Archivo por meses: mayo 2020

¿Qué pretendía Juvenal Agüero?

Juvenal y amigos en Marcahuasi, hace un huevo de años.

Al modo de Daniel Alcides Carrión, aunque en el área de las Humanidades o de la poesía peruana, Juvenal Agüero se auto-inoculó el virus del anonimato.  Entiéndase, el manejarse sin grupete de amigos o de colegas en esta área y, lógico, lo esfumaron de ciudad y campo.  Corre ya el año 2020 y, al menos en el Perú (su patria), Juvenal es un total desconocido y, en respuesta a esto, debe ganarse tenaz y meticulosamente la existencia.  Objetivo cumplido, entonces.  ¿Qué pasó, qué demostró?  Que la literatura no la hacen los individuos, sino las instituciones por más equivocadas o periclitadas que éstas sean.  Que cuando un determinado autor (si es que esta categoría aún debe permanecer) se adapta o se maneja en consonancia con alguno de aquellos clanes o grupos todo puede ir sobre ruedas; es decir, uno entra en el canon y se coloca en algún punto del partidor.   Pero si no.

Un  desencuentro clave de Juvenal, iba a decir una de las principales fugas en la sinuosa cañería de sus desgracias, se produjo de modo muy puntual.  Corría el año 1994 y a  Juvenal no le agradó en absoluto la poesía de una colega.  No recuerda qué gesto improvisó en la cara; pero éste no le gustó, asimismo   en absoluto, al yerno de aquella poeta, uno de los dueños de El comercio; el cual  le devolvió la mueca elevada al cubo y deletreando, entre bigotes y labios, algo aquí impronuncieble.  Obvio, Juvenal se jodió ante el 80 o  90% de las comunicaciones en el Perú.  Aquella suegra de yerno tan suspicaz y Juvenal, junto a otros dos poetas locales, leían en el “Encuentro con la Poesía Hispanoamericana” organizado por Jorge Cornejo Polar,  aquel mismo año en la Universidad de Lima. Dicho sujeto se  sentaba en primera fila y, para ser precisos,  justo frente al lírico escenario.  Festival de la Universidad de Lima del dramático arrivederchi —sobre una  silla de ruedas– de Emilio Adolfo Westphalen ante un numeroso y compungido público; aunque el autor de Las ínsulas extrañas sobreviviría, gordito y contento, por unos diez años más gracias a las oportunas y múltiples atenciones que le prodigaron en la clínica Maison de Santé (sede Chorrillos).  Luego, ya no con El comercio, sino frente a la ancha base de la pirámide del Perú que constituye la  Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), y no nos explicamos del todo por qué,  Juvenal cayó de pronto tan mal allí.  Hasta el punto que ni compartiendo semejante vaso de chicha morada, con respectivo pan con palta, en análogos kioskos del campus, sus colegas de Letras  –por un par de años (2018-2019) el protagonista de Prepucio carmesí enseñó redacción en EE GG Ingeniería– no lo hubieran invitado siquiera para hablar  de  “Huaco” (Los heraldos negros), poema sobre el que Juvenal era muy elocuente y no menos persuasivo.  Pregunta acaso demasiado extensa para respuesta tan sumaria.  Juvenal jamás acreditó en orientaciones  neo-hispanas ni neo-indigenistas; ni en, programáticamente, pitucas o damnificadas.  Ambas actitudes, creía Juvenal,  atentaban contra el libre pensamiento y la inmotivada alegría; auténtica medida de lo humano, añadía para sus adentros aquel ex vecino del barrio de Breña.  El problema siempre estriba en cuánto, a costa de tanta anuencia, nos vamos cargando de poder y poco a poco transformamos  nuestro complejo, único  y expresivo rostro en una vulgar cara de poto, perdón, de palo.

