Notas al Inca Garcilaso

Soy viejísimo.
Realmente lo soy.
Mi madre hablaba en quechua
con mi tía Raquel
a la hora del lonche.
Me encantaba verlas alegres
en un lenguaje que no entendía,
que jamás entendí.
Con mi tío Epifanio mi madre también hablaba en quechua,
y aunque él andaba lejos
–inmerso en el trajín de su prole numerosa–
cuando ella murió, musitó:
“ahora sí que nos quedamos realmente solos”.
El quechua es un idioma que nunca he entendido.
Pero que consideraba mío por derecho propio,
hablaban y cantaban con él mi madre y mi padre.
Cantaron alguna vez –ya muy mayores–
un hermoso yaraví que quebró de canto a canto
la pequeña vasija que era nuestra casa.
Mi padre y mi madre se amaron, pues, a su manera.
Y compartieron todavía –después de aquel inolvidable yaraví–
como unos veinte años más con nosotros.
Resulta increíble estar escribiendo
sobre estas cosas. Se nota que también
nos vamos a morir.
Y jamás habremos aprendido el quechua.
Aunque es la palabra íntima de nuestra madre,
y los ojos pequeños y desconcertados de nuestro padre,
y el fuelle oculto en el corazón
de nuestros queridísimos hermanos.
Lo único que sabemos es que en quechua
no se puede vivir. En este orden de cosas.
Comunicarte en esta lengua es literalmente suicidarte.
Te aprietan fuertísimo la garganta
y el corazón se te sale de una vez por los ojos.

Lo Penúltimo (2001)

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Alturas de Samaypata

I

Samaypata es un Macchu Picchu en pequeño,
nos dicen.  Y el vulgo acierta.
Hora y media cuesta dejar atrás
el calor de Santa Cruz de la Sierra.
E instalarse. Pasar
por entre el ojo de aguja de sus calles.
Sin tocar la piedra.
Sin poner las narices sobre la roca fría.
Saber que Samaypata nos espera.
Para morir.  Para vivir
quizá aún más de esta manera.
Con su mansa arquitectura bajo nuestros pies,
eso nos dice.
Con su insondable pantalla de aire,
aquéllo nos ilustra.
Samaypata y el arte de morir,
de ir muriendo mientras caemos
en su profundo pozo.
Igual que en Macchu Picchu.
Aunque Samaypata es la muerte personal,
no comunitaria ni sideral.  Individual nomás.
Un día fuimos allí
con nuestra india camba
de largos cabellos, fuertes y oscuros.
Un día allí fuimos, en Lima,
cuando éramos niños
y jugábamos en torno
a una de sus huacas polvorientas.
El gol era la muerte,
pero esto aún no lo sabíamos.
Y el alborozo,
la misma alegría de ahora.  Oscura alegría.
Sin poner las manos sobre la roca dura
ni los ojos cerrados sobre la fría piedra.

II

Pertenecemos a una familia tan antigua
como la de los primeros hombres de la llanura.
Aunque en la montaña también encuentran
nuestras cenizas.
Hacer el amor sobre mi camba
es como penetrar dentro de un muro.
Como hacerle el amor a una rosa negra.
Samaypata es la hembra
escondida entre el follaje.
Piernas y caderas de mujer.
Y teticas de perra.
Así era aquella oscura muchacha.
Y la pinga se te vuelve de cuero.
Por continuar tumbado sobre la piedra.
Y los dientes te salen de más y los brazos
para mejor morderla y abrazarla.
Y las pantorrillas se te ponen de goma
para impulsarte
e ir conociendo el arte de morir en Samaypata.
Sin respirar la piedra ni lamer la roca dura
ni yacer de bruces al fondo del abismo.

III

El regreso desde Samaypata
me trajo aquí.
Que no es Samaypata, esto está claro.
Que no soy yo tampoco.
Que no es nadie, quizá.  Sino sólo
cierto espejismo de luces y altos edificios
sobre la paciente hierba.

IV

Un manjar puede ser
cualquier bocado.
Por eso escribes a pesar
de tu sentimiento impuro.
No hay un lugar ni un tiempo
ideal.  Por eso
aproximas tu cabeza
al abismo del papel.
Samaypata ha dejado
una larga estela de estrellas.
De aglomeradas estrellas de muerte.
Media hora menos dura
el camino de regreso al llano.
A la embestida del calor
de Santa Cruz de la Sierra.
Al asalto del frío de Boston.
Aunque por ahora vivas
dentro del avión de tus recuerdos.
Y el hecho próximo futuro
sea el de tu propia extinción.
Quizá en Samaypata.
Quizá tocando la loza misma
de aquellas espléndidas estrellas.
Con nuestra gota de sombra confundida
y feliz entre tantas otras sombras.
Pero esto no lo sabes todavía.  Y por eso escribes
con tu soledad impura.
A medias sola.  Acompañada
a medias
No hay un lugar ni un tiempo
ideal.

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Los poemas de Marcelo González del Río

Estupendos poemas, de raza, venidos de un particular tipo de buey, por lo manso, o de una vieja cacatúa, por lo aparentemente indiferente a lo humano.  Eso sí, y por consenso, aquellos versos brotan desde una multitudinaria cigarra; voz sin auroritarismo ni jererquías, salvo que desea, felizmente, hacerse sentir y apropiarse de todo. P.G.

