Archivo por meses: septiembre 2010

Presentación de Poesía para teatro

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Poesía para teatro es el más reciente eslabón en la poética de Pedro Granados, un poeta limeño que se caracteriza por su independencia literaria, su insatisfacción permanente, su rebeldía y misticismo poético. Clasificado a veces como un poeta enigmático, comparte con César Vallejo el uso de un vocabulario propio y muy singular. Su poesía es aparentemente sencilla, con un ritmo entrecortado y sobrio, que captura la atención del lector y pervierte la realidad que le circunda, escribe lo que él ve, con un lenguaje personalizado, directo, sincero, lo cual le ha granjeado enemistades en un país de grandes y auténticos poetas. Leer a Granados, y lo digo por experiencia, es un placer gradualmente creciente, sus poemas aparentemente sencillos, semejan obras de arte labradas con paciencia y oficio; creo que los versos de Granados promueven a la manera de Robert Frost, el individualismo y la inconformidad. Pedro Granados, como Frost, eligió el camino menos transitado y esto hizo la diferencia.

Edgar Artaud Jarry
México

¡Rompe Saraguey!

No creo en gelman

No creo en kozer

No creo en zurita

Menos en milán

Tampoco en otro garcía

Aunque sea montero.

El maquillaje

Los traiciona. La mirada

Los delata.

No son poetas. Jamás

Lo han sido. Su obra

Es un desperdicio del tiempo.

No sus mañas.

Políticos, funcionarios,

Árbitros y racioneros

De la imaginación

Por estos feudos.

Te descuidas y te endilgan

Alguno de sus halagos.

Y entonces,

Escapas de la caverna

De la opinión para figurar

En el entremés como telonero.

Voceadores profesionales

Demiurgos al centavo.

Preferible creer en la antipoesía

Pero no de don de Nicanor Parra.

Creo en Rafael Cadenas

Creo en Alejandra Pizarnik

En varios versos de Javier

Sologuren

Que hasta el día de hoy me acompañan.

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SE ACURRUCAN LOS RINCONES O VALLEJO SIN FRONTERAS/ Manuel Velásquez Rojas

http://www.diariolaprimeraperu.com/online/recuerdos-del-cholo-vallejo_37756.html
Dr. Manuel Velásquez Rojas

El primer acierto del libro de Pedro Granados es su título Vallejo sin fronteras. Verdad indiscutible. Nuestro gran poeta peruano, con sus versos, llega a los países más remotos. Un breve dato ilustrativo. El 27 de abril del 2010, organizado por el Instituto Cervantes de Nueva Delhi, en ceremonia solemne se leyeron, en castellano y en los idiomas hindi y jaipur, textos poéticos de César Vallejo. El profesor de la Universidad Nehru, el doctor Shyama Prasad Gauguly fue el que pronunció la conferencia sobre la vida y obra de César Vallejo, y leyó en castellano, y en hindi y jaipur los textos escogidos de nuestro vate universal. Gauguly, traductor del poeta santiaguino, es un peruanista destacado en el mundo cultural de la India. Vemos, que ya Vallejo llegó a la India, a ser parte de su cultura milenaria. Recordemos que el hindi es hablado por más de 333 millones de indios, y que el jaipur es una de las lenguas oriundas del Estado de Bihar. Y, ahora sí, hablemos sobre el libro que nos convoca esta noche primaveral. Es un libro de artículos con temas variados estructurados por el conocimiento y la pasión vallejiana de Pedro Granados, quien, por cierto, es Ph.D en Hispanic Languages and Literatures por la Universidad de Boston, y ha publicado un libro importante y esclarecedor en la nueva bibliografía vallejiana con el título Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo, que ya lleva dos ediciones, en el 2004 por el Fondo Editorial PUCP, y en ese mismo año se editó por la Universidad Autónoma de Puebla, México. Digo, es difícil establecer una jerarquía en los artículos presentados, pero para mi sentir e inquietud intelectual he escogido dos para analizarlos y glosarlos. El primero lleva por título “Mujer fatal, compañera y madre en la poesía de César Vallejo”; y el segundo “El diálogo Borges – Vallejo: un silencio elocuente”. Ingresemos con mirada atenta y pensamiento abierto al primer artículo. La metodología moderna de presentación del mismo, nos lleva a comprender rápidamente su intención, análisis, y linderos. Como el autor lo dice: “este trabajo pretende mostrar los matices y alcances de la alteridad femenina vallejiana. Es decir cómo el tema de la mujer, presente desde un inicio en la poesía de César Vallejo, nos permite hurgar – creemos que muy productivamente – en la poética e ideología de este complejo autor” (2010:11). Para Pedro Granados el poemario Los heraldos negros sería un libro que ilustra una crisis edípica (o una represión primera) donde la adquisición del lenguaje parte del subconsciente; este fenómeno es más patente en Trilce. Esta crisis edípica representa pasar desde el orden imaginario al Orden simbólico. Los términos del análisis pertenecen a Jacques Lacan (1901-1981), quien redefinió muchos conceptos freudianos bajo las luces del estructuralismo sociológico de Levi-Straus, y el estructuralismo lingüístico de Saussure. La crisis edípica se origina porque el padre rompe la unidad madre – hijo, al prohibir al niño el acceso al cuerpo de la madre. Esta represión primaria, para Lacan, inaugura y desarrolla el subconsciente.

