Archivo de la categoría: Ensayo

Ensayo

Las madres de Pedro Henríquez Ureña

Salomé Ureña (1850-1897)

Nota sobre la sutil asunción de la “maternidad” por parte del propio sujeto poético, percibida a través de poemas dedicados a sus “madres”, Salomé y Ramona Ureña. “Maternidad” del poeta dominicano en tanto una compasión y ternura, universales y militantes, al modo de Miguel de Unamuno, César Vallejo o Rabindranath Tagore.

Como sabemos, Pedro Henríquez Ureña (PHU), tuvo al menos dos madres: la propiamente suya y muy amada, biológica, Salomé Ureña –de quien quedó huérfano a los 13 años–; y la de crianza o aquella “la soñadora, la constante, sacerdotisa del ensueño” (“Íntima”) *, su tía Ramona Ureña. A las dos van dedicados sendos poemas y también algún otro a Salomé: “Tristezas (A la memoria de mis muertas)” *; escrito en 1897, estando el sabio dominicano todavía muy joven, y dentro del estilo dariano-dannunziano que, en general, caracteriza toda su poesía. Sin embargo, es el PHU adulto el que va a encontrar su expresión más intensa, mejor y más honda, cuando dedique a Ramona Ureña su poema “Íntima” (New York, 1904); tanto como ya, a los 31 años de su edad, haga lo propio con el poema “El niño (Idea de Rabindranath Tagore)” dedicado a su madre biológica. “El niño”, poema dramático en la senda del Ismaelillo, de su también muy admirado José Martí; es decir, composición capciosa, heredada del Barroco, plena de paralelismos conceptuales. Entre estos últimos, el que el poema no es nostálgico y ni siquiera se halla restringido a su “madre” (aunque éste sea el vocativo expreso: “-¿De dónde vine, madre?); sino que, asimismo, incumbe la naturaleza e identidad del propio sujeto poético. Es decir, “El niño” es ante todo una conquista, no sólo afectiva, sino además epistemológica o de lucidez; en una palabra, y ya en el contexto del diálogo entre “madre e hijo” en el poema, una ocasión de autodescubrimiento o anagnórisis:

¡Oh misterioso encanto!

¡Prodigio del amor

tener entre mis brazos

el tesoro mejor! *

Y, no menos, de sutil asunción de la maternidad por parte del propio sujeto poético; de una compasión y ternura universales y militantes (Miguel de Unamuno, César Vallejo, el mismo Tagore).

* Versos citados de: Pedro Henríquez Ureña, Obras completas.  Miguel D. Mena (ed.).  Tomo 1.  Santo Domingo, RD: Editora Nacional, 2013.

© Pedro Granados, 2016 »Leer más

¿Música ósea? O sea

León Félix Batista es, hoy por hoy, más que nunca Armando Almánzar Botello, pero sin, en términos de Roberto Bolaño (Los detectives salvajes), el enorme “maricón” que es este último; es decir, sus textos han devenido en una voz sin curiosidad, zozobra ni alegría alguna.  Una voz sin bumerang.  Puro soliloquio colgado al cuello, sobre una fuente de fría bakelita, y ofrecido a los turistas de la poesía.  Un lenguaje sin aura ninguna; y, más bien, tan sólo mareante acumulación de desechos tecnológicos.  Chatarra.  León Félix Batista o se perdió en Vallejo o este último, reparando en su snobismo u oporrtunismo, lo mandó al desvío de los epígonos más cargosos y pesados: una puerta y un camino que no reparan en el hervor ni la dicha que es leer la poesía del Cholo.

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Madrid 1988: Crónica de poesía

Crónica de la “marcha” poética española en el año 1988.  Año del cincuentenario del fallecimiento de César Vallejo; cuya efeméride se llevó a cabo en el Ateneo de Madrid.  Asimismo, de la consolidación o patente, en España, de la denominada “poesía de la experiencia”.  Sobre ambos acontecimientos gira la presente crónica-ensayo.

Foto en el Ateneo de Madrid, en ocasión de un recital de poesía en homenaje a los 50 años de la muerte de César Vallejo (1938). Participamos, además de este servidor (flaco y con pelo), el poeta Antonio Cillóniz (de blanco) y, al lado de éste, Marcos Ricardo Barnatán (buen lector de Borges) y Tomás Mallo ante el micrófono. El Ateneo estaba literalmente abarrotado. Al final de la lectura, recuerdo, entusiasmado se nos acercó el bueno de Alfonso Barrantes Lingán (“Frejolito”) a felicitarnos. Yo no tenía sino unos pocos meses en Madrid (andaba becado por el ICI) y, por tal motivo, conservaba la mirada en claroscuro desde mi popular barrio de Breña. Mirada en blanco y negro en tanto pobre y pendeja y, por otro lado, deslumbrada por las maravillas que me ocurrían todo el tiempo. Mirada esponja y, al mismo tiempo, garrafa para beber; fuente.

