Crimen perfecto
Creyó que nadie lo había visto,
hasta que recordó a su ángel
de la guarda.
El tío Sam
Y cuando despertó, el Che Guevara
todavía estaba allí.
(Para Tito Monterroso)
En Santa Cruz de la Sierra, por los meses que van de Febrero a Noviembre de 1994, Juvenal Agüero trabajó al lado del psiquiatra más importante de Bolivia; psiquiatra y empresario, para ser más precisos. Fue en el marco de un sincero propósito para procurar instalarse de nuevo en Latinoamérica. Juvenal dejó inconclusos sus estudios del doctorado en una AB League norteamericana y, por cierta amistad que tenía con una señora cruceña que había conocido en un viaje anterior, se decidió por Bolivia antes que por el Bajo Perú. La verdad de la milanesa es que después de vivir cinco años seguidos en el país del norte y perder a Ramsa, el único y real estímulo que lo mantenía allí vivo, sufrió un shock cultural tan agudo que el solo hecho de escuchar hablar en inglés lo crispaba y le producía insoportables migrañas. Juvenal Agüero sujetó el timón de su existencia, pues, y se vino a trabajar de profesor de literatura en una escuela privada de la que era director aquel polifacético médico.
Reaalidaades dee laa meente: Corazón azul
A Chrystian Zegarra
Ma loz ne us onumel dol Ceulo
Lo bruse vergun us lo ospeda qoa ma elvodu o llero
Emur enstuntos qoa an ul mor mu antourru
Purqoa locher ne duba
Purqoa meror us puci
Rozur pure morucar ul proceu
Imur pure vavorlu tude
Ameguner qoa saompru hubro en cumoanzu
Osu per dacesoun darmur can tudis mas coses ruletuves
Ma ospesu ma porru ma cutre a ma mintaño… (*)
(*) Mi luz no es animal del Cielo
La brisa virgen es la espada que me olvida y llora
Amor instantes que en el mar me entierro
Porque luchar no debo
Porque morir es poco
Rezar para merecer el precio
Amar para vivirlo todo
Imaginar que siempre habrá un comienzo
Así por decisión dormir con todas mis cosas relativas
Mi esposa mi perro mi cetro y mi montaña…
Inactual. A modo de anticipar y saludar nuevo poemario del autor.
Memorias de un dios herido (Lima: Colmillo Blanco, 1989) es un libro singular y ancilar entre el magma de textos poéticos recientes. Textos librados –los mejores- a la prosa de la crítica, al análisis de la evocación, y que nos hacen pensar en la poesía que en los 60 inaugurara Antonio Cisneros. Retórica, entonces, que es la que más se ha continuado entre nosotros quizá por comprensible seducción, quizá algunas veces también por lamentable pereza; eso sí, definitivamente por dúctil ya que resulta –al menos hasta ahora- impunemente imitada. No sucede lo mismo, nos referimos a la impunidad, por ejemplo con la poesía de César Vallejo, de Luis Hernández o incluso con la de Rodolfo Hinostroza, compañeros de promoción- estos dos últimos- tan reputados como el autor de Canto Ceremonial contra un oso hormiguero. ¿A qué se debe coda tan larga? ¿A qué se debe esa variopinta cadena de epígonos? Pensamos, podríamos argumentarlo, que es una respuesta interdisciplinaria a la cual no daría abasto esta breve nota; más, sin embargo, lo que enseguida anotaremos sobre la poesía de Gaspare Alagna nos puede ofrecer, al menos, uno de los rasgos de aquélla.
“Qué propicia hace la tarde/ Que uno ceda a sus venas,/abrazar con el sexo y todo/la tibieza;/consentir ausentes,/los ríos/las aves/el silencio…” (Pedro Granados: En la ciudad)
Lima representa para mi un contorno difuso de ideas inimaginables, guerrilleras e insondables. Un contexto amargo, y necesario, para la musicalidad de mis palabras. En parte, soy una de las cabezas de esta ciudad-cerbero que amenaza con desaparecer constantemente, pero que nunca cumple con su palabra. Me es imposible entender mi existencia sin sus calles, sus guerras ocultas, su miseria constante y su creativo espíritu de lucha. Soy un sobreviviente de una ciudad superviviente al tiempo y al espacio.
