Juvenal Agüero a los poetas dominicanos

Hice todo lo posible por prestarles oídos, pero, a cambio, no han escuchado absolutamente nada, poetas de la media isla donde errar es lo correcto.    La poesía no son lecturas; sí, dignidad.  ¿Cómo es posible ser escritor si trabajo para el Ministerio de Cultura?  Si me entrevero –hasta perderme de vista– en la lógica de lo burocrático, el amén, el empellón, lo políticamente correcto.  En este contexto la poesía es imposible, por más que acaso sobrenaden allí el talento y la inspiración.  La poesía a ninguno interesa, sólo la imitación de lo ya consagrado; sólo la inmediata y obscena figuración.  A poetas de derecha e izquierda me dirijo; canjeables o intercambiables todos, por lo demás.

Asimismo, a la crítica de poesía que es allí una copia fotostática de lo que otros ya dijeran; aunque  todo esto sin poner las comillas, por cierto.  Caverna al cuadrado.  Ignorancia honda.  Muñecos maniatados por ventrílocuos a los que ahora chifla, por ejemplo, Luis García Montero, tal como, hasta no hace mucho, un tal José Kozer.  

Por lo tanto, la crítica dominicana debe recomenzar, aunque este prototipo sea imposible por el momento, desde un Pedro Henríquez Ureña bailando, y a espaldas del Palacio Nacional,  en algún colmado del Gualey.  Otras agendas teóricas, sobre todo las metropolitanas, aplicadas a la media isla, sólo terminan por complacerse a sí mismas. Es necesario  conocer profunda y generosamente, con el mínimo de prejuicios, el suelo que lo vio a uno  nacer.  Y la poesía, por su parte, recomenzar desde la obra de un solitario como Carlos Rodríguez, hasta abrirse a un gesto de estilo más bien comunitario y festivo –que sepa conjurar inteligentemente el dolor– como es el caso de los poemas de Isis Aquino y Glaem Pars.  Y seguro los de alguna otra joven, por ahí, insatisfecha de tanta orquestada, generalizada y correcta mecida culturosa.

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