Casi en llegando a la capital de España, fragüé el siguiente poema:

Amanecer en Madrid.

Amanecer en invierno.

Hay sopas:

De ajos.

Castellana.

Consomé de la casa.

Origen de las nuestras.

Los ojos de la señora

que atiende en la barra.

Origen de los ojos de todas

nuestras madres y de todas

nuestras mujeres.

Necesitar estos ojos.

Necesitar acariciarlos,

besarlos, copularlos.

Todo a un tiempo.

Queremos decir que estamos

en un amanecer en Madrid.

Pero la banalidad

no es lo nuestro. Sí,

las canciones.

Las canciones y esta luz

que se arroja lenta

desde el trampolín del cielo.

Ya me duele el alma

de tanto quererte.

Pero lo nuestro no es la banalidad.

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“Y la península párase”: Contra André Coyné

Foto por Rosario Bartolini, 2023

Hace tiempo teníamos pendiente, aunque por pura pereza no lo procurábamos, encontrar una buena imagen para lo que desde nuestro, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (Lima: PUCP, 2004), vamos sosteniendo contra la canónica –por indiscutida e indiscutible– lectura de André Coyné, sobre Trilce I, en tanto acto de defecar en un contexto carcelario.  No es así, aunque el guano de los alcatraces por estar vinculado al sol o venir desde lo alto, sea tan significativo en este poema: guano como luz o luz como guano que fertiliza.  Vallejo, por lo común, en virtud de su militancia en el viejo oxímoron, abordará lo sublime con un lenguaje inverso al del institucionalizado decoro. Entonces, no se trata de ninguna defecación sino, más bien, podría decirse también así, del testimonio de un coito: “Y la península párase”; aquel cotidiano y efímero (“en la línea mortal del equilibrio”), durante el crepúsculo, entre el sol y la playa; implícitos aquí, el mar y cada uno de nosotros (observadores o lectores).  Un coito o un llamado, una invitación, a ser fertilizados por aquellos: “MÁS SOBERBIOS BEMOLES”.  Convocatoria simétrica y política, sin duda, de singular importancia para nuestros tiempos en que nos debatimos entre utopías y distopías, y donde el antropocentrismo, sin lugar a dudas, ya no va más.

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Jaime Saenz en el teleferico paceño: Algunos cables de su poesía

Acicateados por la observación de la estudiosa Mónica Velásquez: “Nada hay bien dicho sobre la relación de la obra saenzeana con autores bolivianos, latinoamericanos o universales (a excepción del texto de Wiethüchter sobre rasgos románticos en Sáenz y Pizarnik) carencia de nuestra crítica [¿sólo de Bolivia?] frecuentemente ocupada en los textos sin relacionar éstos con sus fuentes y sus pares” (2011: 16). Por lo tanto, y a modo de recoger el guante, iluminamos algunas zonas del cableado de su poesía –fuentes, coincidencias, anticipaciones– en relación con otras de la región; muy en particular, con la de César Vallejo. Relaciones hace tiempo consolidadas; pero que pueden resultarnos novedosas e incluso insólitas tanto como las nuevas imágenes paceñas a las que nos da acceso el flamante teleférico de la capital boliviana. Palabras clave: Jaime Sáenz y César Vallejo, Trilce y la poesía boliviana, Muerte por el tacto.

https://www.academia.edu/27752902/Jaime_Saenz_en_el_teleferico_pace%C3%B1o_Algunos_cables_de_su_poes%C3%ADa

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AUTISMO COMPROMETIDO

El presente volumen hace parte de un proyecto más grande: “Autismo comprometido: sobre poesía latinoamericana reciente”. Donde se ensaya una  crítica de tono y  formato menor.  De carácter post-autónomo en tanto sus textos son transdisciplinarios o híbridos. Y donde se intenta indagar, en este caso particular,  los microsistemas de poder u opinión que subyacen en la lectura de la tradición poética peruana.  Por lo tanto, se leen poemas y también poetas; así como escenarios o lugares de enunciación.   Pensando en la estudiosa y, no menos,  en el muchacho al que le gusta la literatura, pero nos dice que lo malo es que hay que leer.

