Archivo por meses: septiembre 2009

‘En el punto luminoso del teorema’/ Ángel (Muñoz) Petisme

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Ángel Muñoz Petisme (Calatayud, Zaragoza, 1961)

Dormíamos veinte años y, de pronto, Antonio Orihuela (Moguer, 1965) nos despierta. Recibido su reciente poemario Todo caerá (2008) por correo, en Lima-Perú nada menos, y en vías de escribir una reseña del mismo, nos topamos dentro con unos versos de Ángel Muñoz Petisme. Y de pronto me veo entre la pequeña ventana al patio y la mullida cama de mi habitación de la calle Batalla de Belchite, en el Madrid de 1988. Y de pronto la alegría de la lectura –el gozo de la afinidad– como en la de aquel ya lejano año. Recuerdo que descubrí a Petisme (así se ha generalizado) en la antología Postnovísimos de Luis Antonio de Villena (Visor, 1986), y de sobra me pareció –incluso sobre Julio Llamazares, Blanca Andreu y el mismo De Villena (oculto bajo “Illán Pesa”)– el poeta más sugestivo de entre toda aquella antología. Miscelánea de estéticas la de este volumen: venecianos, poetas de la experiencia (cuya consagración se consolidaría el mismo año de nuestro recuerdo), neo-comprometidos (cual Jorge Riechmann) y, en palabras de De Villena, aquélla de “artefactos fronterizos” tal como en los poemas que en aquel entonces ensayaba Petisme. Fronterizos entre la lucidez y el encanto de un poeta de 23 años, cabría precisar.

VIII

En el punto luminoso del teorema

Venise yace en el baño, es una dama negra ataviada

de collares.

Sus jaquecas y su coquetería, un ritual iniciático.

(Ojos de antigua almendra

y arma blanca.)

El silencio se piensa en los canales, se huele en los

museos, se tensa bajo los arbotantes.

En Damián.

Père en la mesa de enfrente.

Café –sorbos pausados–. Nos cruzamos miríadas.

(Describir o llorar:

la angustia tiene ritmos).

En el vaporetto sigo el vuelo de la mariposa,

aterriza sobre una minifalda: Crueldad.

Todo es salario del pecado, mis ojeras

tan cursis como el crepúsculo.

Ah! Y aquí nadie de belleza murió.

De Cosmética y terror (1984)

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La patafísica/ Marcelo Pisarro

Urdida hacia fines del siglo XIX por el escritor francés Alfred Jarry y asociada al absurdo, la Patafísica toma en clave paródica el lenguaje institucionalizado de las ciencias, la filosofía, las artes y otras formas de conocimiento. El Colegio de Patafísica se fundó en París en 1948, y pronto otras sedes emergieron alrededor del mundo (la de Buenos Aires fue una de las primeras). Su presencia se detecta en oscurísimas obras de vanguardia y en conocidos productos de la industria cultural. Jean Baudrillard, Groucho Marx, André Breton, Eugene Ionesco, Marcel Duchamp, Man Ray, Michel Leiris, son sólo algunos de los intelectuales que coquetearon con la patafísica. Ubú rey y Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico, de Jarry, se señalan como textos fundacionales. La Patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias.

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Alfred Jarry (1873-1907)

La palabra “patafísica” no aparece en la mayor parte de diccionarios o enciclopedias de edición reciente. La lista de términos se desliza de “patado” a “patagio” sin escalas. Tampoco se hallan grandes retrospectivas, ni promocionados revivals, ni exhibiciones con costosos seguros deambulando por museos de todo el mundo. Los congresos y seminarios, de existir, pasan desapercibidos excepto para los asistentes. Las publicaciones, de existir también, circulan en tiradas pequeñas y apenas reseñadas. Patafísica es una expresión difusa que remite a un tal Alfred Jarry haciendo el tonto hacia fines del siglo XIX, a una canción de The Beatles grabada hace cuarenta años y muchas veces considerada un llamado al asesinato. Es una broma apenas recubierta por un velo de legitimidad literaria o artística, y como toda broma, cuando se la explica, pierde su gracia.

“Todo aquel que esté mínimamente familiarizado con la historia de las vanguardias sabrá que nada es más fácil que provocar un alboroto mediante una supuesta afirmación artística”, escribió el ensayista Greil Marcus en 1989, echando un vistazo hacia el dadaísmo, el situacionismo, el punk. “Todo lo que se necesita hacer es inducir al público a esperar algo y darle otra cosa, o, como Alfred Jarry probó en París en 1896, al iniciar su primera representació n de Ubú rey con la única obscenidad formalmente disfrazada de Merdre (Mierdra), violar un tabú que todos reconocen como tal”.

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