilla con mejilla junto con ella y este aroma de cantos rodados de aquella playa desconocida hasta que la hollamos y no somos sino los dioses que jamás habíamos procurado ser sino porque nos conminara el amor por la vida y por la muerte y por la hecatombe de lo que se fue al fondo o ha quedado como sumergido y renuente a mostrarse de alas abiertas y de pechos todavía más abiertos y que mudo recibo de pie o de rodillas o acostado y muchísimo más de lengua que de palabra

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OBRA NEGRA

A R.D.

El sudor
le gana al poema.
La alcantarilla
a mi voz.
Una irregularidad, apenas.
Un terrón de azúcar desconcertado
ante tantísimo eco.
Así el niño que vende,
y la muchacha que compro
ni con palabras
ni con besos.
Poesía de cara a la desconcertante
habilidad de unas serranas
de uñas multicolores
y engominados labios.
El sudor
puede más que la sed.
Porque aquél es secreto y el anhelo
sólo puede mover montañas.
Poco a poco
corto trocitos
que añado a mi licuadora.
A la noche de Santo Domingo
es preciso palanquearla con un fierro
antes de asirla y cortarla bien.
Noche densa y aceitosa que resbala
-como por un embudo-
hacia las nalgas de mi ocasional muchacha.
Muchísimo más negras que su propia cara.

OBRA NEGRA

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Estaciones de Bethoven Medina

A

y celebro el primer día

hasta caer abrazado a la piedra

que encierra las claves del Saber

B

feliz he muerto y recogí azucenas, pensando en ti, Jesucristo

El poemario Éxodo a las siete estaciones (2016), a modo de diáspora o liberación del dolor ontológico de ser pobres, oprimidos o marginados, de Bethoven Medina (Trujillo, 1960), oscila entre estos dos polos (A/ B), del mito amerindio al mito mediterráneo; y, en el interin, hace eco de la mitología de incluso otras cuencas culturales.  Todo lo cual diseña, finalmente, un Jesucristo de piedra y también un Abraham de piedra; es decir, nos pone cara a cara ente el pan-andino y trasatlántico mito de Inkarrí:

Devoto del sol, me arremolino ante la Vida;

Porque sé que después de diez generaciones nos llegó Abraham

cuando pregunto nombres a las piedras,

tiran de mis nervios como cuerdas

Versos al modo de Los heraldos negros (LHN), en “Huaco”:

“A veces en mis piedras se encabritan

los nervios rotos de un extinto puma” (César Vallejo)

También, y esta vez junto a Julio Garrido Malaver (1909-1997), en función de epígrafe a la sección III del poemario que vamos reseñando (“Siete días de la semana”), autor del cual nuestro poeta publicó un estudio este mismo 2024 (Julio Garrido Malaver: poesía y ejes temáticos), asoman nuevamente LHN; aunque ahora aludiendo a la crispación del “no saber” y la consecuente acción de recogerse o “voltearse”:

Y el hombre… Pobre…pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.  (César Vallejo)

Días hay que no llegan/ Por más que lo esperamos/ Con el alma a modo de pañuelo/ Tendido en el camino/ Nos damos vuelta dentro de nosotros/ Y apenas si entendemos/ Que nos duele una pena que ya no/ entendemos… (Garrido Malaver)

En suma, fascinación por la cultura precolombina local, de modo emblemático centrada en Chan Chan, la cual cautivó al Grupo Norte (José Eulogio Garrido, César Vallejo, Alcides Espelucín, etc.), y que de modo más o menos explícito y bajo diversas plataformas –romántica, modernista, vanguardista– se ha proyectado desde los autores de aquella promoción hasta las obras de las siguientes generaciones de poetas liberteños (tema urgente de investigación).

El reto, tal como lo asume en sus “Estaciones” Bethoven Medina,  consistirá siempre en adentrarse y comunicar este legado amerindio, el mito de Inkarrí, del modo menos chauvinista ni nostálgico posibles; y catalizado, de modo simultáneo, con otros saberes y maneras de pensar y sentir del orbe.  La idea es compartir saberes y prácticas, de igual a igual, con el mundo entero. Como sabemos, la ética post antropocéntrica del cuidado, derivada de los mitos amerindios, señala una democracia perfeccionada y del futuro –nunca arcaica ni deficiente– y sin fronteras; tal y cual como tampoco deberían tenerlas los versos que dediquemos, con mayor o menor opacidad, a aquel nuestro gran héroe civilizador. P.G.

