La tradición del viaje a solas/ Marco Antonio Murillo (Yucatán, 1986)

Poeta “peruano” en tanto Catulo  también emigró y se aposentó –hasta hoy mismo– en esta vasta tierra de promisión; con seguridad esto ocurrió desde los años sesenta del siglo pasado (Antonio Cisneros y Rodolfo Hinostroza, entre muchos otros).  Es un caso semejante a otro poeta “peruano”, un tanto anterior, el paceño Humberto Quino (1950) respeto de Hora Zero.  Fino, acertado, púdico (incluso los poetas infrarrealistas lo son); y con estos recursos retóricos (mucha retórica) a veces logra levantar una/algunas imágenes inolvidables.  Es decir, sin proponérselo, a veces este mago realiza un auténtico acto de magia; huido de su propio “archivo de huellas digitales” (Eduardo Chirinos).  Ya no más Neruda ni Ginsberg ni otras citas eruditas o papel moneda que a la larga nada dicen, más bien lastran.  Tal como sucede en el poema “The Emily Dickinson´s herbarium” (algo largo para copiarlo entero aquí), aunque citamos un fragmento:

O acaso afuera de la habitación, lejos

de una mesa dispuesta para la soledad,

las hierbas, las plantas y los árboles

sin más fruto que la muerte de la tarde,

nada dicen

de esta vida, sólo crecen esperando

a que las estaciones o las pisadas

de algún animal digan algo por ellos.

Marco Antonio Murillo hace extrañar, porque justo a través de estos versos se entrevé la posibilidad, a los poetas mexicanos trocados en animales escribientes.  Ya no más contemporáneos ni estridentistas ni infras, queriendo todos escribir a la manera de o en contra de Octavio Paz.  Aquello debería interesarles un colmillo, o más bien no, bueno, si se percatan que los traen.  Una caspa, más bien; tan sólo un algo de lodo sobre las patas. P.G.

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