
“la teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aun más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico”
“NO SOY UN ACULTURADO…” (Discurso de José María Arguedas en el acto de entrega del premio “Inca Garcilaso de la Vega”, Lima, Octubre de 1968)
Las frases de arriba fueron y son para mí, desde que las leí por primera vez, un verdadero nudo incandescente de sentido e inspiración. Palabras para acompañar en su fecundidad, claro, no para encontrarles una respuesta correcta u oportunista. En los años 60 se decía, “ocúpate de la política o la política se ocupará de ti”; aunque se soslayaba que por lo común la poesía, inmediatamente antes, había ya hecho también lo suyo. Es decir, había abandonado al poeta.
Otros, los tozudos conservadores de siempre — denominados reaccionarios en aquella época — abanderándose en Eguren, Sologuren o el propio Luis Hernández Camarero (y sin su consentimiento) atrincheraban muy bien su propio espacio y se sentían íntimamente satisfechos e impermeables a la mera política.
Hoy, donde nadie quiere pasar por derechista (menos que nadie los políticos profesionales) y donde, por un quítame estas pajas, se enarbola el membership de la inclusión –económica, étnica o sexual– nos preguntamos por la poesía. Aquellos que hemos “desflorado/ Y tenido en una sola mano/ La cabeza atónita/ De la medusa”, nos preguntamos por ella.