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NUESTRO BLOG: SEIS MILLONES DE VISITAS

VALLEJO SIN FRONTERAS: Trilce - Tacora: Retóricas sin nombre (Nueva línea de investigación de VASINFIN)

Trilce – Tacora: Retóricas sin nombre (Relouded)

La idea de esta nueva línea de investigación de Vallejo sin Fronteras Instituto, surgió en el contexto de nuestra tarea docente en tanto profesores visitantes de la UFAC/ Programa de Pós-Graduação em Letras-Linguagem e Identidades (PPGLI), Rio Branco, Brasil; curso, “Humanidades de César Vallejo.  Centenario de Trilce” (sept.-oct. 2021).  En específico, en tanto y en cuanto, mientras en el aula nos familiarizábamos con Trilce, dejamos a nuestros estudiantes una específica tarea:

¿Cómo nos podría servir Glissant para conectar el portunhol de la poesía amazoense con ciertos tonos o cadencias –y a partir de aquí, sentidos, temas, dramas o alegrías– con la del resto del mundo?  Aunque, ciertamente, primero deberíamos encontrar esa poesía  –porque sin duda ya existe (en la rua o en el habla cotidiana)– o “inventarla” catalizando, su oralidad, con Trilce.  Me gustaría traigan a clase algún tono o fragmento de la oralidad del habla que escuchan en la rua y lo conecten a ciertos versos o algún pasaje de Trilce.  Los que hagan esto alegrarán mucho a Vallejo.  Este ejercicio lo publicaremos en el blog; pero, el que gusta, lo puede desarrollar un poco más a modo de trabajo final.

Aunque muy pronto, en tanto docentes, caímos en la cuenta que nuestros estudiantes requerían no sólo familiarizarse con aquel poemario de 1922; sino, dada la complejidad u “opacidad” del mismo y de la propuesta de César Vallejo en su totalidad (Granados 2017), brindarles ciertas claves metodológicas, denominadas aquí “retóricas sin nombre”, a modo de pertrecharlos para llevar a cabo aquella tarea encomendada.  Metodología, como veremos en seguida, no sólo adaptada para leer Trilce, sino también otros “textos” de análoga complejidad; como pueden serlo Tacora (Lima) o el portunhol (“selvagem”) de las calles de Rio Branco (Brasil).  De esta manera, identificamos tres aportes, destacados en negrita, el de Amálio Pinheiro, Doris Sommer y el de este servidor.

Penso [respecto al portunhol selvagem] que pertence a essa tradição da mescla, tão bem mapeada por Granados (Vallejo ao fundo), a poesia hiper-paródica de Juó Bananére (Pindamonhangaba, 1982/ São Paulo, 1933). Tudo que escrevia era num portuliano ítalo-caipira marchetado de elementos regionais e italianismos de todo tipo, com que satirizava todas as figuras e costumes da época a partir de uma ebulição plurilingue em redemoinho de falas, sotaques, entonações, garatujas. Os imigrantes formavam a maior parte da população. Juó expressava essa morfose que ia da cultura à garganta, forma de conhecimento [figura retórica] sem nome ainda. É chamado de pré-modernista no Brasil, mas isso diz muito pouco. Publicou “La Divina Increnca”; tudo que escrevia em todos os gêneros era radicalmente uma trama macarrônico-imigrante. Dizia do sério Ruy Barbosa: “Ri Barbosa”. Exemplo de uma de suas paródias:

“Minha terra tê parmeras

che ganta inzima o sabiá.

As aves che stó aqui

Tambê tuttos sabi gorgeá.

É uma figura que se situa próxima de Oswald de Andrade (que o aplaudiu em vários textos) e do poeta da música popular paulistana Adoniran Barbosa. Pinheiro (2021).

