Alturas de Samaypata

I

Samaypata es un Macchu Picchu en pequeño,
nos dicen.  Y el vulgo acierta.
Hora y media cuesta dejar atrás
el calor de Santa Cruz de la Sierra.
E instalarse. Pasar
por entre el ojo de aguja de sus calles.
Sin tocar la piedra.
Sin poner las narices sobre la roca fría.
Saber que Samaypata nos espera.
Para morir.  Para vivir
quizá aún más de esta manera.
Con su mansa arquitectura bajo nuestros pies,
eso nos dice.
Con su insondable pantalla de aire,
aquéllo nos ilustra.
Samaypata y el arte de morir,
de ir muriendo mientras caemos
en su profundo pozo.
Igual que en Macchu Picchu.
Aunque Samaypata es la muerte personal,
no comunitaria ni sideral.  Individual nomás.
Un día fuimos allí
con nuestra india camba
de largos cabellos, fuertes y oscuros.
Un día allí fuimos, en Lima,
cuando éramos niños
y jugábamos en torno
a una de sus huacas polvorientas.
El gol era la muerte,
pero esto aún no lo sabíamos.
Y el alborozo,
la misma alegría de ahora.  Oscura alegría.
Sin poner las manos sobre la roca dura
ni los ojos cerrados sobre la fría piedra.

II

Pertenecemos a una familia tan antigua
como la de los primeros hombres de la llanura.
Aunque en la montaña también encuentran
nuestras cenizas.
Hacer el amor sobre mi camba
es como penetrar dentro de un muro.
Como hacerle el amor a una rosa negra.
Samaypata es la hembra
escondida entre el follaje.
Piernas y caderas de mujer.
Y teticas de perra.
Así era aquella oscura muchacha.
Y la pinga se te vuelve de cuero.
Por continuar tumbado sobre la piedra.
Y los dientes te salen de más y los brazos
para mejor morderla y abrazarla.
Y las pantorrillas se te ponen de goma
para impulsarte
e ir conociendo el arte de morir en Samaypata.
Sin respirar la piedra ni lamer la roca dura
ni yacer de bruces al fondo del abismo.

III

El regreso desde Samaypata
me trajo aquí.
Que no es Samaypata, esto está claro.
Que no soy yo tampoco.
Que no es nadie, quizá.  Sino sólo
cierto espejismo de luces y altos edificios
sobre la paciente hierba.

IV

Un manjar puede ser
cualquier bocado.
Por eso escribes a pesar
de tu sentimiento impuro.
No hay un lugar ni un tiempo
ideal.  Por eso
aproximas tu cabeza
al abismo del papel.
Samaypata ha dejado
una larga estela de estrellas.
De aglomeradas estrellas de muerte.
Media hora menos dura
el camino de regreso al llano.
A la embestida del calor
de Santa Cruz de la Sierra.
Al asalto del frío de Boston.
Aunque por ahora vivas
dentro del avión de tus recuerdos.
Y el hecho próximo futuro
sea el de tu propia extinción.
Quizá en Samaypata.
Quizá tocando la loza misma
de aquellas espléndidas estrellas.
Con nuestra gota de sombra confundida
y feliz entre tantas otras sombras.
Pero esto no lo sabes todavía.  Y por eso escribes
con tu soledad impura.
A medias sola.  Acompañada
a medias
No hay un lugar ni un tiempo
ideal.

Alturas de Samaypata/ Leila Yatim (Tradução)

I

Samaypata é um Macchu Picchu em pequeno,
Nos dizem. E o vulgo acerta.
Hora e meia custa deixar atrás
O calor de Santa Cruz de La Sierra.
E instalar-se.  Passar
Pelo olho da agulha de suas ruas.
Sem tocar a pedra.
Sem pôr as narinas sobre a roca fria.
Saber que Samaypata nos espera.
Para morrer.  Para viver
Quiçá ainda mais desta maneira.
Com sua mansa arquitetura sob nossos pés,
Isso nos dizem.
Com sua impenetrável tela de ar,
Aquilo que nos ilustra.
Samaypata e a arte de morrer,
De ir morrendo enquanto caímos
Em seu profundo poço.

Como em Machu Picchu.
Ainda que samaypata é a morte pessoal,
Nem comunitária nem sideral. Individual apenas.
Um dia fomos ali
Com nossa índia camba
De longos cabelos, fortes e escuros.
Um dia ali fomos, em Lima,
Quando éramos crianças
E brincávamos em volta
De uma de suas huacas empoeiradas.
O gol era a morte,
Mas isto ainda não sabíamos.
E o alvoroço,
A mesma alegria de agora. Escura alegria.
Sem pôr as mãos sobre a roca dura
Nem os olhos fechados sobre a fria pedra.

II

Pertencemos a uma família tão antiga
Como a dos primeiros homens da planura
Ainda que na montanha também encontram
Nossas cinzas.
Fazer o amor sobre minha camba
É como penetrar dentro de um muro.
Como fazer o amor a uma rosa negra.
Samaypata é a fêmea
Escondida entre a folhagem
Pernas e quadris de mulher.
E tetinhas de cadela.
Assim era aquela escura moça.

E a pinga vira couro.
Por continuar caído sobre a pedra.
E os dentes teus saltam demais e os braços
Para melhor mordê-la e abraçá-la.
E as panturrilhas ficam como borracha
Para te impulsar
E ir conhecendo a arte de morrer em Samaypata.
Sem respirar a pedra nem lamber a roca dura
Nem jazer de bruços no fundo do abismo.

III

O regresso desde Samaypata
Me trouxe aqui.
Que não é Samaypata, isso está claro.
Que não sou eu, também.
Que não é ninguém, talvez. Senão sozinho
Certa miragem de luzes e altos edifícios
Sobre a paciente erva.

IV

Um mandar pode ser
Qualquer bocado.
Por isso escreves apesar
De teu sentimento impuro.
Não há um lugar nem um tempo
Ideal. Por isso
Aproximas tua cabeça
Ao abismo do papel.
Samaypata há deixado

Um largo rastro de estrelas.
De aglomeradas estrelas de morte.
Meia hora menos dura
E o caminho de volta ao plano.
A investida do calor
De Santa Cruz de La Sierra.
Ao assalto do frio de Boston.
Mesmo que por agora vivas
Dentro do avião de tuas lembranças.
E o fato próximo futuro
Seja o de tua própria extinção.
Quiçá em Samaypata.
Quiçá tocando a louça mesma
Daquelas esplêndidas estrelas.
Com nossa gota de sombra confundida
E feliz entre tantas outras sombras.
Mas isto não sabes ainda. E por isso escreves
Com tua solidão impura.
Pela metade sozinha. Acompanhada
Pela metade
Não há um lugar nem um tempo
Ideal.

http://blog.pucp.edu.pe/blog/granadospj/wp-content/uploads/sites/97/2020/08/Samaypata.pdf

 

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