Poesía, dipsomanía y corrupción/ Harold Alvarado Tenorio

Acaba de aparecer en Bogotá, en medio de un extraordinario jubileo y ruido de panderetas, publicado por el Gimnasio Moderno y la Universidad Central, un volumen titulado Una antología de una generación sin nombre, seleccionado y prologado por María Paz Guerrero, una señorita licenciada en una de esas universidades secuela de los motines y revueltas de los años sesenta, cuyas reales protestas y destrozos tuvieron más que ver con las dificultades de vastos sectores de ladinos, que nunca alcanzaban el puntaje forzoso, para atender clases en las rancias academias parisinitas. 

Esta miscelánea incluye, en un descosido desperdicio de 400 páginas que van cayendo a medida que se consumen, sin cosa distinta a un discurso falaz que llaman archipiélago [Conjunto de islas próximas entre sí con un origen geológico común], a Alvaro Miranda, Augusto Pinilla Vargas, Dario Jaramillo Agudelo, David Bonells Rovira, Elkin Restrepo, Giovanni Quessep, Henry Luque Muñoz, Jaime García Mafla, José Luis Diaz Granados, Juan Gustavo Cobo Borda, María Mercedes Carranza, Martha Canfield y Miguel Méndez Camacho. 13 criaturas nacidas entre 1939 y 1949. 

La mayoría de ellos, hijos de la clase media, educados en colegios oficiales o de baja estofa y apenas uno o dos, cachorros de ricos comerciantes o terratenientes. Otros pocos profesores universitarios y la mayoría empleados estatales, carga ladrillos de caciques políticos o escribanos de presidentes. Una cofradía inventada por las ambiciones de gloria de José Luis Díaz-Granados, padre de Federico Díaz-Granados, el gerente cultural del Gimnasio Moderno y la Tertulia de Gloria Luz. Una falacia que nada tiene ver con la historia literaria nacional, ni los eventos que pueden configurarla. Una patraña, un camelo, un tour de force para despistar ingenuos. Un acto más de corrupción, la médula que nutre a Colombia desde la aparición del Frente Nacional y su fruto perverso: el narcotráfico.

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NO ES LO MISMO SER CACHIMBO SIN TI (novela breve y colectiva, in progress)

Era ya de noche cuando, la puerta 1, se estaba desolando.  Los ambulantes se retiraban, pasaban pocos autos y solo quedaban los wachimanes. Un niño llorando con una caja que emitía sonoros chillidos caminaba sin rumbo, se detuvo en la puerta 1. El wachimán, al percatarse del llanto del niño, le preguntó el motivo; éste le respondió:

-Mis padres no quieren que tenga este cachorro. El wachimán abrió la caja, allí estaba el futuro símbolo de San Marcos.

El niño rogó al wachimán para que se lo quedara y lo adoptara, pero éste se negaba rotundamente.  Sin embargo, al verlo con los ojos llorosos, preocupación, desesperación; el wachimán decidió quedárselo.  Aunque con una condición, que al día siguiente el muchacho debía regresar.

El niño se fue tranquilo, sabiendo que su cachorro estaba ahora en buenas manos y con un techo donde vivir. El wachimán observó aquella caja deteriorada y cuidó al cachorro toda la noche. Pero llegó el día siguiente y el niño no regresaba.  El wachimán se preocupaba más y más; ya le tocaba el cambio de turno.  Llegó su reemplazo  y, como el niño no venía,  decidió dejar la caja, entre unos arbustos, con el animalito dentro.

La noche ya caía y el wachimán, preocupado por el cachorro, fue al lugar donde lo dejó y, para su sorpresa, ya no estaba; no había rastro del cachorro ni de la caja. ¿Qué había sucedido?, se preguntó y no volvió a saber nada del asunto.

Al día siguiente la caja apareció, como por arte de magia, en la parte trasera del comedor universitario de la UNMSM.  Percy,  el cocinero, lo había recogido de entre aquellos arbustos de la puerta 1, cuando ingresaba como todos los días, para preparar al almuerzo para los estudiantes. El le daba de comer las sobras que los “cachimbos” desperdiciaban. ¿Cómo te llamaré?, se preguntó.  Sobre la caja que, como un caparazón protegía al cachorro, estaba impresa la marca de un reconocido aceite, “Olga”. Desde ahora te llamarás Olga, exclamó Percy, abrazando a la perrita.

Percy crió generosamente a Olga hasta  que falleció, esto sucedió apenas unas semanas después.  Pero luego todos la cuidamos o, más bien, ella nos fue cuidando incansablemente a cada uno.

