Romper las cosas
Para reconocerlas
Por dentro.
Me callaron las flores.
Un geranio sacudió con fucsia
El gris estanque.
*Rocío Fuentes. Estudia literatura en la PUCP. Ha publicado Cuerpo de pétalo (2005) Leer más
Entre el tráfago de una poesía -y por cierto una crítica- políticamente correcta y otra encandilada con la banalidad resulta cada día más difícil, en nuestro medio, toparnos con una auténtica voluntad de estilo. Esto, para no mencionar el sabotaje cultural más artero: un canon que pretende durar hasta el infinito, en lo fundamental, abonando las sabandijas cuya función es precisamente perpetuarlo. Hace rato que el trabajo de Renato Sandoval (Lima, 1957) era uno de los más interesantes de su generación, pero con este libro -Susuki blues (Lima: Lustra Editores, 2006)- su poesía es ahora, ya del todo, una de las mejores del Perú y alrededores. A su pasión por todo el diccionario y a su trajinar por el hipérbaton, a manera de un soliloquio sordo y entrecortado, Sandoval gana en precisión o, mejor dicho, pareciera perder en este libro todo escorzo superfluo, toda voluta gratuita o meramente efectista. Enfrentarse, entablar un diálogo con los maestros de la literatura del lejano oriente -aquéllos que reconocen en la caligrafía su vocación poética más acendrada- le ha obligado a ello. Es decir, su lenguaje ha ganado en economía, su carpintería sintáctica ha prescindido de arcos y remaches, y su imagen poética se ha potenciado icónicamente. Esto, aparte de que el sujeto poético no se nos oculta ya más como la liebre; por el contrario, manso, permite ahora que el lector le pase una mano amiga y lo perciba, al menos, en claroscuro. Porque éste, eso sí, continúa siendo el color de toda esta obra poética: trastienda, espacio pre-simbólico, bulto ciego de lo indeterminado. Aunque todo esto felizmente salvado -ventilado u oreado- por el humor: “hoy/ las miasmas se agitan con fuerza/ bajo los pechos y en la espesura/ un puercoespín espía nuestras/ rencillas entre bostezos”.
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Como friso a su poema “Los buenos deseos”, incluido en la reedición corregida y modificada de Luz de limbo (Lima: Zignos, 2005 [2001]), el poeta Víctor Coral (Lima, 1968) ) inscribe una frase perteneciente a uno de los autores homenajeados en este poemario, Fernando Pessoa: “En lo alto del cielo, como una nada visible, una nube pequeñísima es un olvido blanco del universo entero”. Luz de limbo parecería también, en sus mejores momentos, dejar olvidados algunos jirones de nubes muy blancas en nuestras manos. Son los versos que corresponden, a través de la urdimbre general de descripción virtuosa y persuasiva elocuencia, a nudos donde se tensan y corresponden aún mejor estos mismos cabos aunados a uno extra: el de un particular salto al vacío; caída libre, por lo demás, en consonancia a la viñeta de Ícaro que adorna la carátula del volumen. Denominémosle a este precipitado auscultación íntima -comprometido el ámbito familiar- que si bien tiene un antecedente preclaro en la poesía de César Vallejo, los hallazgos de Coral modelan un vaciado original; es decir, ya que no copia sino sigue al maestro, constituyen además la marca más personal de su propuesta. Vayan un par de ejemplos:
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Revista de la Dirección General de Cultura y Extensión.
Universidad de Los Andes, Mayo-Dic. (2006) 156-160.
Un chin de amor, del escritor peruano Pedro Granados, es una novela-ensayo –texto, a la vez, teórico y práctico — tal como las que se estilaban en el romanticismo del siglo XIX latinoamericano donde el tema de la ciudadanía eran tan álgido; aunque esta vez, paradójicamente, más bien centrada en cómo se construye un post-ciudadano: “Juvenal Agüero”. Efectivamente, si ya Borges en “El Sur” (a través de la biografía de “Juan Dahlman”) debate con “El matadero” de Esteban Echeverría –al reelaborar el asunto del asesinato del inocente héroe “Unitario” a manos de los federales–, ahora “Juvenal Agüero” o Pedro Granados –ya que nos hallamos, aunque apócrifa, ante una sabrosa autobiografía– entra en polémica consigo mismo y pasa de una identidad, digamos, titular a una que va volviéndose interina hasta desembocar en la auto-conciencia de la pura ficción; en otras palabras, de comprobar haberse vuelto un personaje para sí mismo. Su patria, entonces, es ahora la internet, y sus paisanos los otros seres virtuales que, tal como él, efímera o discontinuamente la habitan.
