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Ensayo

HITOS DE MIS ESTUDIOS VALLEJIANOS (Recargado)

Cada vez que me presento ante un auditorio para sustentar una ponencia, o publico algún nuevo artículo sobre la obra de César Vallejo, me veo impulsado a resumir –aunque no lo haga necesariamente– lo que he ido estudiando y ensayando sobre el tema; es decir, mostrar las hebras con las que se han ido configurando mi trabajos vallejianos.  Y esto, no sólo, con el objetivo de facilitar la comprensión y el diálogo con lo que para un evento específico propongo; sino, también, porque “cuando me paro a contemplar mi estado” percibo una arquitectura –para nada monolítica o autoritaria– en lo que hasta la fecha van siendo aquellos estudios.  Entonces, sin menoscabo del que quiera ir directamente a mis libros, este es un breve texto de divulgación sobre el asunto.

HITO UNO

Haber demostrado en mi tesis para Boston University (2003), Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (Lima: Fondo editorial PUCP, 2004), y en específico en su Cap. 1: “La poética de la inclusión”, analizando las cadenas o planos nominales relevantes–sustantivos y adjetivos–  y echando mano de las teorías de Gaston Bachelard y Claude Levi-Strauss, que Los heraldos negros (1918) son dos libros en uno:

“Al recorrer cada uno de sus textos comprobamos que la unidad en Vallejo no es un dígito sino una situación: la inclusión de uno en el otro; es decir, la unidad nunca está sola, la unidad por lo menos son dos, algo así como un núcleo y su protoplasma en el esquema de la célula. De este modo, este libro de poemas también son dos poemarios. El primero es el explícito y que figura como título del volumen de 1918, al que vamos a denominar texto A; el segundo, inferido del anterior, ‘Los heraldos blancos’, al que denominaremos texto B”

Esta perspectiva de análisis hacía franqueable y explicable el paso –en apariencia para la crítica, más allá de la estilística o de la interxtualidad, literalmente en el vacío– que había del poemario de 1918 a Trilce (1922).  Ya que era precisamente en este último donde se constituía dominante y  plena la cadena nominal denominada “Los heraldos blancos”, de rol más bien subalterno en el poemario de 1918.  Al respecto, acierta la estudiosa peruana Angélica Serna, cuando apunta sobre nuestro trabajo: “Se trata de un camino planteado por Granados para encontrar el principio de construcción y de lectura de la propuesta poética del autor de Trilce”.  Aunque, no acierta menos Alicia Borinsky cuando recalca sobre el mismo:  “Es un libro que busca precisión sin dogmatismo, claridad sin simplificaciones […] Con sensibilidad y oficio de poeta, Granados propone una visión y una trayectoria a la vez analítica e intuitiva” (2004).

Asimismo, otro hito fundamental de nuestra tesis fue su Cap. 2: “La poética de la circularidad: El mar y los números en Trilce”.  Intentamos demostrar aquí que este poemario describe un viaje que tiene en el escenario marino su lugar de partida (Trilce I) y de llegada (Trilce LXXVII), circularidad temática que, según nuestra hipótesis, no hacía otra cosa que reflejar la relevancia del ícono “0” (vocal, círculo o cero) tanto en la estructura del libro como en la mayoría de sus imágenes más relevantes y símbolos reiterativos (los números), aunque ahora no a través de su estatismo   –como “charco” o “tumba” de Los Heraldos negros– sino a través de su dinamismo y la constante mudanza en su perfil icónico; es decir, el “0” observado desde otra perspectiva puede ser 1, y viceversa.  En otras palabras, en este capítulo nos avocamos a la adecuación de una lógica radial y metamorfoseante para entender el cambio y proliferación numérica, y lo que esta última significa en Trilce. De este modo es que encontramos una relación bastante motivada entre los números y el mar –asunto destacado, por ejemplo, por la profesora húngara Gabriella Menczel–; más, también, entre lo no divisible o no fragmentable y la lluvia. El poemario de 1922, en cuanto marino, es un relato que se fragmenta en personajes, de los cuales los números son sus símbolos; aunque, en cuanto lluvioso, es lo no fragmentado, aunque efímero, y que basta con su sola presencia. Por lo tanto, frente al relato de raigambre marina –documentado desde la antigüedad–, el relato de la lluvia es aún virtual –viaje desconocido–, y en este sentido es que en Trilce subyacería también, finalmente, una utopía de la verticalidad. Trilce, entonces, parecería obedecer a una lógica multiradial y ternaria, pero donde el ‘Tres’ no alude tanto a los números como a las dimensiones puestas en juego; esta es la manera por la cual este poemario se torna tridimensional, recrea con el lenguaje un paisaje en movimiento, todo el itinerario cinético de un viaje, del primero al último poema del libro.

Por último, también en nuestra tesis se vislumbraban desarrollos que se concretaron en estudios de más o menos diez años después.  Me refiero a lo que insinuaba y prometía el Cap. 3: “La poética del nuevo origen”: A) La piedra fecundable de los poemas de París (Poemas Póstumos I); B) La piedra fecundada de España, aparta de mí este cáliz (Poemas Póstumos II).  En los Poemas Póstumos I fue patente que los números reducían su paradigma al UNO y al DOS. El aliento de los versos era mayor tratando, a su vez, de encontrar desde ya un héroe para un gran fresco (ejemplo, los “niños” o la “Sierra de mi Perú”). Asimismo, constatamos que un culto solar se tocaba con el culto marino (mariano) de antes; que ahora al 0 de Trilce lo definía mejor esta confluencia (marino-solar) y que, además, aquel dígito de alguna manera se corporeizaba en forma de piedra.  En general, sin embargo, los “Poemas Póstumos I” eran una indagación sobre el universo que obedecía todavía a un proyecto ilustrado o iluminista (semejante al Canto general de Pablo Neruda) ya que intentaba clasificar y articular todo bajo la estructura de un gran árbol, símbolo logo-falocéntrico de primer orden, aunque con la atingencia de que el árbol también representa simbólicamente la unión de los opuestos; sinónimo de convergencia ideal que mutó –siguiendo la irresistible atracción del cero o del círculo (0) en esta poesía– y se perfeccionó en la piedra de los Poemas póstumos II.  Colección, esta última, donde literalmente todo queda incluido: tiempo (pasado, presente, futuro), espacio (macrocosmos y microcosmos), géneros (masculino y femenino), lenguaje (simbólico-icónico y oral), voces, realidad y mito.