Por otro lado,  ¿cómo iba la química de Agüero con las actuales hornadas peruanas de escritores o periodistas o curadores o acróbatas de la cultura?  Amnésicas, orgánicas a la hora  del vitute y nerviosas por todo; obvio, soslayaban al arrecho irredento que siempre fuera el del trágico accidente con la cremallera (Prepucio carmesí).  El mismo que –no lo ignoraban– precipitara el deceso del escurridizo beato, Martín Adán, justo en llegando al su postrer domicilio en el hospicio Canevaro (Juan Mejía Baca dixit).   Nada, pues, con los para siempre sub veinticincos ni sub treintas; ni con aquellos que pretenden ser filósofos a la hora de pergueñar sus versos, sin jamás haber aprendido, de modo paralelo y constante, del insondable arte zen de hacer cotidianamente su cama.  Y en esto Juvenal no discrimina entre X e Y.  Mucha barba, la parafernalia de alguno de estos nuevos tabloides, para tan poca quijada.

Chateaba Juvenal hace poco, con alguno de los poquísimos amigos que le quedaban, refiriéndose a V & C  y su ceguera ante Vallejo… mosquitos aturdidos por su propio zumbido y atentos a la venia de los que mueven el asunto en Argentina o en México…  al otro lado del wasApp alguien se cagaba de la risa.  Porque Mingo cada día y cada vez más, y tormentosamente, sabe que es un farsante; como cada uno de los kloakas y, un poco más atrás, cada uno de los canillitas de HZ.  La cuarentena tuvo el mérito de obligarnos a sumir el estómago y despojarnos de lo prescindible, que es casi todo en la poesía letrada del Perú.  Vaya libelo.  Coincidencias, más bien, que compartían de vez en cuando –y de puro aburridos– aquellos amigos.

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Daniel Beteta: Poemas

Navegando entre mis archivos,  cuarentena por medio,  di con estos poemas de mi antiguo ex alumno de algún taller en EE. GG. Letras de la PUCP (no recuerdo las fechas exactas).  Luego, al curiosear por la Net para ver qué hubo de su vida, me doy con la grata sorpresa que –era de esperarse– ha llevado a buen puerto varias iniciativas artísticas, entre literarias y antropológicas, y que no ha menguado su dinamismo ni su exultante creatividad.   Por ejemplo, que ganó unos importantes  juegos florales de poesía en el Perú; que ha publicado varias novelas; que ha liderado un muy interesante proyecto integrador de las artes a nivel de la región (Cuaderno azul); que cultiva o cultivaba un blog desafiante: “la muerte miente”; o que tiene a su cargo, ahora mismo, la primera escuela de ukulele en su país.  Creo, aunque acaso el propio Daniel una vez los vea publicados me desmienta, que estos poemas son inéditos (los pasé yo mismo,  tal como estaban, de word al pdf).  Entre el fervor por Luis Hernández Camarero, lo que en poesía se hallaba de moda en Lima por aquellos años, y su don para mirar y escribir entre pliegues; el legado de estos poemas no es el absurdo, sino, más bien, algo así como una alegría venidera.  Y, por esto mismo, por el afán de compartir dicha primicia –hecha carne ya en nuestro poeta– es que ha necesitado difundirla, repartirla, socializarla por doquier y a través de distintos soportes.   De este modo, desde la lógica del derroche y el gozo, o de unas ciencias sociales a la altura de estas vivencias, es que podemos entender su acertado tránsito o ida y vuelta de la literatura a la antropología.  P. G.

P[1].Daniel Beteta

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OBRA NEGRA

“De tanto quejarnos del aislamiento de la literatura dominicana en el Universo no se sabe quién envió a Pedro Granados, el poeta peruano, a Santo Domingo, por allá por los años 90 del siglo pasado. Granados se encandiló con la poesía y con la gente dominicana y se jodió para siempre, que está preso por la guardiemón”

Clodomiro Moquete (Revista Vetas)

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Vallejo y cierta literatura argentina

Borges
Las “cosas” (anverso sin reverso) del poema “Reliquias” (Los conjurados), de Borges, son semejantes a Trilce LXIX: “anverso/ de cara al reverso”. Es decir, para ambos poetas todo es puro significante; la membrana móvil del mar en Vallejo, o la Penélope ya sin cara –sin mirada y, por lo tanto, sin “reverso”– serían equivalentes.

