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Ensayo

10 años de “De lo neobarroco en el Perú”

En el presente trabajo hemos partido, de modo no gratuito, con Julio Ortega; desde la perspectiva actual, consideramos que -entre los otros poetas de su generación, llámense estos Antonio Cisneros o Rodolfo Hinostroza- es el que se ha distraído menos con el “británico modo”. Consideramos además que éste, y aceleradamente, una vez superadas la parafernalia política de época y una vez mejor informado el lector, sólo va quedando en sus huesos. Lo mismo, obviamente, sucede con el performance textual de los de Hora Zero y, sus epígonos, un grupo como Kloaka y Cia. Como una suerte de indagación en la honda continuidad de la poesía peruana, la tesis de Martín Adán se perfila como un hito; o, al menos, es un corte oblicuo en el corazón mismo del más influyente, después de César Vallejo, de los poetas peruanos contemporáneos. Nuestro texto no se propuso sino dar un paso más, actualizar una tarea, no por aparentemente arbitraria, menos brillante y entendida. Es con los 80, le corresponde el mérito a esta variopinta promoción, donde las fuerzas barrocas adquieren nuevos bríos en el Perú y, justamente, a partir de la poesía conceptista/ coloquial del autor de Diario de poeta. Claro está, en un neobarroco que, asimismo, ha ido incorporando otros gustos de moda y, es lo más remarcable, otros gestos de estilo hasta hacerse casi irreconocible canónicamente.

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15 años de los “Poetas vivos y más vivos del Perú”

“Los poetas vivos y más vivos del Perú (y también de otras latitudes)” es un texto de 2002, aunque creemos que luego de 15 años sigue fresco.  En general, me reafirmo en lo que escribí allí.  Aunque añadiría que también ya me hastió, en tanto poeta, Carlos López Degregori (el cual se “salvó” en el texto primigenio), por unidimensional; es decir, por no dar pistas de que saldrá algún día de su monólogo y conflictos de clase media, de su narcisismo ya rancio.  Y, también, agregar que el mayor aporte de Mario Montalbetti a la literatura y al pensamiento del Perú, fue el haber llevado –hacia los años ochenta– los recitales de poesía al Olivar de San Isidro.  Asimismo, que la noria del “Taller de poesía de San Marcos” –que dirigen o dirigieron Marco Martos con Hildebrando Pérez por cerca de medio siglo– fue lo segundo peor que le ocurrió a la poesía peruana; por contentarse y fomentar –bueno, acaso los tiempos no daban para otra cosa– el hipo-realismo bajo todas sus formas, prototipos de poetas incluido.  Decimos lo segundo peor, porque lo primero siguen siendo los versos y la crítica de poesía o de arte que publica los domingos El Comercio; verbigracia, los párrafos de porfiado de J.C. Yrigoyen o los del invariablemente precoz S. Pimentel.  Lo que urge más en nuestra poesía trasatlantica es talento y, en seguida, valentía, imaginación y buen humor para sacarla adelante.  La poesía es un don, pero al mismo tiempo “la poesía es dignidad” (acaso el mejor verso de Luis Hernández Camarero).  Por lo tanto, debemos hacernos dignos de ese don que constituye, a la larga, una sensibilidad que se sabe colectiva –como en su radical individualidad lo supo siempre César Vallejo– aunque ni políticos ni asesores de alguna cosa ni comerciantes ni profesores, de puro metidos, van a reconocer que no son poetas.  Por más teoría de la recepción que en su descargo los socorra o post-autonomía de la literatura que intente ampararlos.

En fin, de cara al futuro, me provoca establecer un balance de la crítica de la poesía peruana, digamos, post-Mariátegui.  Y, también, de la crítica a nivel de la región o, más bien, trasatlántica.  La poesía es su crítica.  Labor por ahora complicada porque –para variar– carezco de auspicios; aunque de algún modo mi manuscrito engavetado, “Autismo comprometido: sobre poesía hispana reciente”,  brinde ya algunas luces*.   Lo que sí podría anticipar es que en este periodo hemos tenido la suerte de tener pésimos lectores de poesía; gracias a los cuales reaccionamos e intentamos cultivar  nuestro propio huerto.  Entre tozudos reaccionarios/ as –que no aceptan, por ejemplo, sea el “cholito” César Vallejo, y no el clan Cisneros, el que realmente da la cara al mundo por el Perú — o lectores “comprometidos”  que, de modo invariable,  confunden la poesía con un discurso de ocasión.  Fascistoides que trajinan a Eguren, hombre humilde y poeta probo, lo jalonan de aquí para allá para oponerlo a Vallejo; como si  éste no hubiera sido el primero en reconocer la grandeza de Eguren, y dejara a nosotros percatarnos que este último está ya íntegro como una parte de Vallejo (sobre todo en Los heraldos negros).  Sin embargo, es justo advertirlo, en el periodo también hemos contado con algunos excelentes lectores  de poesía: Beatriz Sarlo, Julio Ortega, Amálio Pinheiro, Boris Schnaiderman o Teresa Guillén, a modo de muestra.