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LIMIARES de Gerson Albuquerque

Sussurros, balbucios e outras artes do diz: La poesia de Gerson Albuquerque

A noite me devora por inteiro

Morri ali

Um corpo da noite

Minha voz ecoa significados vazios.

Lugar de coisas, gestos, silêncios, cores,

sentidos que palavras não dizem.

E como não tenho alma,

digo não com o corpo em riste,

sangue nos olhos e as mãos em chamas.

Um corpo nu desfazendo a ordem,

reinventando o verbo,

distante da origem.

Vidas Secas”, de Graciliano Ramos, más “A Noite Dissolve os Homens”, de Carlos Drummond de Andrade, sumados a la oralidad y los cuidados que brinda a sus buenos habitantes la Amazonía — resistencia vital y cultural, lucidez y consuelo e incluso alegría (“Nestas tardes de caldeira, sopra uma brisa de sabiás em meu rosto”) un tanto al modo de Manoel de Barros– constituyen  los insumos de esta nueva entrega poética de Gerson Albuquerque.  O, esta vez incluso, del  propio “Cuerpo” del poeta.  Poesía multinaturalista por excelencia; pero que no sólo planea sobre los elementos de la naturaleza (incluido el mismo sujeto poético), sino que se fija a uno de ellos, se agarra a él con uñas y dientes, y penetra, bucea o profundiza.  El elemento aquí es la noche, libre de romanticismo;  aunque éste aparezca como uno entre otros topoi.  Como otros tópicos o alimentos suculentos que se va tragando la noche; entre estos Ramos y Drummond y el propio De Barros.  Sin embargo, menos a la amazonía.  Porque es la amazonía misma en la que aparece convertido el propio sujeto poético.  Amazonía que de tan tupida se parece a la noche.  Sonidos y ruidos que de tan apretados simulan el más vasto silencio.  Desgracias e injusticias seculares, aunque, todas ellas juntas, menos potentes que la noche.  Tristeza emotiva que la lucidez trueca en alegría:

PANFLETEIRO

Eu panfleto

Tu panfletas

Eles rasgam os panfletos

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“Tardíos setenta: el caso de la poesía de Pedro Granados”*/ Gaspare Alagna**

* Ponencia leída el sábado 13 de agosto de 2005, durante la última jornada del Seminario: “Poesía Peruana del 70”; el encuentro académico fue organizado por la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.

** Gaspare Alagna. Perú. Poeta y traductor. Bach. en Literatura Hispánica por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado el poemario Memorias de un dios herido, Lima 1986. En la Revista Fórnix, N° 3-4, Lima 2004, dio a conocer su versión del italiano del libro de poemas Cuaderno gótico (1947), del escritor Mario Luzi (1914-2005).

La poesía de Pedro Granados (Lima, 1955) irrumpe en el contexto peruano altamente politizado de los años 70. Aunque su primer libro, Sin motivo aparente (1978)1, no ve la luz en plenos años velasquistas, sí lo hace en medio de un escenario social y político polarizado, precisamente, a partir del triunfo y posterior veloz desmantelamiento de aquella tromba histórica que significó la revolución de Juan Velasco Alvarado en el Perú. Los ánimos, por doquier, estaban caldeados; las ideologías a flor de piel. Obviamente, las instituciones literarias –llámense éstas universidades, talleres, congresos, premios, páginas culturales, etc.– no hacían oídos sordos a todo esto y, más bien, en medio de este ambiente tenso y no menos confuso, se adherían a uno u otro de los bandos simbólicos. La racionalidad política parecía, literalmente, querer dominarlo todo; incluso afectos, diversiones o el inconsciente si era preciso.

Muy pocas aventuras personales –auténticamente fervorosas o creadoramente autistas– hubo en el paso de los poetas del setenta hacia el ochenta. En esta última década se consolidaron o tornaron como oficiales, por un lado, grupos más bien altamente retorizados –verbigracia, Kloaka — influidos aún por el lenguaje marginal-contestatario de Hora Zero; o, por otro lado, individuos que representaron con sus versos canónicos a las instituciones más conservadoras de aquella coyuntura histórico-política-cultural. En todo este contexto, creemos, y por eso la estudiamos, la poesía de Pedro Granados fue y es, incluso hasta ahora mismo, un gesto de estilo incomprendido, pero no por ello quizá menos asimilado en secreto, particularmente por los otros poetas de su generación. La palabra de Granados refulge viva y joven hoy más que nunca; ha sabido no envejecer prematuramente como las de algunos de los poetas del 60, muchas de los del 70 y casi todas entre las de su propia promoción.

