BARRANCA (Ficción urbana total)/ Armando Almánzar-Botello

A Georges Bataille, Pierre Klossowski, Jean Genet, Henry Miller, Charles Bukowski, Francisco Nolasco Cordero, Pedro Lemebel, Jimmy Sierra, Luis Alfredo Torres, in memoriam
A Rafael Áñez Bergés
«Aquí retorna lo que solo es una fábula. Aquella del perro narcisista que mirándose reflejado en el agua mansa de un río, se antoja en espejo del trozo de carne que en la boca suspende su compañero cristalino. Conociendo ese final peligroso de la fábula: la corriente del río arrastra la carne del otro… ¡que es la nuestra!, digamos bajo la máscara de un Esopo lacaniano y postmoderno: afirmo el compromiso con el texto en el juego del humor, la pérdida y la herida. Descubro en el reverso del espejo la trama o la escritura del Otro sin clemencia…» A. Almánzar-Botello
«No, la perversión no caracteriza a la filosofía por medio de una simple metáfora. Ha de comprenderse en tanto que torsión de superficie o de plano, a la manera geométrica o geográfica, como una curvatura del plano de inmanencia del pensamiento, que vuelve lindantes, hasta el punto de que intercambian propiedades y llegado el caso se confunden, la filosofía y esa homosexualidad a la que Proust da el nombre de “judía”, cuyas propiedades y función son “alógicas”, “jeroglíficas”, y donde, como dice Gilles Deleuze en su “Proust y los signos”: “No hay logos, no hay más que jeroglíficos”. El jeroglífico es el emblema de la homosexualidad moderna. A la marcha unificante, voluntarista, catártico/ascensional, platónica y anagógica, ella le opone la dispersión esquizofrénica de los signos». René Schérer: Miradas sobre Deleuze
«Os voy a dar por el culo y me la vais a mamar, / Aurelio comevergas y Furio julandrón, / que, por mis versitos, como son sensuales, / me habéis considerado poco decente.» Catulo, poeta latino, siglo I a. C.

