Archivo por meses: octubre 2010

Hipertiroidismo y diabetes en el último poemario de Antonio Cisneros

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Diario de un diabético hospitalizado [Lima: Colección Underwood de los EE. GG. Letras de la PUC del Perú, 2010] reúne tres poemas, titulados “Requiem Jubiloso por el Teatro Municipal Incendiado”, “Toros” y “Diario de un diabético hospitalizado”. En ellos, el autor elabora reflexiones sobre el arte y la muerte vistos entre el silencio y la rutina de distintos espacios: la música presente en el Teatro Municipal incendiado, un paseo a través de una corrida de toros en la plaza de Acho y, finalmente, los diarios de un cansado diabético, hospitalizado en el mismo lugar en donde su padre falleció hace poco” (Tomado de .edu)

Efectivamente, dos elegías (escritas por encargo en 1999) y propiamente un escueto diario (publicado en El Espectador de Bogotá en 1995) donde para variar, Antonio Cisneros, hace gala de su fe inquebrantable en el lenguaje –jamás lo pone en crisis o duda de él–; no por esto, conjunto menos agradablemente decorativo y resonante: plagado de citas u oportunos homenajes. Diestro, además, para la construcción o “edición” de sus poemas; “Diario de un diabético hospitalizado” (ya no de un poeta recién casado), la tercera parte de esta breve colección y donde nos detendremos también escuetamente, no es una excepción.

El texto lo constituyen 10 viñetas o apartados breves que tocan, entretejidos y más bien de modo opaco, algunos tópicos clásicos: la celebración del vino (en este caso de la cerveza), el denuesto a los médicos, la elegía al padre… pero también, desperdigado entre sus páginas y siempre de modo sutil, mucha Ars poética: el arte o la naturaleza de la poesía. En este último sentido, son ilustrativos los siguientes explícitos enunciados: “El diabético, como el poeta, nace, no se hace” o aquellos pasajes donde la “ilustrada juventud” es más bien de aventura y supuesto culto de la vida que de los libros “intocados en el fondo del viejo maletín”. Explícitos estos, decimos, porque hay también algunos, acaso los enunciados metapoéticos más importantes, en clave discreta o docta. Nos referimos, por ejemplo, a los ventilados en el fragmento 3:

Los dolientes de hipertiroides jamás reposan. Su
apetito es monstruoso, igual que su erotismo.
Tienen los ojos desorbitados como el fondo de
las botellas de cerveza o un par de huevos fritos.
Padecen de calores y en un rapto de furia son capaces
de estrellar a sus críos contra cualquier pared.

Entonces los internan y los atiborran de yodo
radiactivo para calmarlos. Pertenecen, igual
que los enfermos de diabetes, al Pabellón de
Endocrinología. Una vez sosegados, requeridos tal
vez por su mala conciencia, son personas amables y
muy caritativas. Sin embargo los diabéticos, huraños
por temperamento y vocación, prefieren evitarlos.

Hay una joven, víctima del mal, que se la pasa
moviendo la cabeza, enloquecida, dando vueltas
y vueltas, ataviada con un polo raído de Inca Kola
a modo de batín. A nadie se le oculta que carece
de prendas interiores.