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Stephen M. Hart (2019). El Vallejo «verde» de Los heraldos negros. Revista Archivo Vallejo 4(4): 47-71

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Vallejo   deliberada   y   conscientemente   crea   una   dimensión   endogámica en el terreno del lenguaje poético, la cual es análoga al  incesto  genético (Hart 68)

Obvio, desde una perspectiva  positiva y lineal del parentesco, no rizomática; la cual constituye, esta última, el modo específico y cultural donde debemos situar a la “familia” o el archipiélago o el “ciliado arrecife” donde nació el poeta.

¿Cuál  es  el  resultado  de  la  decisión  tomada  por  Vallejo  de  «endogamizar» la lengua? Primero, se nota que las palabras gozan de esta pérdida del control y empiezan a crear un nuevo mundo  basado en nuevas leyes; un adjetivo, por ejemplo, puede adoptar  la  modalidad  de  otro  componente  gramatical,  el  sustantivo  puede comportarse como si fuera un adjetivo, el adverbio puede disfrazarse de sustantivo, y el sujeto puede convertirse en objeto. Esta  aventura  llegaría  a  su  cúspide  en  Trilce, pero  ya  existen  algunos  indicios  de  esta  trayectoria  en  Los  heraldos  negros (Hart 69)

¿Y Quevedo?  ¿Y Góngora?  Aquellas metamorfosis, el tantear y ventilar conceptualmente  diferencias y simetrías, le vienen a César Vallejo de sus atentas lecturas del Barroco; en particular, de la poesía de Luis de Góngora (Ej. Fábula de Polifemo y Galatea) que remite, asimismo, a la Metamorfosis de Ovidio.  En este sentido, no olvidemos que los famosos protagonistas de aquella fábula gongorina –Polifemo, Galatea, Doris y Acis– son todos ellos, tras distinta apariencia y función en el poema, finalmente agua (Granados: Trilce XLVII y el “no nacido”).

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Vamos a ver…/ Alan E. Smith Soto

Vamos a ver…

dijo un ciego

decía uno de mis tíos,

y se suponía

que el niño

sonriera

por lo menos

en la sombra

de las palmeras

del parque Morazán.

Con los años

vi delante de mis ojos

una roca

oscura, biselada

áspera, por la que se deslizaban

las sombras;

con un tirón arranqué

la espiga de hierro

de la piedra,

que colgó aún de mi pulso.

Salí por esa boca,

en vista de los hechos,

con mi mano aherrada

llevé agua a mi sed.

¿A qué sabe?

Cierro los ojos

para beber.

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La 22 Feria Internacional de Libro Santo Domingo rinde homenaje a Nan Chevalier

El Viaje sin retorno desde un puerto fantasma, nueva novela breve de Nan Chevalier (Santo Domingo, R.D.: Editorial Búho, 2015), comparte con Aura –aquélla célebre de Carlos Fuentes– más de una significativa coincidencia: punto de vista, en de la tan vinculante segunda persona singular (tú); la historia de un sujeto inepto para vivir el tiempo presente, Felipe Montero o Ludwing Echavarría; y un espacio cerrado y no menos fantasmagórico, la casa de Doña Consuelo o la capital de la isleña República Dominicana, Santo Domingo:

“[Puntualiza Don Emir, amigo fortuito de Ludwing] -¡Záfese de este ambiente!- susurró con dramatismo-. Ahora quien importa es usted. ¡Záfese! -exclamó de pie-. ¡No permita que esta se convierta en la ciudad de sus ruinas!”

Asimismo, y a modo de un círculo concéntrico mayor, una aguda e inquietante reflexión sobre el amor de pareja en medio del páramo de la incomunicación familiar; del desasosiego por el exceso de trabajo o la falta de él; y, sobre todo, de la opacidad de nuestras propias identidades y existencias.

“[Habla Rosanna, la esposa de Ludwing] Pero escucha esto, azaroso de mierda: nunca se te ocurra llamar a mi casa, puerco de arrabal, FRACASADO, con mayúsculas”

Como un ingrediente adicional –y más específicamente caribeño– se halla la reflexión cultural y social, también presente a todo lo largo de la novela del, asimismo, poeta y profesor universitario, Nan Chevalier:

“El negro se percibe en el aire”; “en estos días Ludwing ha terminado por aceptar que la verdadera maldad anida en la clase social más encumbrada”; “reconfirmaste que en estos bajos estratos la gente es más abierta de pensamiento que en la llamada clase media. Son más flexibles ante la impredecible agenda del diablo”; y un largo etcétera.

Tampoco están ausentes el humor y la observación inteligente; ni mucho menos la poesía, más bien, de una epifanía parca y austera, rasgos típicos de la lírica de nuestro autor.

Por todos estos felices motivos, que no son pocos, saludamos y congratulamos esta nueva obra de Nan Chevalier, autor dominicano de vocación singular y derrotero propio. (P.G.)

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