Cortázar
Probablemente quien mejor ha aprovechado el legado vallejiano –no sólo de Trilce, sino desde Los heraldos negros— es la cuentística de Julio Cortázar. En lo fundamental nos referimos a la manera de aprovechar el oxímoron; el de aclimatar, de modo efímero, y no menos contraponer dos significados en una palabra o frase. Por ejemplo, en “Continuidad de los parques”, aquel principio de yuxtaposición semántica hace posible que, en efecto, estemos al final del cuento ante dos posibles desenlaces: el amante mata a su rival, por pasión, o no lo mata porque, en última instancia, duda de la sinceridad de la mujer, cae en la cuenta de la manipulación de ésta. El mismo título de este relato estaría ilustrando, didácticamente, tal recurso del oxímoron. Aquella “continuidad” no aludiría sólo a la estructura de dos espacios –el del “lector” y el de la “novela” o “cabaña del bosque”– los cuales, juntos, en realidad constituyen sólo uno  y abierto al espacio de cada lector ante el cuento de Cortázar.  Sino también, tal recurso al oxímoron, en la posible hermandad semántica intrínseca  entre los opuestos.

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César Vallejo musical

Mención necesaria y liminar, en este ensayo, merece el famoso artículo de Xavier Abril (“Vallejo, la música, exégesis del poema XLIV de Trilce, el influjo mallarmeano y la crítica”) (Abril 63-91).  Título y palabras claves, a un tiempo, que nos permiten asentir en lo sustancial con aquel talentoso crítico peruano, sobre todo con su postura contra la “incuria ultraísta” o vanguardista según la cual Vallejo –en Trilce— renunció a la música.  Aunque, no asentir, en el focalizado y sistemático fervor mallarmeano que Abril cree entrever en la poesía del autor de Los heraldos negros.  En síntesis, acierta el autor de Exégesis trílcica, cuando percibe aquel  poemario de 1918 en franco “acatamiento rubeniano” o verleniano y, no menos, pleno de “referencias musicales”.  Ni sólo Mallarmé –aquello de que no se trata ya más de “trozos sonoros regulares o versos, sino de subdivisiones prismáticas de la Idea”– ni únicamente la música culta o europea constituyen aquello que satisface a plenitud al “melómano” Vallejo.  Sino que fue también, y sobre todo, la música popular o cotidiana o incluso “mítica” (glosolalias cuyas ondas, según Paul Zumthor, persisten aunque la cultura que las originó haya históricamente desaparecido) a lo que César Vallejo, en lo fundamental, y en toda su riqueza y complejidad, supo prestar oídos.

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Vallejo/Oswald: Trilce antropofágico/ Amálio Pinheiro

O festim antropofágico da Lima de Vallejo era uma mescla dançante e musical que se insemina como pauta sonora em Trilce. Nem os traumas classistas da miscigenação (“Eres cholo y basta”, diziase na Colônia), poderia impedir essa abrupta confluência disonante de vozes populares e versos múltiplos ao mesmo tempo descentrados e compactados, em estado de máxima festa barroquizante. Pedro Granados chega acertadamente a falar “en el baile de jarana que es todo este libro” [2017], a começar pelas entranhas sonoras do próprio título.

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César Vallejo en español selvagem y portunhol trasatlántico

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Se investiga la actual poesía de la región y se perciben dos ejes particularmente presentes y activos; los cuales, además, subterráneamente se tocan. Nos referimos a aquélla en “portunhol selvagem” (Douglas Diegues y otros), en el Cono Sur; y una poesía que podríamos denominar “opaca” (Éduard Glissant), que tiene al español como su traductor o mediador cultural (Julio Ortega) –presente de José María Arguedas a César Calvo– y, no menos, a la obra de César Vallejo –en particular Trilce (1922)– como su explícito o implícito paradigma.

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