Por lo tanto, hipertiroidismo y diabetes, aunque perteneciendo al mismo campo semántico de la “Endocrinología” y de la poesía (tal como Apolo es médico y poeta) serían –según el locutor– paralelamente muy distintos. Por contraste, a pesar de ser ambos “dolientes” o “enfermos”, en lo fundamental los unos serían lascivos y furiosos; mientras, ergo, los otros castos y tranquilos. Los unos sociales o comunitarios, mientras los otros “huraños por temperamento y vocación”. Y, no sólo esto, los primeros –frente a los segundos– carentes de “prendas interiores”; es decir, de valores estables o principios últimos. Incluso aquello de “doliente” (¿exhibicionista, trastornado, patético?) resulta muy significativo en relación al justificante rótulo de “enfermo” (en última instancia, calmo o resignado, ante el destino o providencia). En fin, llevado todo esto al campo del estilo, acaso comprendemos mejor ahora la conocida antipatía del diabético Antonio Cisneros por la tirotoxicosis de César Vallejo. Así como su gesto radicalmente conservador, ya no sólo ante el lenguaje, sino ante el mundo y la historia de este mismo mundo. Católico reconvertido (El libro de Dios y de los húngaros), diríamos más bien reacomodado –luego de los desplantes izquierdistas de algunos de sus primeros libros– a un horizonte individualista y burgués. Cisneros es el más nerudiano, y no sólo por narcisismo y megalomanía, entre los poetas peruanos. También, ya que la poesía le nace, el menos identificado entre nosotros con una labor de rigor o de compromiso con la educación, la traducción o el estudio… todo debe suceder pues, y necesariamente, como por arte de magia. Es más, diríamos que en tanto poeta diabético, Cisneros asume aquí las preocupaciones propias de un Platón frente a su República; expurga o expulsa todo aquello que no encaje en un ideal decurso tranquilo entre buenas gentes, en una anhelada racionalidad y simetría social… y estética.

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AVISPAS Y PÁJAROS

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Avispas y pájaros

beben de la misma fuente.

Así mi corazón

–sapo y picaflor–

se te acerca.

Mi viaje a México ha sido inevitable.

Con un alma soy un ave,

con la otra husmeo en los rincones.

Óyeme resumir este duelo de espadas.

Mírame espesarme en estos minutos frágiles.

No hagas que sea inútil, que sea ridículo

decirte esta verdad a medias. La verdad de mi amor.

Interpreta mis labios, pues, lee en mis ojos.

Sustrae del tiempo como de un árbol

–como de una rama–

el fruto rojo de mi amor.

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‘Antídoto’/ Jorge Esquinca (México, 1957)

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Cómo el amor, cuchillo, lenguaje del arrimo,
diente oculto en una encía de niebla. Para decir,
cómo, mordedura, singladura en la planicie
interna de tu muslo. Es ahí, cuchillo, la encarnada
estrella que ramifica, la reviniente mutación
de su corola. Cómo, amor, la mansedumbre
ofrecida sin más, cuchillo, el yo transfigurado.
Pero tu raíz en vilo, tu respiración en una nada
de aire, dora del cielo, rizo de luz enrojecida —ah,
cómo anima este mendrugo sin un cómo de palabra.
Dime cuchillo, arrima tu labia de sangre en el oído,
oye lo que suena en el índice del miedo, lo que se
decanta en la cutícula y dispara en tu centro la voz
sin voz, la quebradiza nube del no saber, amor,
en que te incendias. Lame tu hoja. Irisa los pistilos
de tu flor-mordedura, pero vuelve, pero quédate
y venga tu reino. Ah gobierno de oros contra espadas,
ah, tu política de racional advenimiento. Cómo decir
de ti, cuchillo, cómo de tanto, amor, la voz trastoca
el fiel de la balanza. Dime lo nevado en la piel del tú
o dime nada. Cállame con ti, disuélvete conmigo.
Alguien pisa esta zona de tolvaneras. Alguien dice.
Guárdame cuchillo, en el filo de ti, iluminado.

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‘Desde aquí observo’/ Astrid Preciatt Real

Podemos mirar siempre sin saber.

Unas veces es un niño que te

Extiende una mano flaca,

Otras veces un escritor peruano

Del que no sospechas nada.

Hombre alto y con canas

Que inquieto siempre está.

Mira hacia la nada

Y casi mudo,

No calla.

Parece no decir nada

Tomando con cuidado su café.

Voltea precavido

Siempre mirando sin ver.

Hombre transparente

Translúcido

Cuya mirada todos pasan,

Sin saber que en ella se esconden

Dolor y gracia.

Ojos llenos de vida y seguridad

Espesos como el café que toma,

Siempre miran sin ver.

Voz que viaja con el aire

Se pierde en la inmensidad del viento.

Palabras que llenan la habitación vacía

Palabras dardos

Palabras frías

Palabras tranquilas

Que se clavan sin permiso

En medio de la mente.

No duelen

Sí duelen.

Lo observo de nuevo,

Siempre mirando sin ver.

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