(para George Floyd)
Com o sangue
encharcado de revolta,
tingi os muros da cidade,
atingida por implacáveis vírus,
governantes mórbidos
e marchas neofascistas.
Há um vazio nas ruas,
vazio do medo
que isola abraços
e libera humanimaldades
Na tela da TV,
o abismo fita meus olhos fundos.
Sentada na calçada do chão,
uma jovem tariana
esmaga sua cabeça
na indiferença do Delphina Aziz,
o frio hospital de referência
da abandonada Manaus.
Nesses dias plúmbeos,
enquanto um cínico capitão passa a cavalo,
pás mecânicas nos soterram com os corpos mortos.
Debochado, ri o capitão,
brincando nos lagos do planalto central,
enquanto caminhões frigoríficos nos congelam nas filas de espera.
Nesses dias plúmbeos,
(im)potentes enfermeiras (re)humanizam nossos corpos anônimos
George Floyd,
tua esmagada voz
esmaga fronteiras e (in)consciências.
Eu não consigo respirar
Eu não consigo respirar
Eu não consigo respirar
02/06/20: Literatura digital: prácticas creativas y procedimientos en la literatura latinoamericana contemporánea
Anahí Ré, José Aburto (centro) y Luis González
Luis Felipe González, “Poemas en clave twitter: @poetatuiteame y @Elhombredetweed. Aportes a la poesía colaborativa”. Universidad Santo Tomás, Colombia.
Poesía en clave de twitter, redes sociales y otras plataformas digitales. Importancia, otra vez, de la forma (como en la poesía concreta). J.L.Borges como horizonte de expectativas: toda la literatura no son más que tres o cuatro metáforas que repetimos y combinamos. Una aplicación fue, por ejemplo, la interconexión entre twitter y reggaeton (sus letras románticas o pegajosas) para incentivar la lecto-escritura en el aula.
Pregunta:
-Cuando trabajamos con la gente en los talleres de creación literaria–en aras de romper el yo clasista y autoritario, e ir ejercitándonos en una democracia más perfeccionada– cabe superar lo lúdico o el boutade, o lograr esto último es ya de por sí suficiente. O, en otro caso, al trabajar con la gente cabe superar la “poesía de auto-ayuda” (tipo Acción Poética). Si es así, ¿cómo?
Anahí Alejandra Ré, “Instrucciones de uso en la poesía digital (o de cómo desprogramar la lectura)”. Universidad Nacional de Córdova, Argentina.
Como su nombre lo indica, Ré propuso rescatar el gesto libérrimo del lector ante el pacto de lectura (Lejeune); con la salvedad de que no podemos soslayar del todo el manual de instrucciones porque, si no, caeríamos en el caos. Desarrollar nuestros propios artefactos (Deleuze), por lo tanto, tiene sus inevitables límites. Contactos con Rayuela y, más bien contra, los Manifiestos vanguardistas.
José Aburto Zolezzi, “Murmullos, corpus abierto de poesía escrita en forma digital”. Poeta peruano.
La materia o el soporte modifica el significado. El blog sería el límite (hacia abajo) de la literatura digital. Su proyecto “Murmullos” –el más reciente, entre otros análogos desarrollados desde hace varios años– se propone construir un Instagram de Poesía. Es decir, y al margen de la posible calidad de la misma, busca integrar todo lo escrito en verso. Además de pretender reunir, como en torno a una gran familia, a todos los que practican poesía en verso (novatos y consagrados, basta con que hayan publicado algo en la Internet). A esto último describe como: “nueva utopía para el texto poético”… conectar poemas con las personas interesadas o militantes en la poesía. Expositor, por lo demás, muy solvente en el tema.
Preguntas:
-El caleidoscopio –y en especial el casero, hecho con un cono de cartón– no sería, si no de modo exclusivo, un antecedente de este sugestivo juego con monemas a los que incluso podemos añadir color.
-“Murmullos” transita por la estilística cuantitativa (Ej. Meo Zilio contando cada uno de los huesos de César Vallejo); pero sería posible agregar o deslizar hacia este formato una, más bien, cualitativa, social, contextual o política. Cabe valorar en la Internet o sólo debemos, por principio democrático, incluir –y difundir– literalmente todo lo que viene.
-Durante la exposición de José Aburto pensaba, aunque de modo intermitente, en Carlos Argentino –autor del poema “La tierra”, en el cuento El Aleph de J.L.Borges–. El afán de ser puntilloso o exhaustivo puede ser (o más bien es) un sofisma. La poesía es el atajo por excelencia; semejante a una pequeña esfera brillante –donde podemos ver, y en tiempo real, cada uno de los granos de arena de una playa– y no un mapa. Aunque un buen archivo, acaso, bien nos podría ayudar.
