Archivo de la categoría: Poesía

Poesía

Epigramas recientes

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El mío-tuyo del cantar de las gaviotas.

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-La web me puso nuevamente por delante uno de los posts que me dedicaste en tu blog en 2020 y quise tener noticias tuyas. Espero que estés bien.

-Estoy bien; pero estaría mejor con algunos chavos extras. La literatura dominicana me tiene absolutamente abandonado; aunque yo no a ella. Cuídate.

-Debes actualizarte, pues hace por lo menos veinte años que la literatura dominicana no existe. ¡Abrazos!

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Marcianos de Pisco

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Por un 2024 sin políticos ni policías ni poetas

O, por lo regular, alguna mezcla entre ellos

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¿El huaco es Dios?

(Matías, niño de 3 años)

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Haroldo de Campos/ Pedro Granados (trad.)

LO QUE ES DE CÉSAR

un huracán de soles

peruanos controla

los horrísonos

grafemas

 

derrocadas

nieves incendian

de frío

papel y

tinta

 

!desciende

del vasto cielo

topacio en flor!

 

evoco el

nombre griego de

sousândrade — genio

de letras afiladas

hasta la undécima:

sha-kes-pea-re–

para loar al césar!

 

y aguanto sobre el

pecho abierto de

esta página

vallejo — una

bala a quema ropa.

 

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Camino a Chester

Foto por Miguel Montoya

Nos conocimos no hace mucho

Ya mayores

Aunque él con dientes de leche

Y un caminar como sobre almohadas

Alfombra mágica más bien

Inclusiva

Porque invitaba a todo el mundo

A subirse a ella

Y jamás hacer muecas de asco

Ni a las malas personas

Ni a los olores desagradables

Caminaba muy confiado con su fiel antena

Apéndice de sí mismo atento siempre al cielo

Murió hoy morirá también mañana

Hasta que ya no pueda morir más

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TRILCE I/ Nicolás (6 años de edad)

Colegio nacional JULIO ARMAS LOYOLA. Centro Poblado: LAGUNAS.

Actividad de verano, “Lectura y escritura creativas”, por Rosario Bartolini y Pedro Granados.  Niños mayormente de primaria, desde los seis años de edad (Nicolás).  Se les leyó Trilce I un par de veces y se les dijo que, luego de nuestra lectura en voz alta,  ellos podían escribir o dibujar lo que quisieran.

Acaso la “lectura” más sugestiva entre el grupo; abstracta y figurativa a un tiempo.  Y, ante todo, articulada en red.   Donde, mirada la imagen de arriba hacia abajo, podemos distinguir tres segmentos; todos ellos en relación con la lectura dominante del grupo que fue Trilce I en relación con el mar y, en específico, la playa.  De este modo, el segmento superior lo ocupa un ave en pleno vuelo (“salobre alcatraz”) de la cual, asimismo, distinguimos tres partes, de derecha a izquierda: una cabeza –más bien humanizada, por el cabello, y, de modo simultáneo, con antenas de insecto– de ojos abiertos y atentos; y, a través de una trazo corto, conectada al segundo segmento de la imagen.  Una parte media con alas, más bien diminutas, en relación a todo el corpachón; más aquí, también, desde lo que constituiría el “cuello”, una linea que sale a dibujar un sol pequeñito entre cerros o, tomando en cuenta la lectura predominante en el grupo, más bien olas enormes.  Por último, tenemos el abdómen conectado asimismo con estas mismas olas o cerros en tanto “calabrina tesórea”.  Son tres conexiones, entonces, las que llegan desde aquella “ave” a las olas: la cabeza, el sol –por su ubicación en el dibujo– en tanto corazón y, por último, la línea de defecación que sale desde el abdomen.  Obvio, entre ave y sol existe una relación metonímica (todo por parte), aunque aquí inversa.  En simetría de funciones, el sol siendo mayor, frente al ave, resulta el menor o más pequeño; es decir, como pasa exactamente en Trilce I, el “alcatraz” es el mismo sol.  Aunque Nicolás, por su cuenta, halla ideado o añadido a su lectura un escorzo típicamente vanguardista (pensemos, por ejemplo, en 5 metros de poemas); el cual, no es otro, que transformar al ave en un juguete o cometa del sol.  Y, en suma, Nicolás haya invertido también aquello del mito donde el sol es atado a una montaña (Los hermanos Ayar). 

