Foto de P.G., 2023
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22/11/23: Vallejo, Adán y Eielson-Sologuren: Estancias amerindias (PPT)
“Vallejo, Adán y Eielson-Sologuren: Estancias amerindias (PPT)” constituye el programa de un libro en preparación con título homónimo. Comunicación que fue presentada en el marco del Congreso internacional Pensar la forma: tecnologías del pensamiento en las Humanidades hoy, PUC del Perú, 21-22 de nov. de 2023.
17/11/23: PENSAR LA FORMA: “Dime cómo escribes y te diré lo que escribes” (César Vallejo)*
Foto por Pedro Granados, 2023
Congreso internacional: Pensar la forma: tecnologías del pensamiento en las Humanidades hoy
https://web.facebook.com/events/2443618912465037?_rdc=1&_rdr
MIÉRCOLES 22
MESA DE PONENCIAS 1
(15.20 – 16.50)
Modera: David Rivera
15.20 – 15.25
Presentación
15.45 – 16.05
Vallejo, Adán y Eielson-Sologuren: Estancias amerindias
Pedro Granados (VASINFIN)
16.05 – 16.25
Sintaxis y aglomeración:
César Vallejo y Wilson
Bueno | Amálio Pinheiro
(Pontificia Universidad
Católica de São Paulo)
MESA DE PONENCIAS 2
(17. 00 – 18.30)
Modera: Valeria Falcón
17.00 – 17.05.
Presentación
17.05 – 17.25
Sobre la forma que
vendrá. Un diálogo posible
entre Vallejo y Brecht
Carlos Eduardo Quenaya
(Universidad de Lima)
09/11/23: Anónimo dijo… [Sobre poesía y poetas]
En respuesta a una parte de los temas que plantea Silvia [Camerotto], en verdad solo a los primeros renglones, quiero citar unas palabras del escritor Cesar Aira, con cuyo pensamiento coincido o, por lo menos, coincido con el fragmento que cito a continuación:
«Hubo una época, felizmente no tan lejana como para que no hayamos alcanzado a vivirla, en que los escritores eran figuras románticas, dramáticas, envueltas en el misterio: inexplicables. Después, fue como si empezaran a hablar, y ya no pudieran dejar de hacerlo. Ahí coincidieron, no por azar, el desarrollo de la llamada «industria de la cultura» y una especie de temor de los artistas a alentar esperanzas excesivas en su trabajo, temor que los llevó a adelantarse a declarar que eran seres comunes y corrientes, más vulgares inclusive que el promedio, preventivamente. Sea como sea, es difícil imaginarse cómo pueden despertarse vocaciones literarias en los jóvenes que ven escritores diciendo banalidades en televisión, y comportándose en general como pequeñoburgueses bienpensantes».
Más allá de las ironías de Aira, creo que la «desromantización» de la figura del escritor ha dado lugar a un prolongado equívoco, en un mundo que tiene rigurosamente prohibidas las revelaciones.
Por supuesto, no considero que todos los escritores deban ser «border» (termino del discurso psiquiátrico, y por lo tanto sospechoso).
Pero pienso que el artista es un ser de una sensibilidad particular que, socialmente, absorbe en su cuerpo circunstancias que mucha otra gente no percibe.
Esto provoca que los poetas, eventualmente, den la hora antes de tiempo.
Allí está Rimbaud, dando la tónica del siglo XX.
Allí tenemos, por ejemplo, a Kafka, quien sufre corporalmente un horror que seria el de su escritura, que es el de la época que vaticina. Milena y la hermana del escritor checo, deportadas a los campos de concentración. La denuncia de un poder inmemorial escribiendo sobre el cuerpo de los condenados en la colonia penitenciaria.
Los últimos poemas de Alejandra Pizarnik y toda la obra de Miguel Angel Bustos cobran un nuevo sentido a esta luz.
Algunos versos de Bustos, como «tuve que morir volver a ustedes» tienen un significado especial en retrospectiva.