Autismo comprometido. Sobre poesía peruana reciente

Autor: Pedro Granados
Editorial(es): Paracaídas Editores
Lugar de publicación: Lima
Año de edición: 2013
Número de páginas: 129
ISBN: 9786124192029

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José Vicente Anaya (1947-2020), presente

Traducciones de JVA:

Quedé en la inopia

Todo me quitó el ladrón.

(!tengo esa luna!)    Ryokan

¿Quién me dará la

nalgada cuando

vuelva a nacer?

¿Quién cerrará mis

ojos cuando

a la hora de mi muerte

me vea?            Elise Cowen

Quiso estar loco, como Artaud, pero su cordura no se lo permitió.  En poesía, como muy pocos, era un erudito del pasado y también del presente.  Bueno, rasgo no extraordinario en México donde el problema de su poesía, según Julio Trujillo, es “el exceso de cortesía”; es decir, no la insuficiencia de documentación ni, por lo general, un elaborado estilo (incluso el infrarrealista). De modo sumario, un militar en nociones antropocéntricas duras de las Humanidades.  Nosotros éramos los que estábamos locos.  A inicios del año 2004, una vez graduados en Boston University, y con escasísimo dinero (mejor, por vergüenza ajena, no digo el monto), tomamos el primer Greyhound disponible y nos fuimos en autobús hasta México DF y, de aquí, a Puebla.  Viaje infinito, aunque tolerable, por la avidez de conocer el camino; viaje de vuelta, muchísimo más penoso, porque cruzando nada más la frontera de Laredo, de regreso a Boston, perdimos una de las numerosas conexiones que nos traían con nuestra chaqueta, documentos y Laptop dentro del autobús.  José Vicente, persona absolutamente frágil dentro de un empaque de cruzado.  Obvio, coincidimos en Puebla; bueno, él en plan de brindar sus talleres en la “Casa del poeta”, en tanto miembro del Sistema Nacional de Creadores Artísticos (SNCA); nosotros en plan de sobrevivir y absorberlo todo.  Fue muy positivo nuestro “Año mexicano”.  Nos presentó en Puebla a su novia, muy bonita, que fue y, luego, no fue; después también  nos enteramos que –por enésima vez– rompió con José Ángel Leyva y concluyó Alforja, la cual ambos dirigían.  Alforja, una muy inspiradora revista de poesía a nivel regional.  José Vicente Anaya, cabeza de león y no cola de ratón de las letras mexicanas e hispanoamericanas. P.G.

Visión infrarreal del Infrarrealismo/ Pedro Granados

El infrarrealismo (1976) fue una reinvención horaceriana del chileno Roberto Bolaño[1] en México (país con mejor infraestructura económica y mayor capacidad cultural mediática que la del Perú, ¿nos entendemos?); ya que aquél en su patria, y durante la dictadura de Pinochet, no podía hacerlo… Pero se topó con un talentoso, como Mario Santiago Papasquiaro, que más bien influyó en él o, al menos, en el diálogo tomaron uno del otro.  Bolaño, el lado lírico, imaginista o romántico de Papasquiaro; y éste, lo que aquél debía a Hora Zero (1970) y que –en ese entonces y para aquel contexto– no era poco: el aspecto contestatario, informal, callejero, político en suma. El cual, a la larga, venía de una lectura de época de César Vallejo (Monsieur Pain); y no necesariamente del talento “teórico” o “praxis teórica” de los de Hora Zero (Tulio Mora e incluso el mismo Juan Ramírez Ruiz, para ni siquiera referirnos a Jorge Pimentel en tanto crítico). Lectura vallejiana, maniatada al dolor y al compromiso, la cual montó y administró –para todo el continente y desde los 60′– la Revolución Cubana.  Filiación de Bolaño, aunque un tanto tardía, a la “familia Vallejo” (Roque Dalton) en rechazo de la de Pablo Neruda; o del “imperio” que por aquella época constituía en México la obra de este premio Nobel (1971) junto con la de Octavio Paz. Filiación más gravitante y contundente allí, en el contexto del Infrarrealismo, que el humor deconstructivo de un Nicanor Parra (autor no menos vallejiano, aunque en otra lógica); o que el vanguardismo anterior y local de un Maples Arce (Estridentismo).  Bolaño, además, en México no sólo utilizó  a su muy joven compatriota, Bruno Montané Krebs, ávido y curioso lector, a modo de ósmosis o mayéutica poético-intelectual permanente; sino que también empleó y manipuló, esta vez como pantalla, a José Rosas Ribeyro –poeta peruano absolutamente menor de Hora Zero— para intentar canibalizar este último Movimiento: ponerlo a la par del mexicano o incluso hacer preeminente al Infrarrealismo a nivel continental (cosa que, al fin de cuentas, logró con la publicación de Los detectives salvajes).  José Vicente Anaya[2] –junto con Bolaño y Papasquiaro otro de los fundadores del Infrarrealismo o, al menos, de alguno de ellos– ante tan fulminante expansionismo del chileno (paralelo, consistente y mayormente incuestionado ante la crítica como los de Raúl Zurita o Pedro Lemebel, sus paisanos) queda atónito y no tuvo más remedio que quedarse, mayormente, de ensayista y traductor (poetas beats, haiku japonés, Marge Piercy, Allen Ginsberg y un largo etcétera).  Es decir, Anaya en aquel exacto momento, careció del oportunismo y malicia de Bolaño –aunque luego éste, en la novela, descubriera el mejor formato para su escritura– y de la persuasiva zozobra que lograban comunicar los versos de Mario Santiago Papasquiaro.

