Susuki blues, la poesía de Renato Sandoval

Carátula

Entre el tráfago de una poesía -y por cierto una crítica- políticamente correcta y otra encandilada con la banalidad resulta cada día más difícil, en nuestro medio, toparnos con una auténtica voluntad de estilo. Esto, para no mencionar el sabotaje cultural más artero: un canon que pretende durar hasta el infinito, en lo fundamental, abonando las sabandijas cuya función es precisamente perpetuarlo. Hace rato que el trabajo de Renato Sandoval (Lima, 1957) era uno de los más interesantes de su generación, pero con este libro -Susuki blues (Lima: Lustra Editores, 2006)- su poesía es ahora, ya del todo, una de las mejores del Perú y alrededores. A su pasión por todo el diccionario y a su trajinar por el hipérbaton, a manera de un soliloquio sordo y entrecortado, Sandoval gana en precisión o, mejor dicho, pareciera perder en este libro todo escorzo superfluo, toda voluta gratuita o meramente efectista. Enfrentarse, entablar un diálogo con los maestros de la literatura del lejano oriente -aquéllos que reconocen en la caligrafía su vocación poética más acendrada- le ha obligado a ello. Es decir, su lenguaje ha ganado en economía, su carpintería sintáctica ha prescindido de arcos y remaches, y su imagen poética se ha potenciado icónicamente. Esto, aparte de que el sujeto poético no se nos oculta ya más como la liebre; por el contrario, manso, permite ahora que el lector le pase una mano amiga y lo perciba, al menos, en claroscuro. Porque éste, eso sí, continúa siendo el color de toda esta obra poética: trastienda, espacio pre-simbólico, bulto ciego de lo indeterminado. Aunque todo esto felizmente salvado -ventilado u oreado- por el humor: “hoy/ las miasmas se agitan con fuerza/ bajo los pechos y en la espesura/ un puercoespín espía nuestras/ rencillas entre bostezos”.

A la poesía de Suzuki blues no la define un deseo por alcanzar algo; es, más bien, la develación paulatina de aquello que se ha alcanzado. Sandoval siempre ha sido un poeta henchido, sino, creemos, andaba en busca de la fórmula más adecuada para no violentar su pudor, para no indilgarnos un ego hipertrofiado más, una mitomanía porfiando en hacerse pública. La táctica, por más lograda, y que anuncia un camino nuevo para esta poesía ha sido, paradójicamente, la secularización o desacralización paulatina del sujeto poético; un pasar, digamos, de la opacidad feérica de un José María Eguren -por lo demás algo reiterativa y como voluntaria en los anteriores libros de Sandoval- a un reconocimiento del cuerpo y la naturaleza acompañado, por ejemplo, de Javier Sologuren, Jorge Eduardo Eielson, Dylan Thomas o, en el caso específico de Susuki blues, la propia tradición poética con la cual magistralmente dialoga. De manera simultánea a como el sujeto poético se asume a sí mismo como un personaje más de ficción -sin que esto menoscabe, en absoluto, su singularidad o su riqueza- del mismo modo se nos aliviana. En otras palabras, sacude ante nosotros lectores -como un animal incómodamente empapado- toda gravedad o empaque prescindibles que son, en este caso, nada menos que las de su identidad única o intransferible. En lo básico, esto constituye la tarea a la que se ha avocado Renato Sandoval en su último libro. Su esencialismo anterior, efectivamente, se ha globalizado: ha transmutado en diferentes máscaras y tonos; y al hacerlo, pensamos que en horabuena, su poesía se ha vuelto también -de modo mucho más explícito- estupenda literatura.

Puntuación: 4.33 / Votos: 6

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