HITO DOS

Lo constituye, por sí solo, nuestro ensayo “Trilce: muletilla del canto y adorno del baile de jarana” (2007); al cual podría enmarcar las siguientes palabras de Armando Almánzar Botello: “Me recuerda al que realizaron Deleuze y Guattari con Kafka en Por una literatura menor, para demoler el mito de éste como personaje simplemente depresivo, sin vitalidad y ajeno a la vida cotidiana”.  Allí, en síntesis, sosteníamos: “Creemos que Trilce [en tanto letra, ritmo y coreografía, a un tiempo] nos invita a pensar que la suerte de los indígenas –la sierra de su Perú– no fue la única que desveló a César Vallejo, sino que el mestizaje y modernización de Lima también coparon su interés; muy en particular la presencia y rol de lo afroperuano”.  Es decir, nuestro punto de vista crítico ha girado de lo formal a lo coyuntural, cultural y político; ya no se trata sólo, aunque haya sido imprescindible, de intentar elevar la maqueta multidimensional del libro de 1922.  Ahora hallamos a César Vallejo, en Lima, como testigo de su modernización; y militante de una democracia perfectible y, no menos, más acorde con la realidad multicultural del Perú.  Tal como resume el filósofo Carlos Quenaya: “Granados se propone, ni más ni menos, que leer Trilce en clave de marinera limeña, es decir, desde el contexto de la modernización de Lima (años 20) y la gravitación de la clase proletaria… en específico desde la quinta o el callejón donde los obreros (…) celebraban la vida con aquel ritmo de raíz afro-peruana” (2010).  Cabe añadir que en este trabajo procedimos a la manera de Paul Zumthor, aunque sin todavía haberlo leído; es decir, tratamos Trilce XXXVII a manera de un archivo de glosolalias culturales que, una vez pasadas por el tamiz del análisis y puestas en contexto, rescataron una memoria y recrearon un escenario social, cultural y político.

HITO TRES

José Amálio Pinheiro, eminente vallejólogo brasileño, escribe en el Prólogo a nuestro Trilce: húmeros para bailar: “De este modo se ponen en acción y presencia, a través de glosolalias y mezclas rítmico-poéticas contenidas en el papel […] aquello que una maniatada crítica no consigue ver: los aspectos gozosamente múltiples y variantes de una cultura indio-mulata que no se explica por los dualismos occidentalizantes (interno y externo, cultura y naturaleza, signo y referente) canónicos  y aún en boga. Trilce (todas esas aves hablando dentro de la boca) sería el espacio mítico de máxima concentración y contracción sintácticas de ese exceso metonímico en que, ‘a modo de un indigenismo minimalista incluyente’, no se produce sentido, más sí un territorio de posibilidades que enlaza las alteridades (mapeado por la tendencia de los pueblos amerindios a la incorporación barroquizante de lo exógeno asimétrico)”.

Es decir, este nuevo hito en nuestros estudios vallejianos se relaciona, por un lado, con el hecho de haber encontrado un consistente y persuasivo repertorio solar en el poemario de 1922 –es más, toda una acabada versión de Inkarrí que se adelanta en tres décadas a las primeras recolecciones del mito por Óscar Núñez del Prado y José María Arguedas a mediados de los años 50–.  Las “Nostalgias imperiales” (Los heraldos negros) y su Trilce hasta, por ejemplo, su “Piedra cansada” (drama de 1937) serían un mismo mito expuesto por César Vallejo de modo minimalista, con la opacidad característica de la poesía y con vocación incluyente siempre.  De lo afro-limeño, primero, y después de las etapas iluminista y revolucionaria de su experiencia europea: francesa y soviética, respectivamente.  Por otro lado, y por lo menos desde “Trilce: muletilla del canto y adorno del baile de jarana”, se relaciona con la impronta de demostrar que Vallejo no empezó a pensar una vez que llegó a Europa; sino que lo hizo –y de modo muy articulado– ya desde el Perú.  El problema es que para ventilar este pensamiento político-cultural del autor de Trilce no contamos tanto con el auxilio de sus crónicas, sino debemos atenernos sobre todo a su poesía; lo cual exige un empleo a fondo –sobre todo desprejuiciado y creativo– de parte de la crítica vallejiana en actividad.

Ahora, aquello que observa el dominicano Pedro Delgado Malagón: “Siempre me aproximé al poeta de Los Heraldos Negros bajo las nociones sombrías de José Carlos Mariátegui […] Confieso que fue en el libro de Granados (Trilce: húmeros para bailar) donde por primera vez leí una reflexión (cierta, sorprendentemente clara) acerca de la chispa y del humor que subyacen […] en esa oscura melopoeia permutante de la palabra/cadencia que aflora en Trilce”;  tiene que ver –de modo íntimo– con el carácter del fragmento trilceano.  El fragmento en Vallejo no es el cubista o el dadaísta –con su correlato de absurdo, vacío o destrucción– sino que, y sobre todo, encarna al mismo cuerpo de Inkarrí  restituyéndose.  Por lo tanto, el dolor en Trilce –y en general creemos en toda  la poesía del peruano– es nada más que parte del todo.  Diríamos que la mitad, aunque sin perder de vista en ningún momento que este mismo dolor se halla supeditado o envuelto en la lógica y dinámica de la restauración del cuerpo del Inca.  Es por este motivo que, en última instancia, la poesía de César Vallejo es toda ella gozosa.

HITO CUATRO

“Trilce/ Teatro: guión, personajes y público” trata –una vez justificada, teórica, metodológica y contextualmente (Lima en los años 20 de siglo pasado)– sobre la lectura de Trilce de César Vallejo en tanto pieza teatral; desde pasar a identificar su guión o esquema de improvisación fragmentado: el mito de Inkarrí.  Guión también con indicaciones espaciales y de performance para los distintos personajes de Trilce; sobre todo conceptos –andróginos– que seres de carne y hueso.  Por último, nos avocamos aquí a indagar en uno de los públicos específicos con el que dialoga y toma distancia la obra: la revista Colónida (1916) y el Movimiento Colónida (Abraham Valdelomar); y, asimismo, con otro más amplio y no específico aunque siempre contemporáneo: nosotros mismos ahora.

Grosso modo, y tal como lo vislumbrábamos ya en el Cap. 3 de nuestra tesis de 2003 para Boston University; aquello de que en los Poemas de París  I y II  un culto solar se tocaba con el culto marino de Trilce.  Ahora, vemos mucho mejor que a este poemario de 1922 también lo describe y define más profundamente esta confluencia (marino-solar).  Que el sol y el mar (sol-mar), entre otros personajes, se hayan ambos a su aire y, en otro momento, activamente compenetrados. Y que “Trilce/Teatro” se juega su eficacia en propiciar la anagnórisis de un ritual simple y cotidiano  –y no la “lejanía” de un mito ni propiamente la “promesa” de una  utopía–.  Por ejemplo, cómo el sol –a cierta hora del día– se vuelve anfibio; o cómo una ola del mar puede ser una “edición en pie,/ en su única hoja el anverso/ de cara al reverso” (Trilce LXIX).  “Trilce/ Teatro” nos convida a participar activa e imaginativamente en este juego inagotable de intersecciones  –y a la larga gratificaciones– que constituye desde ya  nuestra cotidianidad.   Con el añadido de que, en tanto su cronotopo es solar-andino, tiene un sesgo cultural específico y, no por ello, menos universal.  En suma, Trilce/Teatro nos convida a constituir juntos un múltiple y complejo y multinatural “archipiélago”.

