Archivo por meses: junio 2009

LA SOLEDAD IMPURA DE PEDRO GRANADOS/ Juan Carlos de la Fuente Umetsu

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De la Fuente

Pedro Granados (Lima, 1955) ha publicado una antología de sus poemas escritos entre 2003 y 2009 bajo el título “Soledad Impura”. Dividido en cuatro partes, el libro transita el encuentro inevitable con la muerte –principio y fin del ser-, la presencia del amor como constatación de la vida, el viaje hacia uno mismo y hacia el mundo, así como el regreso a la poesía como único hogar del poeta, como auténtica patria de la que nunca se fue. Y, además de la que nunca podrá irse.

Desde el inicio, Granados nos habla sin medias tintas, apuntando al blanco y dándonos en el centro del pecho. Su narrativa y sus reflexiones se valen de las ideas como vehículo de contención y de la emoción como una puerta abierta para la sensibilidad, sin límites (quien pueda sentir, que sienta). Un tajo de verdad, de autenticidad, de sinceridad en el punto vital de este reino de las apariencias y de los estados unidos virtuales.

No hay nada político en lo que dice, pero todo es político. Como los herméticos italianos se vale de la poesía para denunciar, pero se asienta más allá de lo panfletario, en la esencia de la poesía, en ese lugar que trasciende épocas como un río perpetuo, y que va recorriendo las diversas realidades históricas a través de un hilo conductor: custodiar la belleza-verdad, cuya peculiaridad es cambiar siempre de rostro: somos uno siempre, y esta es la razón por la que podemos realmente ser todos.

En la nota de prensa que nos invita a la presentación del libro, el poeta Julio Heredia señala sobre Pedro Granados, lo siguiente: “Desde que publicará en 1978 su primer poemario, “Sin motivo aparente”, no ha dejado de producir guiado por una ética de la justicia y una vocación innata por explorar las entrañas de la palabra. “Soledad Impura” es su más reciente aventura literaria y el décimo libro de poesía que publica. Se trata, una vez más, de constatar la realidad mediante la inasible palabra. Nombrar las cosas y el acontecer es aquí otorgarles unas alas que llevan más allá de lo tangible”.

El libro será presentado este miércoles 1ero. de julio a las 7.30 pm en la sala Lumières de la Alianza Francesa por el crítico y escritor Juan Carlos Mústiga y por el poeta Julio Heredia, quien oficia además de anfitrión.

Granados ha publicado anteriormente los poemarios Juego de manos (1984); Vía expresa (1986); El muro de las memorias (1989); El fuego que no es el sol (1993); El corazón y la escritura (1996); Lo penúltimo (1998); Desde el más allá (2002) y, virtualmente, Al filo del reglamento.

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Todo irá mejorando/ Milia Gayoso Manzur

