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Narrativa

AGÜEROS PARA ARMAR

Micro novela del 2020, publicada por entregas a través de este blog. La décima, luego de Prepucio carmesí (2000), la primera novela del siglo XXI –escrita por un migrante peruano– trasandina, archipiélica o multinaturalista. Sin melancolias ni con el espíritu –típico o, peor todavía, profesional– de un sujeto andino damnificado. Post-exótica y post-indigenista (Indigenismos 1 y 2); la cual, como también en el caso de Agüeros para armar, apostó más bien por la complejidad desde el origen, por la opacidad.

AGÜEROS PARA ARMAR (Nobloga I al X)

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El pratí

Desde antes del desayuno, se puso a hablar en pratí y no regresó más. -Kas ves ta guru guru, -bo coró coró, fueron algunas de las frases o glosolalias a las que mi mujer había echado mano. En un principio, este lenguaje fue difícil incluso para Mique, nuestro tan inquieto perro, que había pasado una noche particularmente agitada con los cohetes y cohetecillos de alguna festividad en el radio de un kilómetro o más de nuestra, aunque pequeña, cómoda casa. Desde hace un año habitábamos en Lagunas, distrito de Mocupe en Lambayeque. Los lugareños nos identificaban como aquella pareja que vivía en la huaca o la huaquilla porque, sin soslayar las pálidas huellas de un intenso huaqueo en la zona, vivíamos un tanto en plano alto, sobre una discreta loma desde donde se podía escuchar con claridad el mar y percibir, un tanto a lo lejos, si las olas lucían verdes, azules o con el denso color de la tierra. Entre mi esposa y yo, el pratí era nuestro lenguaje íntimo –aquel que no sale del estrecho cubículo de la cuita o del amor–, la cual de un momento a otro se levantara de la cama y se pusiera a dicharachear en ese idioma era lo que llamaba la atención. Para ir sin rodeos, ni Mique, nuestro perro, ni yo entendíamos algo más allá de darle bola al asunto. -ves to que mi, –aru aru; eran algunas otras frases arrojadas por ahí, algunas de las cuales yo podía seguir y con pudor responder; aunque en lo íntimo experimentara la zozobra de la revelación de un secreto, de algo privado hecho público. Sin embargo, traté de continuar el plan que ya nos habíamos trazado para esa mañana. Un par de días atrás acordamos que el viernes, luego del desayuno, daríamos una caminata –de unos cuarenta minutos, más o menos– hasta la bocana; hermoso estuario que junta al río Zaña con las siempre insomnes aguas del mar de Lagunas. En realidad, aunque meses ya viviendo en la zona, era recién nuestra segunda visita a aquella bocana; la primera fue siguiendo las voces del pueblo que ya nos habían hablado de aquel lugar, mítico por sus enormes langostinos. Sin embargo, ni procuramos ni fuimos hasta allí preparados para capturar algunos de estos sabrosos bichos. Sólo seguiamos el rastro de la arena mojada por la prendida marea, de las piedras vomitadas la noche anterior por el mar, del viento que continuaba dándole alas a aquellas íntimas confidencias de mi querida esposa . -tura manu, -socio lele, -nana guanaba, entre algunas otras, aunque ahora de un modo más continuo y enfático; es decir, más público, sonoro y claro mientras nos íbamos aproximando a aquel luminoso y sereno estuario. Ante cuya orilla mi esposa de pronto se detuvo y nos juntó, a Mique y a mí, muy cerca suyo. Formábamos los tres, ahora reunidos con todo el cercano y lejano entorno, una abigarrada multitud donde la luz del sol junto con el aliento de las olas nos atravesaban como si de una puerta abierta se tratara. -Owababa, -yiyu enoku, -a veces sale a caminar, -esta mujer se halla siempre entre las oquedades de la orilla, pero a veces quiere salir a caminar.