HITO CINCO

Lo constituyen ya varios artículos publicados en torno, y a favor, de una ciudadanía trílcica; por ejemplo, “Ciudad Trilce y ¿trilceanas ciudadanías?” (2020) o “Trilce: sujeto del acto” (2021).  Ciudadanía trílcica que implicaría asumir, de modo simultáneo, cuatro nociones distintas y soberanas de las Humanidades; en tanto: Libros, Pueblos, Narrativas y Posantropocentrismo.  Y asimismo, junto con ello, desnudar en nuestra lectura –no sólo ya de Trilce ni, tampoco, circunscrita sólo a la poesía — otras tantas retóricas que hemos motejado “sin nombre” (“Trilce – Tacora: Retóricas sin nombre”).

HITO SÉIS

Trilce no sería un poemario vanguardista, pero sí un manifiesto vanguardista; aunque diferente respecto a otros representados por distintos poetas o posturas críticas canónicas del tiempo y región de Vallejo (Huidobro, Borges, Antropofagia y Estridentismo-Infrarrealismo).  Las Humanidades en su versión antropocéntrica (H1, H2 y H3) precisan ser auxiliadas y complementadas por una noción posantropocéntrica (H4) (Granados 2020) para que Trilce no sólo se lea, sino también se “manifieste” en su “beatitud” (Spinoza).  Los versos y poemas del libro de 1922 ilustran los espacios de fuga entre el cuerpo desmembrado de Inkarrí y, de modo simultáneo, su proceso de reconstitución (Granados 2014). Trilce manifiesto (http://blog.pucp.edu.pe/blog/granadospj/wp-content/uploads/sites/97/2023/04/TRILCE.pdf).

HITO SIETE

Vallejo sin fronteras (Recargado) (USA: Amazon, 2025) es un libro constituido por los siguientes diez (10) ensayos:

En “Trilce: El sujeto del acto”, tomamos un poema en prosa de nuestro autor, “No vive ya nadie”, y lo cotejamos con Trilce.  Lo que encontramos es que aquel “sujeto del acto” –frase-broche de dicho poema en prosa– resulta transversal a toda la poesía de César Vallejo y, en específico, dialoga de modo muy revelador con el poemario de 1922.  En el sentido de encarar sobre la naturaleza o el tipo de “acto” que en ambos textos se enfocaría; tanto como, asimismo, sobre el quién del “sujeto” allí presente.  Todo esto puesto en debate con el canon crítico; muy en particular, con el “modo brasileño” –Oswald de Andrade, Haroldo de Campos y Amálio Pinheiro– de leer al peruano.  En síntesis, hallamos que al poemario Trilce lo constituye una escena (“acto”) virtual y un sujeto tanto virtual como colectivo (articulado en archipiélago); “acto” y “sujeto”, de modo semejante a un mito, previos a toda experiencia.  Escenas u hologramas en vías de constituir un aporte ontológico y de mediación conceptual amerindia con el resto del mundo.

En “Vallejo y Barroco: Varrojo”, por su parte, las oscilaciones de género en Trilce, nunca equívocas aunque tratadas de modo inclusivo, vienen de Góngora y, más lejos, de La metamorfosis de Ovidio.  Al final, el espectáculo –a pesar de sus múltiples y autónomos participantes, por ejemplo, los de la jarana limeña de Trilce XXXVII y Trilce LIX—constituye una sola escena indistinta y atemporal.  Vallejo ha llevado al daguerrotipo algo análogo a La última cena; aunque, en contrapelo al fresco de Da Vinci, sin focalizar al Hijo de Dios; si no, más bien, todo el entorno del cuadro cuyos elementos, por no decir simétricos, resultan ahora equitativos y equivalentes.  Sin embargo, habría que distinguir que, a diferencia de Ovidio y de Góngora, y de un arte de “parecer”, en Trilce no nos hallamos solamente ante la gravitación o atracción de un mito marino; sino, conjuntamente, también de un mito solar amerindio (Inkarrí) el cual brinda un norte o dirección al poemario de 1922.  Es decir, este último, interrumpe una noria, cesa y otorga sentido (Escalas) a las incesantes metamorfosis (letra, canto, baile) en las que se halla zambullido o comprometido el Barroco.  De allí lo de “Varrojo”, en nuestro lema, o aquello que va hacia el rojo (Inkarrí).

Respecto a “Muros melografiados”, postulamos que, desde las nociones de la Humanidades que convergen en la obra de César Vallejo –Libros (H1), Pueblos (H2), Narrativas (H3) y Posantropocentrismo (H4) (Granados 2020a) –, los tan presentes y recurrentes “Muros” de “Cuneiformes” (foco de nuestro trabajo), en Escalas melografiadas (1923), sobre todo constituyen, aunque no de modo único ni excluyente, un soporte posantropocéntrico (H4).  Es decir, no sólo se halla encarcelado allí el sujeto poético, sino también Inkarrí; esto último expresamente ilustrado en el texto denominado, “Muro dobleancho” (mayor o polidimensional).  Por lo tanto, al doloroso confinamiento, en que por lo regular ha abundado la crítica, más bien va a corresponder en Escalas, y muy en particular en “Cuneiformes”, la compañía constante del Sol o de Inkarrí.  Y, asimismo, esto constituirá la base de la reflexión ética que de modo sistemático aquí se elabora.

En lo concerniente a nuestro siguiente ensayo, “Barroco molecular de Frank Étienne y montajes mínimos de César Vallejo”, adoptamos el concepto, “Barroco molecular”, de la convocatoria al IV NKODYA DYA MPANGU; en específico, del lema de la mesa en la cual participamos: Mokenesa 4, “Las formas moleculares del barroco-mestizo: el poliglotismo y el lenguaje mínimo” (7 de junio, 2024).  Aunque Frank Étienne, antes, haya acuñado también algo semejante: “Aprendí a tratar a las palabras como partículas de energía sonora”.  Ambos, entonces, el múltiple artista haitiano y el poeta peruano, comparten el precipitado o las “formas moleculares” de la “negritud” (esencia del Barroco) o de lo obscuro en un sentido “femenino”: “Al salir por la vagina el texto adquiere un simbolismo líquido.  Se trataría, pues, de palabras líquidas […] Pero no como un líquido perdido, sino como un líquido recuperado [Spiralisme].  Ante la imposibilidad de escribir, al poeta César Vallejo le salía espuma: Quiero escribir, pero me sale espuma” (Sustaita 148).  Sin embargo, sería simultáneo y privativo en el arte del peruano –frente a aquella untuosa densidad y constante fluidez en los motivos del spiralisme, por ejemplo, en la pintura de Frankétienne– algo que podríamos denominar “montajes mínimos”.  Esto, en primer lugar, a modo de identificar y activar no fragmentos; sino, ante todo, “fermentos” mítico-identitarios: “[Yo soy] un fermento de Sol”: “Huaco (Los heraldos negros).  En sus Poemas humanos, la “poética de la tachadura” (Julio Ortega 2011), procedimiento vallejiano tan patente allí, dicha intervención trocaría de corrección o enmienda gramatical en otra que, sin recusar la norma, más bien la tornaría ecualización mítica.