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Cuando vi a las palomas picotear las migajas frente a la catedral, me vino a la memoria aquella mañana fría de Buenos Aires, en esa plaza atestada de palomas y los jubilados dándoles de comer migajas de facturas.
Seguramente tendría algo así como cinco años, o seis a lo sumo y me embelesé observando a esos pájaros hermosos e inofensivos que poblaban los paseos de ese espacio cuyo nombre no recuerdo, como muchas cosas que se han perdido en mi memoria luego del accidente.
Todo irá mejorando, Jorgito, solía decir mamá cuando me quejaba de lo poco que me daba para el recreo o de tener que ir a los cumpleaños de mis amigos con ese vaquerito remendado con un género a cuadros, en las rodillas. Todo irá mejorando, repitió cuando juntamos nuestras cosas, desocupamos la casita de la villa miseria donde estábamos viviendo y nos preparamos para volver a Paraguay.
Hay que reconocer que era una mujer muy positiva y con una voluntad de hierro. Su determinación la alejó de Santa Elena y la llevó a la gran ciudad. Trabajó mucho para enviarles dinero a sus padres y trabajó aún más para ayudar a mi papá cuando éste apareció en su vida, enfermo y sin conchabo alguno. Me llegó a contar que sólo dejó de trabajar una semana en la casa de la familia Pelayo, cuando nací yo.
Estuvo allí hasta dos horas antes de que naciera y apenas días después, me lió en una manta y nos fuimos de nuevo a cumplir con sus obligaciones. Sus patrones la apreciaban mucho y la dejaron tenerme a su lado hasta que cumplí cuatro años y mamá consiguió que una vecina me cuide a cambio de algo de dinero. Solía contar con orgullo lo bien que me portaba en la casa ajena, mientras ella terminaba su trabajo diario.
Casi no recuerdo a papá. Era paraguayo como ella, pero de otra ciudad. Llegó a Buenos Aires también buscando empleo, trabajó como albañil durante mucho tiempo, pero el cigarrillo, la cerveza y el polvillo del cemento terminaron fulminando sus pulmones. Murió a los tres años de conocerse. Creo que la quiso mucho a pesar de no haberle traído más que problemas.
Ella vendió lo poco que teníamos, regaló las chapas de la casita y volvimos en un colectivo cuyo pasaje era mucho más barato que otras empresas, lo cual representaría llegar como seis horas después de lo que normalmente se tarda hasta Asunción. No traíamos demasiados bultos. Mamá prefirió deshacerse de las ropas más feas y traer las más presentables. Me permitió cargar mis discos, mis libros y mis camisetas y mis dos pelotas de Boca Junior.
La vi lagrimear cuando dejamos Buenos Aires. Yo sabía que esa despedida representaba dejar allá no sólo la tumba de papá, en el cementerio de Lomas de Zamora, sino sus sueños juveniles y sus ilusiones. A mí me daba también cierta tristeza dejar a mis amigos, mi barrio y a Florencia, a quien estaba empezando a querer. Pero no podía dejar que ella viniera sola, ¿qué iba a hacer yo solo allá?.
Todo irá mejorando, me volvió a decir cuando partimos de la terminal rumbo hacia su tierra. Me gustaba la idea de conocer a mi abuela, a mis primos, a su pueblo del que tanto me habló.
Estábamos durmiendo cuando sentimos la sacudida. Recién cuando escuché los gritos desesperados de la gente me di cuenta de que habiamos chocado. Me desperté al día siguiente, en el hospital de Resistencia; tenía los brazos enyesados y no sentía una de mis piernas, que se entumeció por los golpes. Pregunté por mamá, pero nadie supo decirme nada. Estuve allí una semana hasta que apareció una persona quien dijo ser Gabriel Pineda, un primo de Santa Elena. El supo del accidente y de la lista de heridos, entonces vino a buscarnos.
Pero ella no sobrevivió. Lloré días enteros y ni siquiera pude enjugarme las lágrimas porque tenía los brazos y las manos endurecidos por la escayola y el yeso. Gabriel me llevó a casa de mi abuela, una anciana que no paraba de abrazarme y llorar. Me quedé allí como tres meses, hasta que me puse mejor y me vine para acá. Yo creo que en Asunción, un muchacho como yo tiene más posibilidades de encontrar trabajo. Mientras tanto, cuido y lavo los autos aquí frente a la Catedral. Al principio los otros adolescentes me miraban mal, especialmente por mi acento, pero ahora ya nos hicimos amigos y compartimos los clientes.
Cada vez que suenan las campanas, y las palomas salen volando hacia el cielo, me repito su frase de que todo irá mejorando, alguna vez.

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100 años de Lunario sentimental

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Luna cíclope (sobre la poesía de Leopoldo Lugones)

Si bien es cierto el yo modernista se inscribe en el paisaje del yo romántico, aunque desmitificándolo; tampoco constituyen un secreto las conexiones entre Modernismo y Barroco, aunque la naturaleza de este vínculo –literario y cultural– quizá esté aún por hacerse . El presente breve ensayo desea contribuir, como una discreta vuelta de tuerca, con esto último. Para tal fin vamos a analizar “La muerte de la luna” que es, en estricto, el último poema de la colección “Lunas” del Lunario sentimental (Buenos Aires: Centurión, 1961 [1909]) de Leopoldo Lugones.

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‘El texto sabe lo que el autor ignora’/ José Emilio Pacheco

kngsuggar.blogspot.com

“Una ensayista norteamericana me envió un brillante análisis sobre cómo la novela Morirás lejos está compuesta sólo a base de fórmulas matemáticas que se ajustan como una suma. No le contesté, no me atreví a confesarle que fui el peor alumno en esta materia y sigo siendo torpísimo”

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Prisionero en la calle/ Juan Carlos Mústiga

Primicia de la nueva novela del autor de A pulmón, Una moral inquebrantable y Manual de pistola automática, entre otros memorables libros de relatos. Prisionero en la calle es, por ahora, un manuscrito extraordinario que aparecerá muy pronto en las librerías limeñas.

Cortesía de Alfredo Sáenz

Introito

“Lejos, aquí, llovía”, se refugió Supervago en el lenguaje. El cobertor de lana y mugre, a esta hora, le era insuficiente:…. “un cielo pequeñito, profundo, solitario”, continuó. No pudo recordar el resto que sabía era lo más importante, “el cielo de tus manos”, porque escuchó el llanto del niño, profundo en su conciencia más que en el simple recuerdo. Pensó, también, en el sol del cual se había alejado y que sabía era el nombre del poema y a la vez un tiempo lejano, tan lejano como el mismo recuerdo y ahora la realidad de su dormitorio y sus cachivaches, “sus vergüenzas”, bajo un puente de la Vía Expresa.
¿Volvería algún día al mundo? pensó. ¿Cumpliría su destino y moriría? ¿Dónde estaría hoy el niño? Ya sería ahora un adulto, se dijo en silencio.