Desglosemos algunos hechos de la vida de César Vallejo. Los biógrafos han determinado el amor inmenso de doña María de los Santos Mendoza Gurrionero para su “shulca” Cesitar. Y todos concuerdan que ella fue la primera en advertir la genialidad del futuro gran poeta. Sin duda, César tuvo una relación edípica con su madre – como todos los niños, según Freíd. Pero esta situación se interrumpe con el desarraigo temprano de César, quien a los 14 años es enviado a estudiar la secundaria en Huamachuco en el Colegio San Nicolás, y al término de estos estudios, 1909; César va a vivir fuera de la casa paterna, en Huánuco, Lima y Trujillo. La sublimación del complejo de Edipo se logra cuando se deja de ser niño y uno se vuelve adulto, las expresiones que demuestran esta nueva situación se dan sin conflictos y como un proceso normal; pero, en algunos esta crisis edipica continúa hasta ser expuesta a los demás, y en el caso de los escritores a través de sus textos. Para mi entender, César Vallejo resuelve su crisis edípica con el cuento “Cera” y con la obra de teatro “Moscú contra Moscú”

Pedro Granados acierta, con agudeza y rigor, cuando clasifica a las menciones femeninas, en los poemas de Los heraldos negros, en el bloque de la “mujer fatal” (versión francesa) que, por cierto, es un residuo de la influencia modernista y de Rubén Darío; y el otro bloque de la “mujer ideal”, que es más cercana al sentimiento del yo poético de César Vallejo. Dentro de este bloque, en mi libro Ojos de venado señalé dos casos paradigmáticos de amor romántico. Veamos. En 1916, César Vallejo sostuvo – en la ciudad de Trujillo, Perú – un amor tierno con María Rosa Sandoval. A la taciturna María Rosa – huérfana de padre y de madre – porque escribía un “Diario”, oculto espejo confidente de sus ansias y ensueños, se le puso el nombre de la noble rusa María Bashkirtseff, autora de un “Diario” famoso que abarcó toda su corta vida. Vallejo leía sus poemas, ella, tocaba, al piano, los valses tristes de Chopin. Pero, un infausto día, su fino pañuelo de batista se tiño de sangre en un acceso de tos. Y el diagnóstico del médico fue terrible: estaba tuberculosa. Alejada de Vallejo por propia voluntad (su enfermedad la sufrió sola sin el sacrificio del amado), y buscando un restablecimiento que no llegó nunca, fallece, por la tuberculosis incurable (en esa época), en un Caserío de Otuzco, en 1918, a los 24 años de edad. Vallejo prefigura este final y lo acerca al cual recuerdo del futuro en el poema “Verano”; escuchemos los dos versos finales: “Ya no llores, Verano! En aquel surco muere una rosa que renace mucho”. Veamos el otro amor romántico. En la casa de Lola Benítez, donde se reunían los poetas y escritores de Trujillo, conoce César Vallejo a Zoila Rosa Cuadra; una bella adolescente de quince años. A Zoila Rosa se le puso el hermoso sobrenombre de Mirto. Surge el romance entre el poeta y la bella. César sufrió mucho, ya que Mirto no correspondía con igual intensidad a su cariño, y muchas veces por ingenua coquetería (quizá propia de sus cortos años) llenábale el corazón de desdenes y desamor. Vallejo triste, y quizá al borde de la soledad del llanto, con otro amigo bohemio pensó evadirse, aunque sea por breves momentos de su realidad amorosa que le era aleve, e ingresar a un paraíso artificial. Para lo cual aspiró éter varias veces, y sintiendo ya los efectos de la droga, tomó un revolver que poseía una bala y rastrillo el gatillo sobre su sien. Esta experiencia tan cercana a un desenlace fatal, en mi opinión, puso fin a la adolescencia de César Vallejo, donde el amor y la muerte eran muchas veces sólo juegos de azar. El soneto “Unidad”, que pertenece a la sección “Truenos” de Los heraldos negros conservó cual magma esta insólita situación vital. Pedro Granados propone una búsqueda de la alteridad femenina, de Vallejo, en sus versos. Estimo que los resultados son especulativos, ya que la creación es sinceridad de un yo poético o la expresión de otro yo, tan sincero como el primero. Estimo interesante consultar la obra, de Otto Weininger (1880-1903), titulada Sexo y carácter, para comprender cuán inasibles son las verdades sobre el sexo en relación a una complementación del otro ser. Un tema propio de la psiquiatría literaria.