Lo mismo ocurre con el joven Rimbaud cuando anuncia y describe el final de su vida. «Las mujeres cuidan de los inválidos que vuelven de tierras calientes».
Por otro lado, pienso que existe un perverso mecanismo propio de la sociedad neurótica, donde una mayoría supuestamente «cuerda» se apropia de la riqueza intelectual de seres que en vida excluyó.
Basta decir que Jacobo Fijman tenía prohibida la entrada a la Biblioteca Nacional.
Y la desaparición por parte del proceso militar del gran poeta Miguel Angel Bustos, es seguida por la desaparición de su voz misma, hasta la reciente publicación de sus obras completas.
Cabe preguntar:
¿Dejarían a Van Gogh, entrar al Louvre? ¿Podría Van Gogh comprar un Van Gogh? ¿Podría Nietzsche pagar la cuota de una universidad privada donde se discute su pensamiento?
Ante la mención de Paul Celan en la nota, bien vale citar una frase de este poeta: «La poesía ya no se impone, se expone». Allí estaría tal vez una respuesta posible a la teoría de glamour.
Personalmente le pediría a la poesía gestos más audaces, operaciones de lectura más jugadas, construcciones que no se conforten en ninguna escuela o canon.
Cito estas palabras de Alain Badiou, en el análisis que hace de la Oda Marítima de Fernando Pessoa:
«Para que el individuo se convierta en sujeto es preciso que supere el temor, el «miedo innato a las prisiones», sin duda, pero más aún el miedo a perder toda identidad, a ser desposeído de las rutinas del lugar y el tiempo, de la vida «reglamentada y revisada…».
«…El miedo inmoviliza al individuo, lo transforma en impotente. Y no tanto el miedo a la represión o al dolor, como el miedo a no ser más lo poco que se es, ni tener lo poco que se tiene. El primer gesto que lleva a la incorporación colectiva y a la trascendencia artística es dejar de tener miedo.
Nos gusta que nuestra vida esté reglamentada para escapar a la inseguridad. Y el custodio subjetivo de la regla es el miedo…».
En consonancia con esta idea, no me parece casual que Hölderlin haya usado la palabra «indigencia» para hablar de los tiempos que vendrían o que Juan L. Ortiz defina a la poesía como «la intemperie sin fin».
El temor a lo sensible o a lo trascendente, ha hecho olvidar que la poesía fue el viaje espiritual en San Juan de la Cruz y también, en bodas con la noche, el reencuentro con la amada en Novalis, ascensión y caída en Fijman y en Bustos, por citar algunos ejemplos.
01/11/23: PENSAR LA FORMA (PUCP)
13/10/23: Taller de micro cuento en Túpac Amaru
I.E. Nuestra Sra. de la Paz 10777, Túpac Amaru, Mocupe, Lambayeque
Sentí mucho frío y me fui a descansar. Y después empezó a llover. A la mañana siguiente fui a ver a mi perro y estaba todo con barro y agua. Y me encontré una moneda. Y después en su casita le leí un cuento.
Conversaba con Diego y de pronto llegó la profesora. Pero era hora de salida y después empecé a despedirme de mis compañeros. Al último abracé a Ana.