01/06/20: La pandemia literaria
Julio Ortega, La comedia literaria. Memoria global de la literatura latinoamericana. Lima: PUCP Fondo Editorial/Tecnológico de Monterrey, 2019.
En una entrada anterior de nuestro blog, citábamos puntualmente al autor de este archivo-memoria-autobiografía-documento de época-“carta al rey”-cuita al desocupado lector:
“Me doy cuenta ahora de que cada tanto yo cambiaba de opinión, y me llenaba de remordimientos: después de preferir la poesía de Rodolfo [Hinostroza], me resultó algo sobrescrita; después de preferir la de Antonio Cisneros, me pareció algo astuta; y después de preferir la de Lucho Hernández, me sorprendió la candidez de su ingenio”
Y, al respecto, concluíamos lo siguiente:
Fino comentario de parte del que desde hace tiempo es un claro maestro; fino y oscilante y tentativo y no menos exacto. Por este motivo Julio Ortega, a diferencia de otros críticos que más bien calculadamente la auspiciaron, no ha creado escuela, ni discípulos directos. El legado de su lectura, en tanto “comedia” se opone a (a)cademia, es finalmente dialógico y antiacadémico. A modo de la concentración y seriedad con que los niños juegan.
Sin embargo, es obvio, nos quedamos muy cortos en la reseña. Es decir, salta a la vista que el discurso de Ortega, aunque de empaque “aterciopelado”, tiene varios niveles yuxtapuestos de lectura, por lo menos tres. El primero, patente, es el de los ingentes datos y anécdotas, aquella militancia trasatlántica y “memoria global” del título de este libro, que el narrador sortea sobrio; es decir, en pleno control argumentativo y emotivo. Mesura profesional del docente universitario; tamizada por una fe o, por lo menos, permanente confianza en un diálogo de estirpe gadameriano. El segundo nivel, constituye propiamente la percepción de la academia en tanto “comedia”, explicado de modo sucinto más arriba. Zambullida y sostenida ironía de un sujeto antisistema o contracultural; pero uno muy especial ya que, al menos entre los prototipos de los años 60′, Julio Ortega –de Chimbote a Providence– jamás encarnó ninguno de ellos; salvo el de proponernos aquí una especie de biblioteca alternativa o paralela a la canónica. La tercera lectura sería propiamente el grito –Papa Inocencio X bajo los ojos de Francis Bacon– ante el residuo aceitoso que queda de la vida y de incluso el ejercicio u honra de cualquier vocación; ergo –en tanto escritor o docente– también aquella que nos convoca a asumir la vida literaria. En suma, la constatación de la calidad fugaz de lo temporal. Aunque no definida ésta en tanto vanitas, de ascendencia barroca; sino, tal como también en el caso de José Emilo Pacheco celebrando a su admirado T.S.Eliot: “en la más contemporánea [y no menos clásica] de la definición de lo humano como lo más precario”. Precariedad, en el caso de La comedia literaria, asimismo vinculada a un mito inscrito en el paisaje o escena reiterativos en la narración; no necesariamente expresados de un modo concreto y puntual, sino diluido y transversal. Estupor y desconcierto semejantes al que, en ocasión de haber involuntariamente traicionado la confianza de uno de sus entrevistados, y ante la secular indiferencia de la institución de la prensa en el Perú, un joven periodista Ortega nos confía:
“Mi humillación fue total. Mi derrota, imparcial. Mi vergüenza, completa. Sin saber qué hacer, salí a caminar el amargo centro colonial de Lima, y nunca más volví al diario [al Perú]. Pateaba yo las calles negras, húmedas, roídas, heridas de una suciedad atávica, de una basura hecha argamasa, escenario de una sociedad banal y perversa, o peor aún, inocentemente maligna, alegremente canalla”
Es aquella percepción de la literatura y de la vida literaria –o de ésta en tanto “comedia del arte de hacer comedias”– a la que a este nivel se torna en “pandemia”; es decir, algo asimismo proclive, y de ningún modo inmune, a ser afectado por el virus de lo fugaz. Y, por lo tanto, de aquí su consecuente ironía. Y ulterior exhibición y, en simultáneo, expandido maquillaje sobre aquella fugacidad o fragilidad a pesar del aparente enhiesto Aleph de escritores, profesores, libros, almuerzos, viajes, llamadas telefónicas, becas, un cangrejo gigante –y bastante colorado– en medio de un plato de caldo humeante.