Respecto a “Trilce – Tacora: Retóricas sin nombre”. Siendo Tacora el mercado de pulgas más grande y antiguo de Lima y del Perú, donde confluye una inmensa y variopinta clase popular o subalterna; y siendo Trilce, en estricto, un poemario escrito en Lima (entre 1918-1921) y publicado en esta misma ciudad (1922).  Libro, además, que es expresión y fervor de lo popular (Granados 2007, 2014) y donde se nutrió de modo muy significativo el lenguaje de César Vallejo.  Por lo tanto, el lenguaje de Trilce y el habla y quehacer de Tacora, poemario y mercado popular, ambos definidos por el reciclaje o la “tachadura” (Ortega 2011), concurren para ser escuchados y analizados aquí bajo aquellos tres recursos retóricos todavía sin nombre propuestos, respectivamente, por Doris Summer, Amálio Pinheiro y Pedro Granados.

Por su parte, respecto a “Vallejo a caballo”:

A los lados del hombre van y vienen bellos absurdos, premiosa caballería suelta, que reclama cabestro, número y jinete.  Mas los hombres aman poner el freno por amor al jinete y no por amor al animal.  Yo he de poner el freno, tan sólo por amor al animal.  Y nadie sentirá lo que yo siento.  Y nadie ha de poder ya suplantarme (Contra el secreto profesional) (Vallejo 2002b: 502-503).

El epígrafe alude a un leitmotiv de Trilce (1922) y Escalas melografiadas (1923); motivo posantropocéntrico –simétrico o multinaturalista (Viveiros de Castro) – por excelencia en ambos libros.  El cual aparece cuando el narrador o el sujeto poético se deja guiar por un animal, en este caso por un caballo, y no por el “jinete ser humano” (Contra el secreto profesional).  Auténtico “giro ontológico” que encontramos en “Más allá de la vida y la muerte” y otros textos de “Coro de vientos”, de Escalas Melografiadas; los cuales, unos más en detalle que otros, aquí estudiamos.  Tal como ya lo hemos sostenido en múltiples oportunidades (Granados 2014, 2017, 2021b), este “giro ontológico”, en cuanto parte de una perspectiva multinaturalista y amerindia, constituye aquello que diferencia la obra de César Vallejo de la de sus contemporáneos (vanguardia histórica) como de la gran mayoría de los poetas de nuestra región (trasatlántica) hoy mismo.

En “Vallejo-Eielson: Pero he venido de Trujillo a Roma”, proponemos que la obra de Eielson constituye, en lo fundamental, una “instalación sobre Vallejo”; por ejemplo, palpable en Cuando el amarillo mes de abril. Mecanoscrito Lorenzelli. (Lima: PUCP Sistema de Bibliotecas, 2024).  En consecuencia, paralelas habitaciones amerindias, la de ambos artistas peruanos, afincadas en el Amor.

Respecto a “César Vallejo: Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad”,  “Nochebuena” (Los heraldos negros, mediados de 1918) y “Navidad” (La Prensa, 25 de diciembre, 1918) constituyen un único villancico, aunque sea sólo el soneto “Nochebuena” el que llega al poemario de 1918 y no el poema en prosa, “Navidad”; el cual –lo sostenemos en este ensayo– fue excluido deliberadamente por el propio poeta.  ¿Por qué razón? Porque en última instancia se trata, en ambos poemas, aunque en “Navidad” de un modo más dramático, de un villancico no en honor del nacimiento de Jesús; sino, más bien, de uno teológicamente heterodoxo dedicado sobre todo a la Virgen María.  Esta última, aquella inocente por excelencia y destinada a expiar las faltas de los pecadores –entre éstas la de los padres del poeta– y, además, focalizados en “Navidad”, aquellos vencidos o discriminados de la historia. Villancicos, en simultáneo, de corte personal (el sentimiento de culpa por el aborto de Otilia Villanueva), familiar (la “falta” de los padres del poeta en tanto “mulas”), sutilmente de género o de identidad sexual, histórico (conquista y colonización), teológico (a manera de las calas de Sor Juana alrededor de la Virgen María) y mítico (el retorno inminente de Inkarrí, a tono con aquellas “Nostalgias imperiales” (Los heraldos negros).

En “Circunferencias Vallejo”, se pone en esquema los tres principales hitos de la poesía de César Vallejo, a saber, Trilce (1922), “Cuneiformes” de Escalas melografiadas (1923) y sus poemas póstumos.  Hitos a los que corresponderán, de manera respectiva, lo que aquí denominamos: Plenitud o gozo, Crisis y, finalmente, Escisión.  La sintonía de esta poesía “vanguardista” con el mito de Inkarrí, a modo de imagen dialéctica (Didi-Huberman 2008) entre ambos, sería fundamental para proponer la presente taxonomía.

Por último, en lo concerniente a “Trilce’s zip: Vallejo-Newman”, las proposiciones de este ensayo serían dos: A, aquello de “Trilce’s zip” pone en relación al poemario vallejiano de 1922 con la pintura de Barnett Newman; en particular, más no exclusivamente, con dos cuadros que consagraron aquel zip, ONEMENT I (1948) y The Wild (1950). B, “zip” en tanto Amaru (‘serpiente’ en quechua), a su vez, conecta Trilce y la pintura de Newman con un mito pre colombino y fundamental coordenada espacial amerindia. Las consecuencias de estas interrelaciones serían las siguientes: por un lado, se iluminan de manera recíproca las concepciones del espacio tanto en la poesía de César Vallejo como en la plástica de Barnett Newman; asimismo, y sin reparar en fronteras ni tiempo transcurrido, se amplía y fortalece la vigencia, alcance y actualidad del legado amerindio en las obras del peruano y norteamericano.

HITO OCHO

INKARRÍ: ¿TRILCE O POEMAS HUMANOS?

En el presente artículo, analizamos “Terremoto” (1937), póstumo texto de Poemas humanos, con tan elocuente vocablo, en relación con el mito de Inkarrí (“cambio radical o pachacuti”). Asimismo, lo cotejamos con el análisis del poema XLVII de Trilce (1922), “Ciliado arrecife donde nací” (Granados, 2014), ya que, además de su especificidad cultural, grosso modo, ambos poemas tratan de la asunción del ser femenino o materno y, de modo simultáneo, también del aborto. Ahora, ¿por qué aquella disyuntiva entre Trilce o Poemas humanos? Porque deseamos abundar en el debate, para nada cancelado, de si Trilce es “mejor” que los poemas póstumos, o viceversa; obviamente, tal asignación de valor se daría en términos de una específica y productiva respuesta a una coordenada local/ global. Perspectiva de estudio, la nuestra, análoga a la diglosia “Paris/ París” que percibiera Enrique Ballón en la poesía de César Vallejo (Ballón Aguirre, 2015), una vez que este ya residiera en Europa; y enfoque por el cual nos preguntamos cómo o hasta qué punto podríamos hablar, para el caso de la poesía del autor peruano, de una “desposesión y lenguaje en el exilio” (Niebylski, 2002). Concluimos que, respecto a la más lograda “encarnación” de Inkarrí en su poesía, Vallejo optaría por Trilce y que, asimismo, jamás hubiera reunido ni publicado en vida el conjunto de su poesía europea bajo el lema de Poemas humanos; y sí, muy probablemente, bajo el título de Poemas multinaturalistas (Viveiros de Castro, 2010) o Poemas poshumanos.