03/10/23: Pedro Granados en Cajamarca
18/09/23: Jornadas Bolaño – 18 y 19 de octubre (ILH-UBA/ MALBA)
El Instituto de Literatura Hispanoamericana (ILH-UBA) y el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA)
18 de octubre (virtual)
10 a 10.30 – Apertura
10.30 a 13 – Mesa 1
Olivier, Florence – Rescatar, reanimar, redistribuir: algunos gestos memoriosos y críticos en la obra de ficción de Roberto Bolaño
Kutasy, Merci – Traducir Bolaño. La recepción de la obra de Roberto Bolaño en Hungría
Flores, Darío – Profanaciones. Roberto Bolaño y el canon literario
Pomareda Céspedes, Fernando – Recentrando el canon: Una lectura de La literatura nazi en América y “El gaucho insufrible” de Roberto Bolaño a la luz de la figura de Jorge Luis Borges
Ramírez, Susana Florinda – Roberto Bolaño en su narrativa: un diálogo controversial con la tradición literaria hispanoamericana
14 a 16 – Mesa 2
Granados, Pedro – Edgar Artaud Jarry: Fundador del Infrarrealismo
Bolaño, en México, no sólo utilizó a su muy joven compatriota, Bruno Montané Krebs, ávido y curioso lector, a modo de ósmosis o mayéutica poético-intelectual permanente; sino que también empleó y manipuló, esta vez como pantalla, a José Rosas Ribeyro —poeta peruano absolutamente menor de Hora Zero— para intentar canibalizar este último Movimiento: ponerlo a la par del mexicano o incluso hacer preeminente al Infrarrealismo a nivel continental (cosa que, a fin de cuentas, logró con la publicación de Los detectives salvajes). José Vicente Anaya —junto con Bolaño y Papasquiaro otro de los fundadores del Infrarrealismo o, al menos, de alguno de ellos; y el que moteja de modo errado a Edgar Artaud Jarry como «infra-mariosantiaguista»— ante tan fulminante expansionismo del chileno (paralelo, consistente y mayormente incuestionado ante la crítica como los de Raúl Zurita o Pedro Lemebel, sus paisanos) queda atónito y no tuvo más remedio que quedarse, mayormente, de ensayista y traductor (poetas beats, haiku japonés, Marge Piercy, Allen Ginsberg y un largo etcétera). Es decir, Anaya en aquel exacto momento, careció del oportunismo y malicia de Bolaño —aunque luego éste, en la novela, encontrara el mejor formato para su escritura— y de la persuasiva zozobra que lograban comunicar los versos de Mario Santiago Papasquiaro. En definitiva, postulamos al poeta y científico mexicano, Edgar Artaud Jarry, como un más plausible –y no menos opaco– fundador del Infrarrealismo; sin los pliegues ni las frustraciones de Bolaño o Anaya.
Loy, Benjamin – Del infrarrealismo a lo ‘infra-ordinario’: estéticas y políticas de lo cotidiano en Bolaño
García Gutiérrez, Rosa – Cesárea Tinajero y ‘La Emergida’: la leyenda de Concha Urquiza en Roberto Bolaño y Cristina Rivera Garza
Núñez, José – Una aproximación a la figura de Poeta maldito en la narrativa de Roberto Bolaño a partir de Los Detectives Salvajes
16 a 18 – Mesa 3
Espinosa, Patricia – Trànsitos de la mujer en Los detectives salvajes y 2666 de Roberto Bolaño
Tomic, Marta – La aporía de la búsqueda del centro en los espacios fronterizos de Santa Teresa de Roberto Bolaño y Comala de Juan Rulfo
Tocco, Fabricio – Bolaño contra el invidualismo y el Estado
Fernández, Eugenia – Literatura del absurdo, música bebop y películas de carretera en novelas de Roberto Bolaño
18 a 20 – Mesa 4
Candia-Cáceres, Alexis – Rojas, Bolaño y Zambra: chilenos perdidos en el ocaso
López Martínez, Rodrigo – La vanguardia después de Bolaño: El círculo de los escritores asesinos (Trelles
Paz, 2006) y Poeta chileno (Zambra, 2020)
Rodríguez Reyes, Roberto – Contra Bolaño: formas alternativas de lidiar con el monstruo
Lèal, Alfredo – Después de Herralde. Transformaciones económico-materiales en la obra de Roberto Bolaño
20 a 21 – Plenaria
Álvaro Bisama
10/09/23: MINI CURSO: AUTOFIGURACIONES AMERINDIAS
VALLEJO, ADÁN Y EIELSON-SOLOGUREN: ESTANCIAS AMERINDIAS
(Autofiguraciones amerindias en el contexto de la migración y la interculturalidad)
MINI CURSO
Mediador: Pedro Granados, Ph.D. (VASINFIN)
https://orcid.org/0000-0001-8359-397X
Sumilla
Aquello de auto figuraciones alude, sobre todo, a anagnórisis o, también, a deseo. Estos poetas, representantes de la poesía peruana letrada-culta o experimental-vanguardista canónica del siglo pasado, las encarnan todos en sus obras. Viajeros sin excepción, incluido aquí el supuesto “exilio” predominantemente interior de Martín Adán, a pesar de su clase social o del color de piel o de sus simpatías u oscilaciones políticas, repararon en que —aunque con premeditada opacidad– escribían en tanto mediadores o, màs bien del todo, autores amerindios; es decir, aquello constituyó una suerte de autodescubrimiento y autodeterminación ontológica. ¿Por qué empezamos con César Vallejo? Porque este autor representa, en el Perú, este giro ontológico por excelencia.