El rostro del niño apareció en un rincón de su memoria. Era flaco, de pómulos prominentes, los ojos achinados medio caídos, y el lacio cabello peinado hacia un costado con una rayita blanquísima, casi azul, como ojo de paloma. Tenía buena voz el niño, recordaba, le gustaba cantar rancheras, boleros, baladas, guarachas que nadie sabía de dónde aprendía y cómo retenía con placer en su memoria; esa “música de viejos” como dijo que le dijeron siempre otros niños, hasta que dejó de andar con ellos y empezó a parar solo; solo y en silencio y con una tristeza que no sabía, creo, de dónde provenía y comenzó entonces también a golpear las paredes con los nudillos, fuerte, cada vez más fuerte los golpes, hasta que se le despellejaron las manos y se le formaron callos, corazas físicas que sentía necesitaba porque parecía que otras no tenía en aquel momento, salvo unas manos de chancho que golpeaban fuerte.
Eso, esas “cosas” recordaba Supervago. Eso y aquel llanto en la oscuridad de la noche que lo hizo descubrirse, como ahora.

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‘Yo soy sólo un inmenso y cruel vacío’/ Inés Cook

http://www.inescook.com/poetry/de_la_soledad_el_misterio_el_gozo_y_la_agonia.html

XXXVI

Yo soy sólo un inmenso y cruel vacío

pura necesidad, sediento anhelo

y usando a la palabra de señuelo

intento así abrigarme de este frío

Pero olvido la Fuente de aquel río

y en mi tonta ignorancia me rebelo

buscando en este mundo algún consuelo

sabiendo que ningún cantar es mío

Pues vacuidad encuentro en todo aquello

que acometo buscando el fiel cariño

Perdida y rechazando toda ayuda

y deseando creer que el mundo es bello

me alejo de mi Madre como un niño

quedándome aquí ciega, sorda y muda

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Hoy este blog cumple dos años

Cortesía J.C.R.Q.

En lo personal, y luego de vivir por casi un par de décadas en el “primer mundo”, retornar al Perú –sin la web– hubiera sido acaso algo insoportable. Focalizada y manipulada la realidad local hasta más no poder, Web contra todos los reducidores de cabezas. Mensurados la vocación y el trabajo por la mera ganancia o el mero arribismo, más Web contra los mezquinos y oportunistas de toda laya. Gracias, entonces, a esta vía gratuita de ida y vuelta. Gracias a los amigos que hemos hecho desde aquí. Y también al resto. Muchas gracias por su compañía.

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Entrevista a “Edgar Artaud Jarry” por su libro Golpeándome la cabeza / Raúl Silva

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CUERNAVACA. La belleza de una mujer fue el primer deslumbramiento que le reveló la poesía a Edgar Altamirano Carmona. Desde muy joven ha frecuentado talleres literarios, como el que impartía el poeta Juan Bañuelos en Ciudad Universitaria a mediados de la década de los setentas. Allí, y en el taller del poeta Alejandro Aura de Casa de Lago, conoció a los infrarrealistas y se hizo parte de ese movimiento telúrico.
Aunque ha escrito cientos de poemas (como lo pueden comprobar en www.ealtamir.blogspot.com) y su obra ha sido incluida en varias antologías, Golpeándome la cabeza es su primer libro y lo publica La Cartonera de Cuernavaca. Para este arriesgado acto que es la publicación de un libro, y fiel a su gusto por las máscaras, el poeta se ha enmascarado con un nombre lleno de reminiscencias literarias: Edgar Artaud Jarry. Este viernes 12 será la presentación, y lo acompañarán sus amigos infrarrealistas: José Peguero, Pedro Damián y Oscar Altamirano. Sucederá en la librería La rana de La Casona Spencer a las 19 horas. Como un preámbulo a ese momento, Edgar Altamirano nos habla de los andamios de su vida y su poesía en la siguiente entrevista:
–Edgar, ¿dónde buscas, dónde encuentras la poesía?
–No la busco, me sale al paso.
–El sentido del humor es un asunto vital en tu poesía. ¿Con qué tanta conciencia o inconsciencia asumes esto?
–La poesía puede ser divertida. No entiendo cómo los demás son tan aburridos. Además parecen enfrascados en hilar metáforas. Esto ya lo hacen las computadoras. Otros se entretienen en las historias de closet, asoman una pierna, un poco de intimidad, y así. El humor y saber contar y sugerir es vital para mis poemas.
–¿Quiénes son tus maestros en cuanto al humor?
–Edgar Artaud Jarry y Edgar Altamirano Carmona. En serio.
–Con respecto al título de tu libro, Golpeándome la cabeza. ¿Qué te llevó a elegirlo? ¿Cómo surgen los títulos (éste y los inéditos), así como de tus poemas?
–Siempre comienzo bien. Me cuesta trabajo concluir un poema. Alguien me dijo que debería escribir un libro de solo títulos. Títulos de libros y títulos de poemas. Se me da por naturaleza. También los inicios. Quizás debería escribir otro libro con puros inicios de poemas. El título es una derivación de un poema que significa mucho para mí. Pero pudo llamarse “Camión de pies”, por ejemplo.
–¿Por qué firmas este libro como Edgar Artaud Jarry?