Sin embargo, aquello que prima para nosotros será aquel fascinante archivo de información que constituye este libro. Ingentes datos apócrifos, sagaces reflexiones, jocosas anécdotas, sobre el mundo literario que a Julio Ortega le tocó leer y a muchos de sus protagonistas acompañar. Notas que reverberan como desde un sincopado y espeso cajón peruano.
31/05/20: Trilce: caleidoscopio (A) y SoundCloud (B)*
28/05/20: Paz/ Alan Smith Soto
Quiero hacer constar
esos sencillos veinte metros verdes
del árbol de mi patio
meciéndose en mayo
en su secreto enorme
tocado aún del brillo de la tarde.
A ras de tierra, el tejo, que no podo
derrama espina y sombra.
De pronto, alguna luz,
dos golondrinas nadan paralelas
tras el techo
y empieza a abrirse el cénit
del planeta.
27/05/20: ¿Qué pretendía Juvenal Agüero?
Juvenal y amigos en Marcahuasi, hace un huevo de años.
Al modo de Daniel Alcides Carrión, aunque en el área de las Humanidades o de la poesía peruana, Juvenal Agüero se auto-inoculó el virus del anonimato. Entiéndase, el manejarse sin grupete de amigos o de colegas en esta área y, lógico, lo esfumaron de ciudad y campo. Corre ya el año 2020 y, al menos en el Perú (su patria), Juvenal es un total desconocido y, en respuesta a esto, debe ganarse tenaz y meticulosamente la existencia. Objetivo cumplido, entonces. ¿Qué pasó, qué demostró? Que la literatura no la hacen los individuos, sino las instituciones por más equivocadas o periclitadas que éstas sean. Que cuando un determinado autor (si es que esta categoría aún debe permanecer) se adapta o se maneja en consonancia con alguno de aquellos clanes o grupos todo puede ir sobre ruedas; es decir, uno entra en el canon y se coloca en algún punto del partidor. Pero si no.
Un desencuentro clave de Juvenal, iba a decir una de las principales fugas en la sinuosa cañería de sus desgracias, se produjo de modo muy puntual. Corría el año 1994 y a Juvenal no le agradó en absoluto la poesía de una colega. No recuerda qué gesto improvisó en la cara; pero éste no le gustó, asimismo en absoluto, al yerno de aquella poeta, uno de los dueños de El comercio; el cual le devolvió la mueca elevada al cubo y deletreando, entre bigotes y labios, algo aquí impronuncieble. Obvio, Juvenal se jodió ante el 80 o 90% de las comunicaciones en el Perú. Aquella suegra de yerno tan suspicaz y Juvenal, junto a otros dos poetas locales, leían en el “Encuentro con la Poesía Hispanoamericana” organizado por Jorge Cornejo Polar, aquel mismo año en la Universidad de Lima. Dicho sujeto se sentaba en primera fila y, para ser precisos, justo frente al lírico escenario. Festival de la Universidad de Lima del dramático arrivederchi —sobre una silla de ruedas– de Emilio Adolfo Westphalen ante un numeroso y compungido público; aunque el autor de Las ínsulas extrañas sobreviviría, gordito y contento, por unos diez años más gracias a las oportunas y múltiples atenciones que le prodigaron en la clínica Maison de Santé (sede Chorrillos). Luego, ya no con El comercio, sino frente a la ancha base de la pirámide del Perú que constituye la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), y no nos explicamos del todo por qué, Juvenal cayó de pronto tan mal allí. Hasta el punto que ni compartiendo semejante vaso de chicha morada, con respectivo pan con palta, en análogos kioskos del campus, sus colegas de Letras –por un par de años (2018-2019) el protagonista de Prepucio carmesí enseñó redacción en EE GG Ingeniería– no lo hubieran invitado siquiera para hablar de “Huaco” (Los heraldos negros), poema sobre el que Juvenal era muy elocuente y no menos persuasivo. Pregunta acaso demasiado extensa para respuesta tan sumaria. Juvenal jamás acreditó en orientaciones neo-hispanas ni neo-indigenistas; ni en, programáticamente, pitucas o damnificadas. Ambas actitudes, creía Juvenal, atentaban contra el libre pensamiento y la inmotivada alegría; auténtica medida de lo humano, añadía para sus adentros aquel ex vecino del barrio de Breña. El problema siempre estriba en cuánto, a costa de tanta anuencia, nos vamos cargando de poder y poco a poco transformamos nuestro complejo, único y expresivo rostro en una vulgar cara de poto, perdón, de palo.