* Una versión menos ambiciosa de este último ya fue publicada, Autismo comprometido: Sobre poesía peruana reciente (Lima: Paracaídas Editores, 2013); libro que mereció –al margen del incisivo denuesto por los gazapos ortográficos allí colados–  una muy generosa lectura por parte del finado y recordado  Marco Aurelio Denegri.

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Michel Perrin, Pinturas Kuna. Las molas, un arte de América/ Claude Lévi-Strauss (Versión castellana y notas de Arysteides Turpana)

Al pasar las páginas del libro de Michel Perrin, las bellezas de las imágenes le seducen a uno de un solo golpe. Casi trescientas obras maestras de textiles ejecutadas por las indias kuna (o cuna, ortografía tradicional) de Panamá están reunidas aquí por primera vez, reproducidas a colores. Pero Michel Perrin hizo más que ofrecernos para su admiración. Él las ubica en la cultura y en la historia, transcribe los mitos mediante los cuales los indios rinden cuenta de su origen y de los tatuajes y las pinturas corporales que realizaron en tiempos remotos; él explica las conexiones que estas piezas de corpiños, en apariencia puramente decorativas, mantienen con las actividades rituales. Reiteradas estadías  durante los últimos veinte años le han permitido crear relaciones familiares con estas sorprendentes artistas indias, de observarlas en el trabajo, de discutir con ellas los principios de su arte, de comprender sus juicios estéticos. Solo alguien que, como él, supo asociar estas investigaciones a pacientes pesquisas en los museos y en las colecciones privadas, y recoger en el mismo sitio gran parte de las piezas que presenta, pudo llevar a cabo la muestra que hace el objeto principal de su libro: corrientemente consideradas como lo que en inglés se llama tourist art (su venta procura ingresos significativos a los kuna), las molas constituyen un arte de inspiración y de tradición auténticamente amerindia. Merece que los antropólogos, los historiadores y los críticos les den en sus estudios el lugar que les corresponde.

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Pedro Granados/ Gustavo Ruiz Pascacio

Puntualidad de lo cotidiano y abrigo de lo siempre presente, la poética de Pedro Granados es como una doble conjunción de espacio y tiempo. En ella, el mundo se despliega como un mapa de las emociones, pero, a la vez, como el esfuerzo por la conquista del lenguaje “otro”. Geografía de la pasión e inserción de ésta en la geografía material de los objetos que de alguna manera nos pueblan.

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AGUAS MÓVILES DE LA POESÍA PERUANA: DE LOS FORMATOS A LAS SENSIBILIDADES

“acaso es tarea de la academia, hoy más que nunca, intentar superar —a modo de un salto cualitativo— las clasificaciones y taxonomías y atrevernos a evaluar la «poesía nueva» en cuanto y en tanto «sensibilidades nuevas» en o para un contexto determinado. Y, asimismo, atrevernos a trabajar en el aspecto cultural con opacidades (mixturas, hibridaciones, simultaneidades) ya que, de modo casi unánime, partimos de esencialismos o privilegiamos temas o motivos: esta poesía es andina — incluso ‘quechua’— porque habla de determinados temas o con determinado vocabulario; esta otra es del «lenguaje» porque es más o menos metalingüística; o esta otra es «meramente» coloquial o anticuada; etc. Así no llegamos a ninguna parte; salvo a que nos editen el libro porque cumple de antemano con una agenda de intereses más o menos políticamente correctos; peor aún, más o menos concertados con la institución literaria vigente o dominante”

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Átomos observando átomos: Poesía de Edgar Artaud

“Somos contos contando contos, nada” (Fernando Pessoa)