Descripción
Vallejo, Adán y Eielson-Sologuren: Estancias amerindias
De los formatos a las sensibilidades y de éstas a los espacios (“estancias” aquí) es de lo que trata el presente mini-curso. Traducible este último, de manera intersemiótica y del modo más económico, acaso al dibujo de una ola y un rayo de sol. El riel César Vallejo se halla presente por aquello que éste acuñara sobre “poesía nueva“ (1926). El otro riel es una lectura de la tradición de la poesía peruana ya no como formato/s ni, tampoco, en tanto “sensibilidad” (individual, grupal) sino, en cuanto imposición o consagración en ella de un espacio amerindio (Ingold). Gesto simétrico o multinaturalista (Viveiros de Castro) y, asimismo, no menos contra instrumental respecto a nuestro intento de tomar posesión del texto poético.
Superada la “escenografía” modernista, la poesía latinoamericana recupera el paisaje; aunque no precisamente el telúrico y, sí, considerando a la complejidad y virtualidad del espacio como un soporte más adecuado para lo humano: “Perception, Gibson argued, is not the achievement of a mind in a body, but of the organism as a whole in its environment, and is tantamount to the organism’s own exploratory movement through the world. If mind is anywhere, then, it is not ‘inside the head’ rather than ‘out there’ in the world” (Ingold 3). Ejemplos: Escalas, de César Vallejo, o Fervor de Buenos Aires, de Jorge Luis Borges, ambos libros de 1923.
En consecuencia, entendemos “estancias amerindias” en tanto íconos o conceptos localmente motivados; aunque, de modo simultáneo, de relevancia o proyección universal. Es decir, “estancias” en tanto frutos de una mediación conceptual amerindia para el mundo (Granados 2019). Y, asimismo, mediación conceptual vinculada a una tradición –en este caso específico– el de la poesía peruana culta.
Por último, aunque no sería lo menos importante, trabajar con poesía nos parece metodológica y epistemológicamente urgente para, en específico, el actual contexto académico internacional. No leemos poesía culta por perjuicio de hallarnos ante un objeto decorativo o propio de una clase social privilegiada; o porque carece de la suficiente información para aplicarle, en automático, nuestros esquemas realistas (históricos e ideológicos); o porque simplemente no la entendemos, particularmente la de la vanguardia para aquí, y en consecuencia mejor la evitamos. Este minicurso, a pesar de su brevedad, pretende echar luces y desterrar, en algún grado, dichos prejuicios.
TEMAS
-César Vallejo: Muros melografiados
a. “Cuneiformes”
b. Vallejo a caballo
c. Vallejo + Barroco: Varrojo
-Martín Adán: “En la azotea”
-Jorge Eduardo Eielson: “Instalación sobre Vallejo”
-Estancias (1960), de Javier Sologuren. Nueva visita.
05/09/23: NO PERDER DE VISTA A PEDRO GRANADOS/ Juan Javier Rivera Andía*
La clave de Vallejo son precisamente sus heterodoxias.