Por otro lado, ¿cómo iba la química de Agüero con las actuales hornadas peruanas de escritores o periodistas o curadores o acróbatas de la cultura? Amnésicas, orgánicas a la hora del vitute y nerviosas por todo; obvio, soslayaban al arrecho irredento que siempre fuera el del trágico accidente con la cremallera (Prepucio carmesí). El mismo que –no lo ignoraban– precipitara el deceso del escurridizo beato, Martín Adán, justo en llegando al su postrer domicilio en el hospicio Canevaro (Juan Mejía Baca dixit). Nada, pues, con los para siempre sub veinticincos ni sub treintas; ni con aquellos que pretenden ser filósofos a la hora de pergueñar sus versos, sin jamás haber aprendido, de modo paralelo y constante, del insondable arte zen de hacer cotidianamente su cama. Y en esto Juvenal no discrimina entre X e Y. Mucha barba, la parafernalia de alguno de estos nuevos tabloides, para tan poca quijada.
Chateaba Juvenal hace poco, con alguno de los poquísimos amigos que le quedaban, refiriéndose a V & C y su ceguera ante Vallejo… mosquitos aturdidos por su propio zumbido y atentos a la venia de los que mueven el asunto en Argentina o en México… al otro lado del wasApp alguien se cagaba de la risa. Porque Mingo cada día y cada vez más, y tormentosamente, sabe que es un farsante; como cada uno de los kloakas y, un poco más atrás, cada uno de los canillitas de HZ. La cuarentena tuvo el mérito de obligarnos a sumir el estómago y despojarnos de lo prescindible, que es casi todo en la poesía letrada del Perú. Vaya libelo. Coincidencias, más bien, que compartían de vez en cuando –y de puro aburridos– aquellos amigos.
25/05/20: Daniel Beteta: Poemas
Navegando entre mis archivos, cuarentena covid de por medio, di con estos poemas de mi antiguo ex alumno de algún taller en EE. GG. Letras de la PUCP (no recuerdo las fechas). Luego, al curiosear por la Web para ver qué hubo de su vida, me doy con la grata sorpresa que –era de esperarse– ha llevado a buen puerto varias iniciativas artísticas, entre literarias y antropológicas, y que no ha menguado su dinamismo ni su exultante creatividad. Por ejemplo, que ganó unos importantes juegos florales de poesía en el Perú; que ha publicado varias novelas (ej. Leinad); que ha liderado un muy interesante proyecto integrador de las artes a nivel de la región (Cuaderno azul); que cultiva o cultivaba un blog desafiante: “La muerte miente”; o que tiene a su cargo, ahora mismo, la primera escuela de ukulele en su país. Creo, aunque acaso el propio Daniel una vez los vea publicados me desmienta, que los poemas que acompañan esta nota son inéditos (los pasé yo mismo, tal como estaban, de word al pdf). Entre el fervor por Luis Hernández Camarero (aquello de Cuaderno azul) y el que, asimismo, muy probablemente podría inspirarle a este último la poesía en universos paralelos del propio Daniel –y su don para mirar y escribir entre pliegues– un tanto por aquí se orienta la poesía de nuestro maestro del ukulele. Claro, esto sin dejar pasar por alto su vena satírico-costumbrista; la cual hecha sus raíces desde la época de la colonia (Caviedes o Rosas de Oquendo), se reinventa en el siglo XX con Nicolás Yerovi y Juan José Flores (Huambar poetastro acacautinaja) y se actualiza, con su propio escabeche, con la poesía-performance de Frido Martin (1963) y del mismo Daniel Beteta (1988). La diferencia entre estos dos últimos estriba en que Frido y su vena erótico-socarrona-escatológica viene –y deviene performer tecnológico– desde la poesía del Barroco, es decir, desde la literatura. En cambio, en Daniel, desde un principio serían decisivas la oralidad, la mixtura de plataformas artísticas, el ubicuo performance cotidiano (calle, casa, universidad), la gravitación de las ciencias sociales y, otra vez, la fidelidad a la obra de Luis Hernández, aunque más al de los sublevados silogismos que al de la ternura y la psicodelia. El techo o legado de Daniel Beteta no sería el absurdo, sino, más bien, algo así como entregarnos la primicia de una liberación y alegría venideras. Esto último, asimismo, algo muy semejante a la proyección del trabajo de Frido Martin. Aunque en Daniel sin exoesqueletos o traje de luces electrónicos y tampoco, resulta paradójico, apoyarse en el verso como en el caso de Frido (“máquina” que recita o modula su voz hacia la estratósfera); sino, más bien, en un concepto (y práctica) post autónomo de la literatura y de la poesía. En ambos se trata, eso sí, de humanizar el absurdo, tal como Borges lo hiciera con el concepto, y procurar socializarlo; he aquí el largo y el ancho de la propuesta de ambos. Absurdo en tanto y en cuanto, ciertamente, la realidad no constituye lo sensato esperado: “Absurdo, sólo tú eres puro” (Trilce LXXIII). Y, precisamente por este motivo, por el afán de compartir dicha primicia es que ambos poetas han necesitado difundirla, repartirla, socializarla por doquier y a través de distintos soportes o formatos. De este modo, en específico en Daniel Beteta, desde la lógica del derroche y el gozo, en pro de un arte y unas ciencias sociales que den la talla y no cercenen o moldeen un cuadrado de lo que fuera un círculo o acaso una circunferencia. P. G.