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A. A. B. leyendo de su libro reciente,
Francis Bacon, vuelve. Slaughterhouse’s Crucifixion
(Santo Domingo, R.D.: Editora Ángeles de Fierro, 2007)
Comentando ciertas inclinaciones de la generación del 80, aquello de la “poesía del pensar”, Diógenes Céspedes hace un esclarecido comentario con el que no podemos dejar de coincidir: “La filosofía, incluso más que la historia y la política, es el mayor enemigo de la poesía. A la historia y a la política podemos desarmarles fácilmente sus estrategias y sus tácticas, pero la filosofía es más obstinada y ejerce un mayor efecto de fascinación que cualquier otra disciplina so pretexto de su disfraz de ciencia, y a veces de ciencia de las ciencias”. Diógenes Céspedes, Ensayos sobre lingüística, poética y cultura (Santo Domingo: Trinitaria, 2005) (99). Nosotros precisaríamos, claro está, siempre y cuando la filosofía intente hacer pasar como poeta a un “tonto solemne” (Nicanor Parra, dixit).
Vaya esta introducción para referirnos, pero muy a contrapelo, a Armando Almánzar Botello (Higuey, R.D., 1956) y como marco a su obra, Cazador de agua y otros textos mutantes. Antología poética 1977-2002 (Santo Domingo: Editorial Gente, 2003). Rara vez nos hemos topado con tamaño erudito del presente; de cuanto libro sobre teoría cultural y psicoanalítica hallemos en las librerías. Pasmoso y serio conocedor –bonachón y gran amigo– que, de algún modo hemos de decirlo, cultiva un discurso a caballo entre arqueología del saber, ciberespacio, gótico y un ligao local de sabor muy dominicano. En sus “textos mutantes” le resulta casi imposible evitar la glosa intelectual; y las veces que acierta son cuando –en general por vía del humor– se sacude de esta invisible y tenaz atadura; como en este notable pasaje de “Cazador de agua”:
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ARTÍCULOS
Granados, Pedro, “La novela como responso y elegía: la distribución de lo lírico en Fortunata y Jacinta”, Anales Galdosianos,Queen’s University, Kingston, Ontario, Canadá – Casa-Museo Pérez Galdós, XXXVII (2002), pp. 103-112.
Granados, Pedro, “Poesía e historia en El doctor Centeno”, Anales Galdosianos, XXXVIII-XXXIX (2003-2004), pp. 93-102.
Dos niñas pasan
tomadas de las manos
y de los largos cabellos.
Colgadas de la travesura.
Con la risa y la saliva
relampagueantes
de su complicidad solar.
En zancadas
atraviesan la calle
sin reparar en el decoro.
Porque son muy niñas
y porque muy son pobres.
Y porque no hacen de ello
impulso o motivo
de sus espontáneos poemas.
Ni, mucho menos,
de su contagiante felicidad.
Nos ha sido particularmente grato conocer más de la poesía de Carlos Rodríguez (Santo Domingo, 1951- New York, 2001). Los poemas que le conocíamos pertenecían a una colección anterior, El ojo y otras clasificaciones de la magia (1995), ya que a sus restantes poemarios inéditos tenemos acceso sólo con la presente publicación de El West End Bar y otros poemas y Volutas de invierno (Santo Domingo: Ediciones Ferilibro, 2005), quedando pendiente todavía la edición póstuma de “Puerto gaseoso” que reúne poemas escritos entre 1991 y 1992. Notable acontecimiento literario, entonces, que comienza a hacerle justicia a uno de los poetas caribeños más interesantes de las últimas generaciones. Por lo tanto, el presente volumen junta dos colecciones distintas en una; El West End Bar y otros poemas que reúne textos compuestos entre 1980 y 1990, y Volutas de invierno donde, por su parte, accedemos a poemas escritos entre 1995 y 1996. Aunque, también a través de la solapa del libro, nos enteramos que al momento de morir trabajaba simultáneamente en “El libro de la muerte” y “El lago de la erótica”(1).