Pedro Granados (2008)[1]
En Bearn o La sala de las muñecas, Lorenzo Villalonga hace decir a su joven protagonista, el capellán y quizá hijo natural del señor de Bearn, que la comunidad de criterio es una de las gracias más preciadas que Dios puede darles a sus hijos. Podríamos agregar, si nos atreviéramos, que esa gracia suele ser concedida —si lo es—sobre todo (o quizá únicamente) en la juventud; ese “riesgo bendito” de otro cura rural, aquel de R. Bresson.
Fue entonces que tuve yo la fortuna de conocer a Pedro Granados, en ese momento de la vida que otro personaje ficticio —una estudiante algo intrascendente de una película de Éric Rohmer—[2] considera sabiamente como “quizá el más importante: aquel en el que uno se desprende de sus influencias del pasado y en el que su personalidad finalmente se define”.
Venido de la sierra, de las barriadas, de la guerra, de la precariedad y del abandono —pero siempre cobijado por el amor de las madres del Perú—, encontré, pues, a Granados; muy probablemente el más memorable profesor que tuviera la suerte de encontrar en mis primeros años de estudiante universitario de primera generación. Pocas manos más sinceras y honestas, aquel joven maltrecho habría podido encontrar en ese refugio semiabierto, en ese oasis efímero del Perú de los noventa: “el lugar más triste del mundo era la playa de estacionamiento de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú”. Fue, además, a la vista de esa palabra y esa mano tendida que aquel capellán en resentido peregrinaje —de las avenidas polvorientas con dementes abandonados hurgando en la basura de Carabayllo a los jardines con venados paseándose lánguidamente entre los rosales de Pando— concibiera y osara, por primera vez, publicar lo que escribía.
Pero aquella gracia inesperada provenía no solo de su pluma —sus poemarios y novelas como inversiones de su a veces intrincada ensayística—; sino también de su lúcida palabra y su vital enjundia. Fueron estas sobre todo las que encandilaron y deslumbraron, hace ya más de un cuarto de siglo, a aquel Nadja limeño y oscuro que, desde entonces, decidió no perder de vista nunca a Pedro Granados.
Ahora bien, el libro que el lector tiene en sus manos mantiene aquella gracia y aquella promesa. Las mantiene intactas, pues, como la del Arguedas que evoca en sus páginas, la de Granados es también una —nunca más necesaria que en los tiempos actuales— “mirada vagabunda”.[3] Su siempre difícil y suicida ejercicio de la libertad frente a un mundo —el de sus colegas coetáneos y connacionales— escandalosamente fosilizado (si no, como reza alguno de sus poemas, de meros ganapanes) bien lo demuestra. El espíritu autónomo de estas reflexiones de Pedro Granados, de sus referencias explícitas y de la sensibilidad que las anima, así lo prueban.
Tal fue y es, en el fondo, su ejemplo y herencia: casi una arenga para aquellos que no pueden sino aparecer desenfocados en los lentes de las cámaras autorizadas, un oasis para aquellos a quienes su naufragio en las borrascas de las miserias sureñas no terminaron de convencerlos de asir cualquier cuerda que prometiera, a cualquier precio, sacarlos a flote; en suma, un refugio improbable en medio de las ruinas que la violencia no ha cesado de acrecentar. Un violencia, de hecho, que estos versos retratan íntimamente:
La violencia existió siempre,
pero también existimos nosotros.
La violencia sin todas las variables en la palma de la mano,
justo así como nosotros y como cada uno de ustedes.
La violencia que no controla todo, que felizmente no sabe
lo que sus hijos piensan. La violencia temerosa del futuro
y de las calles tan violentas. La pudorosa violencia que no llama
a las cosas por su nombre, que no se atreve a amar.
La violencia con sus males de ojo. Con su tarde o temprano.
Porque largo la hemos mirado y le hemos sobrevivido.
Porque largo le hemos dado a comer directamente de la mano
y conocemos su hendidura, su hedor, aquello que la hace más feliz.