22/05/20: OBRA NEGRA
“De tanto quejarnos del aislamiento de la literatura dominicana en el Universo no se sabe quién envió a Pedro Granados, el poeta peruano, a Santo Domingo, por allá por los años 90 del siglo pasado. Granados se encandiló con la poesía y con la gente dominicana y se jodió para siempre, que está preso por la guardiemón”
Clodomiro Moquete (Revista Vetas)
21/05/20: Vallejo y cierta literatura argentina
Borges
Las “cosas” (anverso sin reverso) del poema “Reliquias” (Los conjurados), de Borges, son semejantes a Trilce LXIX: “anverso/ de cara al reverso”. Es decir, para ambos poetas todo es puro significante; la membrana móvil del mar en Vallejo, o la Penélope ya sin cara –sin mirada y, por lo tanto, sin “reverso”– serían equivalentes.
Cortázar
Probablemente quien mejor ha aprovechado el legado vallejiano –no sólo de Trilce, sino desde Los heraldos negros— es la cuentística de Julio Cortázar. En lo fundamental nos referimos a la manera de aprovechar el oxímoron; el de aclimatar, de modo efímero, y no menos contraponer dos significados en una palabra o frase. Por ejemplo, en “Continuidad de los parques”, aquel principio de yuxtaposición semántica hace posible que, en efecto, estemos al final del cuento ante dos posibles desenlaces: el amante mata a su rival, por pasión, o no lo mata porque, en última instancia, duda de la sinceridad de la mujer, cae en la cuenta de la manipulación de ésta. El mismo título de este relato estaría ilustrando, didácticamente, tal recurso del oxímoron. Aquella “continuidad” no aludiría sólo a la estructura de dos espacios –el del “lector” y el de la “novela” o “cabaña del bosque”– los cuales, juntos, en realidad constituyen sólo uno y abierto al espacio de cada lector ante el cuento de Cortázar. Sino también, tal recurso al oxímoron, en la posible hermandad semántica intrínseca entre los opuestos.
19/05/20: César Vallejo musical
Mención necesaria y liminar, en este ensayo, merece el famoso artículo de Xavier Abril (“Vallejo, la música, exégesis del poema XLIV de Trilce, el influjo mallarmeano y la crítica”) (Abril 63-91). Título y palabras claves, a un tiempo, que nos permiten asentir en lo sustancial con aquel talentoso crítico peruano, sobre todo con su postura contra la “incuria ultraísta” o vanguardista según la cual Vallejo –en Trilce— renunció a la música. Aunque, no asentir, en el focalizado y sistemático fervor mallarmeano que Abril cree entrever en la poesía del autor de Los heraldos negros. En síntesis, acierta el autor de Exégesis trílcica, cuando percibe aquel poemario de 1918 en franco “acatamiento rubeniano” o verleniano y, no menos, pleno de “referencias musicales”. Ni sólo Mallarmé –aquello de que no se trata ya más de “trozos sonoros regulares o versos, sino de subdivisiones prismáticas de la Idea”– ni únicamente la música culta o europea constituyen aquello que satisface a plenitud al “melómano” Vallejo. Sino que fue también, y sobre todo, la música popular o cotidiana o incluso “mítica” (glosolalias cuyas ondas, según Paul Zumthor, persisten aunque la cultura que las originó haya históricamente desaparecido) a lo que César Vallejo, en lo fundamental, y en toda su riqueza y complejidad, supo prestar oídos.