[1] “Al parecer siempre se preocupó por ser considerado el líder del grupo y por ejecutar ‘expulsiones’ […] En buena medida, Bolaño hace un gran trabajo de lavado de imagen en su novela [Los detectives salvajes]” (Heriberto Yépez, “Historia de algunos infrarrealismos”, Alforja 37, 2006)

[2] “Me recuerdo caminando con él [Anaya] sobre la calle de Dolores, en el barrio chino de la Ciudad de México, por los años setenta y cuatro o setenta y cinco.  Se le ligaba entonces, de cierto modo, al movimiento infrarrealista, de quienes llegó a ser de cierta forma un involuntario gurú” (Evodio Escalante, “Tres versiones sobre José Vicente Anaya”, Revista Esquina Baja, No 8, enero-marzo de 1990. 2)

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¿En qué momento se jodió la poesía del Perú? (Relouded)

Foto por Marina Herrera

Cuando empezó a gravitar en ella la academia o, podríamos  también así entenderlo, el sentido de grupo o de cuerpo. Ni César Vallejo, junto con Miguel Grau, el más peruano entre lo que constituye contemporáneamente la cuna de los Incas, quien escribió más bien contra el Perú; contra el cotarro que no celebrara sus versos de joven poeta en Huamachuco o, más grave todavía, contra el que posteriormente lo llevara a la cárcel.  Ni Eguren, el cual construyera todo un mundo alternativo frente al que lo obligó a caminar, para acomodar estantes y pasar libros a los estudiantes, cotidianamente de Lima a Barranco.  Lo más semejante a Eguren es Huamán Poma de Ayala, con su gruesa Carta al Rey bajo el brazo, y su inenarrable, por hartísimamente trajinados, dolor de pies. Ni Martín Adán, quien escribiera su tesis a espaldas de los gramáticos de su época, que  era así como se entendía la labor intelectual durante la misma; y nos dejara para siempre unos poemas a Machu Picchu muchísimo más vivos que los de Neruda.  Aunque sin dejar, allí mismo, de advertirnos  lo siguiente:

Que el Cusco es una invención de Luis Valcárcel

Y que mañana volveremos a Lima

Con la hostess mulatita que nos habla en inglés

Y nos mete en la boca la boquilla

De tu oxígeno, Macchu Picchu

Ni César Moro, quien en definitiva se nos fue a otra lengua.  Ni Jorge Eduardo Eielson, el cual aclimatara en su poesía o simplemente transportara el mar y la arena de la costa peruana al mediterráneo.  O siendo más puntuales, de manera análoga a los haikus de Javier Sologuren, a unos incontaminados conceptos.

Ante la arremetida corporativa (no sólo se limita a la universidad) e ideológica de la Católica, casi contemporánea a Los heraldos negros, se instaló el concepto San Marcos.  Antes no existía ni funcionaba brand o marca alguna porque, al menos el pensamiento, era producto de la cuatricentenaria.  No de la UNMSM, entendámonos, sino simplemente del Perú.  Posteriormente, incluso a mayor fragmentación de la academia, se sucedieron los grupos y la consciencia o la subconsciencia de los mismos.  Y dada la posibilidad laboral de pertenecer a alguno de aquellos o, al menos, la promesa-ilusión de sobrevivencia para los dedicados aquí a las letras, vino el consecuente compromiso institucional; y, con él, con seguridad a partir de los años cincuenta, aunque con matices hasta el día de hoy, la absoluta esterilidad  de la poesía letrada o culta en el Perú.  ¿Quién, entre aquellos nombrados, se empleó en su poesía como grupo o supo de antemano la moraleja de cuanto escribiera?  Con apoyo y aval de la academia la literatura de autoayuda habitó entre nosotros.

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