“Juan Dahlman y Juvenal Agüero: un cierto malestar en la cultura”/ Alma de Hacker


Revista de la Dirección General de Cultura y Extensión.
Universidad de Los Andes, Mayo-Dic. (2006) 156-160.

Un chin de amor, del escritor peruano Pedro Granados, es una novela-ensayo –texto, a la vez, teórico y práctico — tal como las que se estilaban en el romanticismo del siglo XIX latinoamericano donde el tema de la ciudadanía eran tan álgido; aunque esta vez, paradójicamente, más bien centrada en cómo se construye un post-ciudadano: “Juvenal Agüero”. Efectivamente, si ya Borges en “El Sur” (a través de la biografía de “Juan Dahlman”) debate con “El matadero” de Esteban Echeverría –al reelaborar el asunto del asesinato del inocente héroe “Unitario” a manos de los federales–, ahora “Juvenal Agüero” o Pedro Granados –ya que nos hallamos, aunque apócrifa, ante una sabrosa autobiografía– entra en polémica consigo mismo y pasa de una identidad, digamos, titular a una que va volviéndose interina hasta desembocar en la auto-conciencia de la pura ficción; en otras palabras, de comprobar haberse vuelto un personaje para sí mismo. Su patria, entonces, es ahora la internet, y sus paisanos los otros seres virtuales que, tal como él, efímera o discontinuamente la habitan.
Es decir, ni Dahlman ni Agüero –personajes educados y citadinos– son ya héroes románticos, si no todo lo contrario. Ambos son líricos lúcidos del libreto que les ha tocado en suerte; conscientes del mito que asumen –frente a la mediocridad que los rodea o, mejor dicho, frente al malestar en la cultura que los agobia– para morir mejor: peleando como un gaucho más de la pampa, el primero; para vivir más dignamente: fajándose a cuerpo desnudo contra varias atractivas mulatas, el segundo. Post-románticos en suma. Y decíamos malestar en la cultura, título acuñado por Sigmund Freud para su libro homónimo de 1929, porque es sobre esto de lo que finalmente se trata. Es decir, tanto Dahlman como Agüero se sienten incómodos ante la cultura; no es que rechacen una en particular o algún aspecto específico de aquélla, sino que con sus comportamientos –entre inasibles o fantasiosos– llevan a escena algunas ideas capitales de aquella tardía obra de Freud:
“el término cultura designa la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí […] La libertad individual no es un bien de la cultura […] Por consiguiente, el anhelo de libertad se dirige contra determinadas formas y exigencias de la cultura, o bien contra ésta en general” (66-67).

Ahora, obviamente, tanto Dahlman como Agüero no son personajes post-románticos porque se rebelen contra la cultura; sino porque encarnan, más bien, un matiz sumamente lúcido del pensamiento de Freud en esta misma obra: “cualquiera que sea el sentido que se dé al concepto de cultura, es innegable que todos los recursos con los cuales intentamos defendernos contra los sufrimientos amenazantes provienen precisamente de esa cultura” (61). Entonces, y simplificando quizá groseramente, rebelarse contra la cultura es inútil porque se hace con los elementos o en los términos que nos proporciona ella misma. Y esta rebelión inútil o causa perdida es, precisamente, la que encarnan ambos entes imaginarios; en palabras de Michel de Certau, comentando El malestar en la cultura y simultáneamente leyendo a Wittgenstein: “no se ‘sale’ de este lenguaje, no se puede encontrar otro lugar desde donde interpretarlo […] en suma, no hay salida” (18). Por lo tanto, en “El Sur” ya no son pertinentes los antagónicos términos románticos, “civilización y barbarie”, porque todo es “civilización”; como que el placer y el amor del caribe, en Un chin de amor, es todo literatura.

Insistimos, los dos personajes son lúcidos de hacia dónde se dirigen. Por parte de Dahlman, el episodio de la clínica –combatiendo una septicemia general– provocó en él una suerte de anagnórisis: el radical descubrimiento de que el padecimiento físico, inevitable flagelo humano, no podía ser traducido sino en términos de “infierno”. Imagen cultural a la que en adelante tratará de reemplazar por alguna de Las mil y una noches o, ya al final del relato, por la entrañable figura de su abuelo materno que –ahora de la mano con un desubicado nieto– sale otra vez a perder la vida en el llano. Así, la muerte de Dahlman se vuelve preciosa porque no es individual (intransferible o romántica), sino ejemplar: copia de la de un mártir de la patria –y pariente suyo por vía materna– entregando una vez más la vida en “El sur”.

