Armando Almánzar-Botello, en dupla

PECES NEGROS Y ROJOS
     A Stéphane Mallarmé, in memoriam
     Calientes peces rojos en las blancas bañeras con patas vigorosas de impertérrito león,
     son las vulvas depiladas que resbalan y transcurren velozmente por las manos,
     que alucina taciturno en cada letra desolada este onírico asintáctico asemántico dolor…
     Peces negros de piscinas bajo luces parpadeantes de retórico, errático y erótico neón:
     son los pubis tan frondosos de metropolitanas ninfas, que discurren —por los dedos pensativos que se abisman—
     negra luz de triángulos como astros presurosos,
     que se acercan y se alejan con el musgo lentamente, para mágicos tocarlos con labios palpitantes…
     de lúcido imposible y frenético fervor…
Septiembre de 2010
© Armando Almánzar-Botello. Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

LA PERVERSIÓN TRANSFORMATIVA COMO JUEGO DE SUPERFICIE

     «En la República Dominicana teníamos desde hacía años al gran poeta Manuel del Cabral, gran explorador de las superficies metafísicas sórdidas y de las insondables profundidades tántricas…» Armando Almánzar-Botello

     «¿Qué se ama cuando se ama?» Gonzalo Rojas

     «¡Sé natural como al nacer!» John Donne

     «¡Se natural como al morir!» Armando Almánzar-Botello

     “El juego insensato es el juego de las relaciones”. Oscar del Barco

     El concepto de “perversión”, en la forma en que lo utilizan Sigmund Freud y Jacques Lacan, por ejemplo, tiene más connotaciones “técnicas y operativas” que simplemente morales.

     La perversión es para ellos lo “otro” de la neurosis, su reverso, y, eventualmente y en cierto sentido, su complemento.

    Freud, muy pertinentemente, y a contrapelo de la ideología victoriana y puritana característica de su época, habló de autenticidad en “la elección amorosa de objeto homosexual”, elección considerada como una “perversión moral” o un “pecado” en ese particular contexto histórico; Freud comprendió que el amor genuino puede existir en las relaciones homosexuales.

     El padre del psicoanálisis solo consideró como “enfermedad” la dimensión llamada “egodistónica” de la homosexualidad, es decir: cuando el propio sujeto de los impulsos homosexuales rechaza neuróticamente su propia homosexualidad y desea ser compulsivamente “curado” de ella, entendiéndola como una patología o un desvío “antinatural”.

     Evidentemente, este tipo de sujeto está incapacitado para elegir “partner” y amar plenamente. Debemos decir aquí, no obstante, que ningún posicionamiento humano en la tabla de la sexuación es “natural” o fundamentado en algún orden trascendente: la sexualidad del Homo sapiens sapiens es “polimorfa” en sus orígenes, como decía Freud.

    Por otra parte, el modo en que pensadores como Gilles Deleuze (en su obra “Lógica del sentido”); Pierre Klossowski (en textos como “El Baphomet”, “Roberte Ce soir”, “El baño de Diana”); Georges Bataille (en textos como “Historia del ojo” o “El azul del cielo”); Lewis Carroll (en Alicia en el país de las maravillas, Alicia a través del espejo, La caza del Snark), etcétera, utilizan el término “perverso”, remite o refiere a la valoración de las “texturas”, de los “planos”, de la “mirada y el deseo”, de las “superficies”…

     Este “arte perverso de la superficie”, más que a un problema moral o a un mero asunto de pornografía, de imágenes estupefacientes, de temor u odio al develamiento de lo que debe permanecer oculto, de brutalidad escópica anticristiana,  de violación de la normativa ético-moral por mostración de su reverso escamoteado, remite a una validación del cuerpo humano en su erótica desnudez y en su mortal vulnerabilidad, a una valoración deconstructiva de la carnalidad que difiere de las preocupaciones moralistas o simples melindres típicos de la hipocresía o de un timorato “pudor” burgués heredero de toda una metafísica idealista que afirma lo “inteligible” (el significado trascendental, el Uno) por encima de lo “sensible” (el aisthéton) y su correlato vitalizante y múltiple, la sensación (la aisthésis).