© Pedro Granados, 2023

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AGÜEROS PARA ARMAR (Nobloga)

A modo de Daniel Alcides Carrión, aunque en el área de las Humanidades o de la
poesía peruana, Juvenal Agüero se auto-inoculó el virus del anonimato. Entiéndase, el
manejarse sin grupete de amigos o de colegas en esta área y, lógico, lo esfumaron de
ciudad y campo. Corre ya el año 2020 y, al menos en el Perú (su patria), Juvenal es un
total desconocido y, en respuesta a esto, debe ganarse tenaz y meticulosamente la
existencia. Objetivo cumplido, entonces. ¿Qué pasó, qué demostró? Que la literatura
no la hacen los individuos, sino las instituciones por más equivocadas o periclitadas que
éstas sean. Que cuando un determinado autor (si es que esta categoría aún debe
permanecer) se adapta o se maneja en consonancia con alguno de aquellos clanes o
grupos todo puede ir sobre ruedas; es decir, uno entra en el canon y se coloca en algún
punto del partidor. Pero si no.

file:///C:/Users/WINDOWS/Downloads/AGUEROS_PARA_ARMAR_Nobloga_I_al_X%20(1).pdf

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Novelas de Pedro Granados

 

La saga la inició hace 23 años  Prepucio carmesÍ (New Jersey: ENE, 2000).  Primera novela del siglo XXI –escrita por un migrante peruano– trasandina, archipiélica o multinaturalista.  Sin melancolías ni con el espíritu –típico o, peor todavía, profesional– de  un sujeto andino damnificado.  Post-exótica y post-indigenista; la cual, apuesta más bien por la complejidad desde el origen, por la opacidad.

Luego se han sucedido:

Prepucio carmesí y otras novelas cortas (Lima: Tribal, 2012).  Reúne: Prepucio carmesí (2000), Un chin de amor (2005), En tiempo real (2007), Una ola rompe (2012) y Boston Angels (2012).  Posteriormente, he publicado directamente en la Web ¡Fozi Lady! (2016) [2013], sobre los últimos momentos de la vida de César Vallejo y, casi, de Juvenal Agüero; y Poeta sin enchufe (2018).

RESEÑAS

Nos encontramos ante un texto que no es fácil de leer y sin embargo su lenguaje nos resulta sumamente familiar. Es un texto que evoca a los fantasmas de la escritura. Un algo nostálgico inunda sus páginas. Un texto deforme e impredecible como lo es el mar. Es un texto que cuenta pero que también nos muestra lo invisible escondiendo la trama y lo evidente en una urdimbre de momentos y anécdotas. Un texto que resulta una fiesta para el lenguaje. Una celebración de la palabra. Un texto que nos remite al pasado. Ese tiempo pretérito que aún respira entre los acantilados de la existencia. Un texto que nos abandona dejándonos con el deseo de volver a la obra de Pedro Granados que es un futuro que él ha construido y que no existe salvo en la palabra.

Davo Valdés de la Campa (México)

Novelas breves, inmediatas, que hacen de la historia de Juvenal Agüero, la historia de cualquier hombre de letras arrojado a la intemperie de una existencia cada vez más intrincada, a caballo entre los retazos sincopados de Internet, ya todos entran en casa sin llamar, y el salto permanente entre imágenes y textos que contemplamos sólo por un instante. ¿De qué manera puede encarar el que vive del sueño y de la tecla semejante pandemonium de pulsos culturales? Pedro nos lo cuenta en un párrafo y sin apenas despeinarse, nada como su falta de afectación para decir las cosas desde la altura de quien ha experimentado seriamente con ello.

Juan Granados (España)

El humor es uno de los rasgos más logrados. El autor emplea y dosifica el humor a lo largo de la obra. Incluso en los momentos de mayor seriedad hay una pequeña cuota de ingenio humorístico.

El Prepucio viene a significar la cubierta que nos separa del mundo y nos mantiene encerrados y sin luz. La ruptura de ese prepucio es la salida al mundo para desenvolvernos como pensamos y sentimos y, sobretodo, para ejercitar nuestra libertad.

Edson Pacheco Briceño (Perú)

Una prosa cautivante, secreta, como un río de petróleo indescifrable que transita por el subterráneo y aúlla: Desaparecer bajo el triturador de mi cocina primero con un ruido áspero, pero después como un sonido uniforme, tan uniforme como el agua que lava y tan humilde desaparece. Versátil. Fuerte. Ya nadie usa tinta -es increíblemente costosa- ahora es el parpadeo de las teclas del escritor las que anuncian un estilo particular.

Daniel Beteta (Perú)

Bueno, así pues, me di cuenta de que muchos de nosotros podemos llegar a vivir en un prepucio. A veces no se remanga bien y la cabeza apenas se asoma, o a veces se remanaga tanto que hay que mantenerla afuera un rato hasta que se canse. Lo malo sería nunca echar un vistazo; quedarse envuelto en lo que uno cree que es aceptable y juzgar a los demás desde esa cubierta, sin tratar de entender de que hay otras posibilidades allá afuera.

