La poesía de Luis Hernández: Treinta años después

Vox horrísona

“Io sono nato a Lima, Perú, el 18 de diciembre de 1941. A los cinco años ingresé a un colegio que no me acuerdo cómo se llamaba… después me voy a acordar porque siempre estuve en él. Terminé a los quince años y estudié sicología, sí, estudié simultáneamente sicología y medicina, pero en un tiempo que hubo una huelga me fui a Europa y estuve seis meses en el Instituto Goethe y seis meses en la calle. En la calle pero con zapatos, o sea en la calle con plata. Terminé medicina y trabajé un año en el consultorio 12 de siquiatría del Dos de Mayo… y me di cuenta que la psique humana no es tan profunda, sino que es más o menos así… De ahí me dediqué a médico de barrio”.

Estas declaraciones que Luis Hernández Camarero hiciera a Nicolás Yerovi y que figuran a manera de colofón en su Obra poética completa (Lima: Punto y trama, 1983) creo nos brindan una semblanza sucinta pero muy reveladora del poeta que voluntariamente se nos fuera en Buenos Aires, el año 1977.
Tras darse a conocer con Orilla (1961), Charlie Melnick(1962) y Las Constelaciones (1965), poemarios bien recibidos por todos e incluso galardonados, deja de publicar este último años para, a partir de 1970, proponemos una práctica un tanto heterodoxa: regalar a los amigos cuadernos con textos en bella caligrafía y muchas veces con dibujos en vivos colores, ajenos a cualquier intento de edición. De este modo, su producción de los setenta -Voces íntimas, El curvado universo, El sol lila, La playa inexistente, entre otros sugestivos títulos- no hubiera sido posible conocerla sin la paciente y apasionada labor de algunos incondicionales como Ernesto Mora, Nicolás Yerovi o Luis La Hoz. Asimismo, Vox horrísona (‘la voz cuyo sonido causa horror’) fue el nombre de una colección de poemas que el mismo Luis Hernández planeara publicar antes de su muerte. En realidad, diseñó incluso él mismo la carátula: sobre fondo blanco a pie de página dicho título en letra cursiva negra, y al centro el dibujo -con círculos y palotes en verde, rojo y amarillo- de un niño haciendo equilibrio sobre su patinete. Estas paradojas en la cubierta revelan desde ya algunos ejes fundamentales en la poética de nuestro autor: el sentido lúdico y la ternura.

Poesía cuyo coloquialismo está hermanado con una sapiencia retórica sutilísima que no da cuenta sino del régimen solar -apolíneo- que gobierna a nuestro poeta. En opinión de Javier Sologuren, la obra de Luis Hernández, en cuanto atenta a la forma, sería análoga a la de Jorge Guillén: “En la tenaz búsqueda del sentido […] Hernández, poeta, respondió desde esta condición al reto de la forma. En medio de ese mar que borra y desagrega (la vida simplemente), ¿no existe acaso, como Jorge Guillén lo vio y dijo, el salvavidas de la forma?” (“Luis Hernández: la canción del arco iris”, en Obra poética completa, prólogo). Textos que tienen, además, de Borges la contención, de Huidobro la inteligencia gozosa, y que siendo Luis Hernández poeta peruano no tienen de Vallejo, sino más bien del refinamiento de Eguren, de la delicadeza de Oquendo de Amat, algo de la factura -en esas páginas de Una impecable soledad- de La casa de cartón de Martín Adán (prosa barroca, espejeante y sarcástica, pero sobre todo juvenil), mucho de la economía de Eielson, y no poco de Emilio Adolfo Westphalen, otro riguroso soñador. Aunque alguna vez admite que “al único que le permito hacerme llorar es a Vallejo en ‘di, mamá’”.

Luis Hernández se diferencia de su generación, sobre la que Julio Ortega afirma: “La poesía, por vez primera, podía ser no sólo la emotividad sino también la forma inteligente de nuestra desidencia”. (“Biografía de los sesentas: La poesía en el Perú”, el Iberomanía, Nº 34, 1991); porque es en el locus amoenus donde se despliega lo más luminoso de su verbo y donde parecen hallar contexto sus registros más intensos (Yerovi, op. cit., pag. 579). Es decir, no es la autoconciencia de la tradición literaria típica de esta generación tan culta, ni el coloquialismo tan homogéneamente extendido, ni el sentido crítico tan azuzado por la revolución cubana. Más allá de todo eso, e integrándolo, Luis Hernández va mucho más lejos en su convicción y en su confianza; abandonando aparentemente toda sensatez en conceptos de escándalo o por lo menos de ingenuidad para cualquier época, el narrador de Una impecable soledad nos dice: “Que la gente no es mueble/ Que la gente es inmortal/ Que la gente es igual// Y que la mendacidad, la envidia, la terquedad, la traición, tienen tanta fuerza como nada, y no logran rozar la piel de una persona”. Esta mezcla inusual de lucidez y candor no tiene paralelo entre sus coetáneos ya que, como bien señala Julio Ortega en el mismo artículo, “su obra correspondía a una instancia de marginalidad gozosa en un período mayoritariamente dominado por la racionalidad política”. Es más, Luis Hernández resulta inimitable; en este sentido su poesía sería en el Perú como la de Vallejo, valga la comparación, pero como un Vallejo de signo contrario: acorde con la tradición egureneana apuntada más arriba (Carlos Oquendo de Amat, el Martín Adán juvenil, Emilio Adolfo Wesphalen, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, etcétera); y esto porque renueva y otorga contemporaneidad ilimitada -vía el humor- a una estética signada por el refinamiento, la paradoja y el misterio de raigambre simbolista o existencial.

Puntuación: 3.84 / Votos: 18

Comentarios

  1. Alberto Villalobos Farfàn escribió:

    Nombre : Alberto Villalobos Farfàn ( Mèdico-Neuròlogo )
    Yo conocì a Lucho Hernàndez, fuì compañero de clase de su hermano Carlos .Es màs, le hice un poema y aquì està :
    RECUERDO DEL POETA

    A Carlos Hernàndez Camarero .

    Ahora viejo Lucho,
    ahora que no estàs
    ya nunca màs,
    para ilustrar mi angustia .
    Ahora que no rompes
    la monòtona existencia
    con tu cara de huròn adormecido,
    te digo : vamos a tocar el obòe,
    a cantar madrigales
    ( a tirarnos una tranca )
    a recordar la alegrìa que tuvièramos,
    cuando hollàbamos las calles y los parques
    y reìamos en compañìa
    de mujeres rozagantes,
    de amigos màs que amigos, del futuro que era nuestro
    y un pasado recordado alegremente .
    Cuando no sabìamos de nada
    y la torva sombra de la vida,
    no acechaba detràs del calendario .
    Cuando las playas
    ( que tù evocas numerosas )
    eran olas prìstinas,
    luz, sol, estrellas de mar, bronceadas ninfas .
    Ahora que no hay alguien como tù,
    encantador de aburrimientos,
    palabra luminosa, increìble hermano,
    sièmbrese tu esperanza en las conciencias,
    recorra el universo tu poesìa,
    y, al final,
    guarda un rincòn para nosotros,
    en las lejanas tierras, junto a Ezra

  2. akilesmartin escribió:

    Qué tal viejo, ché su madre!

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