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Golpeándome la cabeza/ Edgar Altamirano

http://ealtamir.blogspot.com/

Libro maravilloso, el de un sujeto sencillo, aparentemente uno de tantos, pero soberano, elegante ante la vida y la muerte. De esta actitud fundamental brotan la sabiduría y el humor de estos poemas; para no hablar de la carpintería de los mismos, en su aparente simplicidad también, plenos de guiños cultos, lecturas de todo tipo, meditaciones extraordinarias y, sobre todo, cotidiano arte de vivir. De vivir a duo, a trío, en la polifonía misma de la curiosidad por todo y el interés entrañable por todos los demás. Semejante de su lugar y de su tiempo, estos últimos se animan a entrar de verdad en su poesía: inolvidables su mujer, sus amigos y los lugares por donde discurre el yo poético, a veces también un tanto hechizado. Edgar ha cocinado en su marmita con paciencia y, en el interín, se ha cocinando a sí mismo con lentitud. Hasta convertir su obra en el oro que es hoy dentro de la poesía mexicana e hispanoamericana, a mi entender, llena de fuegos fatuos (montados –de la noche a la mañana– por la editorial de moda, subidos a empujones al vagón de la popularidad). Nada de esto ocurre con este libro, felizmente, porque a la poesía –contra lo que pretenden taimados o ingenuos– no se le puede engañar.

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Literatura a cuatro manos/ Pedro B. Rey

Historias apasionantes sobre grandes narradores que hicieron obras maestras y no tanto, deponiendo el ego y la soledad. Una asociación creativa con colegas, editores, amigos y hasta musas. Desde Dumas, Flaubert y Conrad hasta Borges, Bioy y Cortázar

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Un escritor solo frente al papel, la máquina de escribir o la pantalla resulta, para un observador casual, un ente curioso e impenetrable. Pero acaso más curiosos todavía sean los dúos literarios. El tráfico entre un autor y otro debería dejar rastros que expliquen el modo en que se fue conformando la obra, pero semejante tarea resulta inextricable y engañosa. Las colaboraciones literarias (que en ocasiones implican a más de dos personas y se vuelven plurales) suelen contradecir la más elemental de las sumas: en ellas, uno más uno suele dar tres, un texto que ninguno de los autores individuales podría haber dado a luz en soledad.

En Escribir en colaboración (Beatriz Viterbo), volumen elaborado, por afinidad y por programa, a cuatro manos, los franceses Michel Lafon y Benoît Peeters cartografían ese territorio sin desmalezar que la historia de la literatura observa por encima del hombro con prejuicio vergonzante, como si esos textos sólo reflejaran la displicencia del divertimento, la experimentació n calculada o la lisa y llana impostura. Los diecisiete ejemplos que seleccionaron representan, al mismo tiempo, diferentes clases de colaboración: de la fusión simbiótica (los hermanos Goncourt) a los placeres de una escritura mutante (Borges y Bioy Casares), del editor que guía las tramas de su autor estrella (el brillante Pierre-Jules Hetzel con Jules Verne) a la admirativa abnegación (la de Engels frente a Marx), de las elucubraciones psico-filosóficas compartidas (Gilles Deleuze y Felix Guattari) al vértigo de la escritura automática (que trabajaron los surrealistas) .

La colaboración, como recuerdan Lafon y Peeters, fue un recurso natural a lo largo de la historia. Detrás de Homero se escudan seguramente varios aedos y rapsodas; la suma de relatos de diversos orígenes que constituyen Las mil y una noches recibieron en Occidente el aporte de traductores tan distintos como Antoine Galland o Richard Burton; la literatura isabelina fue un frenético caldero de intercambios.

Con su fetichismo del genio, el romanticismo es el acusado de haber establecido una suerte de dictadura del autor único. La literatura es, sin embargo, afecta a las paradojas: el propio romanticismo en sus comienzos dio curso legal a diversas obras en colaboración. Impulsado por su necesidad de recabar obras populares y folklóricas que respaldaran sus teorías, el romanticismo alemán (el romanticismo originario) dio algunos ejemplos, como el de los hermanos Grimm, recopiladores, recreadores e inventores de historias.

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