Entouchantlesmots

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Monólogo de Juvenal Agüero*

Tengo una cantidad innumerable de enemigos literarios; de izquierda y de derecha; del submundo  y del cielo.  Los cuales no cambiarán de opinión  sobre mi obra porque de hacerlo, a estas alturas, significaría admitir que estuvieron despistados en el juicio o, peor aún, actuaron con hartísima mala fe.  Es más, ya que para el que escribe poesía por lo menos la mitad del asunto estriba en ser un crítico con olfato; aquello sería admitir que fueron poetas mediocres y, por lo tanto, en este aspecto  también existieron  en vano.

Es un milagro que haya persistido en la poesía sin grupete de amigos; sin ser líder de nadie; y sin que me hayan fagocitado como requisito previo  para algún  halago.  Mi invisibilidad, asimismo, constituye prueba irrefutable de que la poesía (la crítica) de los últimos cuarenta-cincuenta años en el Perú propiamente ha desaparecido; aunque no por esto sea menos activa, influyente  o decisoria.  Invisibilidad al cuadrado, para ser más exactos, porque los extranjeros que leen la literatura de este país andino se apoyan a su vez en lo que les informan o seleccionan los ineptos o, más bien,  monitoreados especialistas locales o incluso peruanistas.   Bola de nieve, entonces, intrascendente y, desde ya, extinta.  La cual, y de modo semejante,  no se ha percatado, por ejemplo, que  Prepucio carmesí (New Jersey, USA: Ediciones Nuevo Espacio, 2000) constituye la primera novela del siglo XXI escrita por un peruano overseas.  Trasandina, archipiélica, simétrica.  Aventura, nomadismo, mediación multinatural.  Carente de melancolías identitarias ni con el espíritu –típico o, peor todavía, profesional, oportunista– de  un sujeto andino invariablemente damnificado.  Páginas que escapan de la canónica literatura de viajes.  Subalternos entendiéndose entre ellos; pobres (de amor) atendiendo a otros semejantes.  Post-exótica y post-indigenista.  Y que apuesta más bien por la complejidad u opacidad desde el origen; por la red de vasos comunicantes que, entre todos los seres humanos (incluidos los animales), yacen sumergidos.

Cómo podría justificarse, pues, toda aquella legión a la que aludo.  Que todo lo hicieron por alimentar lo mejor posible a sus vástagos, vale; que sus progenitores fueron militares y que a ellos, tampoco, nadie va a pisarles el poncho, salve; que cierta iglesia católica y cierta oligarquía  les aseguraron su puesto en un periódico o en alguna universidad, allá ellos; que mientras más ignoraban incluso mucho mejor les iba, es lo usual; que en el intento de manipular a todos lograron finalmente manipularse a sí mismos, también es lo usual; que ignoraban mayormente, que no sabían, pase.  Pero que de ninguna manera pudieron con Juvenal Agüero el cual, al final,  les ganó la partida, de esto justamente  trata la presente y nunca concluida  novela.

De esto y de lo que diría acaso un joven crítico profesional; o una joven crítica que entenderá todo primero en inglés.  Un crítico de estos precoces y sabiondos, a veces de sonoro apellido, e incluso algo simpáticos, a los que martirizó su papá.  Y que por esta razón se afirman, a como dé lugar, en aquello que ignoran.  Y se empecinan, a la par de la institución que los ampara o los financia, en hacer escuchar su preciosa voz,  dicho sea de paso, absolutamente inofensiva. Que cómo no reparamos en Juvenal Agüero  mucho más temprano; de lo ciegos que andaban los grupos de poder y sus instituciones, etc., etc., etc.  Mejor nos anticipamos a todos ellos y desde ya rechazamos sus discursos, en conjunto y el de cada uno por separado, y lo decimos  directa y expresamente nosotros.  Antes que el largo brazo del remolino nos alcance o que la piedra sea muy gorda y alta sobre el río.  Ahora que estamos todos reunidos todavía aquí. Habrase visto.

*Juvenal Agüero, protagonista de la mayoría de las novelas de Pedro Granados; desde Prepucio carmesí (New Jersey: ENE, 2000) hasta Poeta sin enchufe (2018).

Juvenal Agüero o Pedro Granados o Juvenal Agüero

Estoy convencido que el mejor poeta dominicano, todavía vivo, es Juvenal Agüero; que dejó ver por primera vez su Prepucio carmesí el 2000.  Y llegó –junto con aquél– a la República Dominicana, entiéndase efervescente Zona Colonial, el año 1997.  Todo lo cual, oscura y sabrosamente ligao,  figuró en Un chin de amor (2005) y en otros mensajes los cuales, como dentro de una botella arrojada al mar, va publicando Pedro Granados hasta hoy mismo.