En general, y pareciera también en esto seguir las huellas de aquella obra tardía del sabio vienés, Borges nos propone que otra de las fuentes intrínsecas del humano
sufrimiento, tal como la supremacía de la Naturaleza y la caducidad de nuestro propio cuerpo, sería considerar el fracaso de nuestros “métodos para regular las relaciones humanas en la familia, el Estado y la sociedad” (Freud 60-61) porque aquello sería parte de nuestra propia constitución psíquica o, dicho de otro modo, una porción más de la ya de por sí indomable Naturaleza (Freud 60-61). En este sentido, ahora lo podemos colegir mejor, Dahlman al final se suicida, pero no es culpable; o los gauchos lo asesinan y, paradójicamente también, continúan siendo inocentes.

Algo semejante ocurre, creemos, con Juvenal Agüero; de algún modo este personaje cumple con los parámetros que vamos conociendo también de la poesía del autor de Un chin de amor; respecto a ésta, Julio Trujillo nos indica:
“Pedro Granados trabaja con una prosodia de armónico despliegue, que se deja leer al ritmo de la respiración. Sin embargo, en esta poesía habita la fatalidad o, si se quiere, la resignación ante el fracaso esencial de la escritura. No hay trascendencia ni para qué buscarla: permanece lo fugitivo, el placer o el recuerdo del placer” (12-13)
Por lo tanto, si bien es cierto que nuestro personaje evoluciona en la novela, no es menos cierto que el final es también otro recomienzo; persistirá –aunque en clave picaresca y no carente de sentido del humor– un porfiado espejismo o, tal como acierta a decirnos Nacho Fernández, la búsqueda constante del “trasfondo de un sentimiento poético” [http://www.literaturas.com/ESCAPARATE.htmDEFINITIVO.htm]. Pero asimismo, y en cuanto también a lo “fugitivo”, no deja de ser pertinente lo observado por Luis Beiro: “El libro es un homenaje a la migración […] Juvenal Agüero es un símbolo del latinoamericano de hoy, irreverente, lúcido, mordaz, sin pelos en la lengua que sabe que nada tiene que perder” (9). Por lo tanto, uniendo estas dos lecturas (la literaria y la civil), quizá no deja de ser pertinente reflexionar también –en tanto y en cuanto concebimos a Juvenal Agüero como el retrato de un héroe post-civil– en algo que el filósofo José Landa señala muy bien sobre la ética posible a un ser con aquellas características:
“El gradual debilitamiento o la retirada, aunque sólo sea parcial, de las tradicionales determinaciones externas de la voluntad, como el Estado, Dios, la clase, el Partido, la Historia, el Progreso, la Revolución, la Moral, los valores concordantes con las estructuras de explotación y dominación, los sistemas simbólicos e ideológicos cosificados y otras, dejan ciertamente al sujeto contemporáneo sin asideros éticos prefijados. Pero, por lo mismo y paralelamente, permiten a ese mismo sujeto unos márgenes de libertad como pocas veces se han registrado en la historia. Ciertamente, hoy operan nuevas determinaciones exteriores de la voluntad, como las novedosas tecnologías de control social y los medios masivos de comunicación, cuyo poder no se debe escamotear.”

En definitiva, creemos que –a su modo– Juvenal Agüero encarna toda esta rica experiencia y coyuntura universales; y las posibilidades y límites de una soberanía que le competen a un post-ciudadano. Aunque El malestar en la cultura puede ser tildado de libro pesimista, Sigmund Freud lo escribió de cara a sus atroces recuerdos de la primera guerra mundial, admitamos con él que “no hay salida”. Sin embargo, tanto Dahlman como Agüero gozan de autonomía moral; ejemplifican una máxima no menos paradójica: aunque más controlados que nunca los seres humanos de hoy en día aún les es posible apetecer o avisorar la libertad.

Obras citadas
Beiro, Luis “Vuelve ‘Prepucio carmesí’”. Listin Diario. 27/ 8/ 2005, p. 9.
Borges, Jorge Luis. “El Sur”. En: Ficciones. Bogotá: Oveja negra, 1984.
De Certau, Michel. La invención de lo cotidiano 1 Artes de hacer. México: Universidad
Iberoamericana, 1996.
Fernández, Nacho. “Escaparate. Obras literarias, un paseo por los libros sin vitrina”. [http://www.literaturas.com/ESCAPARATE.htmDEFINITIVO.htm]
Freud, Sigmund. El malestar en la cultura. Madrid: Alianza Editorial, 1997.
Granados, Pedro. Un chin de amor. Lima: Editorial San Marcos, 2005.
Landa, José. “Desacralizar al poder: Etica y democracia en la era virtual”. En:
[http://www.etcetera.com.mx/1999/348/jl348.html]
Trujillo, Julio (ed.) Caudal de piedra: veinte poetas peruanos. México: UNAM, 2005.

Puntuación: 4.43 / Votos: 7

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