“Mas, entrando en el detalle, creo que el gesto de mi madre tiene que ver con el “secreto”  al  que  se  atienen,  para  sobrevivir,  los  subalternos  de  todo  el  mundo:  “Desde  hace  mucho  tiempo,  en  mundos  ajenos  a  Adorno,  la  gente  ha  sabido  que  su  propia  protección dependería de ser discreta, lacónica, ambigua o reservada con respecto a su identidad” (Sommer 48); y probablemente el gesto de mi madre, en este caso concreto,  resulte  al  menos  doblemente  reticente:  “Para  aprender  a  leer  estos  textos reticentes  habrá  necesidad  de  percibir  los  re-paros.  Tan inesperados como los  rodeos narrativos de Flaubert, las repulsas a la familiaridad deberían producir esas brechas que Gerard Genette describe como figuras retóricas, si las reconociéramos” (Sommer 36)” (Granados 2013: 1-2)

Una tercera figura retórica, aún sin nombre, aunque consecuencia de las dos anteriores, sería la de discreta alegría.  La cual no se confundiría con el reparo o la reticencia porque no tiene que ver tanto con la información (mayor o menor); sino con una condición vital-gnoseológica (cualitativa).  Y, asimismo, tampoco se limitaría, por ejemplo, a la generalizada sátira o constante “carnavalización” de un Juó Bananére porque este proceder es típico de la “mezcla”: Barroco frente a didáctica o Neoclásico; Neo Barroco latinoamericano, requiebro y risa afro añadida a nuestra propias “Soledades”; Neo Barroso del cono Sur, risa desdibujada por onanista teoría francesa; portunhol selvagem, el tupi-guaraní arrojando baldes de agua fría contra aquella teoría porteño-francesa, etc.  No, la sátira (la rebelión, lo contestatario, el desmontaje semiótico a punta de bailar con las más diversas y aclimatadas glosolalias), aunque se le pueda acaso confundir, no es exactamente la discreta alegría de los subalternos del mundo.  Esta última no sería circunstancial ni arbitraria ni aleatoria, sino un convencimiento previo en el locutor frente al destinatario (Ejem. “La cólera del pobre” de César Vallejo); algo “extra” o en exceso de parte de los subalternos, aunque una mirada exterior los perciba invariablemente como sujetos damnificados.  Perspectiva, obvio, que es aprovechada por los propios subalternos para sacar alguna ventaja o circunstancial cosa de provecho.

Ahora, aquellas tres retóricas sin nombre no ameritan las apliquemos sólo para estudiar la oralidad; ni únicamente la poesía culta ni tampoco solamente Trilce.  Más bien, aquellas nos ayudarían a despejar, al menos un tanto, la opacidad inherente al intercambio entre los subalternos y nosotros, los investigadores o curiosos de variada laya: antropólogos, literatos, diletantes del mundo uníos.  Y, precisamente, en este sentido va aquello de “Trilce – Tacora: Retóricas sin nombre”.  Siendo Tacora el mercado de pulgas más grande y antiguo de Lima y del Perú, donde confluye una inmensa y variopinta clase popular o subalterna; y siendo Trilce, en estricto, un poemario escrito en Lima (entre 1918-1921) y publicado en esta misma ciudad (1922).  Libro, además, que es expresión y fervor de lo popular (Granados 2007, 2014) y donde se nutrió de modo muy significativo el lenguaje de César Vallejo.  Por lo tanto, el lenguaje de Trilce y el habla y quehacer de Tacora, poemario y mercado popular, ambos definidos por el reciclaje o la “tachadura” (Ortega), concurren para ser escuchados y analizados aquí bajo aquellos tres recursos retóricos todavía sin nombre.  “Tachadura”, debemos aclararlo, no sólo en el sentido de sustraer y –a costa de hacer más económica u opaca la comunicación– nuestra escritura gane en complejidad e interés; esto último constituiría acaso sólo un aspecto de la “reticencia”.  Si no, y en tanto la relación “cultura-garganta”, en el sentido que Trilce y Tacora interrumpen y reelaboran creativamente –a favor del subalterno– un circuito de dominación, homogeneización y domesticación cultural, en el primero, y asimismo comercial o económica en Tacora.  Estrategias de alegría comunes son las que se acreditan en poemario y mercado.  Se tacha para hacer emerger la palabra propia; la economía informal interrumpe la absurda lógica del capitalismo para celebrar –de modo explícito: se inventa constantemente con la palabra sonora y a cierta hora también se bebe– porque los precios andan nivelados con a las personas y jamás a la inversa. Y, por último, se puede ser feliz allí (Trilce-Tacora) porque tenemos la posibilidad de volver a la infancia: “[el niño, dice Walter Benjamin] se siente irresistiblemente atraído por los desechos” (Oviedo 20); y, consecuentemente: “En esta actividad del niño, o del trapero [o del crítico, o del historiador], todo es anacronismo porque todo tiene la dimensión de la impureza y es en esta donde perdura o, mejor, sobrevive el pasado” (Oviedo 20).  En suma, dedicarse a la historia o también a la poesía implica compartir un derrotero común; y éste es semejante a trabajar con un caleidoscopio casero: “Ese caleidoscopio casero de la infancia. Donde nada era sino la voz de mi hermano Germán insuflando vida a casi nada: trozos muy pequeños de periódico al interior de un cono de cartón sellado con papel cometa” (Granados 2008).  O, en la elaboración de Didi-Huberman: “la importancia teórica del caleidoscopio debe valorarse… en relación al historiador como trapero” (Oviedo 23).  Tacora-Inkarrí-Caleidoscopio, en definitiva, en tanto y en cuanto fragmentos que son más bien “fermentos”.  Juegos que, tal como el cubismo, constituyen radicales cuestionamientos: “Hace añicos el sujeto estable y liquida la estúpida actitud antropocéntrica” (Oviedo 28); y, no menos, juegos que asimismo proponen, mejor dicho, disponen cotidianas y asequibles respuestas: el sol que por la mañanas despierta luminoso y, por las tardes, se oculta punzante desde el poniente hacia la playa.