Pues mi caso es muy diferente al tuyo, muñeca…
Desde los muy sórdidos tiempos en que Barranca (así lo apodaban desde niño), todavía bastante joven después del asesinato de Tony Seval por la Policía y dispuesto a gastar sin miramiento alguno los dineros de una modesta herencia familiar, cabalgaba en el potro alucinante de la droga deambulando sin descanso por la ciudad en catástrofe —noche y día, día y noche; calle arriba, calle abajo— con una mochila llena de libros, un fajo de fotos pornográficas, una pistola Taurus modificada, dos viejas y oxidadas navajas sevillanas, tres pantalones, cuatro camisas estrujadas y media docena de calzoncillos sucios; deteniéndose a beber cerveza Presidente y ron malo en peligrosos bares nocturnos, discotecas y colmados de orillas; comiendo ancas de rana y podridos mariscos en sórdidos, desatinados y costrosos restaurantes chinos de la Avenida Duarte y de la 42 de Cristo Rey (calle-vertedero, esta última, próxima al cinturón urbano conocido como El Remate del Culo, en la zona del Mercado Nuevo de Santo Domingo); durmiendo en viejos hoteluchos y pensiones de mala muerte, muchas veces acompañado por Tatica Boca Chula, una lujuriosa, presumida y violenta exbailarina nudista que se había desgastado hasta el forro en aquel cochambroso night club conocido en el bajo pueblo como Bonsoir-Striptease —veterana prostituta retirada que viviría luego en el Bronx de Nueva York y a la que él expulsó años después, por la doble moral de esta y por su hipocresía barata, de la extensa lista de sus amigos en las redes sociales—; desde aquella lejana época, mi nena, Barranca aprendió que eso llamado por algunos dizque lo “sublime como exceso”, puede manifiestarse de dos modos diferentes, realmente opuestos pero complementarios: lo sublime ascensional y catártico (lo que se purifica en el ascenso hasta volverse limpio y luminoso)… y lo sublime vertiginoso y abyecto (lo que desciende hacia el abismo para convertirse, como le pasó a Luzbel-Satán, en sucio, tenebroso, impuro y maléfico)… Este último sublime, por cierto, era el que más le producía interés a nuestro amigo, una profunda conmoción y un picante gusto.
Mi tesoro, no te olvides de que Barranca tenía, al igual que tú, una formación universitaria más que suficiente. Y aunque ahora quizá lo percibas como alguien que naufraga poco a poco en mierda intelectual y artística, parte de sus primeros pesos ganados con la discreta pero exitosa venta de drogas duras —protegido por el grupo de narcotraficantes comandado por su amigo el coronel Cienfuegos—, los gastaba, aunque tú no lo creas, comprando gruesos librotes de alta, verdadera y rancia categoría cultural…
Su afición a la lectura era una herencia de su abuela paterna Casimira, quien leyó tanto en su juventud que se quedó ciega y jamona y tuvo que dedicarse de por vida al oficio… ¡Bueno, por ahí no sigo!…
Pues bien, cariño, te cuento que otra nueva imprevista mujer llegó para ese entonces a la vida de Barranca, como traída por las aguas cloacales de la bañera, la cocina y el retrete de un monseñor catedralicio, pero lamentablemente no encuadró, para la hermenéutica callejera del nómada lector, en ninguna de aquellas dos categorías existenciales de su agrado.
Ella no sabía ni podía subir, ni mucho menos bajar…
Como decía un inteligente y avanzado amigo de Barranca en la Universidad: “Para ambas cosas se necesita instrucción”…
A pesar de tener una copiosa y negra barba entre los muslos, cosa que le gustaba en esa época muchísimo a Barranca (y ella, a quien llamaban Cleo, muy oronda lo sabía), esa pobre mujer era muy torpe, simple y llana (“pretecnológica”, decía nuestro joven), boba, rural e ignorante, excesivamente hipopótama o gorda para el vuelo espiritual intenso, pero también demasiado normal, ingenua y sosamente casi etéreo-angelical como para ser la oscura cerda, la puerca lujuriosa, la cochina flaca, la chancha sin escrúpulos, la marrana peluda que a Barranca le atraía y seducía entonces —si deseaba él sellar contrato con un partner femenino monstruoso, técnico/experimental, con una lúdica pareja exploratoria— para que fuera posible practicar con ella, chapoteando en el fango de lo abyecto, el terrible, siniestro “enamorodiamiento” erótico-perverso que todavía hoy parecía provocarlo y endiablarlo en su calidad de puerco(a) satánico(a) mayor…
No olvides, linda frutilla, la muy antigua y arraigada formación religiosa, católico-pagana, de nuestro amigo Barranca…
Una tarde, abandonó a esa otra peluda y gorda mujer en la gran puerta de un viejo burdel, diciéndole que iba a mear al baño del establecimiento y que lo aguardara un momento en la acera, junto a un poste del tendido eléctrico a cuyo lado, en la calzada, se hallaba parqueado un carrito multicolor de frío-frío.
Después de salir del área de los orinales para hombres, Barranca se dirigió a un pasillo en penumbra y escapó con sigilo por la puerta trasera de aquel negocio muy bien conocido por él…
Desentendiéndose de la gorda peluda, salió a la otra calle y corrió alegremente —como un niño que jugara indiferente al escondite— por callejones, patios y callejas.