“Átomos observando átomos”, podría titularse este papelito sobre la poesía de Edgar Artaud… Persona, de por sí inventada, con mucho mayor proyección que los puntos seguidos precedentes.  Gesto extraordinario en la poesía hispanoamericana (la española y la chicana y la escrita en portunhol selvagem, incluidas) de juego de espejos paralelos.  Pero que no sólo reflejan, sino también refractan: penetran cual un cuchillo sobre nuestra pulida y resbalosa piel.  Es decir, Edgar no es sólo una máscara, una mancha expandida ya sobre una millonésima porción de la ubicua Internet; esto es lo de menos.  Una poesía divertida o entretenida, he escuchado decir por ahí.  Lo de más, queda librado a la varilla con que nos toca a cada uno para volvernos, incluido nuestro fuero más sagrado o más interno, puro átomos.  Acto de magia –acaso también de terror para algunos demasiado prendidos a sus propiedades, a su patrimonio– a través de explicaciones científicas.  Todo un naturalista posmoderno, pero cuyo resabio truculento queda aplacado por el cauterio suave del humor (“Marte es para poetas”). Una lluvia de fuego que llevaría al  héroe de Lugones a resucitar en átomos y ponerse al lado nuestro: otro aliento de estrellas u otra productiva jornada más de microbios extra-resistentes.  Esto le faltó a Leopoldo Lugones, pero esto mismo le sobra a Artaud Jarry; el que incluso, en su versión de Edgar Altamirano, es un hombre de ciencias  con mucho mayor crédito.  Y en tanto poeta, y en medio de la aparente ligereza retórica en sus textos,  esta última, más bien, elaborada con un refinamiento sin par (“La tierra es plana”); despliegue de velas semejante al del peruano Luis Hernández Camarero en su “novela kitsch”, Una impecable soledad.    Sutileza, sofisticación instrumental u oído –obvio, no sólo esto– que lo perfila un ser extraño ante los infrarrealistas los cuales, de manera usual,  y un tanto también al modo de los surrealistas, confiaban en un solo golpe de suerte o hallazgo metafórico para intentar ganar por nocaut el poema. Nada de esta cortedad de registros en Edgar Artaud Jarry, aunque insista –por empatía con el grupo o por sana modestia de su arte– en también apellidarse Papasquiaro o Méndez o acaso incluso Granados.  Extraterrestre ante los infrarrealistas y paisano de los contemporáneos en la poesía de México; nuestro poeta ha sabido elevar la azotea de su casa en   Chilpancingo –en complicidad con la inolvidable “esposa” de sus versos–  en común mirador de todos.  Un elevado donde leve sopla el viento y esparce y  conjuga todos nuestros átomos.

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César Vallejo ante la crítica en el siglo XXI: Fichas para una reseña

Rosas Martínez, Alfredo (coordinador)

2016    En la costa aún sin mar.  César Vallejo ante la crítica en el siglo XXI.  México: UAEM.

En general, destacamos de entre esta colección de artículos: “La mitad constituida por trabajos de autores mexicanos; la otra, por autores de Perú” (p. 11), aquello que se vincula directamente con nuestro propio trabajo.  Por lo tanto, más es una forma de refrescarnos la cabeza o de volver a apretar algunos cabos entre un volumen destinado al especialista; aunque no menos a un público más amplio –es de suponer, fundamentalmente mexicano– que acaso recién se entera de Vallejo.  Muy en particular, el cabo cultural o multinaturalista –mejor, si no es evidente– que atraviesa, reclama o va levantando su propia curaduría con la obra del peruano.  De este modo, el ensayo de Francisco Xavier Solé Zapatero es uno con el que probablemente guardamos mayor afinidad; obvio, texto en debate con uno de coordenadas estéticas, epistémicas e ideológicas distintas, y firmado aquí por Ricardo Silva Santisteban.  Luego, compartimos con Miguel Ángel Humán lo de la catadura performática y/o teatral de los poemas del “cholo”; está por salir este mismo año (2017), editado por la Associação Brasileira de Hispanistas (ABH), “Trilce/Teatro: guión, personajes y público” y aquí se refrendan también [antes en nuestro artículo “Trilce: muletilla del canto y adorno del baile de jarana” (2007) y en nuestro libro Trilce: húmeros para bailar (2014)], en un sentido amplio,  aquellas ideas. Asimismo, coincidimos también con Huamán en aquello de la relevancia extraordinaria de la metonimia en toda esta poesía; metonimia, asimismo, en tanto estado de identificación del sujeto poético con una ecología  o “mito inscrito en el paisaje”.

Del ensayo de  Luis Quintana Tejera hemos seleccionado varios breves pasajes.  Pertinentes y sugestivos aquellos donde dialoga con Pablo Guevara; pero que no trascienden a André Coyné u otros plañideros críticos, los restantes.  Es decir, lo hemos seleccionado, en lo fundamental, como un caso de lugar común de la crítica que debemos urgentemente renovar y trascender.