Pero todo lo anterior, sólo respecto al primero y segundo segmento –de arriba hacia abajo– en nuestra imagen.  El segmento final es acaso el más inquietante de esta lectura; coincide con la base del diseño, pero enseguida vemos que lo enmarca por completo.  Todo aquel conjunto, entonces, una cometa de tan lejana que no percibimos su hilo.  P.G.

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“Spasmo-Dolviran”: ¿el último cuaderno de Luis Hernández?

Resumen

Nos hallamos ante un magnífico documento artístico –la denominada “libreta Bayer”, publicada en sus páginas escritas (96 de 172)– anexa a La harmonía de H; y que nosotros, de acuerdo a lo que se resalta en la página liminar de dicha libreta, vamos denominando más específicamente “Spasmo-Dolviran”. Ésta, tal como nos lo advierte la nota del editor, le fue regalada por un amigo en 1964 (año en que Hernández estaba de estudiante en Alemania), pero es recién en 1976 (uno previo a su voluntaria desaparición en Buenos Aires) cuando el poeta la utiliza para dibujar su ¿última poesía?

Palabras cave: Poesía de Luis Hernández; Luis Hernández y César Vallejo; poesía peruana.

https://www.academia.edu/114298330/_Spasmo_Dolviran_el_%C3%BAltimo_cuaderno_de_Luis_Hern%C3%A1ndez

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Desaparecer un cuerpo

Desaparecer un cuerpo es lo más semejante a escribir un poema.  Este protocolo vuelve al poema semejante a ejecutar un crimen y desaparecer el cadáver.  Ata la cultura a la incultura, la paz a la violencia, la vida a la muerte.  Ácidos y otros insumos aplicados rápido sobre la piel, músculos, órganos, cartílagos y huesos hasta verlos deslizarse —juntos e indistintos–  en el alcantarillado de la bañera.  Aunque todo esto auto-aplicado, en primer lugar, contra quien escribe el poema; con análoga medida y similar efecto corrosivo sobre cuerpo y alma.  Sobre los recuerdos más tiernos o aquellos más humillantes.  Contradicciones y antítesis las cobija por igual la escritura.  Diluye la especificidad de lo humano en otra y mayor dimensión. El aroma del mar o el verde amarillo de la retama en primavera.   Luego de aplicarme a pensar, parsimonioso y concentrado, no hallo otra cosa que mis ideas ensopadas entre los resbaladizos meandros  del cerebro.  ¿Qué joya me llevo sino el deseo de ser todavía más humano?  Olas, lluvia, desierto, noche y tempestades.  P.G.

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Trilce IIIVXX/ Manuel García Cartagena

IIIVXX

De aquella época solo conservo
una madre y un padre pequeñitos y planos,
una foto dos por dos de cariño fiero.
A tazón alzado, como en la misa de la mesa, ondea la bandera de frijoles, arroz y carne,
y un café lento, como el recuerdo,
de vez en cuando se cuela entre los días.

No habrá nunca mejor escuela
que aquella mesa de la que un día me ausenté.

A ese yo que ya no está allí,
a ese que un día se fue y que aún no regresa,
ahora que la mesa se quedó sin geografía,
qué manera de madre le va a decir de nuevo sírvete;
con qué boca comería solo un chin
de aquel hogar que ya no está.

Alguien borró mi cara de todas las fotografías
en las que aparece Dios a la hora del sacrificio,
y ahora es esa ausencia mi único don:
soy yo quien falta
y es mi propia falta la que me hace,
pero mi madre aun me espera
y los días me desllegan.

Desde esa mesa, mi padre me dibuja imágenes de un tiempo en que era bello vivir.
Levito en el sopor de aquellos mediodías:
una escoba de suspiros barre los montones
de mi propia ausencia acumulada,
mientras mi padre borda el aire con un hilo
de palabras.

Si no me hubiera ido, estaría ahora sentado
en esos recuerdos que nunca tuve.
Ahora que ya no tengo madre, ni padre,
ni recuerdos, ni mesa,
soy mi propio almuerzo
y me lo como.

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CUADRO LIMEÑO/ Israel Tolentino

Mariella Agois (1956 – 2024)

Guardo de Lima una botella/ Llena de lluvia/ Y un puñado de arena/ En el pañuelo. A veces recuerdo/ La luz de su nublado cielo/ Y la acaricio/ Como se acaricia una perla/ En el bolsillo (Jorge Eduardo Eielson).

Murió Mariella Agois, artista de voz y mirada tiernas, recuerdo que en la exposición en la galería Lucía de la Puente en Barranco compró dos de mis cuadros. Alegría pospuesta en estos días mientras reviso fotos y leo las cariñosas publicaciones sobre ella.