Curiosamente pensaba, mientras corría, en la ceguera de su abuela Casimira, quien nunca pudo contemplar el rostro del hombre que engendró al bastardo padre de Barranca…
No volvió a ver jamás a la gorda campesina…
Preventivamente, dejó de visitar esa parte de la ciudad por un largo tiempo. A veces se preguntaba qué habría sido de ella, de su gruesa vulva laberíntica y de su exuberante matorral púbico… Bueno…
Pero en cierta ocasión de noctámbula melancolía descompuesta, en que Barranca descendía de muy mal humor, solitario y rugiente, por una de las calles más asquerosas e innombrables de la zona maldita del populoso y fronterizo Remate del Culo —como si en su cuerpo habitara en noche oscura una legión de demonios, toda ella metida en su carne bullente de soplidos y de olores azufrados, con la pesada mochila de sus culpas al hombro— de improviso, un hombre de aspecto erótico-misticón (de pestañas firmes y nítidas como soñadores y dulces palotes dibujados por un niño en los ojos de un monigote alucinado, pestañas en cada uno de cuyos pelos bien hubiera podido posarse a cantar una alondra), un cauteloso, inquietante y extraño individuo de aire neurótico y apariencia nerviosa, de tez trigueña, cara angulosa y complexión alta y robusta, con no más de treinta y cinco o cuarenta abriles —muchos años después, todavía creía Barranca poder verlo tan pronto cerraba los ojos—, lo llamó, casi susurrando, con un dulce tono afeminado y seductor en su voz, y le dijo: “Oye, mi jevo bello, ¿me puedes escuchar un momentito, porfa…”, y que patatín que patatán…
Había caído plenamente la noche y las luces públicas se habían encendido misteriosamente…
¡Bueh!, pues para no cansarte con la historia, mi nena, esa conversación, inicialmente místico-teológica, llena primero de insinuaciones prudentes, luego de juguetones toqueteos, respiraciones ahogadas y risitas, mientras Barranca y el extraño se susurraban mutuos y ardientes anhelos entre los arbustos de una vieja construcción en ruinas que se encontraba no lejos del lugar de su fortuito encuentro, desembocó en la primera relación sexual de nuestro amigo con un hombre igual que él.
Estaban ardiendo de pasión al tocarse las manos, con sus respectivos miembros viriles muy erectos por debajo de su inicial conversación teológica y de sus manchados pantalones.
Cuando el desconocido extrajo, sonriendo, su tremendo miembro por el orificio de la bragueta, Barranca notó que su compañero misterioso era muy bien dotado y dueño de un inmenso glande tipo gorro de bombero.
A la luz de la bombilla de un palo de luz que alcanzaba a iluminar el matorral donde se ocultaban, pudo nuestro joven observar el prominente pene resplandeciente del extraño, y de inmediato la boca se le hizo agua. Barranca se lo chupó él primero. Luego, el desconocido se lo mamó a Barranca.
Se acariciaron mutuamente con manos y bocas, se chuparon el cuello y las tetillas, se practicaron reiteradamente, uno al otro, el más apasionado sexo oral. Se acariciaron con fervor, lenta, tierna y minuciosamente —utilizando los dedos índice derecho y corazón, humedecidos con saliva—, sus palpitantes, titilantes anos de palomas en celo. Se abrazaron temblando y se dieron, gimiendo como dos niñas apenadas, desesperados besos chupaditos y pases de lengua nerviosos, culebreantes…
Y partieron entonces, sofocados por la pasión, hacia un pequeño y discreto motelucho próximo al lugar donde se hallaban, y que el desconocido parecía conocer muy bien por haberlo visitado quizá en otras innumerables ocasiones…
Al llegar al cuarto se desnudaron completamente y, con sus penes en extraordinaria erección, se abrazaron de pie hasta que sus turgentes sexos chocaron, o más bien se rozaron suavemente como dos espadas vivas, en un dulce temblor victoriosas.
El miembro del desconocido era notablemente más grande que el de Barranca, lo que simultáneamente llenó de pánico y de inmenso placer a nuestro amigo.
Él, como dispuesto a obedecer la ley del más fuerte, cayó de rodillas en la alfombra frente al hombre desconocido, y de inmediato se introdujo de nuevo con lentitud en la boca su descomunal y rutilante miembro de macho en celo.
El hombre tomó con ambas manos por la nuca sensible a Barranca, y empezó a menear sus caderas y a introducir y sacar su pene de la ávida boca de nuestro amigo convertida en maravillada vulva.
Gemían como dos niñas desconsoladas por lo imprevisto de un goce prohibido y aniquilante. Barranca sostenía con su mano derecha el tronco del descomunal aparato que entraba y salía de su boca, y con la mano izquierda intentaba torpemente masturbarse.
Poco después, sintiendo casi el semen en su garganta, Barranca logró introducir dos dedos en su propio ano que vibraba, anhelante.
Cuando el extraño notó esa maniobra de nuestro amigo, sacó su pene de la boca que lo chupaba, hizo colocar a Barranca como una perra, a cuatro patas, sobre un cómodo sillón que había en el cuarto, y empapando con saliva el glande-bombero y el culo del muchacho, comenzó con dulzura a penetrarlo…