El ensayo “El diálogo Borges – Vallejo: un silencio elocuente” es novedoso como tema y propuesta metodológica. Un ensayo rico en hallazgos textuales, opiniones críticas acertadas, y conclusiones ponderadas. El diálogo, a la distancia y sin propósito, se inicia cuando Vallejo, escribe en un artículo: “No pido a los poetas de América que canten El fervor de Buenos Aires, como Borges ni los destinos cosmpolitas, como otros muchachos. No les pido esto ni aquello”, este texto apareció en el Repertorio Americano, el 15 de agosto de 1927, en Costa Rica. Sabemos que Vallejo es muy original en sus temas, procedimientos estructurales, y empleo del lenguaje en sus poemas. Y, por lo mismo es muy exigente con los demás poetas. Ampliando esta posición, escuchemos su palabra: “Hoy, como ayer, los escritores de América practican una literatura prestada, que les va trágicamente mal. La estética – si así puede llamarse esa grotesca pesadilla simiesca de los escritores de América – carece allá, hoy tal vez más que nunca, de fisonomía propia. Un verso de Neruda, de Borges, de Maples Arce, no se diferencia en nada de uno de Tzará, de Ribemont o de Reverdy. En Chocano, por lo menos, hubo el barato americanismo de los temas y nombres. En los de ahora, ni eso”. La cita la he tomado de su artículo: “Contra el secreto profesional”, publicado en la revista Variedades, Lima, 7 de mayo de 1927. Me pregunto: ¿Qué es lo que plantea Vallejo para los escritores de nuestra América? Romper los lazos estéticos impuestos o difundidos por la Europa intelectual. Debemos mirar nuestra realidad social e interior y expresarla con sinceridad, originalidad y belleza propia. Para Vallejo no hay “recetas literarias” o “secretos profesionales”; y, así, como en cierta manera, los surrealistas creaban sus textos poéticos salidos del subconsciente o del azar, vale decir con una metodología prefijada, merecían la censura de César Vallejo. Recordemos su “Autopsia del surrealismo”, texto que desnuda a los surrealistas en ese momento. Hay verdad en lo que sostiene Vallejo, pero la historia colocó a muchos surrealistas en sitios de combate social contra los nazis, y ellos merecen ser admirados por las nuevas generaciones, Paul Eluard, Louis Aragon, Jacques Prevert y otros más, fueron “magias”, combatientes de la resistencia francesa contra las hondas hitlerianas. Vallejo sabe y analiza con rigor el tiempo en que le tocó vivir, y no se equivoca en sus juicios en el momento que los escribe, pero debemos advertir que la vida personal es un proceso finito en la vida social infinita. Seamos correctos con César Vallejo, ya aceptemos sus juicios estéticos y literarios dentro de su propia época: el período de entreguerras mundiales. Pedro Granados, en su ensayo dice que la contestación tácita (o sin propósito de respuesta) fue el soneto “El Perú” de Jorge Luis Borges. Sin duda, más son las diferencias entre Borges y Vallejo, que sus semejanzas. Vallejo está inmerso en la literatura comprometida, y Borges en una literatura sin compromisos. Es interesante señalar que los dos escritores comparados, en su origen o infancia son des-semejantes. Borges ha seguido estudios secundarios en un Colegio de Suiza, que para muchos son los mejores colegios del mundo, y, sin duda los más caros del mundo. Vallejo ha estudiado su secundaria en el Colegio Nacional “San Nicolás” de Huamachuco. Borges es porteño, ciudadano de una de las capitales más importantes de nuestra América, la ciudad de Buenos Aires, con una tradición literaria propia, que Borges va a estudiar y glorificar, me refiero a las poesías urbanas y populares de Evaristo Carriego. Vallejo ha sufrido incomprensiones y ataques a su obra literaria. Borges, por su cultura, fue rápidamente incorporado al movimiento ultraísta español. Vallejo ha sufrido prisión injusta; Borges fue destituido de su cargo de Bibliotecario y colocado como Inspector de Aves, en la dictadura de Perón. Borges era casi un aristócrata, Vallejo concuerda con el marxismo y es republicano militante. Los dos son grandes escritores y merecen el respeto de todos. Borges es un fraseólogo; Vallejo discurre con raciocinio, y escribe poesía con todo su ser. Es interesante recordar una frase de Borges, que dice: “Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe”. Esta frase tiene su correlato real: el año pasado el Ministerio de Cultura ha decretado que el día 24 de agosto se celebre el “Día del lector” en toda la República Argentina, como un homenaje anual al día del nacimiento de Jorge Luis Borges.

Considero que el libro de Pedro Granados, Vallejo sin fronteras, enriquece la ya cuantiosa bibliografía vallejiana, planteando temas inéditos para comprender mejor algunos aspectos de su vida y obra poética. Pedro Granados es un vallejista de reconocido prestigio, su libro, reitero, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo, es ya un clásico entre la crítica vallejiana. Felicito a Pedro Granados por su nuevo libro, que demuestra que su pasión vallejiana continúa ardiendo e iluminando los versos de César Vallejo.

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Semántica en reversa. La hormiga-león o la travesía de un grafema II

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Por Armando Almánzar Botello

A James Joyce
A Samuel Beckett
A Jacques Lacan
A Jacques Derrida
A Haroldo de Campos
A Julián Ríos.
A Rodolfo Hinostroza
A Alejandra Pizarnik
A Oliverio Girondo
A Ti mismo/a, aunque no lo creas…

1

Fijo el yo en su punto atópico: en silencio desayuno disyuntiva oppositorum. Incurable sinthome por Lacan. ¡Y lo digo!, contradictio in adjecto aparente: saber hacer con el síntoma, lluvia, suplencia del nombre-del-padre.

En olvido la mano lo inscribe… letras… deslizo la tenue cortina…
¡Punto y aparte!…

Sereno en atención flotante, lloro, labro en el Libro Sa(n)grado. Miro a veces -bostezo- el fulgor asesino de la pantalla blanca, los mensajes presumidos de mi computador.

Y de pronto tropiezo en la letra; riéndome anciano radiante, analfabeto integral para el miedo, anacoreta muerto…

2

Afásico, agnósico escribe. ¿Agnóstico? Se cree
-ceniza presumida, cadáver- sinsentido luminoso de fruta,
logoteta o tigresa fatal. John Ashbery es mi testigo…

Aprovecho el malestar endiablado en la cultura,
el hambre de vacaciones de algunos cuantos apologistas, y escribe.
Casi casi unos versos apócrifos, bastardos por tan estúpidos, falsos Lawrence Ferlinghetti que plagian impunemente las maniobras del Señor Onán…

Ensamblajes bimembres y burdos de lugares comunes reñidos/ con el bien decir poético absorto en subyecto ignaciano tizón. Son meros lupanares de lexemas en un mall, sintagmas caprichosos del nuevo Discurso del Amo
y su vendimia postmoderna en Alma Máter imperial.