© Pedro Granados, 2024

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Inkarrí/ Bruno Melo Martins

Bruno Melo Martins y su acogedora Livraria Ponta de Lança (SP)

La pregunta por la poesía peruana, si no la de toda nuestra región, coincide con la pregunta por Pedro Granados.  De qué otra manera podríamos explicarnos el fervor por la vida –entiéndase poesía– que suscita cuando lee sus poemas o cuando explica, por ejemplo, la obra de su compatriota César Vallejo.  Ningún otro poeta que conozcamos plantea el asunto como lo hace Pedro Granados.  La mayoría, desde un empaque de seguridades (entre esto la prensa solícita en captar y comunicar novedades) termina en incertidumbres, soliloquios o descrédito (y desafuero) incluso del pensamiento en sus poemas.  En cambio, en la poesía del peruano, ocurre exactamente lo opuesto, desde un empaque de fragilidad o murrmullo, su texto echa mano de las múltiples dimensiones que somos y entre las cuales nos movemos y poco a poco (segundo a segundo) termina reconstruyéndonos.  Levanta la piedra que somos, la lengua de agua ávida que somos. Vivimos para que nos beban, existimos para la compañía, de antemano somos una orquesta (los estudiosos hablan de una red) de seres que circulan del día a la sombra; aunque  de cara inequívocamente al sol.  Todo esto nos lo hace recordar, mejor dicho, lo sabe encarnar la poesía de Pedro Granados.  Agua volcada de la noria, rueda escapada de la carreta de la poesía actual de nuestro continente.  Bruno Melo Martins (Brasil)

