Trilce y Georgette

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Este libro de Miguel Pachas Almeyda son varios libros. Varias puertas de entrada al personaje Georgette de Vallejo; a cada uno de los vallejistas convocados como testigos privilegiados aquí; y, finalmente, al mismo poeta nacido en Santiago de Chuco. Compendio misceláneo de rica información y oportuna documentación. Diálogo de Miguel Pachas, propiciatorio de la reflexión, con aquellos críticos afines a la viuda –Max Silva Tuesta, de modo paradigmático y al alcance de la mano– y también con los detractores de la misma — Juan Larrea, sobre todo, ventilado desde diversas fuentes y a la distancia–. Debate que tiene, acaso como nota predominante, el fervor indiscutible del autor hacia la polémica figura de Philippart Travers. Todo lo anterior sumado al hecho de que el tema literario de fondo son los avatares y difusión de la denominada poesía póstuma del autor de Trilce; es decir, de aquélla que, por ejemplo un vallejólogo como Américo Ferrari, denomina poemas de París I y II. Poemas estos últimos, valga la redundancia, que no son Trilce; que César Vallejo escribió y publicó antes de conocer, según inferimos de la lectura del libro de Pachas, a su abnegada y devota Georgette. Sin embargo, poemario de 1922 –añadimos nosotros– insondable o indomesticable tal como la propia viuda de César Vallejo.

El libro de Pachas, otros documentos y otros testimonios y anécdotas parecerían inducirnos a considerar aquello. Es decir, comprobar sistemáticamente no la linealidad o el acuerdo; sino más bien, una y otra vez en Trilce y en la figura de Georgette, la tensión inherente al oxímoron y a la constante heterodoxia. Es curioso, la viuda –que identificamos y quizá se identifica a sí misma con los poemas “humanos”– no cita o alude nunca a Los heraldos negros o a Trilce. Sin embargo, nuestro breve texto quiere llamar la atención, precisamente, sobre el silencio elocuente de sus afinidades. Libro y dama díscolos ambos y, podríamos decir también, mutuamente excluyentes. Trilce es el gran ausente-presente en el libro de Pachas como en el discurso de Georgette de Vallejo. La viuda no tiene oídos para él. No lo entendió; algunos de sus detractores –José Miguel Oviedo con seguridad– diría que por falta de competencia sería para ella imposible entenderlo. Celos, argulliría Juan Fló, por aquella dupla amor-odio que cree percibir en la actitud de la viuda hacia la obra de su finado esposo y, pudiera aducirse también, porque Trilce plasma otros grandes amores y pasiones en la biografía del poeta. Fuere como fuere, y repasando siempre el libro de Miguel Pachas Almeyda, podríamos acaso concluir que es la misma crítica la que ha constituido un ser polimórfico y acaso tan impenetrable como el poemario más difícil de nuestra lengua (Julio Ortega, refiriéndose a Trilce). Complejidad, oxímoron, conjunción efímera de extremos que percibe con objetividad otro de los afamados vallejistas que pudo trabar amistad con a la viuda, nos referimos al pintor Fernando de Szyszlo. Sin embargo, complejidad que hoy por hoy tampoco exime, aunque más mesurados, a algunos epígonos de Juan Larrea que insistirían en dudar no sólo de la inocencia de Georgette, por ejemplo, respecto a la desaparición de los autógrafos de Vallejo (1); sino de la ecuanimidad o salud mental del mismo poeta. Stephen Hart, en la actualidad profesor de la University of London, sería uno de estos célebres críticos post-larreanos; es decir, para este estudioso, César Vallejo no sólo sería un ser dual — incongruente entre su vida y su poesía–, sino –hasta que hace sólo unos pocos meses los tribunales probaron fehacientemente lo contrario– también asesino y prófugo.

Obviamente, los alcances del profesor Hart se hallan contaminados, como todos los estudios sobre Vallejo, también de ficción, de mito o del propio prejuicio cultural desde el cual tendemos la mirada. En este sentido, el ingrediente Georgette no es una excepción en la exégesis y en los debates sobre el autor de Trilce, a pesar incluso del presente enjundioso libro de Miguel Pachas. Es decir, somos observadores externos y tenemos un acercamiento necesariamente metafórico de la poesía y, también en este caso, de la vida de los Vallejo. Y esto para nada está mal o es negativo. Simplemente ilustra una situación altamente compleja; por un lado, la de una poesía que niega naturalizar su radical alteridad. Y por otro lado, la de una persona educada y de mediana posición en Francia que experimentó en carne propia y tenazmente el Perú (vivió de 50 centavos de bonito durante doce años) (2); que se encandiló, aunque sin jamás someterse, de un hombre mayor, seductor y exótico para ella y su juventud; y que a su modo –y límites– hizo defensa a ultranza de un legado que, sin Los heraldos negros ni Trilce en su mente, quizá sobredimensionó (3). Sus desencuentros constantes e intransigencias, producto de querer honrar lo que creía su singular misión, parecerían ilustrar dramáticamente todo aquello.

NOTAS

(1) “son las primeras versiones (52) escritas a mano por Vallejo de muchos de los Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz antes de escribir la versión mecanografiada”, según leemos en un impreso distribuido en ocasión de la charla del profesor Hart que inagurara el VII Congreso Internacional de Literatura Hispánica (Cuzco, 3 al 6 de marzo de 2008). En: “STUMBLING BETWEEN SEVERAL ENEMIES?”. Blog de Pedro Granados [http://blog.pucp.edu.pe/item/20436] 16/03/08

(2) “Una carta inédita de Georgette [a su amiga Maruja Velásquez]”. En: Manuel Velásquez Rojas, Ojos de venado (Lima: Ediciones Perú Joven, 1990) pp. 87-88.

(3) Es posible, además, que Los heraldos negros y, en particular, Trilce no fueran para Georgette poesía “comprometida”. En este sentido, si bien no habría manipulado los textos de su finado esposo, sí habría influido en la recepción de una parte privilegiada de la poesía de Vallejo, aquella póstuma. Colaborando de este modo, desde un inicio y activamente, en brindarnos una visión del poeta –aquella supuestamente política, dolorida y solidaria– que si bien es indiscutible, no es la única. Como dato adicional podríamos consignar que esta suerte de miopía de Georgette sería semejante a la que tuvo el mismo Vallejo, por ejemplo, hacia la obra del primer Borges: ”No pido a los poetas de América que canten el Fervor de Buenos Aires” (Repertorio Americano, 1927, mayo 5, p. 92); cuando una crítica más reciente, como la de Andrés Avellaneda, contra argumenta y nos ilustra: “No pudimos leer en “El hombre del umbral” o en “El jardín de los senderos que se bifurcan” la discusión que esos textos hacen del colonialismo, o en “La historia del guerrero y la cautiva” la ambigua crítica a la conquista del desierto, al triunfo del hombre blanco y, por tanto, de Roca y de la historia oficial Argentina” (“Borges y nosotros, en los sesenta”. Cuadernos Hispanoamericanos, 505-507, 1992, p.231).

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