Archivo por meses: julio 2008

[¿Qué eres?]

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¿Qué eres?

Este cielo cauto

de la mañana.

Aquella rama indócil,

crespa, asimétrica,

cubierta de polvo.

Esta angustiante arquitectura de Lima.

¿Qué trae este domingo

a tu vida?

¿Qué te trae aquella paloma

que no es mensajera,

pero bate acompasadamente las alas?

¿Qué eres en esta víspera

de la partida a un lugar

que en realidad te asusta?

Deslizas tu mirada por los tejados,

por los árboles y el cielo

más altos. Otra respuesta no encuentras.

Una mano pegas a tu cuerpo,

otra respuesta no encuentras.

Un sabor casi imperceptible todavía.

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Complejidad de la infancia

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nadie es feliz. una cremallera aprisiona tu prepucio infantil. olores de oso, los tuyos, de perezosas arañas, de hormigas sorprendidas apelotonadas, y con la cabeza gacha, al interior mismo de sus galerías. añoras la concha, el estuche, la vaina. eres sistemáticamente violado por la intemperie. nadie es feliz, carajo. cien son las prohibiciones y mil las limitaciones. dos mil son nuestras penas. sin embargo, eres un ángel y no lo sabes; un niño aún, y lo ignoras. sientes que estás como abandonado, y entonces corres detrás de la amistad, persigues infatigablemente la compañía. -Lucho no sale a jugar, está haciendo sus tareas. frente a la casa de Angélica, ni preguntar. y tu jugando vanamente con una pelota de jebe contra los muros, botes. entre los muros. tuya es el hambre y la inocencia. tuya también la curiosidad. ¡qué coro de ángeles atormentados son todos!, eso piensas, y quisieras no pensar, no recordar, nunca traficar más con lo humano. añoras la vaina, la concha, la madriguera. tu genitalidad precoz, sin embargo, te atrae irresistiblemente hacia tus semejantes. a los siete años ya has dormido con más de una mujer, has robado, has sido descubierto, se te ha dictado sentencia. sin embargo no estás en una cárcel. a pesar de lo malo, cruel e inconsciente que eres no estás en una cárcel. y juegas libre con tus arañas: en cautiverio las alimentas y las haces pelear hasta que sólo una de ellas queda viva. has robado y sabes que a tus padres los has puesto más viejos y más tristes, a tus hermanos más desamparados todavía. todo esto lo sospechas, lo sabes ya a tus siete años. como el olor de Marcela que salta en calzón y con todos sus bucles sobre una cama amplísima y mágica para tí; como las hermanitas mayores de Marcela que literalmente te dan a pelliscar, a besar sus culos en una ronda de nunca acabar, del piso –el de aquel dormitorio que no es el tuyo– a aquella tan espaciosa cama. eres un ladrón, los cincuenta soles aunque no los cogiste para ti, los robaste. eres un ladrón, entonces, y un huele culos. añoras la vaina, el estuche, la madriguera. sólo tus moscas, tus hormigas y tus arañas te otorgan algo de consuelo, te hacen furtivamente feliz. un niño no eres, entonces, aunque a la maestra sonrías como un infante, y te hayan premiado en tu escuelita por haber enseñado a escribir AGUA correctamente a todos tus compañeros, AGUA sobre la pizarra y en tiza blanca, AGUA sobre los ojos de todos aquellos niños que escribían AHUA, AUA, HAGUA, etc. letras que no te dicen mayormente nada porque para ti son mucho más elocuentes las sensaciones que sientes sobre tu carnoso prepucio, y las moscas brillantes y acorazadas que has aprendido –nadie te lo cree- a hipnotizar, a ensartar con una aguja y tener patitas arriba, y contemplarlas volar poco después como si absolutamente nada hubiera sucedido. no eres un niño, carajo. en este mundo nadie es feliz. por eso adoras sorprender sonriendo a tus padres, aunque sea a cada uno por separado, pero sonriendo. botes mucho más largos y espaciados los que atinas a dar ahora con esta pelota. el prepucio te duele para siempre.

