Alvarado Tenorio paga sus cuentas/ Pablo Felipe Arango

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Debe leerse Ajuste de cuentas [Agatha, Palma de Mallorca, 2014] como una novela, lo es, pero una que además hace añicos los géneros literarios, incluido por supuesto el de la novela.  Tal vez sea incluso la forma adecuada para que uno de los más importantes estandartes de su generación no solo se manifieste sino además indique la única manera de expresarse de aquel grupo desencantado. Si Antonio Caballero para escribir poemas se lanzó a la escritura de Sin Remedio, Alvarado debía, para hacer la más íntima de sus obras, concebir una antología de la poesía colombiana, que, claro, lo es y no lo es al mismo tiempo.

 

 Toda antología es por supuesto la manifestación del gusto y la subjetividad de quien la hace y en cierto grado es también su propia historia, la de sus lecturas, amistades y preferencias, pero Ajuste de cuentas es más que la recopilación de los agrados de su autor, es precisamente y en esto tiene mucha gracia su título, un ajuste con la vida,  con el país, con sus contradicciones y miserias, con la literatura que en Alvarado es la vida toda, con él mismo: errático, contradictorio, pantagruélico, delirante y genial.  

 

Vale insistir en la condición de novela del libro para adelantar su lectura y aguantar las que en principio podrían percibirse como burdas contradicciones.  Luego aparecerá Alvarado en su condición de personaje, porque la obra es también autobiografía, y surgirá el país que no alcanza a ser república y mucho menos patria, pero que duele como si lo fuera, e irán apareciendo buenos y malos poetas porque en esta antología también aparecen los malos poetas, que realmente lo son, pues sin ellos cualquier historia literaria estaría trunca, como toda historia que solo narrara lo bello o lo bueno.  

 

Ajuste de cuentas no da la impresión de que hubiera sido concebido de manera pretenciosa, al contrario, su escritura denota rapidez. Ciertos descuidos se deslizan recurrentemente, frases reiterativas o párrafos erráticos. Pero eso no importa, y no importa porque el vértigo de la lectura es más interesante que el preciosismo o la perfección que interesa al académico, y el libro se lee ágilmente paseándose el lector por los poemas como si ellos estuvieran allí no para atestiguar las virtudes del poeta de turno, sino principalmente para narrar varias historias: la de Colombia, la de la generación de Alvarado, la de Alvarado mismo, la del propio lector. Así que por la puerta de atrás, insisto, en medio de los descuidos de su autor, se nos cuela una obra de mayor calado y profundidad, una que el futuro tendrá que considerar cuando se trate de comprender la historia de la literatura y la cultura colombiana de la segunda parte del siglo XX.

 

No obstante la condición narrativa, ficcional y autobiográfica de Ajuste de cuentas debe resaltarse también el ejercicio crítico que refleja. La capacidad lectora de Alvarado así como su erudición son formidables y abrumadoras, el ejercicio de consideración de poetas que como Valencia han y siguen siendo puestos al lado por razones diferentes a las literarias, o el olvido de poetas que casi pareciera que no hubieran existido – Claudio de Alas-, el rescate de otros –Meira del Mar, Amilkar –U-, la invención o el reconocimiento existencial de alguno –Ignacio Escobar Urdaneta de Brigard-,  la consideración de que la poesía no es solo versos –Feliza Bursztyn-, el riesgo de ubicar a algunos entre los grandes –Mauricio Contreras, Fernando Molano, Antonio Silvera, Toto Trejos- es y será un gran aporte para el estudio de la literatura colombiana, al igual que ciertos apuntes esclarecedores y casi epigramáticos: “…En el fondo, los asuntos de Florez y Valencia se tocan en varias convergencias, rompiéndose en paralelas de tonalidad y visión del mundo. Valencia es operático mientras Florez es folklore…”, o “…Mientras en Arango hay frescos, en Carranza desgano, en Gómez Jattin irreverencias eróticas y en Roca ira, en Cobo Borda hay repugnancia”. De igual forma es refrescante para la crítica literaria aunque no nuevo, como casi nada en el libro y esta es otra virtud, la advertencia de que la poesía es una forma de concebir la vida diaria; considerado esto ¿cómo no narrar los silencios de Arango o los desvaríos de Antonio Llanos, el poeta del Valle del Cauca, que cargaba consigo un pequeño busto del Dante para poner en la mesa del café y poder conversar con alguien que valiera la pena?

 

Para Alvarado la poesía no solo ha sido su oficio en el que además ha destacado con solvencia, es también su única forma de vida. Es decir con ella no se gana la vida sino que respira.  Alvarado es un poeta en términos absolutos y no un poeta de ocasión y es por ello que reniega y maldice a aquellos que han convertido la poesía en un escenario de corrupción y de manoseo clientelista: “Y como nunca antes, la poesía ha escalado hasta las profundidades de la ignorancia y la ordinariez. Instrumentalizada y pervertida como oficio y como forma de vida, la poesía… ha desaparecido y no parece dar señales de vida en un futuro inmediato. Porque como nunca antes, distritos y gabinetes, secretarias de cultura y empresarios del capital han invertido desmedidas sumas de dinero para hacer brillar la lírica como una joya más de la pasarela y del entretenimiento contemporáneo… Hoy son más de medio centenar de vates vivos y muertos los que ostentan en sus faltriqueras más de un laurel del erario público, pero nadie, literalmente, nadie, recuerda sus nombre ni lee sus versos.” Alvarado emplea su libro como si fuera un banco en el parque y asume el papel de crítico que no traga entero –como debe ser- y que sin temor rompe la vajilla cuando todos están tan contentos. De ahí surge, y no de sus supuestas incompetencias sociales, el odio que recibe de sus contemporáneos que destilan una rabia que al final solo confirma la condición que Alvarado Tenorio les ha declarado de simples lagartos y clientelistas mal ubicados.

 

Tal vez la poesía sea el único lugar, aparte de aquella esquina de La Unión -el pueblo en el que nació Aurelio Arturo-, “donde (se) resista la incuria del tiempo…”.  Siendo así será también cierto que a través de la poesía, de su lectura y olvido podamos comprender nuestra historia colectiva e individual. En este caso tener a mano o cargar en el equipaje Ajuste de cuentas es una manera de avanzar sin muchos tropiezos en aquel propósito.

 

*Pablo Felipe Arango, [Manizales, 1969] es abogado de la Universidad de Caldas, lector, librero, profesor de literatura, escritor de reseñas, fundador de la revista Libélula Libros y Director Jurídico del Grupo Sala.

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