Por eso pendeja (en peruano) nos reconoce y nos teme,
y se está aquí cerrándonos las piernas. Tal como si no
supiéramos,
ya de sobra.
Tal como si hubiéramos olvidado.[4]
No desfallecer, pues, bajo el peso de la miseria. No quedarse agazapado frente a la sombra de su violencia. Todo lo contrario. Es decir, si alguna salida honrosa hubiera para los linajes de esclavos, es la de la osadía y el lujo, la del lujo y la osadía, intelectuales y, ya puestos a ello, poéticos. El presente libro sobre Vallejo —aquel a quien algunos jóvenes de Carabayllo, Canto Grande o Villa el Salvador todavía podíamos darnos el lujo de admirar incluso desde la novísima aventura limeña que nos veíamos obligados a emprender—, su tenacidad reflexiva, su explosión de conexiones y exploraciones —incluyendo recientes propuestas analíticas y dispositivos políticos genialmente lanzados desde Sudamérica tales como el multinaturalismo—, así lo demuestran.
Al leer la poesía de Vallejo nos constituimos o tomamos consciencia de ser “huacas” también nosotros mismos. Y, a imitación del poeta, encontramos el motivo para educar y educarnos alrededor de esta multinaturalista e intensa invitación del Sol y también de esta poesía. Una suerte de honda alegría y autoestima amerindia, no menos mundial, por la “línea de mira compartida”.
Por momentos, verá el lector, sus osadías pueden tornarse odiseas. En estas páginas se despliega un conocimiento íntimo de la obra de Vallejo; y se la coteja, honestamente, no solo con la de otros emblemas de nuestra América (como Arguedas y sus titubeos) sino también con el todavía insondable mundo amerindio (asediado desde las versiones andinas del perspectivismo o del estructuralismo). Estas páginas muestran bien cómo tales osadías del pensamiento pueden exigir verdaderas odiseas de la escritura en pos de un lenguaje nuevo. Algo de ello está ya en una de las respuestas de Granados a aquel interrogatorio al que generosamente se sometiera mientras, en una de mis involuntarias huidas, merodeaba yo algo apesadumbrado entre los canales de Leiden. Aquí, por ejemplo, recordando a su hermano obrero:
…cada vez que le exponía cosas demasiado articuladas él decía que no me entendía; pero una vez que fragmentaba mi discurso y liberaba mi lenguaje valiéndome de onomatopeyas y de glosolalias, se le iluminaba el rostro y decía que me entendía perfectamente. “Sellones”, era el epíteto con que motejaba literalmente a toda la sociedad; es decir, adocenados, domesticados y predecibles.[5]
Y puede entonces uno preguntarse: ¿A dónde nos conduce, finalmente, la tenacidad de Pedro Granados? Dejemos que cada lector lo decida al enfrentarse a estas páginas. Claro, ojalá, en este terriblemente desigual Perú, osar por la autonomía —sin venir ni beber de sus también terriblemente ignorantes élites— no significara todavía el silenciamiento gratuito, inexorable, apabullante. Pero aun si lo fuera por muchas más décadas (y masacres y mentiras); en todo caso, obras como la de Pedro Granados nos muestran que, al fin y al cabo, bien vale la pena osar así.
Powiśle, verano de 2021
[1] “Peruano brujo: Interrogatorio a Pedro Granados o digresiones entre un poeta (en Lima) y un antropólogo (en Leiden)”, 2008, Pedro Granados & Juan Javier Rivera Andía. URL: https://triplov.com/Agulha-Revista-de-Cultura/2008/Pedro-Granados/index.htm
[2] “Nadja à Paris” (1964).
[3] Alejandro Ortiz Rescaniere (2002): “Una mirada vagabunda. Vigencia de la antropología de Arguedas”. Anthropologica 20: 13-18. URL: http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/anthropologica/article/view/394/389
[4] De: “El corazón y la escritura” (Lima: Fondo Editorial Banco Central de Reserva del Perú, 1996).
[5] Ver nota 1.







