
¡Ay que triste, mi amor, ay que triste, ay que triste! ¡Y yo que hasta había comprado cien galletas para surtir el negocito pulsional de mi corazón memorioso! Y yo que hasta ya sentía correr por mis venas las aguas del río Duey, de Higüey, y de los ríos Yuma y Quisibaní….también de Higüey… Pero el buey estalló y todo se fue a la mierda, al mar del morir que es el vivir cuando se olvida el amor…
¿Te olvidas acaso del hecho simple de que lo eres todo, “toitico” para mí?
Pienso que un poema, una obra de arte, un relato, un ensayo como obra literaria, remontan por encima de las meras circunstancias afectivas de la “dedicatoria” y del simple hecho de si su autor(a) ofrece amor o no a un(a) determinado(a) mujer u hombre. ¡Pretenden valer por sí mismos con vocación de eternidad! ¡Más allá del ontológico pavor al excremento, velado con la nombrada métrica justa!
Y los míos —supuestos textos poéticos, ensayísticos y/o narrativos que con tanto amor escribo (aun sin haberlos dedicado de modo explícito a persona alguna en muchas ocasiones)— pretenden tener un valor transnarcisista, transhistórico y transideológico, como decía del poema y del “texto literario como valor y ritmo”, ese gran manoseado y en ocasiones mal comprendido teórico francés Henri Meschonnic, en su lúcida teorización de los Tres Trans… ¡Jo!
Si por humildad fuera (aquí mi voz imita al Joaquín Balaguer más histriónico y “pizpireto”): ¡¡Quien ahora les habla merecería una corona de laureles!! Ningún hombre ordinario soportaría las cosas que he soportado yo, y, sobre todo, ¡tus desplantes, bella gitana, tus desplantes!
Sin embargo, te sigo a(r)mando y no te ol(vid)o… “por aquello que hicimos cuando chiquitos”… como diría Borges siguiendo en esto al poeta César Vallejo…