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“Nostalgias imperiales” de César Vallejo

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Tal como leemos en el último terceto del último de los cuatro sonetos que forman «Nostalgias imperiales» —«La niebla hila una venda al cerro lila/ que en ensueños milenarios se enmuralla,/ como un huaco gigante que vigila»—, el pasado incaico permanece en el presente. Mas ¿qué es exactamente un huaco en Los heraldos negros? Para intentar responder a esta pregunta tenemos que remitimos a otro poema de «Nostalgias imperiales», precisamente al que lleva por título «Huaco»:

Yo soy el coraquenque ciego
que mira por la lente de una llaga,
y que atado está al Globo,
como a un huaco estupendo que girara.

Yo soy el llama, a quien tan sólo alcanza 5
la necedad hostil a trasquilar
volutas de clarín,
volutas de clarín brillantes de asco
y bronceadas de un viejo yaraví.

Soy el pichón de cóndor desplumado 10
por latino arcabuz,
y a flor de humanidad floto en los Andes,
como un perenne Lázaro de luz.

Yo soy la gracia incaica que se roe
en áureos coricanchas bautizados 15
de fosfatos de error y de cicuta.
A veces en mis piedras se encabritan
los nervios rotos de un extinto puma.

Un fermento de Sol;
¡levadura de sombra y corazón!

Aquí nos percatamos de que los dos versos finales nos ilustran, a manera de respuesta, del modo siguiente: «Un fermento de Sol;/ ¡levadura de sombra y corazón!» (vv. 19-20), con la salvedad de que el yo poético, ateniéndonos a la anáfora (vv. 1, 5, 10, 14), también está tácitamente incluido en esta especie de síntesis temática: «[Yo soy] Un fermento de Sol/ ¡levadura de sombra y corazón». Es decir, tanto el «Huaco» como la persona poética son «levadura» —‘causa o motivo o influjo’ (Diccionario de la Lengua Española)— para que el «sol» aparezca o reaparezca. Si este último fuera el caso, y todo pareciera indicar que lo es —bástenos revisar una a una las estrofas anteriores, muy en particular la tercera—, (1) ambos serían «fermento» del Inkarry, del mito panandino del retorno al poder del Inca, hijo del Sol que yace por ahora vencido y enterrado: «nervios rotos de un extinto puma» (v. 18), y plena vigencia —salida también al exterior en todo su esplendor— de la cultura preeuropea. Mito que implica, entonces, una idea de cambio radical o pachacuti y que, en su concepción misma, encarna una reivindicación cultural y anhelo de justicia social para el pueblo perdedor o conquistado, en este caso, el incaico frente al español. Nunca mejor ubicado o autodefinido, el yo poético es, entonces, en estos poemas de «Nostalgias imperiales», fundamentalmente un ser solar. Esto sin descuidar el dato de que en «Huaco» el yo poético es de «piedra» (v. 17), característica que será fundamental tomar en cuenta para adentrarnos sobre todo en la poesía póstuma de César Vallejo.

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Poemas de Rafael Cadenas traducidos por Zachary Payne


Rafael Cadenas (Venezuela, 1930)

*
La palabra no es el sitio del resplandor, pero insistimos, in-
sistimos, nadie sabe por qué.

The word isn´t the place of brightness, but we insist, we
insist, nobody knows why.

*
Ya no sé
si puedo hablar en nombre de alguien.

¿Quién es esta sangre, estos tendones, estos ojos,
esta extrañeza, esta antiguedad?
Una fuerza
me tiene de su mano.
Entonces es ella
la que puede decir soy,
la que puede llevar un nombre,
la que puede usar la palabra yo.

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Carta a Wong/ Augusto Pinochet Ugarte

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Señores de Cencosud en el Hinterland

Señores:

Me entero quie han conseguío quie los peruanos les autoricen el corso del 13 y no quería pasar esta oportunidad sin decirles quie ustedes son la avanzaá de la patria y lo mejor de toó el empresariau quie espera repetir, en nombre de Portales, las hazañas de Arica y Tarapacá.

Claro quie ya no será por la vía anticuaá de la guierra sino por los caminos del comercio y la compra de toó lo comprable en ese espacio vital chileno que empieza en Moquegua y termina en Tumbes, donde empieza nuestro aliao el Ecuador.

¿Recuerdan ustedes cuando les decía quie fueran a comprar Perú, quie estaba barato, y quie ustedes, remolones, no me creyeron al comienzo y se hicieron los retrecheros?