https://revistes.uab.cat/mitologias/article/view/v31-granados-aguero/pdf-es

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“Al proponernos un con-vivir performático con César Vallejo (no se trata ya de apenas leerlo), a partir de una partitura de inscripciones (no se trata más de escribir) musicales (la marinera y sus fugas y síncopes, etc.) y sexuales (amores con Otilia y sus ramificaciones) vinculada orgánicamente a la cultura andino-mestiza de los arrabales festivos en formación y movimiento de la Lima de los 1900 y pico, Pedro Granados impugna, de golpe, las consabidas interpretaciones político-esencializantes y nos abre, en un abanico risueño, el vaivén diagramático de Trilce a los textos de antes y después. El mismo Vallejo vendría a decir más tarde, en los Poemas Humanos: “Quiero escribir, pero me sale espuma”/(…) “Quiero escribir, pero me siento puma”, como si mencionara toda esa cosa que viene de abajo, de los costados y de dentro que embiste las palabras”. Amálio Pinheiro (PUC-SP)

Una lectura heterodoxa de la obra de Vallejo que nos permite redescubrir el humor y el entusiasmo por la vida (junto al sufrimiento) del poeta a través del enigmático y paradójico Trilce (1922). Granados afirma que el contacto de Vallejo con la modernización urbana y los rituales populares de los callejones de Lima (donde afroperuanos, mestizos y asiáticos; obreros, estudiantes, comerciantes e intelectuales pobres; reían, bebían, comían y bailaban por días unidos por el embrujo de la marinera) lo impactó profundamente. Esto se muestra en un segundo plano ya en los Heraldos Negros (1918) y en Trilce en el primer plano, al punto que la resbalosa sería el ritmo de fondo de este último poemario.

Para Granados, Vallejo se sumaría a este mundo moderno y criollo con su mirada y sentimiento andino (heliocéntrico e inkarrista) enamorado de la adolescente Otilia Villanueva Pajares. En Trilce, lo social, lo político y lo erótico, así como lo andino, lo hispano y lo afroperuano se entremezclan y democratizarían a ritmo de jarana criolla. Desde esa simbiosis revolucionaria, luego en París, Vallejo dialogaría con el mundo. Granados nos ofrece una interpretación erudita y desenfadada que nos invita a volver con una sensibilidad más abierta a los textos del poeta. Martín Valdivieso (Pontificia Universidad Católica del Perú)

Siempre me aproximé al poeta de Los Heraldos Negros bajo las nociones sombrías de José Carlos Mariátegui: “Nostalgia de exilio; nostalgia de ausencia”. Confieso que fue en el libro de Granados (Trilce: húmeros para bailar) donde por primera vez leí una reflexión (cierta, sorprendentemente clara) acerca de la chispa y del humor que subyacen (“…quizá sin que él lo sepa ni lo quiera”, agazapados y en ademán de saltar) en esa oscura melopoeia permutante de la palabra/cadencia que aflora en Trilce. Pedro Delgado Malagón (República Dominicana)

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Pedro Granados en el canon (oculto) de la poesía colombiana contemporánea

“En 1993, después de haber participado en el Festival de Poesía de Medellín, viajó a la Costa Caribe; en Cartagena, se reencontró con la pintora Bibiana Vélez, a quien había conocido, junto con Gómez Jattin, en el Festival de Medellín. Bibiana quería publicar un libro inédito de éste, que se había quedado en Medellín, y le pidió un concepto editorial a [Pedro] Granados. Entonces él hizo una mínima labor de edición del manuscrito: corrigió errores ortográficos y mecanográficos, quitó un verso aquí, limó una imagen allá. Y en el orgullo que no ocultaba de haber dejado su huella en Esplendor de la mariposa se hacía más claro su gran aprecio por la poesía del cereteano”  Joaquín Mattos Omar

1ero: Intervine, no sólo en el punto tocante a la “descuidada”  ortografía o vocabulario, en la publicación de Esplendor de la mariposa; edición casi artesanal de 1993 –en Medellín– y que luego pasara o se reprodujera, sin modificaciones, en las posteriores y definitivas.   En mi crónica de 2002, aunque no ahondo en ello, sí establezco ya algunas precisiones. Básicamente, fueron unas cuantas páginas mecanografiadas –con gruesas erratas ortográficas y otras, mínimas, de composición o formateo de los textos– las que recibí de parte de Bibiana. Gazapos aún más notorios en cuanto pertenecían a poemas breves y a escuetos versos. Lo nuestro fue una intervención leve; anfibia, entre el error y el acierto. Es decir, limar lo mínimo, apenas lo evidente, para que subsista el «ruido» particular de este poemario escrito a manazos entre el talento y el deterioro… en el que, por esa época en particular, andaba sumido el extraordinario poeta de Cereté. Siempre he creído, además, que corregir poesía requiere ponerse previamente a tono con un ritmo, universo y lenguaje específicos… y, por lo tanto, aplicar apenas la tinta blanca. Esto cuando se trata de una alta poesía, por cierto. Tal como en este caso, manchada por un descuido involuntario; por un pliegue, de menos o de más, por mera cuestión de la tintorería.  Testimonio de Bibiana Vélez Cobo.

2do: Mi crónica, “Si yo lo escribí: la poesía de Raúl Gómez Jattin“, poco a poco ya no aparece vinculada a su autor, este servidor, y va formando como parte de la tradición oral en el ámbito de toda la región.

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Martín Adán amerindio

“En la azotea”: Martín Adán amerindio, es un ensayo de obligatoria lectura.  No sólo identifica y resuelve la identidad solar del personaje-protagonista de La casa de cartón; sino que,  a consecuencia de la gravitación del motivo del Sol sobre todos los otros motivos presentes en la obra y ya identificados por la crítica (Rosa, Piedra, Agua), asimismo se nos plantea una nueva taxonomía o estructura de aquel libro de 1928.  Entonces, no debemos esperar hasta La mano desasida (Canto a Machu Pichu) para encontrarnos ante el resplandor del sol en la obra de Martín Adán; tal brillo estructurante lo hallamos desde el inicio de la misma.

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Cuestionario de Isaac Goldemberg y Sasha Reiter a Pedro Granados

A propósito de la publicación de Amerindios/Amerindians (Ney York: Arte Poética Press, 2020), donde ambos escritores tradujeron al inglés “La mirada”; el cual, junto con “Roxosol”, traducido por Leslie Bary, completa el conjunto de aquélla publicación neoyorquina y bilingüe.

¿Qué relación tienen los poemas de La Mirada con Trilce y con los “zorros” de Arguedas? ¿Qué significan en tu libro?

El punto crucial y reiterativo de los “zorros” –equivalentes, aunque uno de “arriba” y otro de “abajo”– es que cuando se juntan –hecho extraordinario, tal un mito cumplido–en aquel espacio –nominalmente Chimbote, aunque más bien abstracto, tipo La Metamorfosis de Kafka– en lo fundamental miran: observan y comentan lo observado.  Tanto que, en aquel tan significativo trance o circunstancia,  Arguedas insinúa pueda tratarse –ya que pueden convertirse en cualquier cosa– de un solo “zorro”; y nosotros agregamos, por ende, constituir una sola “mirada”.  Nuestra lectura de aquello, por lo tanto, no es meramente “literaria” (canon) ni en estricto cultural (noción de las humanidades en tanto pueblos, culturas  o minorías); sino mítica o, más bien, ontológica.  Trata de rescatar no el asunto ideológico o político, al menos inmediato de la novela, sino su magma filosófico o teológico (prefiero el filosófico) un tanto descuidado por la crítica a la sazón.  El ojo de Yhavé, de Buda  o de Guérnica podría vincularse a esta lectura… de Arguedas… y a mi concepto de La mirada.