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PERUGUAYENSIS (Primicia)

*

En algún lugar de mi mente el sol es una bestia engrilletada, el firmamento un campo de batalla en donde hemos perdido sin piedad. (James Quiroz)

**

Non venimos a este mundo

para ficar reclamando de todo

com uma feroz kara de kulo

y después morir de tédio

entre hermosos arboles gigantes llenos de cigarra (Douglas Diegues)

***

Perú y Paraguay tienen absolutamente todo en común, un mismo Amaru (serpiente emplumada) repta y aguarda agazapada.  Una serpiente o un Inka.  Así que la alegría está asegurada y, entonces, no se admiten poemas melancólicos ni aquellos que se quedan paralizados o indecisos incluso ante el horror.  A todos acuchilla sin distingos, Trilce, que no precisa de metáforas (aquí a discreción y con notables aciertos); sino, más bien, de una cierta actitud.  Como que la hormiga regresa indefectible a su hoyo; como que las poetas y los poetas envejecen, también, pero no la poesía.  Cuando ésta, sobre todo, está escrita por animales o plantas que semejan humanos o piedras que de un momento a otro se encabritan.  De manera paulatina, aunque cada vez más viva, vamos asumiendo en toda nuestra región (Latinoamérica, dicen) nuestra herencia amerindia; necesariamente simétrica (recortados al rededor de nuestra túnica: búhos, pasto, la noche) y, por lo tanto, no excluyente.  Tampoco folklórica (con tanto que nos gusta bailar el chamamé).  Sino, por el contrario, ávida y aglutinante; prueba de ello, como ejemplo muy reciente, la película The Banshees of Inisherin, la cual se observa mejor desde la mirada de un burrito.  Oxidente dándose cuenta de que sin el multinaturalismo o perspectiva amerindia va derecho al cementerio de los elefantes.

“Peruguayensis”, antología de poesía paraguayo-peruana, a publicarse este año en Asunción.  Desde una muestra muy significativa, enviada a nosotros por Cristino Bogado (Paranaländer), hemos elaborado el presente papelito. P.G.

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-Ah, usted es de Oslo, yo soy de Lima

Escribo para la persona de Oslo que visita mi blog

Cómo lo sé

A través de aquel punto verde y brillante

Que indica puerto

Justo cuando acabo de botar algo al mar

De la Internet

Publico y de pronto ya me mira aquella luz

Acogedora

Ya nos miramos

Nos reconocemos

Nos reconciliamos

-Ah, usted es de Oslo, yo soy de Lima

Y al mar y temperatura e historias locales

Las eclipsa

Aunque sea por unos instantes la cuita

Que construimos

Esta cuita

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¿En qué momento se jodió la poesía del Perú? (Relouded)

Foto por Marina Herrera

Cuando empezó a gravitar en ella la academia o, podríamos  también así entenderlo, el sentido de grupo o de cuerpo. Ni César Vallejo, junto con Miguel Grau, el más peruano entre lo que constituye contemporáneamente la cuna de los Incas, quien escribió más bien contra el Perú; contra el cotarro que no celebrara sus versos de joven poeta en Huamachuco o, más grave todavía, contra el que posteriormente lo llevara a la cárcel.  Ni Eguren, el cual construyera todo un mundo alternativo frente al que lo obligó a caminar, para acomodar estantes y pasar libros a los estudiantes, cotidianamente de Lima a Barranco.  Lo más semejante a Eguren es Huamán Poma de Ayala, con su gruesa Carta al Rey bajo el brazo, y su inenarrable, por hartísimamente trajinados, dolor de pies. Ni Martín Adán, quien escribiera su tesis a espaldas de los gramáticos de su época, que  era así como se entendía la labor intelectual durante la misma; y nos dejara para siempre unos poemas a Machu Picchu muchísimo más vivos que los de Neruda.  Aunque sin dejar, allí mismo, de advertirnos  lo siguiente:

Que el Cusco es una invención de Luis Valcárcel

Y que mañana volveremos a Lima

Con la hostess mulatita que nos habla en inglés

Y nos mete en la boca la boquilla

De tu oxígeno, Macchu Picchu

Ni César Moro, quien en definitiva se nos fue a otra lengua.  Ni Jorge Eduardo Eielson, el cual aclimatara en su poesía o simplemente transportara el mar y la arena de la costa peruana al mediterráneo.  O siendo más puntuales, de manera análoga a los haikus de Javier Sologuren, a unos incontaminados conceptos.

Ante la arremetida corporativa (no sólo se limita a la universidad) e ideológica de la Católica, casi contemporánea a Los heraldos negros, se instaló el concepto San Marcos.  Antes no existía ni funcionaba brand o marca alguna porque, al menos el pensamiento, era producto de la cuatricentenaria.  No de la UNMSM, entendámonos, sino simplemente del Perú.  Posteriormente, incluso a mayor fragmentación de la academia, se sucedieron los grupos y la consciencia o la subconsciencia de los mismos.  Y dada la posibilidad laboral de pertenecer a alguno de aquellos o, al menos, la promesa-ilusión de sobrevivencia para los dedicados aquí a las letras, vino el consecuente compromiso institucional; y, con él, con seguridad a partir de los años cincuenta, aunque con matices hasta el día de hoy, la absoluta esterilidad  de la poesía letrada o culta en el Perú.  ¿Quién, entre aquellos nombrados, se empleó en su poesía como grupo o supo de antemano la moraleja de cuanto escribiera?  Con apoyo y aval de la academia la literatura de autoayuda habitó entre nosotros.

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