¡Consúltenlo ahora mismo en Google y sus buenos oficios! Mero zapping cibernético de muchachitos cleptómanos. Vocablos procaces pintados de epistémico mico tullido; ímprobo, íncubo, súcubo;
llovizna de harina muy blanca por mis sienes presumidas con ínfulas de fiesta grande mi payaso conceptual. Mas no llego a la llaga en el toldo de mi plástico Circo Perverso, ni a encontrar la poética triste de mi Día de San Andrés.

Gnoseología falsa que simula gran sapiencia. Pantalla de suficiencia.
Falsos perceptos y afectos… ¡Lo peor del hipertexto!
Carnaval trucado en prosodia retorcida y tumularia, en olvido de origen dialógico y genuino sentir popular.

Fractal y tardío el paseo, a caballo por tecno-ciencias, que ofrece a retazos conceptos -a buche, a plumas y a locas-, la impúdica poética esquizo que fluye por la Internet.

Cuidado con la oclocracia corriendo con brete y breteles hacia orinados tesauros de burros creídos uros. El lustre de las letrinas su lustrum latino brilla con la palabra antitética que nos regaló Satán, ¡perdón!, Lacan. Y bajo el sol,
re-escritos, sean todos los animalitos; las plantitas criptógamas tristes, estériles y presumidas, ¡como el Yo!; mas también las fanerógamas, en su heroico laureado patíbulo, en el libro de los proscritos, con su oronda inodora corola ensangrentada y verbal, ¡como él! Mas no perdamos el baile ni la memoria que sangra su oralidad popular…

¡Oh misterio a pleno insomnio de fugaces criaturas!

3

En la postura Zen de mi espera -desértica, vacía, abierta, como un ojo sin ambición de plusvalía simbólica- más allá de humo y esquirlas de imágenes epifánicas, crímenes de lesa lezama/lima/animalidad, rotas por mal letradas en el Taller Febril de la Nada, limpio de lodo palabras y hablo en verdad con otros. Mas con otros que no sean tan sólo un disfraz de Mí.

Muchos juegan sinsentido mas no inventan su sinthome, pues el Nudo Borromeo sólo alcanza sus virtudes de hacer vínculo social, si mantiene unido el trío que Lacan nombra Simbólico, Imaginario y Real.

Saber hacer con tu síntoma y saber hacerlo bien, aunque digan cien escritos
-croando para que crean- que jugar con la sapiencia es mera glosa tardía y perversa eru-dicción.

Precisamos ya decir que lograr con la suplencia sumar en un vendaje a 2 un redondel, y así llevar a 3 el nudo que sostiene metonímico el objeto vacío pero real, sólo evita el autismo de chupar con tu ventosa los fonemas del enjambre y las letras de lalangue; sólo impide con el lazo topológico de 4 la rotura de la caja provisoria de juguetes -¿Caja de Pandora?-, armazón de “n” semblantes que llamamos realidad.

Absuelto está que cite con mi voz de los 70’s: “Hay un solo teorema de luz irresoluta: mi propio espacio en llamarada”, dijo la hormiga-león.

“Una sola trenza es el enigma: mi escritura cargada de tridentes y de brújulas”.
“Agua padre como espejo sin azogue que desnombra/ tu semblante sin saberlo”, dijo la hormiga-león.

“Aduce con sadismo sus artritis mi escritura/me calcina con su lágrima alfabética silente”, dijo la hormiga-león.

Felicidad sin ilusión:
el poema ya está dicho y busca un pueblo que lo escriba…

4

No te hizo tu grafía por eso el gran esquizo, poseso de un acto febril de creación, siniestro en el exceso… No la obra todavía montada en este trípode. Pues cada arte sueña en su agua más hermética, lúcida,
-semiosis de su campo en su particular hacer- dicción y estructura, su travesía de hormigas, el choque grafemático que gruñe los fonemas, materia cacofónica, semántica en reversa, y un chorro de restancia en diseminación.

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TRILCE Y LAS MULETILLAS DE CANTO/ Miguel Pachas Almeyda

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Persuaden de manera legítima las palabras de Antenor Orrego cuando advierte que, para conocer la grandeza del autor de Trilce, debemos recurrir a sus raíces, es decir, Santiago de Chuco, Trujillo, y sobre todo –enfatiza– en Lima, ciudad “donde forjó y troqueló su voluntad de artista en pugna titánica con el sufrimiento y la incomprensión ambientes” (Orrego, 1989, p. 35). Es éste ángulo que avizora Pedro Granados en su última entrega titulada Vallejo sin fronteras, para demostrarnos –más allá de las múltiples interpretaciones cronológicas de la poética vallejiana–, la feraz contextualización de la vida y obra de aquel hombre y sus circunstancias, en la cosmopolita y excluyente Lima de los años veinte.

Vallejo sin fronteras, es un decágono ensayístico que mueve sus aristas en la compleja dimensionalidad del poeta santiaguino. En ella encontramos diversos estudios que van desde el análisis del rol de la mujer en la poética vallejiana, hasta una pausada y emocionante caminata del autor por los corredores, el patio empedrado y los poyos –retrayendo versos y visualizando huellas ausentes y presentes– en aquella casa que vio nacer a César Vallejo; pasando por una interesantísima propuesta sobre el origen de Trilce como muletilla de canto y adorno del baile de jarana; un inquietante acercamiento que navega entre coincidencias y divergencias entre Borges y Vallejo; y , finalmente, el rol preponderante e indiscutible de la tenaz esposa del poeta: Georgette Vallejo.

