‘Antídoto’/ Jorge Esquinca (México, 1957)

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Cómo el amor, cuchillo, lenguaje del arrimo,
diente oculto en una encía de niebla. Para decir,
cómo, mordedura, singladura en la planicie
interna de tu muslo. Es ahí, cuchillo, la encarnada
estrella que ramifica, la reviniente mutación
de su corola. Cómo, amor, la mansedumbre
ofrecida sin más, cuchillo, el yo transfigurado.
Pero tu raíz en vilo, tu respiración en una nada
de aire, dora del cielo, rizo de luz enrojecida —ah,
cómo anima este mendrugo sin un cómo de palabra.
Dime cuchillo, arrima tu labia de sangre en el oído,
oye lo que suena en el índice del miedo, lo que se
decanta en la cutícula y dispara en tu centro la voz
sin voz, la quebradiza nube del no saber, amor,
en que te incendias. Lame tu hoja. Irisa los pistilos
de tu flor-mordedura, pero vuelve, pero quédate
y venga tu reino. Ah gobierno de oros contra espadas,
ah, tu política de racional advenimiento. Cómo decir
de ti, cuchillo, cómo de tanto, amor, la voz trastoca
el fiel de la balanza. Dime lo nevado en la piel del tú
o dime nada. Cállame con ti, disuélvete conmigo.
Alguien pisa esta zona de tolvaneras. Alguien dice.
Guárdame cuchillo, en el filo de ti, iluminado.

Jorge Esquinca, “la tercera vía”, tal como lo elaboró Eduardo Milán en su charla en el Cuarto Festival de Letras Jaime Sabines (21/ 9/ 10). Es decir, entre el diletante o el grafitero (cualquiera que escriba sus poemas sólo por joder) y el poseso o el aeda (por ejemplo, los cantos de un Efraín Bartolomé en la inaguración de aquel mismo Festival). “Tercera vía” (¿la de la propia poesía de Milán?) no de conciliación, ojo; probablemente, sí, de hibridez. Esquinca se juega la iluminación en el lenguaje. El yo no existe antes que la autobiografía. La prosopopeya instaurando hasta lo más sagrado y misterioso; ergo, también la poesía. Aunque los límites de este minucioso ejercicio –en parte emparentado con el neobarroco– parecieran no ser ya los del hermetismo (para nadie es ya un secreto nada). Sí, los del mero aburrimiento. Este es el gran reto de toda la poesía, iluminada o no; inmisericordemente banal o profunda… hacer de una rana un ciervo; de un ave, acaso mi actual mujer. No de un ciervo el mismo ciervo; no de una rana equivalente sapo.

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