Política y poesía (Centenario de José María Arguedas)

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“la teoría socialista no sólo dio un cauce a todo el porvenir sino a lo que había en mí de energía, le dio un destino y lo cargó aun más de fuerza por el mismo hecho de encauzarlo. ¿Hasta dónde entendí el socialismo? No lo sé bien. Pero no mató en mí lo mágico”
“NO SOY UN ACULTURADO…” (Discurso de José María Arguedas en el acto de entrega del premio “Inca Garcilaso de la Vega”, Lima, Octubre de 1968)

Las frases de arriba fueron y son para mí, desde que las leí por primera vez, un verdadero nudo incandescente de sentido e inspiración. Palabras para acompañar en su fecundidad, claro, no para encontrarles una respuesta correcta u oportunista. En los años 60 se decía, “ocúpate de la política o la política se ocupará de ti”; aunque se soslayaba que por lo común la poesía, inmediatamente antes, había ya hecho también lo suyo. Es decir, había abandonado al poeta.

Otros, los tozudos conservadores de siempre — denominados reaccionarios en aquella época — abanderándose en Eguren, Sologuren o el propio Luis Hernández Camarero (y sin su consentimiento) atrincheraban muy bien su propio espacio y se sentían íntimamente satisfechos e impermeables a la mera política.

Hoy, donde nadie quiere pasar por derechista (menos que nadie los políticos profesionales) y donde, por un quítame estas pajas, se enarbola el membership de la inclusión –económica, étnica o sexual– nos preguntamos por la poesía. Aquellos que hemos “desflorado/ Y tenido en una sola mano/ La cabeza atónita/ De la medusa”, nos preguntamos por ella.

A mi madre, Lastenia Agüero Prado, que aprendió quechua a escondidas de su familia… y que amaba esta lengua… jamás le entusiasmó la literatura de José María. Sí, el personaje Arguedas. En esos ratos en que trataba de encandilarla –como yo mismo lo estaba a los 17 años– con algunos pasajes de sus novelas y cuentos, los más líricos, me percato ahora de que esta clase de distanciamiento crítico era posible. Más aún, inevitable. En lo que no me seguía mi madre era en el encandilamiento; sentir que, asimismo, por cariño al hijo ella jamás atropelló. Yo mirada como un muchacho urbano, estudiante universitario. Y ella era una migrante también de los andes del sur y de edad semejante a la de José María. Y, sobre todo, donde aquello que yo le leía fervorosamente de los libros resultaba acaso para ella letra fría o un tanto ya muerta… cantaba y, a menudo, bailaba también de modo espontáneo con las mismas letras de los huaynos o yaravíes que, junto con su traducción al español, aparecen desperdigas con generosidad en la obra narrativa de Arguedas.

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