No resistió Barranca la sensación que lo invadía cuando experimentó dentro de sí la vibración de una parte (solo una parte) del duro, hermoso y largo miembro viril del misterioso hombre. Nuestro amigo gemía como una niña voluptuosa. Entretanto, el desconocido se movía suavemente y le pasaba la lengua por su espalda a Barranca como si escribiera sobre ella un erótico mensaje secreto en oscuro código transbinario…
Perdió entonces Barranca el control, y, girando en un delirio turbulento sus nerviosas caderas, se abrió a la más profunda penetración como una perra enardecida, para luego eyacular involuntaria, copiosa y prematuramente con un goce tan intenso que creyó perder la vida. La extraordinaria sensación en espiral que nuestro joven experimentaba, involucró y envolvió su pene, su vientre, su espalda, su cuello, su cabeza, sus brazos, sus piernas, sus plantas de los pies, sus muslos, sus nalgas y todo lo profundo de su ano y de su ser.
Creyó volverse loco cuando casi al mismo tiempo que algo incierto en su persona experimentaba intensamente la gloria del orgasmo, sintió cómo el vigoroso desconocido, emitiendo un gruñido como de oso furibundo, convulsionándose y agarrando a Barranca con fuerza por sus tensas caderas, vertió dentro de él todo su espeso y ardiente semen…
La noche fue larga, larga y maravillosa.. Lo probaron, lo saborearon todo, todo…
Afuera, en el silencio de las calles, bajo un cielo indiferente y estrellado, algunos perros casi humanos ladraban a la luna…
[El brillo de lo Monstruoso viene aquí a poner en suspensión la llamada resistencia, a desviarse de la norma y de la coherencia de un sistema que niega su punto vacío de vacilación e incertidumbre internas. En ello consiste todo el valor de la escritura interválica. Reconducir lo monstruoso a lo Mismo, es algo parecido a luchar por el confort que representa lo  insulso burgués logocéntrico, a defender, quizá, el supuesto “derecho” de lo (in)humano a ejercer una cierta y empobrecida “banalidad del mal”…]
Y fue tan pura, plena y hermosa esa relación erótico-espiritual, que Barranca se fue, con el misterioso desconocido, desde el hotelucho donde pernoctaron esa larga noche hasta el sacro convento donde vivía quien resultó ser, para sorpresa y gran placer de nuestro amigo, un apasionado y singular frailecillo…
Allí en el convento, protegido del escepticismo envidioso y del agrio estupor de la baja ralea constituida por sus falsos amigos del siglo, en pocos meses Barranca se despojó del ruido del mundo y tomó, con la sola fuerza de su fervor, informalmente y sin haber cumplido a cabalidad con los estudios teológicos y generales correspondientes, los hábitos de los monjes carmelitas descalzos…
Pasó a ser conocido en el convento como Fray Juriel de La Calavera. Vestía como un monje carmelita descalzo, sentía con el ardor de un monje medieval… Solo por amor, solo por amor, solo por amor… Y por sexo…
Total, que mucho duraron los milagros: a los 9 meses justos de formal convivencia conventual, Barranca se sintió tan aprisionado por los rituales del convento, agobiado por tantos reclamos sexuales desmedidos y por el constante mal aliento de otro erótico confesor, que se escapó de noche por una ventana y, retornando a la vida urbana tenebrosa de la que procedía —¡oh su noche oscura del alma!—, se dedicó a la administración de un negocio de putas que, como tú sabes, mi frutilla sabrosa, respondía al nombre de Luna Lite.
Demás está decirte, nenita, que mantuve mi apodo de Barranca, con el que me conoces desde hace siete años en este próspero negocio que dirijo y en el que tú eres mi socia de inversión, de vicios y caprichos…
¡Me gusta reiterarte la verdad de mis orígenes, aunque tú ya los conozcas perfecta y minuciosamente! ¡Oh, mi dulce muchachito místico!
¡Ay Cristo, pero si se nos hace tarde!
¡Muñeca, muñequita, ya es hora de que te vayas a ofrecer tus servicios carnales a los muchachos del Salón de los Universitarios!
Yo voy ahora al camerino a maquillarme y a cambiarme de ropa, a estrenar mis zapatillas de charol, mi vestido de crespón, y, debajo de este, mi nueva, seductora y rosada lencería con sabor a frambuesa y a gotitas de miel. ¡Barranquita va hoy a revelarse, a desplegarse una vez más danzando, loquita de placer y ávida de sexo, frente a sus machos rijosos y fornidos, como una doncellita estupefaciente y olorosa, “no importa si un tanto envejecido”, en su promisorio show de travestis polimorfos!
Y no lo olvides, mi reina: ¡mística la noche es una tómbola!
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Mayo de 2011
Barranca. (Ex-Fray Juriel de La Calavera)
© Armando Almánzar Botello. Santo Domingo, República Dominicana.
Blog en el que figura otra versión del texto aquí reproducido:
Blog epistheme:
Puntuación: 5 / Votos: 172

Comentarios

  1. Aldami Jiménez escribió:

    Después de una profunda respiración…muchas gracias Armando por revivirnos la montaña rusa y la tómbola!!!!

    1. PEDRO GRANADOS AGUERO Autor escribió:

      Así es, estimada Aldami. Gracias por tu comentario.

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