Me imagino que ahora me agradecerán quie haya sido tan perspicaz. Porque ahora tenemos algunas cosas de nuestros anexaos muy claritas.

En primer lugar, tienemo ese triángulo isóscele del mar de Prat, quie ninguna Haya ni la puta que lo parió nos va a quitar pero ni una onza. Porque al mar de Prat no me lo toca nadie sin pasar antes por los procedimientos de Contreras, quie después de esos procedimientos ya no se te ocurre naá con qué joder porque, por propia experiencia, puedo decirles que los muertos no joden.

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Sobre Elogio de otra vana invención de Carlos Eduardo Quenaya

Macizos renglones cual ramas llenas de un invierno benevolente. Invierno iluminado de otra latitud: nieve silente, ardillas alertas y hondas huellas del que se anima a aproximársele. Carlos Eduardo Quenaya (veinticuatro años) no escribe de antemano como peruano y ese es su primer y gran acierto, un peruano de utilería –progresista o reaccionaria– nos referimos; y más bien lo hace como un ser de otro planeta que, sólo por principio de analogía, está próximo a nosotros. Hace tiempo que no percibo entre los jóvenes poetas tal independencia de carácter y, por lo tanto, tal promesa de estilo. Y tan hondo e íntimo fervor por la poesía. Y tanto apetito por aprender. Que son quizá las marcas típicas del corredor de fondo en la literatura. Corredores, y no tramitadores ni saltimbanquis, de los que estamos ávidos por aquí. A cada última generación le corresponde, en hora buena, descreer absolutamente de todo; pero sólo a algunos se les concede andar solos hasta el final y encontrar sentido incluso al absurdo, incluso a la muerte. Incluso a la reiterada sensación de que ya se acabó la poesía y nos debemos resignar a lo políticamente correcto o al mercado. Este primer poemario de Quenaya actúa como un inesperado conjuro frente a todo aquello.

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La poesía de León Félix Batista (Santo Domingo, 1964)

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Luego de citar media docena de teóricos postmodernos, Néstor E. Rodríguez se anima a sintetizar lo siguiente sobre la poesía de León Félix Batista: “Evidentemente, en Crónico la persistencia de lo real es una frontera que precisa ser superada de forma constante; a fin de cuentas de ello depende el efecto poético de textos en los que el exceso, lo abyecto y lo escatológico devienen material artístico” (2007); algo similar, aunque mucho más económico en las fuentes, hace Reynaldo Jiménez en el epílogo de la edición argentina de este mismo libro: “Una sacralidad no fija aquí argumentos ni mutila el fuerte impulso celebratorio del sentir. Sacralidad de los flujos. La experiencia que anima esta poesía es de aquellas que, en vez de afirmar el concepto (imperial) de posesión, explayan la sed. De ser en vida” (106).

Persuasivo enfoque el de ambos críticos-poetas; aunque habría que añadir que –ya sea ante la inviolabilidad de la frontera o contra la férrea dictadura del concepto– sólo cabría al poeta urdir tramas y no saberse de antemano la moraleja. Es decir, y el lector atento lo reconoce enseguida, un poeta debe escribir como un poeta y no como un período (Borges hablándonos sobre Los mitos griegos de Robert Graves); en este caso, pareciera ser el del neobarroco/so que, por sus muchos representantes en el ámbito hispano, pareciera haberse constituido como tal (1). Precisamente cuando León Félix Batista escribe como poeta, acierta; y asimismo lo hace en su labor de crítico (2). No así cuando se convierte en seguidor incondicional de aquel estilo. Del primer caso, existen muchos ejemplos concretos en Crónico: “Brotan tintes desde el vértice sujeto a ex-/ ploración. Hender los pergaminos libera/ algo del mar: inútil desbandada sujeta al/ mismo espacio. Qué material es éste (que/ se aproxima inmundo) proyectando mor-/ tandad y derrame al embestir. Por que/ repto hasta el implante si sobrenado en/ nata; qué haré con dilatar irredimibles/ vías muertas. El hábil membranar, del/ que rebosan cerdas, al fin produce un cu-/ mulo, astringencias en la tráquea: sin pre-/ verlo se desgastan mis músculos de man-/ do, llevándome a la boca material incan-/ descente” (“Sissy´s velvety toolbox”).

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