Átomos observando átomos: Poesía de Edgar Artaud

“Somos contos contando contos, nada” (Fernando Pessoa)

“Átomos observando átomos”, podría titularse este papelito sobre la poesía de Edgar Artaud… Persona, de por sí inventada, con mucho mayor proyección que los puntos seguidos precedentes.  Gesto extraordinario en la poesía hispanoamericana (la española y la chicana y la escrita en portunhol selvagem, incluidas) de juego de espejos paralelos.  Pero que no sólo reflejan, sino también refractan: penetran cual un cuchillo sobre nuestra pulida y resbalosa piel.  Es decir, Edgar no es sólo una máscara, una mancha expandida ya sobre una millonésima porción de la ubicua Internet; esto es lo de menos.  Una poesía divertida o entretenida, he escuchado decir por ahí.  Lo de más, queda librado a la varilla con que nos toca a cada uno para volvernos, incluido nuestro fuero más sagrado o más interno, puro átomos.  Acto de magia –acaso también de terror para algunos demasiado prendidos a sus propiedades, a su patrimonio– a través de explicaciones científicas.  Todo un naturalista posmoderno, pero cuyo resabio truculento queda aplacado por el cauterio suave del humor (“Marte es para poetas”). Una lluvia de fuego que llevaría al  héroe de Lugones a resucitar en átomos y ponerse al lado nuestro: otro aliento de estrellas u otra productiva jornada más de microbios extra-resistentes.  Esto le faltó a Leopoldo Lugones, pero esto mismo le sobra a Artaud Jarry; el que incluso, en su versión de Edgar Altamirano, es un hombre de ciencias  con mucho mayor crédito.  Y en tanto poeta, y en medio de la aparente ligereza retórica en sus textos,  esta última, más bien, elaborada con un refinamiento sin par (“La tierra es plana”); despliegue de velas semejante al del peruano Luis Hernández Camarero en su “novela kitsch”, Una impecable soledad.    Sutileza, sofisticación instrumental u oído –obvio, no sólo esto– que lo perfila un ser extraño ante los infrarrealistas los cuales, de manera usual,  y un tanto también al modo de los surrealistas, confiaban en un solo golpe de suerte o hallazgo metafórico para intentar ganar por nocaut el poema. Nada de esta cortedad de registros en Edgar Artaud Jarry, aunque insista –por empatía con el grupo o por sana modestia de su arte– en también apellidarse Papasquiaro o Méndez o acaso incluso Granados.  Extraterrestre ante los infrarrealistas y paisano de los contemporáneos en la poesía de México; nuestro poeta ha sabido elevar la azotea de su casa en   Chilpancingo –en complicidad con la inolvidable “esposa” de sus versos–  en común mirador de todos.  Un elevado donde leve sopla el viento y esparce y  conjuga todos nuestros átomos.

Pedro Granados (Lima, 24 de enero de 2017).

Puntuación: 5 / Votos: 7

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