Salamanca, febrero del 2008
Soy viejísimo.
Realmente lo soy.
Mi madre hablaba en quechua
con mi tía Raquel
a la hora del lonche.
Me encantaba verlas alegres
en un lenguaje que no entendía,
que jamás entendí.
Con mi tío Epifanio mi madre también hablaba en quechua,
y aunque él andaba lejos
–inmerso en el trajín de su prole numerosa–
cuando ella murió, musitó:
“ahora sí que nos quedamos realmente solos”.
El quechua es un idioma que nunca he entendido.
Pero que consideraba mío por derecho propio,
hablaban y cantaban con él mi madre y mi padre.
Cantaron alguna vez –ya muy mayores–
un hermoso yaraví que quebró de canto a canto
la pequeña vasija que era nuestra casa.
Mi padre y mi madre se amaron, pues, a su manera.
Y compartieron todavía –después de aquel inolvidable yaraví–
como unos veinte años más con nosotros.
Resulta increíble estar escribiendo
sobre estas cosas. Se nota que también
nos vamos a morir.
Y jamás habremos aprendido el quechua.
Aunque es la palabra íntima de nuestra madre,
y los ojos pequeños y desconcertados de nuestro padre,
y el fuelle oculto en el corazón
de nuestros queridísimos hermanos.
Lo único que sabemos es que en quechua
no se puede vivir. En este orden de cosas.
Comunicarte en esta lengua es literalmente suicidarte.
Te aprietan fuertísimo la garganta
y el corazón se te sale de una vez por los ojos.
Las estaciones íntimas (Santo Domingo, R.D.: Amigos del Hogar, 2006), han llegado desde el caribe hasta nuestro cuartel de invierno en Lima (espacio- tiempo perfecto para morir). Desde ya, entonces, nos acercamos hacia ellas agradecidos y, felizmente, para nada nos vamos decepcionados. Libro de la plenitud: lugar gratuito, en alguna cúspide, desde donde contemplamos lo vivido y lo que aún nos queda por vivir. Libro al encuentro del lector. A los temas de siempre: el paso del tiempo, la toma de conciencia de nuestro paulatino deterioro y de nuestra indeleble máscara:
Era apenas un agujero en la media de seda que envuelve la piel,
pero en segundos la abertura corrió por las piernas
y fue un presagio en este día que había comenzado perfecto:
los pájaros y la luz asomándose a la ventana, el olor del café,
la tibieza del agua como sábana, y en la luna del espejo
tu imagen de mujer invicta, de mujer que ha domado sus fieras
[…] el estuario envejecido de los muslos
tras la media rota (“Ritual”).
Pasajes de una conversación, con Juan Javier Rivera, que será publicada en breve.
Antoni Tàpies, Mirada y mà, 2003
Juan Javier: Desde que te conocí, hace ya más de diez años, en el taller de literatura que dictabas en la Universidad Católica del Perú (estaba yo en la edad de la sinceridad, como dice Henry James por ahí y venía de Carabayllo todos los días; y tú habías superado ya todos los viajes del Siglo de las Luces, pero no hacías alarde de ello y nos descubrías comarcas que no habíamos hollado), lo que más me sorprendió fue tu forma de recitar.
Ahora has incluido el “Huaco” de César Vallejo entre los poemas que lees para la colección “Vallejo X Granados”. Me pregunto por qué has elegido ese poema. Y también cuáles son las resonancias de ese otro poema tuyo, un tanto místico (el IX del poemario con título aun más cachondamente místico “Desde el más allá”):
“El Perú, tu cara de huaco de costumbre…
¿Cómo explicar lava tan fluida?
¿Cómo eludir círculo tan ceñido?”
I
Gaviotas y garzas
alrededor de las colinas.
Adelante, Córdoba.
El mismo desabotonado cielo
nos ausculta.
Vamos derecho (como una flecha)
a ninguna parte.
Vamos curvos (como un recuerdo)
a nosotros mismos:
A nuestro corazón.
Córdoba es una garra de gallo
sobre la pluma de la gallina:
Un aire amordazado.
Córdoba es su fuente de agua:
Unas rayas de tigre
debajo de esta fuente.