Granados brinda especial relevancia en su estudio a los alcances de la tipicidad andrógina en la poética vallejiana. Verbigracia de elocuencia en este rubro, Vallejo escribe:

Amada! Y cantarás;
y ha de vibrar el femenino en mi alma,
como en una enlutada catedral. (Yeso, LHN)

o
Y hembra es el alma del ausente.
Y hembra es el alma mía. (Trilce IX)

El autor de Vallejo sin fronteras, considera que esta “alteridad femenina vallejiana” no solo tiene que ver con la identidad sexual del poeta, sino que, necesariamente se encuentra circunscrito en el rol preponderante del oxímoron, tan característicos en su segunda obra del año 22.

Asimismo, Trilce, es el giro lingüístico que ha despertado una de las más avivadas flamas en la exégesis vallejiana, y por supuesto, el misterio se agiganta para el común de los lectores. Desentrañar las claves de su origen, ha determinado que, muchos de los estudiosos hayan recurrido al análisis semántico para encontrar una posible respuesta. He aquí algunas de las propuestas que me permito anotar: según el precio de la obra –3 libras– que daría lugar de tres, tres, tres…trisss, trisess, trilsss…Trilce. (Coyné, 1968, pp. 126-127); Juan Larrea, por su lado conjetura “Así como de duplo se pasa a Triple, de dúo a trío, de duplicidad a triplicidad, Vallejo sintió oportuno pasar verbalmente de dulce a trilce” (Aula Vallejo 2, p.242); Roland Forgues, a partir del verso del poema XXXII: Tres trillones y trece calorías; asegura que “en la cadena hablada de dicho verso, está contenida la palabra “trilce”. (Caminando con César Vallejo, 1988, p. 139); y, finalmente, hasta el nombre de una flor ya extinta de los valles interandinos (José A. Mazzotti, 2006, p. 98ª. Cf. Marco A. Denegri, 2009, p. 85). Dejando atrás estas perspectivas, Granados postula con alcances innovadores que, la raíz fundamental o germen de este neologismo –complicado para muchos, misterioso para otros y carente de significado para el mismísimo poeta santiaguino–, se encuentran en los entresijos de las muletillas de canto y adorno del baile de jarana limeña.

Ahondando en los argumentos de las fórmulas, Granados considera que de acuerdo a los datos consignados por uno de los biógrafos más importantes del poeta, Juan Espejo Asturrizaga, (yo agregaría, además, a decir de Antenor Orrego), Trilce fue escrito en su mayoría en la capital peruana, mucho antes de los aciagos sucesos ocurridos en los años veinte en su ciudad natal. Habiendo Vallejo vivido en Lima de manera casi consecutiva desde 1918 -23, y a decir de Pablo Guevara, un total de cinco años y medio en una ciudad que, “nunca le asimiló, nunca lo intentó mucho menos lo admitió o puso a prueba o le tuvo mayores consideraciones…”. (Granados, 2010, p.44); ello no impidió que el poeta se enfrascara, necesariamente, en las costumbres cotidianas capitalinas, así lo certifica Espejo Asturrizaga: “César Vallejo bebía con frecuencia, jaraneaba e iba ocasionalmente a fumaderos de opio y a casas de tolerancia; “No pudo, pues, escapar a ese snobismo importado que, en aquellos días, imperó entre escritores y periodistas”.

“La clave de Trilce, es la bohemia. Y encontramos en ella un muy posible y sugestivo antecedente de Trilce como ‛término o muletilla’, a manera de (‛Tri la’)”–afirma Granados. Bohemia vallejiana relacionada con la música criolla (en especial, la marinera limeña y específicamente, la marinera de capricho), en cuyos estribillos –que figuran como complementos inagotables de especial armonía al final de los compases y que brinda a la marinera limeña, según Llórens y Santa Cruz, el característico “remate de resbalosa y fugas”–, anuncian en el “Tri lalala”, la fuente que inspira a Vallejo la estructuración del neologismo. Veamos un ejemplo que ilumina la propuesta granadina.

Mándame quitar la vida
(Marinera)

Mándame quitar la vida, andar andar
Tri lalalalala
Tri lala si es delito
el adorarte (Bis)… (Santa Cruz 53)

Granados, considera que Vallejo no solo ha navegado con su más preclaro sentimiento e interés en el epicentro de su Sierra de mi Perú, sino “en el mestizaje y modernización de la Lima” de entonces. Luego, culmina lanzando al ruedo literario, una moneda cargada de inquietudes: investigar el rol de lo afroperuano “sin el cual no es posible la marinera y tampoco este poemario [Trilce]”

En fin, asistimos, pues, a la apertura de un interesante panorama que nos brinda el poeta y escritor, Pedro Granados. Propuesta que genera, indudablemente, grandes expectativas en la comunidad vallejiana, por conocer más de cerca las influencias que recibió Vallejo en la Lima de entonces, para crear una obra de singular originalidad que rompió los cánones establecidos: Trilce – 1922, cuya estética solo la historia ha sabido valorar en su debida dimensionalidad.