Por último, respecto al valioso ensayo de Alfredo Rosas Martínez: “Algunos críticos han destacado dicha importancia en relación con el número 3: Neale-Silva (1975), Guillermo Sucre (1985); con los números 0 y 8: Pedro Granados (2004), por mencionar algunos” (p. 21).  Sólo puntualizar que el “8” (ocho) no sólo es un número tabú o, al menos, encriptado por auténtica modestia –ya que icónicamente representa la continuidad del “0” o lo solar, incluso durante el crepúsculo– en Trilce; sino que asimismo representa contacto, cualquiera que este sea, y que deberíamos interpolar o reproducir también en la vida o convivencia cotidianas.  No nos encontramos con la epifanía del “8” leyendo a Pitágoras ni, menos, a través de Neale-Silva; pero sí enamorándonos y contemplando activamente el paisaje de nuestro entorno.

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Un mango sinuano/ RUBÉN DARÍO ÁLVAREZ PACHECO

Alegra saber que alguien se acuerda de Raúl Gómez Jattin.

Lo digo, porque de vez en cuando imagino que el poeta sinuano y cartagenero hizo todo lo posible para que lo desterraran de  la memoria. Y al mismo tiempo alcanzaba cotas de genialidad como para que se siguiera hablando de él en todas las posteridades.

Cuando se empeñaba en que lo olvidaran, se le daba por caminar semidesnudo por las calles de Cartagena, sucio y en evidente indefensión ante los alucinógenos.
Pero cuando se le daba por convertirse en inmortal, escribía portentos de poesía como “Los hijos del tiempo” y “Amanecer en el valle del Sinú”. Solía armarse con la hondura de su voz para interpretarse a sí mismo en los salones a media luz de Bogotá o de la Calle del Arsenal, donde el silencio del público era la mayor prueba de admiración que podía prodigársele a sus criaturas literarias.

Cuando se le daba por hacer que lo olvidaran, se presentaba al Festival de Poesía de Medellín cargando en el bolsillo papeles arrugados donde estaban sus más recientes poemas, pero se extraviaba en divagaciones sobre el hospital para locos donde pasó una temporada alejado del asfalto y de los químicos baratos que le quemaban la sangre.

Pero cuando resolvía que su existencia no era para que se perdiera en algunas líneas de la prensa cultural, lograba que el poeta Pedro Granados viniera expresamente de Providence a sentenciar que Raúl era el único poeta exportable de Colombia, una afirmación que siempre me sonó temeraria y absolutista, pero que hasta el mismo Gómez Jattin compartía: “soy el mejor, aunque sean otros los que salgan en la televisión”.

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César Vallejo: Mediador multinaturalista (Testimonio)

Comprobamos en la UFAC (Acre, Rio Branco, Brasil), y de modo fehaciente, que César Vallejo no es sólo un gran poeta; sino también –por cierto, no únicamente entre los Andes y la Amazonía–  un extraordinario mediador conceptual.  Sobre todo cuando propusimos poner en paralelo, en el aula, nuestras lecturas autobiográficas o auto-ficcionales de “Borges y yo” (El hacedor, 1960) y “Huaco” (Los heraldos negros, 1918).  A través de este ensayo fue patente ver cómo tenemos en la poesía del peruano una alternativa al “giro lingüístico” que representa la obra de Jorge Luis Borges.  Por lo tanto, percibir cómo del humanismo (autobiografía en tanto “autenticidad”, susceptible de evaluarse por la historia, psicología, sociología, etc.), pasamos al concepto de autobiografía como “escritura” (personificación o prosopopeya). Y de aquí al posthumanismo o mejor cabría denominar multinaturalismo o “giro ontológico” –que no tiene ya más al hombre como centro, sino que junta cultura y naturaleza– el cual ilustra, repetimos, sobremanera la obra de César Vallejo.  Tercera vía –respecto al humanismo y al “antihumanismo”– la advertida ya por los estudiosos brasileños Tânia Stolze Lima y, de modo acaso más sostenido, Eduardo Viveiros de Castro desde 1996.  En este sentido, no dudamos que en los próximos años –aunque para bien, porque se va en busca del  sentido— se configure todo un fenómeno epistémico global; algo semejante a un “Ayahuasca Vallejo”.  Que esto último no constituya depredación y poesía.  Que queden algunos réditos por aquí y que aquello no se patente –en exclusiva– en el primer mundo, depende únicamente de nosotros.

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