Pero se trata de Juvenal Agüero, que no es de allí, que no vive allí, que no lucra en ningún sentido de allí y que la institución literaria local no tiene para nada en cuenta; salvo que, por un acto fallido, lo inviten a un Festival del Libro o a leer en video algún poema en el Día Mundial de la Poesía.  Por qué digo que aquel cruce de inga y de mandinga es el mejor poeta local; porque lo es, ahora mismo, también del mundo entero.  Simple parte por el todo.  Aunque esto no lo sepan ninguna de las jebas de las apretadas Antillas que conoció hasta el aruñazo; ni los comensales con los cuales disputaba, cuando estaba bueno, aquel sancocho lleno de vaina; ni menos, porque lo tienen encarpetado y con llave, sus colegas poetas del patio local: erótico-comprometidos; sabiondos de la letra, aunque no de la música; oscilantes como el mar de las tardes de pecho abierto hacia malecón.  De lejos nada se mira y, menos, nada se siente.  Pero Juvenal sí la mira y su corazón sí la siente: una órbita de culo redondo y desnudo llegando hasta su más apartada habitación.

Saludos,

Juvenal

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NO ES LO MISMO SER CACHIMBO SIN TI

Novela breve, de autor numeroso y colectivo (estudiantes y profesor de Estudios Generales-Ingeniería), donde un animal, Perro Vaca, genera ciudadanía: compromiso y ternura para con su comunidad.  En este caso la UNMSM y, a la larga, el Perú.  Breve relato muy bien posicionado argumental, estructural y filosóficamente; post-antropocéntrico, por cierto.  Nuestra protagonista no habla, como en las novelas ejemplares de nuestro padre Cervantes, tampoco es un dechado aerodinámico ni un arma a la que hemos entrenado como extensión de nuestra propia violencia.  Es simplemente Perro Vaca u Olga.  La cual se fue este mismo año (2019), y cuyo ejemplo ha calado entre los estudiantes, el resto de perros (¿acaso un par de docenas?) y los profesores en el campus de la, cuatricentenaria,  Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

https://noeslomismosercachimbosinti.blogspot.com/

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A Enrique Bustamante, i. m.

Vivió en el París de la época de Picasso toda su vida. El arte era su externo e íntimo culto. Transitaba, como aislado o protegido dentro de un fanal, por las calles malolientes de Chacra Colorada. Vivía en su atellier de París, de la época de Picasso, situado sobre el jirón Morona adentro; o un Perú, a su modo, profundo o de avispero.  Un Perú simétrico donde un perro sin dueño disputa con una libélula y con seres humanos, asimismo, sin dueño.  Desprotejidos todos ante el estallido de la Bomba o del cornetín de D’Onofrio o del señor aquel que, como a las seis de la tarde, ofrecía mudo su pescado  y siempre vendía. Así era la Breña en los años 60 y así es como sus estudiantes, hoy por hoy con sesenta años largos, lo recuerdan.  No necesitó ni necesitaba absolutamente nada, le bastaba su riqueza interior. Sin embargo, tampoco dejó de ser un enorme pícaro, acaso todos los angeles lo sean.

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Raúl Gómez Jattin, veinte años después

El siguiente texto fue publicado, por primera vez, hace exactamente veinte años; el cual, asimismo, de algún modo hace ya parte de la tradición oral sobre el poeta.  Es decir, vive por ahí al margen de aquél que lo firmara.  

“Si yo lo escribí”, la poesía de Raúl Gómez Jattin (Testimonio)

Durante el III Festival de Poesía en Medellín (Junio de 1993), escuchamos por primera vez a Raúl Gómez Jattin. Este fue de chanclas coloradas y sin libro alguno a su propio recital, lo acompañaban Javier Sologuren, Juan Manuel Roca, y otro poeta del que ahora no nos acordamos. El público –que adoraba a Raúl– abarrotaba el céntrico auditorio. Llegado su turno, y después de dar muchas puyas a Roca, advirtió que no podía leer sin espejuelos; de aquella sala tipo anfiteatro fueron descendiendo, entonces, anteojos de diferentes formas y colores. Con el abracadabra de sus pesadas manos Raúl fue probándose cada uno; desdeñó inmediatamente el primero, unos cristales de marco grueso y de aspecto muy intelectual; lo mismo hizo con el segundo y con el tercero, discretos lentes de empleado, de disciplinado y tímido ganapán; finalmente, eligió unos de formato más bien estrecho, pero que quedaban flameándole de modo muy vivo en cada cien. Con estos leyó, mejor dicho, este poeta de casi dos metros de alto y de supersticiosos lentes de gatúbela, quiso empezar a cantar, preguntó sobre las preferencias del público que en ese preciso momento ya lo observaba atónito.