Algo semejante existe con Trilce, la simultaneidad de los “tres soles” (OOO) de mi poemario Roxosol, observen la carátula del mismo, y aunque cada uno de ellos de color diferente en mi sueño, aluden también a su posible, dada la equivalencia, intercambio entre aquellos soles.  La continuidad solar, en lo básico (mañana, tarde y noche, como para el hombre antiguo), contemplada tal como una epifanía… tal como una mirada o un encuentro de miradas.

 

Tu poesía parece estar en un diálogo con él y con Vallejo. ¿Es así? ¿Cómo?

Fundamentalmente con Vallejo, a través de un paulatino descubrimiento poético que se toca con uno también intelectual, de modo un tanto más consciente en los últimos veinte años.  Lapso de mi tesis de doctorado que le dediqué, junto con poemarios y ponencias; las cuales, estas últimas, por lo general van a contracorriente del modo usual con que hasta ahora se recepciona al autor de Trilce.  Ejemplos de esto: “Trilce, muletilla del canto y adorno del baile de jarana” (2007), Trilce: húmeros para bailar (2014) y Trilce/Teatro: guión, personajes y público (2017).  Pero no me considero, en tanto poeta, un vallejólogo ni, mucho menos, un vallejómano; tengo voluntad de estilo y ambición personal que me hacen, tal como la pregunta, dialogar con él y no meramente imitarlo.

¿Hablas quechua? ¿Está influenciado el castellano del hablante de tus poemas por “una” dicción quechua? De ser así, ¿cómo?

Arguedas, desde 1938 (“Vallejo, el más grande poeta del Perú”) y con aquello de “Vallejo era el principio y el fin” (1969), testifica que el autor de Trilce le permitió resolver un problema que todavía sigue vigente para la mayoría de estudiosos; aquél de que el español es un mediador cultural válido del quechua.  Es decir, que fue leyendo Los heraldos negros, Trilce y Tungsteno donde Arguedas se percató de cómo superar sus angustiantes conflictos lingüístico-culturales  a la hora de escribir.   Sin duda que el haber sido mis padres bilingües (español/quechuas I y II) ha sido cultural y humanamente importante para mí; pero creo que el español “solito” del Perú –¿de los peruanos y andinos incluso fuera de su país?– es quechua también e incluso amerindio.  Sé del quechua algunas contadas palabras, pero lo que se ha filtrado en mi escritura sea acaso su sensibilidad, no estoy seguro.  En suma, creo que no precisamos enfatizar la diferencia cultural, somos indígenas todos; y el Everest representa nuestro apu mayor.  Por eso Vallejo se daba el lujo de no ser un peruano profesional o de utilería; jamás intentó ganarse la vida con su “diferencia” o devenir en un gurú de lo “otro”, ni en su vida ni en su poesía.Entendió que el mito no pertenece a ninguna lengua –o cultura–, sino que cada lengua es traducción de aquél; siempre apuntó hacia al origen de este Babel.

Como tú hablas y lees en inglés, te parece que las versiones de tus poemas en este idioma dicen de alguna manera algo distinto que los originales? Y no me refiero solo a La Mirada sino también a Roxosol.

Me parece que en las versiones de mis poemas al inglés se acentúa el aspecto conceptual o intelectual de los mismos; no sé qué tanto sea equivalente, entre ambos idiomas, el aspecto expresivo o más corpóreo.  Acaso aludan, más bien,  a las coordenadas propias de un cuerpo o sensibilidad distintos en inglés.  Pero aquello no está mal o no constituye una limitación de la traducción; por el contrario,  mi poesía ventila mucho aquel aspecto intelectual, aunque entrelazado a lo cotidiano.  Y que el aspecto expresivo al que se ligue en inglés no disminuye, sino, por el contrario, multiplica  sus posibilidades apelativas y de configuración de realidad.

Lo cual me lleva a preguntarte: ¿Piensas que un idioma puede captar la mentalidad cultural de otro idioma? ¿Piensas que es posible traducir una cultura a otra?

Perfectamente posible, aunque no se pueda decir que esta traducción sea mejor o peor respecto a un original.  ¿Cuál original?  ¿Cuál principio u origen?  Bastardos somos todos no sólo a nivel genético, sino asimismo a nivel cultural.  Compartimos, a modo de glosolalias insertadas en nuestra cultura y a veces también en nuestras lenguas,  desde ya fragmentos de muchas culturas anteriores que sobreviven en nosotros, que sólo de modo aparente se encuentran extintas.  Y que se activan y actualizan,  algunas de ellas, particularmente cuando se escribe poesía.  Somos permanentes homínidos migrantes  con una gran y antigua alma en común.  Esto sostiene la posibilidad misma de la traducción.

En los poemas de este libro, me parece que el acto de mirar está identificado con el acto de conocer y saber y de cierto modo “poseer” lo que se ve. Asimismo, el lector siente esta preocupación: ¿Cómo capturar con palabras lo que ve el ojo. ¿Podrías decirnos cuál es el papel de la mirada en tu poética?
Conocer, saber, “poseer” y consolar o poner en práctica la compasión; no el mero consuelo, sino la mutua identificación con el otro.  Pero, finalmente, de ningún modo con un propósito de ayuda o de auto ayuda, de causa-efecto práctico, pragmático o filantrópico.  Se puede mirar o contemplar juntos el horror o la dicha suma y, sin esto ser inventado sino real,  su consecuencia pedagógica puede mantenerse incierta, latente u opaca.  La mirada, eso sí,  es una invitación a mirar en red; a reavivar y multiplicar, por ejemplo desde la experiencia andina,  los ceques o puntos de visión que salían y se orientaban, hacia los cuatro puntos cardinales,  desde el templo del Sol o Koricancha.

El sol juega un papel protagónico en varios de tus poemas. Alumbra descubriendo los espacios oscuros. Lo mismo desempeña “tu/la” mirada. Hay una analogía entre el sol y el ojo?

La mirada no alude a un ojo ni a dos o más; es más bien una cualidad o acontecimiento.  Por ejemplo, en El zorro de arriba y el zorro de abajo, son dos zorros que juntas sus rostros y, por ende, sus ojos, los cuales  constituyen cuatro entonces, aunque ensayan una sola mirada milenaria dirigida a Chimbote.  Instancia que implica experiencia, y no sólo una idea o pensamiento.  La mirada se parece a una epifanía y a una anagnórisis porque, en última instancia, aquélla es gozosa.  Un mito cumplido; y no sólo una utopía o algo abstractamente por venir.

En uno de los poemas de este libro, te preguntas “dónde está la poesía”. Para ti es esta pregunta mejor que preguntarte “qué es la poesía”?