     Esta última dupla (lo sensible y la sensación), tal como nos recuerdan Deleuze, Derrida, Lacan, Lyotard, Badiou, Ranciére, viene a posibilitar la aparición del arte genuino (“el verdadero arte nunca es casto”: Picasso), a encarnar lo inteligible, a despertar al alma y a sacarla de su sopor, de su no ser, de su estado de mera letargia o “suspensión animada”.

     En este sentido “textual y textural”, la per-versión constituye una versión o exploración del “despliegue” que viene posibilitar el advenimiento de la superficie incorporal del mismo lenguaje articulado y su “dimensión deseante”, en contraposición a lo que el mismo Deleuze, siguiendo a Platón, a Wittgenstein y a Artaud denomina “sinsentido de las profundidades” o “lenguaje estallado”, por un lado, y “significado trascendental hipostasiado”, por el otro.

     Como nos recuerda Oscar del Barco comentando a Jacques Derrida: “El juego insensato es el juego de las relaciones: escritura que surge de leves presiones, escansiones de un movimiento que no puede ser sino una fractura, una puntuación, una diferencia que no encuentra su detención, un ‘uno’ que se divide sin que nunca haya el ‘uno’ como tal, pues lo que llamamos ‘uno’ ya es una división”.

     Ese juego insensato al que se refiere Oscar del Barco es la “perversión” como “archihuella” sin origen ni fin. No aquella perversión comprendida y limitada por la oposición paradigmática “neurosis versus perversión”, sino una cierta perversión de superficie topológica, generalizada o desencadenada, que comporta una  generalización y un desencadenamiento similares a los que Derrida alude cuando habla de “escritura generalizada”, esa que desborda en su movimiento la simple grafía o escripción y complica o problematiza tanto las profundidades como las alturas del logos metafísico y su pretensión de autarquía y trascendencia.

     Dice el poeta mayor César Vallejo en Trilce XIII:

     «Pienso en tu sexo. / Simplificado el corazón, pienso en tu sexo, / ante el hijar maduro del día. / Palpo el botón de dicha, está en sazón. / Y muere un sentimiento antiguo / degenerado en seso. // Pienso en tu sexo, surco más prolífico / y armonioso que el vientre de la Sombra, / aunque la muerte concibe y pare / de Dios mismo…»

     Ahí, en esos versos, está presente cierta deconstrucción o experiencia vallejiana del vacío, algo de la “defundamentacion” mencionada por Nietzsche, un poco del juego insensato que mencionamos y que resulta de una exploración “sensual y onanista-metafísica” de la oposición paradigmática vida / muerte. No queda nada más por descubrir que la compleja superficie del mundo, que “el escándalo de miel de los crepúsculos”, que la pulsión de vida y su reverso: el “estruendo mudo” de la pulsión de muerte, ambos polos del paradigma espaciados paradójicamente en una topológica banda de Moebius…

     Cuando el poeta Gonzalo Rojas (quien por cierto menciona a Freud y a Lacan explícitamente en ese bello libro de poesía erótico-mística al que pertenece el fragmento del poema que me sirve de epígrafe: “¿Qué se ama cuando se ama?”) utiliza la palabra “perverso” o “perversión”, y dice, por ejemplo: “sábanas perversas”, alude a esa dimensión metonímica de “jouissance” o de goce ligada al disfrute sensual de las texturas polimorfas en el juego erótico transbinario:

     «Bésense en la boca, lésbicas / baudelerianas, árdanse, aliméntense / o no por el tacto rubio de los pelos, largo / a largo el hueso gozoso, vívanse / la una a la otra en la sábana / perversa…» Gonzalo Rojas

    La perversión como “pornología” amorosa superior (Klossowski, Deleuze, Derrida, Nancy,  Girondo, Cortázar, García Ponce, Oscar del Barco…), es un arte de la mirada, del deseo y de las “superficies”, del tacto y del contacto, como  descubrimos en el John Donne de “Elegía: antes de acostarse”, cuando, dirigiéndose a  su mujer, hermosamente afirma:

     “Mírame, ven: ¿qué mejor manta / para tu desnudez, que yo, desnudo?”. John Donne

     También revela Donne el carácter metonímico-perverso de la textura y la superficie, cuando, en el gran poema “Éxtasis” —el mismo que inspiró a Jacques Lacan en su Seminario sobre el Deseo— nos dice:

     “Retornemos a nuestros cuerpos, / para que los hombres débiles puedan contemplar el amor revelado; / los misterios del amor florecen en las almas, / pero el cuerpo es su libro”… John Donne

     O cuando todavía, en este fragmento muy celebrado por Borges y traducido aquí por Octavio Paz, prodigiosamente revela Donne el carácter evanescente y lúdico de un deseo que confina con la “perversión”, entendida esta como un juego que explora la dimensión erótica de la superficie: medio que comunica la desnudez palpitante del cuerpo de la mujer —la vulva secreta como “entre”— con la ontología del topos o lugar matricial o natal reencontrado —“mi Terranova”— mediante la aventura erótica que comporta desnudar, descubrir y cubrir un cuerpo:

     “Deja correr mis manos vagabundas / Atrás, arriba, enfrente, abajo y entre, /
Oh mi América encontrada: Terranova, /
Reino sólo por mí poblado, /
Mi venero precioso, mi dominio. /
Goces, descubrimientos, /
Mi libertad alcanzo entre tus lazos; /
Lo que toco, mis manos lo han sellado. /
La plena desnudez es goce entero». John Donne

     Como maestros de la “superficie perversa” Deleuze menciona también a Rabelais, a Lewis Carroll, a Witold Gombrowicz, a Joë Bousquet, a Michel Tournier, a Henri Michaux…

    Recuerdo al gran Octavio Paz (traductor de algunos poemas de Donne) cuando decía, entrevistado por Rita Guibert en pleno 1970:

     “El erotismo colinda siempre con lo prohibido, colinda con la muerte, y lo mismo sucede con el arte… Lo que no hay en nuestra lengua es pensamiento erótico, reflexión sobre el erotismo. No hemos tenido un Bataille, un Blanchot, un Klossowski.” Octavio Paz

     De ahí que todavía estos temas vitales los tomamos a broma o asumamos frente a ellos una posición sacerdotal y hasta inquisitorial…

    Desde luego, aún no existían, para este período de la entrevista a Paz (1970), teorizaciones latinoamericanas de cierta relevancia sobre la sexualidad, el erotismo y la erotización del lenguaje, la hibridación, el mestizaje y lo abyecto en los ámbitos de la literatura, tales como las reflexiones efectuadas luego por un Oscar del Barco, un Juan García Ponce o algunos artistas ligados al movimiento neobarroso rioplatense y al cubano Severo Sarduy…

     Prácticamente sólo el poeta y ensayista mexicano Octavio Paz había meditado para esa fecha sobre esos temas “revulsivos” para la cansada sensibilidad conservadora. Aún no había reflexiones profundas sobre elogios de madrastras ni trabajos teóricos como los del excelente poeta uruguayo Roberto Echavarren…

    En la República Dominicana teníamos desde hacía años al gran poeta Manuel del Cabral, gran explorador de las superficies metafísicas sórdidas y de las insondables profundidades tántricas…

     «[…] Como dedos ingenuos los termómetros / en mí buscan calores sinvergüenzas. / Pero yo soy la fiebre de los astros. / Soy la temperatura del abismo. / Defeca Dios el universo ardiendo.»

     Así nos habla el poeta Manuel del Cabral al finalizar uno de sus memorables y transgresivos textos, la “Canción del invertido”, en el que transforma en Cuerpo sin Órganos deleuziano toda la realidad sociopolítica y cósmica: generación mitopoiética de una superficie virtual en la que un “ano mistérico y anonadante” cuestiona el cuerpo social y la sacralidad misma del universo.

   En cuanto a mí: ¡Sí, soy un perverso!, como lo era también, según Jacques Lacan en su Seminario XX, “Encore” (“Aún” 1972-1973), el gran místico germano Angelus Silesius, quien decía, quiasmáticamente: “El ojo por el que veo el mundo, es el mismo ojo por el que Dios me ve”….

© Armando Almánzar-Botello. 30 de diciembre de 2013 . Santo Domingo, República Dominicana. Reservados todos los derechos de autor.

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