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Vallejo Mendoza/ Paz Varías

Efectivamente, tan temprano como en 1985[1], Miguel Paz Varías (Lambayeque, ¿1950?) acierta en cotejar lo que este autor denomina “modelado” de Trilce con el de la cerámica Moche; sin embargo, “afinidades de construcción” que tampoco llegan a percibir a Inkarrí en tanto y en cuanto, resumimos, encarnado minuciosa y completamente en Trilce.  Por ejemplo, su análisis del poema “Huaco”, central también para nosotros, remite finalmente a la carencia o al “dolor”; aunque, máximo: “de todo ese pesar queda un hilo de luz que es como una esperanza”.  Es decir, si el cotejo de Paz Varías es entre el principio constructivo de Trilce y la cerámica Moche; el nuestro, más bien, es entre Trilce e Inkarrí[2].  Aunque, Manuel Velásquez Rojas, en su reseña al libro de Paz Varías,  interpole por su cuenta el mito de Inkarrí como pertinente a la lectura que este crítico lambayecano establecería en su lectura del poema de Los heraldos negros,  “La araña” (Paz Varías 1989: 64).  En todo caso, no queremos dejar pasar la oportunidad para saludar el talento y el olfato (cualidad sin la cual no se puede ser un buen crítico) de este autor, por ejemplo, al contrastar el famoso “Yo no sé” de Los heraldos negros (1918) con el afirmativo “Yo soy” del poema “Huaco” en el mismo poemario: “Yo soy… va equilibrando el notable peso del Yo no sé que es casi un leit motiv en LHN y T” (Paz Varías 1985: 82).  En suma, agregaríamos, par binario Yo no sé/ Yo soy que brinda una mirada, desde ya, compleja y de ninguna manera unidimencional al libro de 1918; y, además, idea que puede ser muy productiva para el estudio de Trilce y, no menos, de la poesía póstuma de César Vallejo.

Referencias:

Massoia, Bernardo (2013). “Perspectiva metacrítica de los estudios vallejianos en las     últimas décadas (1985-2005)“, en Patiño, Roxana y Calomarde, Nancy (eds.),        Escrituras Latinoamericanas: literatura, teoría y crítica en debate, Córdoba: Alción Editora .

Paz Varías, Miguel (1989). Vallejo. Formas ancestrales de su poesía.  Lima: Ed.            Marimba.

Paz Varías, Miguel (1985). “Trilce y la cerámica Moche”, Socialismo y Participación, diciembre. 77-84.

[1] Artículo de novedosa estirpe cultural-antropológica anterior al trabajo del autor chileno, recientemente desaparecido, Jorge Guzmán, Contra el secreto profesional: lectura mestiza de César Vallejo (1991), reeditado en 2000 con el nuevo título de Tahuashando: lectura mestiza de César Vallejo; e incluso previo al libro del artista plástico y crítico argentino, César Paternosto, Piedra abstracta: la escultura inca, una visión contemporánea (1989).  Y sólo posterior al estudio del peruano, Phyllis Rodríguez-Peralta, Sobre el indigenismo de César Vallejo (1984).

[2] “Este aspecto, que sorpresivamente no se desarrolla de manera acabada en el libro de Paz Varías (1989) será recuperado luego por el estudioso peruano Pedro Granados en su obra Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (2004). Analizando otro texto de Los Heraldos Negros titulado “Huaco”, Granados trae a cuenta aquél mito en su carácter de utopía solar que marca el regreso a una edad perdida en la tierra ancestral de Vallejo: (…) tanto el «Huaco» como la persona poética son «levadura» -‘causa o motivo o influjo’ (Diccionario de Lengua Española)- para que el «sol» aparezca o reaparezca. Si este último fuera el caso, y todo pareciera indicar que lo es (…), ambos serían «fermento» del Inkarry, del mito panandino del retorno al poder del Inca, hijo del Sol que yace por ahora vencido y enterrado” (Massoia 44).

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Vladimir Herrera: Mate de cedrón (1954)

Vladimir Herrera (Lampa – 1950). Tras la publicación de su primer libro de poemas, Mate de cedrón (Lima, 1974), vivió en Lisboa, Roma y París hastya recalar en Barcelona, donde fundo la editorial Auqui, con una imprenta artesanal adjunta. Fue, además, director de las revistas Trafalgar Square y Celos. En 1980, obtuvo una beca del Instituto Nacional de Bellas Artes de México y durante un año trabajó en un taller de poesía junto con Tamara Kamenszain y Alberto Blanco. Es autor de los libros de poesía Mate de cedrón (Lima: 1974), Del verano inculto (Valencia: 1980), Pobre poesía peruana (Barcelona: 1989), Almanaque (Barcelona: 1990), Kiosko de Malaquita (Barcelona: 1993) y la antología Poemas incorregibles (Barcelona: Tusquets editores, 2000). En la actualidad, vive cerca de Urcos (Cuzco).

Granados, Pedro (2017). “Poesía peruana post-Vallejo: de los indigenismos a las opacidades”.  Mitologías hoy, 277-295.

Volumen 15: Poesía latinoamericana desde los años 70: voces interiores y espacios sociales

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