Fui colega de Milton Hatoum en la Universidade Federal do Amazonas (Manaus) a inicios de 1997; mejor dicho, mientras fui allí un interino profesor de español por apenas un par de meses. Mientras pululaba por el mundo y poco antes de retomar mis estudios de doctorado en literatura, esta vez en Boston University. Época difusa la mía, extraterritorial y borgeana –antes que macondiana– como acaso también es el meollo de Relato de um certo Oriente. Libro que me regaló Milton en Manaus y del que publiqué ese mismo 1997 una breve reseña en El Comercio de Lima (todavía no digital, lo que me impide hacerles el enlace). Época acaso más fluvial que nunca la mía, la que me precipitó a escribir –como si se tratara de una playa o de una boya– el siguiente poema:
Leite Neto
Qué dicha.
Borges hablándonos
sobre la cubierta.
Borges y yo,
solos. No hay nadie.
(Es muy temprano todavía).
Sobre este navío que nos conduce
–a mí y a mi memoria de Borges–
hacia un lugar aún desconocido.
El puerto no nos consta,
mucho menos al río.
A este río que navegamos
con repentina dicha
y extrañeza.
La popa es nuestra proa
–todo va quedando adelante–
y sabemos lo que decimos,
aunque no por dónde andamos.
El Amazonas es más antiguo
y más vasto que nuestro recuerdo.
Pude alcanzarle a Milton mi reseña de su libro, no “Leite Neto” que recién apareció el 2002 en Desde el más allá (Lima: Ediciones Corza Frágil); pero no he vuelto a verle en persona. En este nuevo derrotero brasileño, soy profesor de la UNILA (Foz do Iguaçu), me entero que todo el mundo le quiere y es muy famoso por sus novelas. Opino que su obra lo merece y, hecho más bien raro en el ambiente literario, su persona también.