A Adriana Dávila Franke, muy probablemente, la llamó el mismísimo Sol, a sus treinta años subió al cerro más cercano (Hostal “Sol y Luna” en Miraflores), a escasas cuatro cuadras de su casa, y un 17 de noviembre (2005), se arrojó desde el cuarto piso de este nevado. Adriana Dávila Franke, La azotea amarilla (Lima: Katherine Sanabria Reynoso, 2022), nuestro Javier Heraud en femenino. La pureza de vida de ambos constituye un peligro, tanto como el imán de sus versos. Intensa vocación simétrica, posantopocéntrica, monitoreada por el río, en la poesía de Javier; por el sol en los versos de Adriana. Y por la inteligencia (poshumano discernimiento) en los poemas de Sasha Reiter, Sensory Overload / Sobrecarga sensorial (Nueva York Poetry Press, 2020), un tipo de inteligencia a lo Paul Gauguin o a lo César Vallejo, sin utopías ni distopías: hacia otro momento o condición de la vida y del lenguaje. P.G.
Adela
a Federico García Lorca
Sé que con mis muslos y mis manos y mi boca
te mato cuando me place.
Tengo un vestido azul para ser madre
unas sábanas blancas para bordar una casa
diez manzanas verdes que son agua para sembrar bosques.
Tengo una maldita ventana para el morir de las tardes
para esperar que por fin me raptes.
Clava una cama fresca para dormir contigo.
Mira mis ojos de flamas ebrias.
Tengo a la noche para volverte sol rabioso antes del alba.
Estoy llena de furia buena.
Con mi canto te calmo la sed cuando me plazca.
Te doy lo que quieras: estoy llena de furia clara.
Escóndeme en el corral o entre los trigos
y hazme un niño con piel de manzana
con risa de mirlo
con labios que sean risa
con tus ojos negros
y tus crespos negros
Con tu cuerpo fresco de sal.
Cielo extenso
Me dejo caer en la hierba
Revuelta
y te miro
sin pudor.
Qué importa
Soy una niña enamorada
del sol
Libro de Adriana Dávila Franke, La azotea amarilla (Lima: Katherine Sanabria Reynoso, 2022) al que accedimos gracias a la cortesía de Israel Tolentino.