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La flauta mágica/ a.ajens

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Reynaldo Jiménez acaba de publicar una tan arrojada como odisíaca traducción de Galáxias de Haroldo de Campos, junto a una selección de entrevistas y escritos tardo- y/o transconcretos (de nota Transluciferación mefistofáustica: contribución a la semiótica de la traducción poética, y Tradición, traducción, transculturización, historiografía y excentricidad). En “Nota bibliográfica”, Reynaldo confirma que al momento de su muerte el autor de Galáxias dejó en suspenso una translucinación de Nezahualcóyotl (o de quienquiera que fueran la manos que se encubrieran bajo ese nombre, en una multisecular tradición de “reiteración transcreativa” habría dicho de Campos, de la cual apenas tenemos noticia gracias a la labor de Garibay y León Portilla, entre otros) del náhuatl

como tantos y a la vez tan pocos, en la estela del proyecto de Mallarmé, Galaxias trata (carnavalera y paródicamente por momentos, grave y cuasi-religiosamente en otros) con el Libro, con el libro total secularizado, que es a la vez ilusión de disolución del lapso entre “vida” y “obra”. Como el Ulysses dublinense-mediterráneo, como La nueva novela de Martínez, Galaxias moviliza saberes enciclopédicos de nunca acabar, confesando de paso algo así como una transcreación excéntrica de los cantares de Ulises en la lengua de Fernando Pessoa, de Camões y de Guimarães Rosa, que no es, se habrá barruntado, ninguna lengua, ninguna lengua una o enteramente unificable sino un “singular plural”, tal Galaxias

Galáxias se dan como proyecto, subraya su autor en un texto de 1992 incluido en estas Galaxias/Galáxias — proyecto, por de pronto, en vistas a situarse en “la frontera entre prosa y poesía” (y, en efecto, el poema haroldeano a ratos hace vacilar distinción tal al operar a través de versos-frases y des/encabalgamientos de toda laya), aunque, a la postre, confiesa, “el polo poético termina por imponerse al proyecto” (op. cit., p. 123). Y aquí el “polo poético” viene no sin problema o proyecto de problema a ser identificado con la imagen: el polo poético es el polo de la imagen, reitera, en suma, diferencialmente de Campos, siendo la imagen entendida aquí como vislumbre o llamada de lo “epifánico”, de la súbita revelación plena: “… la imagen acaba por prevalecer, la visión, la vocación de lo epifánico” (idem). Singular reiteración (escritura) creacionista, ultraista y aun surrealista podríamos decir, y no por nada el concretismo, al menos el impulsado por el lote de Noigandres, es parte activa de la vanguardia y, como el mismo Haroldo de Campos lo dice por ahí, traducción creativa del modernismo antropofágico más temprano sino de una plurimilenaria tradición “visionaria”. Que la imagen, la imagen epifánica, constituya el alfa y omega de la trazadura poética lo desmiente generosamente esta traducción de Galáxias, de Reynaldo Jiménez, amorosamente entreverada en los pliegues, sudores, tactos y contactos entre lenguas. En otras palabras: como el Coup de dés desmiente a Mallarmé, Galáxias desmiente maravillosamente el proyecto de Haroldo de Campos. Y “desmentir” no es aquí refutar ni menos decir a alguien que miente (es una de las acepciones que trae la tan Real como Irreal Academia de la Lengua Española en la última edición de su Diccionario) sino darle suspenso, dejar en suspenso (“suspense” dice Haroldo de Campos en el texto ya citado), diferir o eyectar temporalmente el pro-yecto dicho, el dicho proyecto… de fin a comienzo:

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Carta de repudio de Mario Vargas Llosa a ‘triquiñuela’ antidemocrática

reciclame.net

Excmo. Señor Dr. Alan García Pérez
Presidente del Perú
Lima

Señor Presidente:

París, 13 de setiembre de 2010

Por la presente le hago llegar mi renuncia irrevocable a la Comisión Encargada
del Lugar de la Memoria cuya Presidencia tuvo usted a bien confiarme y que acepté
convencido de que su gobierno estaba decidido a continuar el perfeccionamiento de la
democracia peruana tan dañada por los crímenes y robos de la dictadura de Fujimori y
Montesinos.

La razón de mi renuncia es el reciente Decreto Legislativo 1097 que, a todas
luces, constituye una amnistía apenas disfrazada para beneficiar a buen número de
personas vinculadas a la dictadura y condenadas o procesadas por crímenes contra los
derechos humanos -asesinatos, torturas y desapariciones-, entre ellos al propio
exdictador y su brazo derecho. La medida ha indignado a todos los sectores
democráticos del país y a la opinión pública internacional, como lo muestran los
pronunciamientos del Relator de la ONU, la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos, la Conferencia Episcopal, la Defensoría del Pueblo y representantes de
numerosas organizaciones sociales y políticas, entre ellos algunos congresistas apristas.
Coincido plenamente con estas protestas.

Hay, a mi juicio, una incompatibilidad esencial entre, por una parte, auspiciar la
erección de un monumento en homenaje a las víctimas de la violencia que desencadenó
el terrorismo de Sendero Luminoso a partir de 1980 y, de otra, abrir mediante una
triquiñuela jurídica la puerta falsa de las cárceles a quienes, en el marco de esa funesta
rebelión de fanáticos, cometieron también delitos horrendos y contribuyeron a sembrar
de odio, sangre y sufrimiento a la sociedad peruana.

Ignoro qué presiones de los sectores militares que medraron con la dictadura y
no se resignan a la democracia, o qué consideraciones de menuda política electoral lo
han llevado a usted a amparar una iniciativa que sólo va a traer desprestigio a su
gobierno y dar razón a quienes lo acusan de haber pactado en secreto una colaboración
estrecha con los mismos fujimoristas que lo exiliaron y persiguieron durante ocho años.
En todo caso, lo ocurrido es una verdadera desgracia que va a resucitar la división y el
encono político en el país, precisamente en un periodo excepcionalmente benéfico para
el desarrollo y durante un proceso electoral que debería servir más bien para reforzar
nuestra legalidad y nuestras costumbres democráticas.

