«Lincería»: un poema programático de León Félix Batista/ Manuel García Cartagena

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LINCERÍA
“oh lince, mi amor, mi amor lince.”
Pound

Leer este fenómeno ya es molde de la niebla. Aparece
desplazado a una región difícil. Pero pasa que el pensar (que
va como torrente) se involucra para hacer del desfase diferen-
cia. Siempre saca de lo amorfo la antigua percepción, de
modo que el absurdo boceta simetrías. Se conserva tan lúcida
en la curva de la córnea que simula reposar (pero en verdad
se muestra) mediante el argumento que expresa sus
constantes, bajo el tórrido estatuto de la audacia.
Yo pinto su perfil fijándolo a un desvío y (en esta sola
hipótesis) le doy actualidad.
León Félix Batista

El neologismo «lincería», empleado a manera de título del primer poema del citado libro, guarda una relación de evocación directa con el vocablo «lencería»: «ropa interior femenina» y con el bello verso de Ezra Pound (que aparece citado sintomáticamente en español en el epígrafe que precede al texto): «oh lince, mi lince, mi amor lince», con el cual establece un vínculo semiótico que lo sitúa, entre el conjunto de signos que integran el texto, como una forma-sentido de significado (semántico) intencionalmente ambiguo: quizás esa lincería no sea otra cosa que las prendas íntimas que cubren el cuerpo del «amor lince», pero quizás es también otra cosa. Una cierta tensión se deriva, en efecto, de este primer hallazgo verbal de León en este texto, tensión que poco a poco irá deviniendo en inteligencia o lógica textual, a medida que se vayan sumando a esta primera forma-sentido las demás formas que componen el poema.

Descarto de entrada la tentación de considerar la escritura de León en Burdel nirvana como un remedo del automatismo. Más bien, me parece todo lo contrario: la tensión lógica que se establece entre los distintos segmentos de su texto está orientada, no hacia una orgásmica libertad de asociación (automatismo), sino hacia un desdoblamiento de la relación sintagma-paradigma. Y lo que es más: de este desdoblamiento (sistematizado en el proyecto de escritura de la mayoría de los poemas del libro) es de donde surge precisamente el efecto-destrucción-del-sentido que estos provocan en el plano de la lectura.

Sobrevive en este poema la vieja ideología simbolista del mensaje «encriptado», oculto bajo el manto impenetrable de la «Idea». Como ocurre en ese otro poema sorprendente que es Hechizos de la Hybris, de Plinio Chahín, lo escrito en «Lincería» se da a consumir bajo la especie de lo no-dicho, como si ese texto nos hablara de otra cosa radicalmente “distinta” de lo que dice.

De ser cierta esta hipótesis, entonces cabría preguntarse qué es lo que resulta destruido con la lectura-escritura de este poema, puesto que ni la técnica del mot valise, ni la del télescopage, ni el delirio concettista por el juego semántico están ausentes entre las distintas estrategias textuales empleadas por el autor en su escritura. ¿Qué es lo que se destruye, si, incluso, la sintaxis de éste y otros textos de Burdel nirvana merece muy pocas objeciones, quedando más que demostrado el dominio que posee nuestro autor de los signos de puntuación (algo que muchos de nuestros poetas usurpadores ignoran por completo, dicho sea de paso)?

Atisbos de respuestas a estas preguntas nos los suministra la lectura del texto «Lincería» en voz alta y entonando cada acento prosódico. O mejor, si puede, pídale a una mujer de voz bien temperada que se lo lea despacio. Ponga atención al juego rítmico de los acentos y al de ciertas pausas como la coma y los paréntesis con valor de incisos y déjese envolver por el efecto salmódico, casi religioso, que produce el encadenamiento de sintagmas en el texto al ser verbalizado. Escuche como fluye el tránsito de los significantes sustantivos minuciosamente escogidos hasta construir para el texto un cierto campo semántico de lo intangible: fenómeno, niebla, región, pensar, amorfo, percepción, absurdo, simetrías, curva, —córnea sería la excepción que confirmaría esta regla, aunque el contexto donde aparece este sustantivo permite pensar en un desplazamiento de su significado literal hacia un cierto grado de abstracción que no desentona al insertarse en el conjunto de significantes nominales del poema— audacia, desvío, hipótesis, actualidad. Perciba el efecto destemporalizador que produce el empleo alternativo de verbos en infinitivo y en presente: leer, aparece, pasa, pensar, se involucra, hacer, saca, se conserva, simula reposar, expresa, pinto, doy. Finalmente, después de haber llevado a cabo estas operaciones de escucha de los significantes textuales, pregúntese por qué lo que leyó o escuchó le parece armonioso, a pesar de no haber comprendido prácticamente nada, como no sea esa deliberada sensualidad que constituye la verdadera diana a la que apuntan éste y los demás textos que componen este libro.

Mi respuesta personal a la pregunta que formulaba más arriba sobre la naturaleza de aquello que destruye la escritura de León en Burdel nirvana es el resultado de una serie de constataciones que como lector he realizado empleando métodos como el que más arriba describo. Desde mi punto de vista, la escritura de León Félix Batista en Burdel nirvana destruye entre nosotros, desde sus mismos cimientos, ese antiguo mito que consiste en suponer que la poesía se escribe con “ideas” y no con palabras. Es el mismo León quien me ha colocado en la ruta de este postulado, al leer ese pasaje de «Lincería» en el que asevera: «Pasa que el pensar (que va como torrente) se involucra para hacer del desfase diferencia».