-“¿Qué canción de Joan Manuel Serrat querrían escuchar primero?”, y ahí mismo empezó a tararear la primera cuando poco a poco todo el mundo advirtió –antes nosotros– que no tenía entre sus manos texto alguno para leer. Seguidamente preguntó, ya habían pasado algunos desconcertantes minutos, si había alguien entre la concurrencia que tuviera un libro suyo. Silencio, risas, mayor perplejidad todavía. Por último, desde el fondo del auditorio, fue descendiendo a tumbos un único ejemplar que llegó con éxito hasta su mesa.

“Me dejaste en el momento en que más te necesitaba”, leyó, o creemos que leyó, y con esto se instaló en la sala una incontenible gravitación que lo tenía a él como eje, exclusivamente a él. “Despreciable y peligroso/ Eso han hecho de mí la poesía y el amor”, fueron otros versos ahora inolvidables. Sin embargo, todavía muy poco se conoce la poesía de Raúl Gómez Jattin (desaparecido trágicamente en 1997), apenas se ha difundido fuera de Colombia, y mucho menos se la ha estudiado. Extraordinario poeta celebrativo, con su Machado, Vallejo, Borges, Whitman, Paz y Lorca bajo el brazo, pero de catadura muy propia, su obra posee la frescura y vitalidad sólo comparable a la de otro de sus contemporáneos, el peruano Luis Hernández Camarero (Lima, 1941-1977). En ambos poetas, tan inteligentes y no menos cultivados, lo primero de lo primero es el gozo, esa ave rara hoy en día y a la que supo convocar siempre, por ejemplo, nuestro maestro Rubén Darío. Marginales y centrales a su modo –y tan latinoamericanos– a sus obras no las coactó la racionalidad política, ni tampoco la cobijaron bajo oportunista teoría literaria alguna; fieles siempre a su corazón, entendieron la poesía ante todo como dignidad –propia y ajena– que es, a la larga, la que nos pone a la altura de aquel chimpancé que aspira arrobado una pequeña flor del iluminado jardín (foto en la National Geographic en Washington).

“El putas”, algunos en Colombia denominan así a nuestro poeta; nombre cariñoso que no lo define por entero, pero que quizá ayuda a entendernos, sobre todo si nos circunscribimos a aquellos poemas que más fácilmente (de facilismo, de comodidad) lo identifican; por ejemplo, el famosísimo:

Te quiero burrita

Porque no hablas

ni te quejas

ni pides plata

ni lloras

ni me quitas un lugar en la hamaca

ni te enterneces

ni suspiras cuando me vengo

ni te frunces

ni me agarrras

Te quiero

ahí sola

como yo

sin pretender estar conmigo

compartiendo tu crica

con mis amigos

sin hacerme quedar mal con ellos

y sin pedirme un beso”.

Sin embargo, Raúl Gómez Jattin, cuenta con un repertorio más vasto que el aludido, aunque igualmente concentrado (los suyos no son más de un centenar de poemas). A la vertiente, digamos, narcisista –al antes y después de la juventud y la belleza– que ilustran también otros textos admirables:

En este cuerpo

en el cual la vida ya anochece

vivo yo

Vientre blando y cabeza calva

Pocos dientes

Y yo adentro

como un condenado

Estoy adentro y estoy enamorado

y estoy viejo (“De lo que soy”)

Sucede una poesía histórica, recreación o diálogo que entabla el poeta con algunos personajes universales de la historia o de la fábula, Hijos del tiempo es el libro al que nos referimos:

No volverá a ver la Alhambra en su esplendor

Tantos siglos construyendo pueblos y ciudades

irrigando llanuras

cultivando frutales

enseñando la Alquimia y el Algebra

la Poética, la Astronomía y la Música

Y todo se ha perdido en unos cuantos años

En unas pocas batallas todo se esfumó

como un espejismo en medio del Sahara (“El rey moro”)