Pese a haber sido reñidos adversarios políticos en el pasado, en las últimas
elecciones voté por usted y exhorté a los peruanos a hacer lo mismo para evitar al Perú
una deriva extremista que nos hubiera empobrecido y desquiciado. Y he celebrado
públicamente, en el Perú y en el extranjero, su saludable rectificación ideológica, en
política económica sobre todo, que tan buenas consecuencias ha tenido para el progreso
y la imagen del Perú en estos últimos años. Ojalá tenga usted el mismo valor para
rectificar una vez más, abolir este innoble decreto y buscar aliados entre los peruanos
dignos y democráticos que lo llevaron al poder con sus votos en vez de buscarlos entre
los herederos de un régimen autoritario que sumió al Perú en el oprobio de la corrupción
y el crimen y siguen conspirando para resucitar semejante abyección.

Lo saluda atentamente,

Mario Vargas Llosa

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[Y las cosas algunas]

santiagodelrio.wordpress.com

Y las cosas algunas
Y la tinta que corre
Y regreso al papel
Mi papel
Mi rosa encarnada
Jugarme
Entre estos entrecortados
Minutos
Clavados sobre la hoja
Con una cabeza
Aún más grande que esta habitación
Y unas manos gigantes
Separando, una,
Distribuyendo los naipes,
La otra.

Si muero ahora, si no respiro
Previa una bocanada
De perfume
Previa una mirada
A mi rosa
Previo el cielo más ancho
Aún que mi cara
Y que mis manos
Afanadas
En poner el último leño
En poner la última letra
A la boca del fogón

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Celuzlose 06

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NESTA EDIÇÃO

Entrevista
Rodrigo Garcia Lopes

BR.XXI – Literatura Brasileira Contemporânea
Ademir Demarchi
Adriano Lobão Aragão
Beatriz Bajo
Celso de Alencar
Eduardo Jorge
Micheliny Verunschk
Nicole Cristofalo
Wanderson Lima

GEO – Literatura sem Fronteiras
Jesús Ernesto Parra (Venezuela)
Julien Burri (Suíça)
Melcion Mateu (Espanha)
Pedro Granados (Peru)

Caderno Crítico
Breve história da literatura basca – por Fábio Aristimunho Vargas

O que é poesia?
Edson Cruz (Organizador)
André Ricardo Aguiar
Lau Siqueira
Linaldo Guedes

BIO – Vida & Obra
Lorenzo de´ Medici – por Dirceu Villa

LÚCIDA RETINA – Poesia Visual
Guto Lacaz

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Rosas de Madrid/ Milia Gayoso Manzur

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El estaba comiendo una naranja, comiendo hasta la pulpa, trocito a trocito, como un niño que acaba de encontrar un trozo de chocolate. Yo leía a Neruda, o lo releía, una de las tantas veces, mientras tomaba de nuevo un café para esperar a que llegara María Antonia.
El me sonrió, con su boca manchada de pequeñas gotitas. Tuve que corresponderle porque era muy amable. Tenía la mirada más dulce que había visto en mi vida, incluso más que la de Juan Ignacio que es tan gentil y todo el tiempo está tratando de agradar a los demás.

Se cayó un jazmín seco del libro y él saltó hasta el suelo, para agarrarlo, antes de que se perdiera bajo los pies de alguien o el viento se lo llevara lejos. Lo tomó con suavidad y me lo entregó como quien agarra un diamante. Gracias, le dije, sonriendo nuevamente y agarrando el pequeño gajo seco de la flor. ¿Qué flor es?, preguntó con su acento tan español. Es un jazmín, le dije. Me gusta poner flores entre las hojas de los libros, le expliqué.

¿Lo puedo oler?, preguntó y le dije que ya había perdido la mayor parte de su aroma porque llevaba allí bastante tiempo, pero le alcancé otro gajo con tres pequeñas flores amarillentas pero hermosas, para que los guardara de recuerdo. No se por qué lo hice, quizás porque me halagaba que alguien se interesara por algo tan pequeño pero importante para mí.
Creo que se sorprendió mucho con el presente. Se lo colocó en la palma de la mano y cerrando los ojos trató de capturar su antiguo perfume. Se lo agradezco tanto, dijo y volvió a su mesa. Colocó mis jazmines entre los papeles guardados en su maletín y volvió a tomar su naranja.

Yo regresé a los ?Versos del capitán? mientras esperaba que llegara mi amiga. Comenzaba a atardecer en ese café madrileño, mientras los minutos pasaban plácidos. Era primavera y yo me encontraba ensimismada en los versos cuando sentí que se sentó a mi lado. Dijo que le gustaría regalarme una rosa para que la guardara entre las hojas del poemario, si es que eso no me ofendía. Sonreí, me gustaba la idea. Había visto las rosas de España en los jardines de las casas y en los puestos de venta, y me quedé maravillada de su tamaño y belleza. Si, me encantaría, le dije. Entonces me pidió que lo esperara un momento, que no me fuera aún.