No considero oportuno, por razones de espacio, detenerme a examinar el profundo entronque de la poética de León con ciertas zonas teórico-prácticas del simbolismo francés, aunque considero que sobre este particular habría mucho que decir. Lo que no puedo dejar de resaltar aquí es la manera en que nuestro autor ha acertado en proponer una vía de escape al tan cacareado —y desorientado, por anacrónico— enfoque de una «poética del pensar», nada más y nada menos que a través de una propuesta de reorientación de la mecánica lógica. Usar el pensamiento contra el pensamiento, como proponen los maestros zen, es una manera efectiva de destruir la ilusión de racionalidad —y, por vía de consecuencia, la confusión hegeliana entre lo racional y lo real—. Escribir el poema desde un decir intransitivo que trascienda el simple balbuceo y logre situarse en el necesario nivel de abstracción desde el cual comience a ser posible la relación entre el decir y el vivir.

No en balde, es el deseo, la sensualidad, el tiers exclu de la lógica catastrófica que León establece en y por su escritura. El funcionamiento oximoresco del título del libro que nos ocupa lo demuestra: el sintagma Burdel nirvana resume una propuesta de iluminación a través del deseo. ¿Herejía o heterodoxia? ¿A quién le importa? Esta escritura exige ser evaluada por una ética que esté a la altura de su propuesta estética, pues, como propone León en el poema que venimos, leyendo: «Siempre saca de lo amorfo la antigua percepción, de modo que el absurdo boceta simetrías». Postulando que lo “amorfo” aquí es el incesante caos de lo real, territorio baldío donde se amontonan cuerpos y objetos, pero no seres, guarida del absurdo, la “antigua percepción” sólo puede ser “antigua” en función de aquella relación entre el ser y la imaginación que destacaba Sartre en las primeras páginas de Lo imaginario: cuando digo «pienso en ti», en realidad no puedo afirmar con certeza si estoy de veras “pensando” en ti, “recordándote” o “imaginándote”, ya que, si por una parte mi pensamiento te hace objeto de mi consciencia, por la otra mi propio pensamiento me obliga a reconocer que tú no eres, ni estás en mi pensamiento. Es el intento de escapar de esta trampa fenomenológica —llámala “ilusión” o maya, si quieres— lo que ha servido de justificación a la mayoría de las búsquedas místicas y poéticas trascendentales.

Así, lo que León postula de este modo no es otra cosa que la base misma de su programa poético: concibe el ojo como el único responsable de organizar la apariencia caótica de la realidad. Se trata de una escritura que procura anular la “antigua percepción”, es decir, el estatuto referencial en primer grado de los signos lingüísticos, remotivándolos, resemantizándolos o desviándolos hacia el plano de lo simbólico («Yo pinto su perfil fijándolo a un desvío (y en esta sola hipótesis) le doy actualidad», nos dice León al final de «Lincería»).

Quienes me hayan seguido hasta aquí habrán comprendido el rol que desempeña el deseo en este programa poético: se trata del mismo principio organizador (Buda lo llamaba «el Arquitecto» que fundamenta toda lógica, textual o no. Lo que este deseo busca “organizar”, sin embargo, no es el “caos”, sino lo real, partiendo, como decíamos más arriba, de la constatación de que lo verdaderamente caótico no es el caos, sino la realidad. Por esa razón, lo que primero se destruye en la escritura de León, es esa previsibilidad del sentido a la que nos tiene acostumbrados la tradición de lectura (literaria o no) que nos ha sido inculcada a lo largo de todos nuestros años de escolarización.

A todas luces se ve que todo intento de traducir esta apuesta de escritura que son los textos de León Félix Batista siempre tendrá que decidir entre el apego a la intención comunicativa contextualizada (vía que conduce a preestablecer o a fijar “una” intención entre una multitud de posibilidades, lo cual implicaría el desmonte del andamiaje textual original) y la búsqueda (utópica) de remedar en el texto de llegada la eufonía propia del poema (vía que conduce a la destrucción del efecto rítmico que es uno de los principales soportes estéticos del texto original).

Lo que se infiere de esta cruenta alternativa no es, sin embargo, la imposibilidad de traducir el (los) poema(s) de León, sino la necesidad de situarse, como lector-traductor de esos textos en la misma postura de quienes ven una película muda, o mejor, una película a la que se le ha suprimido el sonido: ya que lo único que se puede traducir es el sentido textual en virtud de la imposibilidad de lograr una auténtica transliteración, los poemas de Burdel nirvana constituyen un verdadero reto para todos aquellos que asumen el oficio de leer o de traducir desde una perspectiva epistemológica.

Como estas notas tienen que concluir de alguna manera, quisiera saludar efusivamente al poeta León Félix Batista, y con él a todos aquellos autores y autoras que asumen con denuedo en nuestro país ese indescriptible riesgo que es escribir en y desde nuestro caos más letal y radical.

Diciembre 25, 2007 a 10:13 pm (ARTÍCULOS SOBRE LITERATURA DOMINICANA)
http://imaginon.wordpress.com/category/articulos-sobre-literatura-dominicana/
BATISTA, León Félix: Burdel nirvana. Santo Domingo: Casa de Teatro/Editora Taller, 2001.

Puntuación: 3.67 / Votos: 6

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