Anahí Mallol: “Algunas visiones del vacío y la nada en la poesía argentina contemporánea”

Decíamos ayer:

Lo primero que constatábamos, luego de reparar en las nacionalidades de los poetas seleccionados, era que realmente estábamos asistiendo en Latinoamérica a una especie de homogeneidad de la sensibilidad, para no hablar de comunes registros u homenajes; todo esto, eso sí, ejecutado con mucha inteligencia. Entonces, por ejemplo, observábamos que la lección de Borges – aunque aquí algo más elocuente – estaba completamente aprendida: sobriedad, contención, autoironía, acendrada experiencia vital; mas, lamentablemente, sin la luna de su soledad que lo perdona; sin ese Borges que no tiene nada que ver con el escepticismo, la parodia o la documentación; sin el Carroll que anima su fantasia y que justifica temerariamente su propia persona poética. La gran mayoría desilucionados y escépticos (probablemente con razón), a aquellos jóvenes les faltaba el dorado brillo de la locura, de la confianza, del aparentemente absurdísimo espíritu de gratitud o celebración – en el fondo – típicos del poeta de Los conjurados.

POESÍA LATINOAMERICANA DEL SIGLO XXI

Mallol dice:

Al leer la poesía argentina reciente uno queda, en cierto sentido, devastado, porque los textos de la poesía argentina contemporánea son inteligentes y a la vez indigentes (dan cuenta de una mirada que comprende y entiende y no organiza porque no hay nada que organizar, sino sólo dar cuenta de un derrumbe que no es un apocalipsis propiamente dicho; hablan de un final que ha estado aquí desde el inicio mismo, sólo que ahora se acelera por la inacción del que no le encuentra sentido a nada).

Bordea también y supera toda posible pretensión de poesía política, y hasta de poesía y de política a secas, porque se inscribe como actualidad y lectura lúcida en la historia: que es siempre la historia de una enemistad, si se quiere acá la enemistad del ser humano con el mundo, con su entorno, pero también consigo mismo, y su reverso que se quiere humano a pesar de todo, una vuelta como de quien perdona.

El fragmento, en este contexto, vale precisamente como fragmento: no hay totalidad ni sentido completo al cual remitirlo, y por lo tanto, no se restituye a ninguna unidad.

Julia Kristeva, en la conferencia que ofreció en la Universidad Nacional de San Martín en el año 2011, titulada “La adolescencia: una enfermedad de idealidad. (La crisis de los adolescentes en las sociedades modernas en crisis de valores e ideales)”. En esa intervención, si bien defendió la crítica de la metafísica occidental llevada a cabo por la filosofía en los últimos doscientos años, reconoció, ante el estado actual de la sociedad y los nuevos síntomas de los sujetos en la sociedad contemporánea, que la deconstrucción de los valores totalitarios como las ideas
de Logos, Padre y Uno, necesaria y liberadora, ha dejado no obstante un vacío que propicia nuevas posiciones subjetivas de sufrimiento y una tendencia marcada hacia estructuras de tipo psicótico. Julia Kristeva planteó que esta situación, a la que atribuye en parte la responsabilidad por la aparición de una violencia desorganizada y de una masa creciente de individuos cada vez más aislados que no logran construir un lazo social, (situación que desde el psicoanálisis lacaniano se define como “ la sociedad después de la muerte del Padre”, o la sociedad sin Ley) debió haber sido pensada, y que la idea de vacío debió haber sido, o bien compensada con otro concepto, o bien ahondada al modo en que la filosofía budista conceptualiza el vacío como espacio permanentemente vaciado.


La poesía contemporánea, sin concesión a falsas ilusiones, se construye justamente en ese vacío.

http://revistalaboratorio.udp.cl/wp-content/uploads/2017/08/Anah%C3%AD-Mallol.pdf

Justamente es por este “vacío” –gesto común de la poesía internacional y urbana, no sólo argentina o del Cono Sur– que la poesía de César Vallejo se torna hoy por hoy imprescindible: la epifanía y la poesía y el sentido de pertenencia a una comunidad existen al margen o con la participación del sujeto.  Por ejemplo, no es exacto que Vallejo se refugiara en lo etnográfico (el pasado incaico o precolombino, la piedra, los andes) para intentar paliar o consolarse de la tragedia que constituía la Guerra Civil Española (Georgette de Vallejo y Stephen Hart dixit).  No es la cultura un mero sucedáneo de la política.  Muy por el contrario, Vallejo encontró –en realidad desde Los Heraldos negros y, sobre todo, en Trilce– y nos acercó la cultura para entender y darle sentido a la política e incluso al desastre; incluso a la muerte propia.  Es más, como buen amerindio, juntó el orden de la naturaleza al orden de la cultura (en el mito) e incorporó incluso la violencia a su pecho multinatural y a su poesía multidimencional.  Aunque no únicamente de un modo llamémosle emotivo (romántico o surrealista, al modo de Pablo Neruda), sino además en tanto mediación conceptual: trasatlántica e intergaláctica.

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