LA LITERATURA POS-INSULAR DOMINICANA/ Miguel D. Mena [Texto intervenido]

MIGUEL D. MENA (2013). CIUDADES REVISADAS: LA LITERATURA POS-INSULAR DOMINICANA (1998-2011).  Revista Iberoamericana, Vol. LXXIX, Núm. 243, Abril-Junio, 349-369.

La literatura que surge en 1998 [Juan Dicent (1969), Homero Pumarol (1971), Rita Indiana Hernández (1977), Rey Andújar (1977) y Frank Báez (1978), entre otros] ya no será trans, sino pos-insular: la relación pasado-presente se salva a favor de una contemporaneidad donde las relaciones son más horizontales y menos trazadas por las voluntades de ejercer una fuerza; las imágenes tradicionales de la Isla –el mar como límite, lo interno e interior del país a partir de sus contrastes con la capital‒ son sustituidos por una concepción de fluidez en el espacio urbano; se rompe la vieja centralidad y las periferias de las ciudades se transforman nuevos centros. En lo trans-insular todavía se opera con la noción de opuestos: lo que está antes y después del departamento de Migración en el Aeropuerto Internacional de Las Américas.  En lo pos-insular, todo es complementario, sea alguna zona de Haina o Washington Heights. La tendencia es a recrear más un espacio virtual que físico, donde lo importante es la intensidad de las relaciones humanas. Ahora es fluida la relación con las grandes metrópolis, como si el mar en vez de un límite fuese un espacio comunicante (354)

La Isla será más una metáfora relacionada con un consumo y un espacio utópico que una realidad física, mientras que el castellano ya no será la lengua exclusiva de los dominicanos. Con más de millón y medio de dominicanos viviendo fuera de la Isla en el primer decenio del siglo XXI, convertida Santo Domingo en la mayor ciudad del Caribe, y aumentando los contactos migratorios y económicos con Europa, integrados dentro de los procesos de globalización gracias al impacto de las comunicaciones, el aumento del sector terciario, la Isla se ha removido de sus márgenes de 500 años (355)

Estamos frente a un conjunto de autores con preocupaciones similares y con oficios comunes: rechazo de los postulados de la poética dominante entre los años setenta y los ochenta –que iban desde el clásico concepto de la “literatura comprometida” hasta la “poética del pensar”–; asunción del impacto migratorio y los procesos de globalización, potenciando un concepto de ser ya no subsumido en un noción de “deber social” [cultura light dominicana (357); la cual, sin embargo, en otro lugar, hemos motejado de “neo-testimonial”].  Son autores multidisciplinarios, que se ejercitan tanto en la poesía, el video y el performance (355-356)

[Aquello de poesía “neo-testimonial” refrendado, sotto voce, por el propio Miguel D. Mena] Estos textos tienen como elemento sobresaliente su carácter testimonial. Seguramente sea éste el rasgo más acusado de los escritores pos-insulares: el escribir como acto de rehacerse, la transcripción de la memoria como otra manera de recuperar la felicidad o volcar el dolor, como constancia del proceso en que el ser se constituye, llamando la atención sobre las temperaturas emocionales por las que ha atravesado el sujeto. Para hablarse a sí mismo el autor dará cuenta de su medio. Los pos-insulares establecen un nuevo sentido de urbanidad, vivido y constituido a escala humana, aunque con la conciencia de haber heredado un espacio restringido que bien podría resumirse en el concepto de la Ciudad Trujillo que fue Santo Domingo entre 1937 y 1961. Si antes de 1998 la ciudad era Santo Domingo, y estaba centrada y dispuesta sólo en función de la ficción histórica, a partir de ahora se constituirá en su simple vida cotidiana, sin los grandes relatos que como la Guerra de 1965, Trujillo o Balaguer la timbraban (358)

La ciudad pos-insular vive del desencanto que implica la falta de proyectos, la concepción de que la felicidad siempre será individual y pasajera, y la conciencia de que el sujeto ya no se agotará encuadrándolo dentro los viejos discursos nacionales, simplemente porque ya no habrá adscripción a una tierra, a un destino. La escritura posinsular ha descubierto las venturas y desventuras del ser en tiempos donde los referentes identitarios se han globalizado. O ha luchado a partir de los principios de orfandad en Rita Indiana Hernández o Juan Dicent; o ha desmontado las consignas populistas y autoritarias del nacionalismo, como en Homero Pumarol y Frank Báez; o ha situado la doble moral y la violencia de la dominicanidad barrial, como en Rey Andújar […] Desde 1998 la República Dominicana se está escribiendo pos-insularmente. Los sueños ya no están entrampados en las palmas y los mares que nos rodean. El yo al fin se ha levantado, y anda [aunque, previo a este sugestivo telón pos-vallejiano, y en función de hacer más complejo o dialéctico el panorama, se debería incluir la literatura o la poesía o el performance de aquéllos/aquéllas no beneficiados por la globalización –o los jóvenes autores que se quedaron en la media isla y proceden, por ejemplo, de la zona oriental de Santo Domingo] (366)

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