Murió mi concuñado Juan López, de muchos amigos y amante de los Volkswagen. En cada encuentro me ofrecía un par de cervezas heladas; la noche de su velatorio chacchamos y bebimos hasta el amanecer saciando sus ofrecimientos.

Murió Inés, amiga de un curso en Bellas Artes, conservo su autorretrato y su gusto por coserse corazones en las chaquetas.

Murió el artista Carlos Bernasconi, con una obra en contracorriente, trabajaba silbando con la sonrisa de oreja a oreja.

Murió el actor Diego Bertie, de abatimiento íntimo. Siempre jovial y deportivo.

Murió padre Ugo de Censi, también artista; a Elita y a mí nos casó en la iglesia San Francisco, esa tarde mirando la arquitectura interior decía: lindo templo, lindo.

Murió Pablito Macera, tenía todo preparado para su sepelio, su rostro respetable y la sabiduría de sus manos nunca le dejaron.

Murió el narrador de quien admiraba la blancura de sus cabellos, la sobriedad con que lo encontrabas en una mesa del Queirolo del centro y la gentileza con que respondía los saludos.

Murió Juanja, habíamos quedado en comer algo en el chifa Viet Nam. Se fue a Bogotá, yo a Chacas; para el siguiente encuentro en noviembre solamente quedaban carrizos dibujando lágrimas.

Murió Jorge, otro amigo del curso en Bellas Artes, siempre de buen humor, una vez me recomendó ver al Dr. Francisco Soriano.

Murió el pintor admirado en mi juventud, atesoro un catálogo donde escribe con su fuerte caligrafía: ¡Israel, no dejes que ninguna pesadilla ni nadie interrumpa tus sueños!

Murió don Jesús Urbano Rojas, le puse de cabecera luego de leer “Santero y caminante”. La única fotografía que nos tomamos fue a su salida del Gran Teatro Nacional, tarde en que mamá Genoveva le llamaba “maestro”.

Murió Jorge Eduardo Eielson, todos, esa noche esperábamos ansiosos verlo, se presentó con una máscara cósmica, hermoso objeto azul donde brillaban las estrellas sobre el mar empañado de Lima y el mar Mediterráneo. Los aplausos surgieron del corazón.

Murió Sato, amigo querido en las buenas y en las malas, de nobleza y sencillez inigualables, admirador de Condemayta de Acomayo.

Murió Felipe Ehrenberg, si bien no en esta ciudad, quedó pendiente viajar hasta su tierra y conocerlo y traer “Manchuria” autografiada. No todo, la eternidad te concede.

Murió Cristóbal Campana, la última caminata fue desde el Istituto italiano di Cultura hasta no recuerdo que lugar yendo hacia Miraflores. Me dio un abrazo como los daba mi abuelo.

Murió el autor del impávido título: “Un iceberg llamado poesía”, yo llegaba a Lima, él esperaba un autobús entre Benavides y Panamericana Sur.

Murió Adriana Dávila, actriz en la película “Sin compasión” junto con Diego Bertie. Parte de su vida fueron los andes y la poesía.

Murió Víctor Churay artista Ivá Wajyamú (clan Pelejo) luego de una fiesta pollada, su cuerpo golpeando entre el acantilado se soñaba en una hamaca de serpientes blancas.

Murió mi promoción Willy Astuvilca, dejó el pueblo buscando un mejor destino y en una primera trifulca sus ojos se cerraron para siempre.

Murió el poeta que empezaba a leer los libros desde atrás por su afición a la sección deportes de los diarios. Hoy soy hincha de su equipo, del otro lado del río.

Murieron las madres Paulina y Josefina, dos monjitas maternales que nos servían cafecito con panes hechos en casa y cantando nos enseñaron a leer y escribir.

Murió la señora Isabel, mamá de Sato, incontables veces almorcé con ella. Sus viandas eran contundentes, sazón huamanguina. El día de su entierro viajaba de Incahuasi a Andahuaylas.

Murió mi suegro cuando aún no nos habíamos reencontrado con Elita su hija y, él no suponía que ese muchachito parado cerca de su Ford le llamaría papá Visho.

Murió mi abuelo, papá Miguel, nunca termino de hablar de sus ocurrencias, de darme cuenta de lo aprendido de él.

Murió César Vallejo en 1938. Todos estos recuerdos nacen a partir de su poema “la violencia de las horas” incluido en un librito comprado a un sol y preparado por Roberto Marroquín Peña en 1992, año que llegué a Lima (Lima, enero 2024).

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