Exacto.  Qué es introduce apropiación y corte sincrónico; de algo que no tiene propietario y es algo semejante a un fenómeno continuo y ubicuo.  No existe o, por el contrario, existe; no es antes ni después; no implica una disciplina, premio o ascesis; todo va depender de la perspectiva con la que se observa.  Aquí resuena el budismo zen; las propias teorías actuales del multinaturalismo, aquello de que entre nosotros y los animales mayores compartimos un alma (cultura) en común y lo que nos diferencia son sólo los cuerpos; un propio catecismo renovado –desde que la creación continúa, no ha cesado–; etc. ¿Y qué podríamos hacer?  No nos queda sino echar mano de lo que tenemos más cerca para orientarnos e intentar explicar nuestra experiencia de ella, de lo que por un mero formalismo  denominamos poesía.

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“En la azotea”: Martín Adán amerindio

Para la lectura de La casa de cartón ya se han identificado y diferenciado tres motivos: rosa y piedra: “El ámbito de la rosa: los áridos y helados páramos del pensamiento y de la abstracción donde los objetos son presencias que hacen sufrir con su lucidez. El ámbito de la piedra: las alturas de Machu Picchu, la tentación del abismo […] ahí donde los objetos no son sino son tangibles, donde la vida se vuelve piedra porque la vida es tacto” (Aguilar Mora 68-69). Y el motivo del agua o mar: “El mar es uno de los elementos empleados con mayor frecuencia en la obra. Participa como elemento natural como elemento personificado y como espacio. El mar tiene todas las características de un actante, es descrito y expuesto en sus acciones” (Casule 91). Sin embargo, al motivo del Sol, tan recurrente asimismo en La casa de cartón, la crítica no lo ha atendido o lo ha hecho sólo de modo tangencial u oscilante (Chocano). Invierno/verano, tramonto, seis de la tarde, oro rojizo, oro creciente, calor, posmediodía, resolana, helioterapia, luz del filo de la acera, entre otros muchos testimonios de aquella poderosa red; y sin de ningún modo agotar el sustantivo o sinónimos u otras palabras derivadas o anagramáticas (ejemplo, los recurrentes “soltero” o “solterona”). Lo que hoy postulamos es que Martín Adán, por lo menos en su libro de 1928, aunque podríamos rastrearlo perfectamente hasta Diario de poeta (1973), también se orientó hacia el “Vallejo + Barroco: Varrojo” (Granados 2022). Es decir, no sólo identificamos el motivo del Sol y explicamos su compleja y decisiva red aquí presente; sino, desde una mirada simétrica (y no menos vallejiana), percibirlo como aquel motivo que estructura la obra y devela u otorga sentido a la identidad amerindia del propio narrador-personaje (frente a “Ramón”). Motivo solar, su demostración queda pendiente, asimismo gravitante en toda la producción literaria posterior de Martín Adán.  P.G.

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Raíces de una vida a plazos

Centro Cultural Peruano-Japonés, 05/02/2025

A la hora de partir de este mundo, un judío que se preste no solicita urgente confesión, sino puntual testamento.  A partir de esta inequívoca señal, César Vallejo es judío, Isaac Goldemberg es cristiano y nosotros acaso devotos de la poesía; hemos estado aquí para dar testimonio.  Es decir, y para bajar al llano, como atinadamente acomete siempre Goldemberg en su poesía y en su narrativa, todos al final reculamos ante el portento de los valses de Los embajadores criollos y, en particular, ante la voz de arena de Rómulo Varías, nuestro Roberto Goyeneche peruano.  Voz pura, como a capella, aunque carne que desde su origen ya venga como sazonada; marinada con su agilísima cebolla (en cuadrados muy pequeños), su urticante y destellante rocoto e inundada generosamente de limón.   Vallejo, entonces, se halla en la raíz del Libro de las Raíces: “Wayno zapateado de Chepén a Santiago de Chuco”; tanto como en la flamante edición “aumentada” de esta memorable novela, La vida a plazos de Don Jacobo Lerner (Lima: Revuelta Editores, 2025), percibimos un homenaje poliédrico (no podría ser de otra manera) a la poesía del “Cholo”, aunque el anzuelo  al lector parecería constituir aquí sólo una propia versión  de Trilce XXVIII (“He almorzado solo ahora, y no he tenido”).  Pero no es así,  en esta breve y postrera sección de La vida a plazos…,, asimismo hallamos otros poemas en diálogo entre el nacido en el frío Santiago de Chuco y aquel nativo del muy caluroso Chepén; se alude, entre otros textos, también a La araña (“Es una araña enorme que ya no anda”) o a Trilce III (“Las personas mayores/ ¿a qué hora volverán?”).  Obvio, no se trata de un calco, de ninguna manera, sobre todo si reseñamos  la obra reciente de un gran escritor, sino que aquellas líneas de Vallejo actúan, sobre todo, como un catalizador o un lubricante para liberar  algo atascado.  Pocas páginas tan intensas y finas, en la literatura peruana y de nuestra región, estas de “Trilce XXVIII (Efraín.  San Sebastian: 1935)” que cierran el actual estado de cosas (a ser testamentadas) de esta novela. Un Macario (Juan Rulfo) concertado con un niño Ernesto (JMA), tejen la prosodia de su hechizante entramado; una especie de Alicia en el país de las maravillas, recitado en runa simi o en tono de huaynito, algo más que únicamente la fiesta de su imaginario. 

©Pedro Granados, 2025

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VALLEJO GRÁFICO

Todo el arte de Jorge Eduardo Eielson es un vaciado de la obra de César Vallejo; ya sea aquél su poesía o su plástica, y focalizado ahora en este espléndido libro, Matriz dinámica. Huellas, acciones, omisiones (Lima: ICPNA, 2025), su grabado.  Este último, consecuencia y reflejo de una concurrida muestra homónima, el cual nos permite confirmar lo que decimos; junto a los ensayos aquí reunidos (Vargas Llosa, Canfield-Benacci, Vera, Padilla, Rodríguez, Tolentino) los cuales, a su modo, también  brindan cuenta de ello.  Por ejemplo, aquello que Israel Tolentino moteja como “pensamiento gráfico” de Eielson no podría entenderse sin Trilce o los teatrales diseños rupestres de Faical (San Ignacio, Cajamarca), da casi lo mismo.   Vallejo, como sabemos, expuso del paisaje los clavos y poleas que mantenían su espléndido funcionamiento; y esto sin alienar, en este caso, el deleite local o amerindio del espectáculo.  Es más, Vallejo incorporó nuestro propios clavos y poleas a semejante pantalla multidimensional y multitemporal.  Ya lo apuntábamos en nuestra reciente y breve reseña a Cuando el amarillo mes de abril. Mecanoscrito Lorenzelli (Lima: PUCP Sistema de Bibliotecas, 2024); aunque aquí habláramos de la poesía de Eielson en tanto “instalación sobre Vallejo” y no precisamente, como en esta oportunidad, del “vaciado” de una obra en otra:

“El más vallejiano de los poetas post vallejianos lo constituye, sin duda, Jorge Eduardo Eielson; en lo fundamental, por la perspectiva simétrica o multinaturalista (Viveiros de Castro) de sus propuestas y por el apego de ambos hacia un determinado territorio o paisaje –la costa del Perú– y el intento o la posibilidad de donar, más bien hacer proliferar, este mismo espacio local –individual-colectivo– y su talante post antropocéntrico en el mundo entero”

En realidad, la totalidad de nuestra denominada Generación del 50, para no referirnos incluso al Martín Adán de La casa de cartón, intentó incorporar a sus obras algún aspecto del legado vallejiano en tanto mediador conceptual del arte precolombino.  Szyszlo, el aspecto más inmediatamente mimético o folklórico; Eielson y Sologuren, el arrebato conceptual, aunque luego de este deslumbramiento optaran, más bien, por el puente acaso más apacible del budismo zen japonés; Varela, apropiándose del garfio expresionista del “Cholo”; Sebastián Salazar Bondy y Washington Delgado, entre otros, del hechizo de su inteligencia y vena política.  En este sentido, aparte del peso específico de la sinapsis Vallejo-Adán, aún muy escasamente estudiada, sea acaso sólo César Moro, entre los poetas peruanos, el auténtico dialogante y no un epígono más de César Vallejo.  Ambos poetas tratan con el mito, en bruto, y nos lo ponen ante los ojos; de una manera un tanto más pueril u oscilante, el serrano; de un modo definitivamente post núbil, el costeño.  Aunque cabe profundizar todavía, por ejemplo, en las relaciones entre La tortuga ecuestre (Moro) y Noche oscura del cuerpo (Eielson); los que si bien fueran escritos en distinta época, se publicaran ambos a mediados de los años cincuenta del siglo pasado.  Poemario, el de Jorge Eduardo, asimismo su más logrado cuadro, instalación y grabado.  ¿Por qué?   Porque aquellos elementos de la pluralidad y de lo contingente que han sido simplificados hasta llegar a constituir algo casi abstracto –un color o, mejor aún, un tono sutil, una vibración particular de luz en medio del iluminado desierto– no han dejado de ser cabalmente ellos mismos.  Es decir, no consienten en ser únicamente una fiesta de las correspondencias o de la simetría; sino que acogen también, como en las telas de Gauguin, sutilmente  el mal, la soledad, el desacuerdo.  Noche oscura del cuerpo “social” y no sólo individual es lo que nos plantea, finalmente, este breve poemario.  A pesar que, respecto a este gesto fundamental de su arte, las últimas oleadas de críticos académicos intenten soslayarlo.  A Eielson no se le puede entender sino a través del dolor; y a todo su arte y a su vida misma (“vivir es una obra maestra”) tal como una discreta, aunque templada, membrana que lo protegiera de una lluvia ácida.  

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VALLEJO SIN FRONTERAS: RECARGADO

Respecto a los artículos incluidos en Vallejo sin fronteras (Lima: Arcadia/ Espacio Cultura, 2010), colección de ensayos que no ha pasado desapercibida por la crítica, entre otros:

“Mujer, fatal, compañera y madre en la poesía de César Vallejo”, “El Taller Literario César Vallejo en la República Dominicana”, “Trilce: muletilla del canto y adorno del baile de jarana”, “El diálogo Borges-Vallejo: un silencio elocuente”, “Compromiso y magia en la poesía de agitación política: El caso de Roque Dalton (y César Vallejo)”, “Trilce y Georgette”, Stumbling Between Several Enemies? (Reseña a libro de Stephen Hart, Stumbling between 46 stars), “César Vallejo y su pensamiento cuantitativo”, “Crónica de Santiago de Chuco. César Vallejo: al filo del reglamento”, etcétera.

Vallejo sin fronteras. Recargado, de nuevo hace honor a aquel lema y constituye, propiamente, un segundo volumen o continuación del libro del 2010. Integrado, esta vez, por diez ensayos en su mayoría inéditos:

Trilce: El sujeto del acto
Vallejo y Barroco: Varrojo
Muros Melografiados
Barroco molecular de Frank Étienne y montajes mínimos de César Vallejo
Trilce – Tacora: Retóricas sin nombre
Vallejo a caballo
Vallejo-Eielson: Pero he venido de Trujillo a Roma
César Vallejo: Esta noche es Nochebuena y mañana es Navidad
Circunferencias Vallejo
Trilce’s zip: Vallejo-Newman

César Vallejo encontró y nos acercó la cultura para entender y darle sentido a la política e incluso al desastre; a la muerte propia (Clayton Eshleman). Es más, como buen amerindio, juntó el orden de la naturaleza al orden de la cultura (en el mito) e incluso incorporó la violencia a su pecho multinaturalista y a su poesía multidimensional. Aunque no únicamente de un modo llamémosle emotivo (romántico o surrealista, a manera de Pablo Neruda); sino, además, en tanto mediación conceptual: trasatlántica e intergaláctica.
Si actualmente se habla de quarks, palabra sin sentido tomada de James Joyce, podríamos utilizar trilce, palabra inventada por Vallejo, para referirnos a nuestro mundo interior y exterior, a nuestras vivencias del tiempo que rebotan, se expanden y son de nuevo manantial que combina tres, trizar, dulce etc., y hace trizas nuestra seguridad.
En Trilce todo se escapa y arde: es rescoldo vital para presente y futuros.
M. Carmen Gascón B. y Pedro Granados

Vallejo sin fronteras Recargado.Introducción

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VALLEJO SIN FRONTERAS (2da edición)

El primer acierto del libro de Pedro Granados es su título Vallejo sin fronteras. Verdad indiscutible. Nuestro gran poeta peruano, con sus versos, llega a los países más remotos. Considero que este libro enriquece la ya cuantiosa bibliografía vallejiana, planteando temas inéditos para comprender mejor algunos aspectos de su vida y obra poética. Pedro Granados es un vallejista de reconocido prestigio, su libro, reitero, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo, es ya un clásico entre la crítica vallejiana.
Manuel Velásquez Rojas

Lo que significa la vida y la obra de César Vallejo, en estos tiempos, ya lo anunciaba el poeta norteamericano Thomas Merton: “un proyecto de muy grande y urgente importancia para toda la raza humana”. Vallejo sin fronteras nos habla de las dimensiones universales de nuestro poeta peruano en el campo de la literatura.
Miguel Pachas Almeyda

Ya se sabe que Vallejo es el mayor poeta peruano del siglo XX. ¿Qué de nuevo, pues, ha de añadir este libro a la copiosa y proliferante lista de estudios sobre el autor de Santiago de Chuco? Creo que una respuesta posible se encuentra en el artículo “Trilce: muletilla del canto y adorno del baile de jarana”. En este texto, Granados se propone, ni más ni menos, que leer Trilce en clave de marinera limeña, es decir, desde el contexto de la modernización de Lima (años 20) y la gravitación de la clase proletaria… en específico desde la quinta o el callejón donde los obreros (…) celebraban la vida con aquel ritmo de raíz afro-peruana, puntualiza el autor. Este artículo, siendo tal vez el más audaz y personal de Vallejo sin fronteras, puede ser también el hilo conductor hacia los demás textos del libro.
Carlos Quenaya

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