En el mismo año de 1993, cuando lo conocimos en Medellín, tuvimos la oportunidad de revisar –acompañando a la pintora Bibiana Vélez Cobo, persona excepcional y entrañable amiga del poeta de Cereté– lo que sería, no estamos seguros, su último libro de poemas, Esplendor de la mariposa; edición reducidísima de la que escribimos una reseña para un periódico de Barranquilla y detectamos, nos entristeció comprobarlo, cierta pérdida de rigor en la estructura de sus textos, ciertos versos de menos o de más, cierto exceso de lugar común en sus imágenes, pero jamás la ausencia, y esto harto nos alegraba, de auténtica poesía. Era el ramalazo lúcido –luz o sabiduría– en medio de su tenaz adicción. De modo análogo a lo que señala Ángel Rama respecto al maestro, en el Prólogo a su edición de la poesía de Rubén Darío para la Biblioteca Ayacucho, el estilo, el vocabulario, los temas, la estética de Raúl Gómez Jattin podrá pasar de moda, pero su poesía y la pregunta por su poesía –y por la persona de Raúl– tendrán vigencia permanente.

Volviendo a la anécdota. Luego de leernos tres o cuatro poemas, y todavía mientras su voz de ángel crecido en las calles –entre gritos y puñetazos– resonaba en la platea, el poeta se despojó solemnemente de sus gafas celestes y las colocó abiertas sobre la mesa. De un momento a otro, sus espaldas alcanzaban ya la puerta más cercana mientras los otros poetas aún estaban en sus lugares respectivos y el público continuaba como hipnotizado, embebido. Mas, repentinamente hubo alguien que reaccionó, y después otro y otro, hasta que el reclamo, aunque cortés, se hizo general y unánime. ¡El libro, el libro!, comenzaron a vociferar en toda la sala. El poeta giró una sola vez la cabeza, efectivamente, entre sus manos enormes sostenía un pequeño y trajinado volumen, y antes de abandonar definitivamente el lugar respondió al coro: “Si yo lo escribí”.

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“Juvenal Agüero es de largo el mejor poeta dominicano actual”

De Una ola rompe. Cuarta novela breve –luego de Prepucio carmesí (2000), Un chin de amor (2005) y En tiempo real (2007)– que tiene a Juvenal Agüero, todavía, como protagonista.  Las posteriores son: Prepucio carmesí y otras novelas cortas (Lima: Tribal, 2012), !Fozi Lady! (2014) y Poeta sin enchufe (2018).

Juvenal Agüero es de largo el mejor poeta dominicano actual; totalmente andino/ criollo, de piel y corazón. Porque en Lima también se ha interpretado, de algún modo, desde siempre la bachata y me temo que mi hermano está ahora mismo como mimetizado y en la cima de aquel baile. En el estertor por constricción. Que en la República Dominicana equivaldría a montao o asfixiao.
Sin embargo, por su moda en las discotecas y urgida por la insólita aceptación que este ritmo dominicano ha ganado entre las calles del Perú, la bachata también ha entrado de lleno en el salón de baile de mi gimnasio. Gente de clase media, la mayoría; eso sí, absolutamente andina allí, por torpe o desorejada, ya que pareciera en este escenario amilanarse. Aunque el profesor nos anime siempre, con lánguidos y aterciopelados pasos, a que se trata de algo suave nomás; de un juego de piernas y brazos en alto bien acompasados… y sonrisa permanente.
¿La distinguida Sra. Yamamoto cómo será? Esposa actual, aunque no sabemos si en firme, de un mayor del ejército peruano, ¿qué le habrá visto a mi viejo brother?
-Es un cojudo, murmuró ante su foto mientras cachábamos.
¿Por qué, de pronto, Juvenal abandonó sus guisos que tanto le gustan? ¿Sus ya como quince años tranquilos desde su algo precipitada jubilación? ¿Aquellas palabras a mi oído, en una de mis visitas recientes a su nueva y más ventilada casa?
-Llevo, lo que se dice, una vida tranquila.
No voy a intentar ninguna explicación de fondo aquí porque ésta no existe. Los antecedentes de la ficción los dejamos justo detrás de la puerta del taxi. Encaramados en el asiento delantero, solemos platicar de cualquier cosa con el chofer. Y esta novela es, ante todo, una de estas ocasionales y espontáneas pláticas. Algo ligero de puro hondo. Nada personal de tan íntimo. Absolutamente público de tan privado.

https://www.academia.edu/38229401/UNA_OLA_ROMPE

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