Un rato después llegó María Antonia, con un montón de regalos para mis hijas. Mira, este es para Macarena, dijo, mostrando unos pendientes de perlas y pequeñas piedras. Esto para Leticia, ¿le gustan los brazaletes?, y a las mellicitas les traje estas muñecas, ¿no son una monada?. Revisamos cada regalo, tomamos café, charlamos sobre todo lo que podiamos abarcar en ese espacio de tiempo, atropellándonos con las palabras y con las emociones.

Entonces él volvió. Tenía una rosa color té en las manos, una sola enorme rosa, cuyo perfume tomaba todo el aire. Gracias, le dije, y apreté la flor contra mi pecho. María Antonia me miró sin entender qué pasaba. Yo tomé uno de mis propios poemarios, que había traido para dárselo a mi amiga, incluso, ya estaba dedicado a ella y se lo entregué. Lo tomó con las dos manos, nos saludó con una gesto y se marchó. Con la rosa, había dejado una tarjeta. Mi amiga me preguntó de quien se trataba, le expliqué que no lo sabía y le contè lo ocurrido. Guardé la tarjeta en mi billetera, en medio del mar de papelitos, carnets y recibos. Continuamos charlando durante dos o tres horas, sin parar, riendo, contando anécdotas, llenándonos de recuerdos.

Volví a Paraguay al día siguiente, con mi rosa apretada entre las hojas del libro y su sonrisa guardada en algún lugar de mis recuerdos.
Pasaron unos meses y encontré su tarjeta: Pedro Eduardo Jovellanos. Era el alto ejecutivo de una consultora, y me había dejado sus coordenadas en ese papel, con un gracias por los jazmines, escrito con tinta negra. Tuve el impulso de enviarle un e-mail, pero volví a guardar la tarjeta en el mismo lugar? Un mes después, un carterista me despojó en la calle de mi bolso y todo lo que tenía adentro. Entonces perdí para siempre la posibilidad de reencontrarlo.
?????????.
Acabo de volver a Madrid, después de cinco años. Hace cuatro meses que murió Juan Ignacio y aún no puedo reponerme. Lloraba todo el día y ni siquiera la presencia de mis hijas lograba sacarme de la depresión, entonces mi médico sugirió que hiciera un viaje, a un lugar donde me sentiría bien. Y elegí volver a España, a Madrid, para caminar por Cibeles y mirar las rosas, para sentarme en algún café y quizás reencontrarme con María Antonia y volver a hablar sobre esa ciudad donde ella vivió varios años con su familia, para contarle sobre las cosas nuevas y las que no han cambiado de Asunción, como sobre los lapachos rosados que a ella le fascinaban.

Entonces pensé en él, y tuve ganas de llamarlo, pero ya no tenía su tarjeta. Pregunté al conserje del hotel sobre a qué número de la telefónica podría llamar para conseguir un dato. Me lo dio. Llamé y le dije al operario, que todo lo que sabía era que se llamaba Pedro Eduardo Jovellanos y que vivía en la zona de Las Rosas, de Madrid. Me encontre al otro lado de la línea con una persona muy amable, servicial? me indicó que con ese único dato era difícil, pero que esperara un rato? Tengo tres personas con ese nombre, me dijo al rato y me dio los números.

Marqué uno de ellos y me dijeron que se encontraba de vacaciones en Marbella, Marqué el otro y me respondió un anciano muy afectuoso que insistía en querer conocerme, y luego, la tercera posibilidad. Me atendió una mujer y pregunté por el ingeniero tal, al que supuestamente le traía recados de parte de unos consultores paraguayos. Tuve mucha vergüenza porque imaginé que sería la esposa y me sentí una traidora. Ella tomó el mensaje y dejó el número del hotel donde me hospedaba.

Salí a caminar por la ciudad, para tratar de recordar los lugares donde había estado la vez anterior, con ese grupo inolvidable de escritores latinoamericanos. Caminé varias cuadras, llegué hasta Casa de América y me senté a tomar un café mientras decidía adonde ir, para tratar de aplacar la tristeza enorme que me cercenaba el alma. Me puse a escribir mucho tiempo, como no lo hacia desde que murió Juan Ignacio. Lloré, escribí, lloré? la dependienta me acercó varias servilletas más y me trajo un vaso de agua sin que se lo pida. Agotada, volví al hotel.

El conserje me dió varios recados. Todos eran de él. Pedro Eduardo Jovellanos llamó a las 14,30, las 16,10, a las 18, dice que la volverá a llamar o que usted lo ubique en este número. Me acosté a dormir y a pensar en Juan Ignacio y en esa muerte absurda que lo separó de nuestro lado para siempre. Extrañé a las nenas y me dormí con sucesivas pesadillas.

A las 8 me despertó el teléfono. Era él. Reconocí su voz y su sonrisa al otro lado de la línea. Me preguntó si podrìamos tomar un café. Nos encontramos a las tres de la tarde, en el mismo lugar donde nos conocimos cinco años atrás. De nuevo era primavera en Madrid. Yo llevé un libro mío para regalarle, la novela sobre la indígena que se casó con el conquistador español y le dio nueve hijos. Adentro tenía varios jazmines.

Me esperó con un ramo de rosas amarillas? ¿Còmo sabías que me gustan de este color? Le pregunté, aún antes de saludarlo. Porque hace cinco años que leo tus escritos en Internet y todo lo que se escribe sobre ti, me dijo mientras me ofrecía una silla. Le dí el libro que le había traido y me contó que su hermana, la que atendió el teléfono, era una apasionada de la historia americana.

El ya sabía lo de Juan Ignacio, y presentía que alguna vez yo volvería a Madrid, o lo llamaría desde Paraguay, para que fuera a buscarme.

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