Número 31 – 39 | INTI: Revista de literatura hispánica
“El eucalipto me hostilizaba de muchas maneras: si en el juego el árbol era el punto neutral, lo que llamábamos la base; al que tocándolo se escapaba de las persecuciones o se conseguía la dicha de ganar, ¡seguro que yo perdía! Porque al llegar al tronco y anunciarlo, todas se daban cuenta de que yo no había tocado la base: el árbol se había retirado de mí” (36)
Conocida la imagen del árbol como el más poderoso símbolo de la racionalidad y, por ende, del logocentrismo occidental (visualizado está –tratándose de un árbol– el “falogocentrismo” derrideano) nos acercamos al libro de Carmen Boullosa, Antes (México: Colección Punto de Lectura, 1989), a través del pasaje de arriba.
Lo que ocurre en Antes: “el árbol se había retirado de mí”, tiene varias maneras de enunciarse. Unas más pretenciosas que otras; unas más o menos localizadas en el ámbito de cierta crítica denominada feminista o post-feminista; y otras afiliadas a una opinión sin género, en el estilo ya de la literatura o de los textos de Boullosa. A nosotros no nos cabe otra alternativa que el ensayar y cometer todas.
Abreviando, podríamos decir que en este discurso existe un continuum semiótico –expresado por el lenguaje del cuerpo– que no se fracciona y por lo tanto no produce el significado ni siquiera con el trance de la menstruación (o muerte de la protagonista) porque los “fantasmas” (lo indeterminado) se la apropian. La novela termina con el triunfo de lo indeterminado que siempre había perseguido a la protagonista; es decir, no se accede al Orden Simbólico. Sin embargo, son algunos corolarios de esta síntesis, y una inicial comparación con otro texto de la autora, Mejor desaparece (México: Oceano, 1987), lo que nos interesa bosquejar.
Podría ser casual que en Mejor desaparece percibamos también la presencia de lo indeterminado como motivo central del relato; pero lo que sí llama mucho la atención –con la narradora reiterando que lo suyo no es retórica, sino la verdad misma– es que ahora tengamos como un retrato de ello: “Hablé de sus cabellos apelmazados a sus cabezotas de niños, de sus orejas mugrosas y de sus asquerosos calcetines, adheridos a sus pies como cáscara de papas” (97). El mundo de estos “niños” es entonces, entre otras cosas, el mundo del olor, porque vaya si huelen; y es el olor también la única sabiduría (no decimos sólo conocimiento) que tiene de sí mismo el sujeto de la narración: “Sé olerme… Y me gusta. Soy entre todas la de más clara identidad, porque Azucena pulcramente ejecuta la música de otros, Fucsia recita con mesura parlamentos que no tienen nada que ver con su vida, el ama de casa cuida la vida de los que la rodean. Les he confesado mi secreto, ¿ahora les gusto, como a mí misma?” )63).
De esta manera podemos comprender también por qué en Antes existe una constante alusión al lenguaje del cuerpo. Lo indeterminado está íntimamente asociado con aquel olor y se nos quiere proponer una lectura “olfativa” que, por cierto, se halla en las antípodas de lo abstracto, de lo racional, de cualquier acercamiento sesudo a la realidad o, incluso, a la literatura misma. Podríamos decir que lo indeterminado representa aquí algo elemental frente a la hiperinflación del discurso crítico. Y, del mismo modo, esto podemos relacionarlo con lo que en realidad fue también siempre el objeto del discurso: el sujeto mismo y no la langue; ya que el olor es parte inalienable de aquél.
Es por esta vía que el discurso de Carmen Boullosa deja de ser autista para volverse solidario; sin quebrar el continuum semiótico nos invita a participar en él. Y, asimismo, ya que convoca lo indeterminado, dicho discurso tampoco es estrictamente feminista sino más bien, tal como en el caso de Julia Kristeva: “no elabora ninguna teoría de la “feminidad”. Sí que tiene, en cambio, una teoría sobre la marginalidad, la subversión, la desidencia” (Toril Moi, Teoría literaria feminista. Madrid: Cátedra, 1988, 171).
Asimismo, aquel lenguaje del cuerpo no se limita sólo al del olfato, también están los de los otros sentidos: gusto, tacto, vista y, sobre todo, el del oído. Es más, Antes se nos ofrece ante todo como una charla, pero como una oralidad discursiva de último recurso, donde la música sola hubiera sido preferible: “y para comunicárselo ha sido toda la plática, para decirles cómo es que llegué yo, qué me llamó y desde cuándo… Si terminara de hablarles en el concierto, yo no sería más que una niña sin nombre emocionada, no sería más que mi trajecito de paó azul marino… no me haría falta la oscura voz que he usado, para acercarme a ustedes (101). Entonces, cuando mencionamos el coloquialismo del texto como una distinción postmoderna y clave frente a los textos de culto libresco, quizá no hemos aludido todavía a lo más importante, la música –tal como el olor– en su complicidad con lo indeterminado.
Podríamos continuar disgregando el lenguaje de los restantes sentidos en ambas novelas de Carmen Boullosa; el rito del café, por ejemplo, que es como si se bebiera la noche, el sujeto que saborea lo indeterminado: “A mí me gusta tomar el café a solas y durante mucho tiempo” (1987: 89). O el contacto del cuerpo de la abuela ante el cual no hay distancia ni pérdida como ante lo indeterminado: “Cuando me quedaba a dormir con la abuela, vencía con su calor la oscuridad… el ritmo de su respiración era el mío…, soñaba yo su sueño, descansando del mío” (1989: 27). Podrían irse sucediendo los ejemplos, multiplicarse sin gravedad ni ninguna solemnidad como en los juegos de los niños, y tal como efectivamente sucede en el discurso lúdico de Boullosa: plática=juego (1989: 18). Sin embargo, quizá una cosa más resta precisar, y es el carácter dinámico, apelativo de lo indeterminado; como si el hombre que contempla la naturaleza primero hubiera sido amado y buscado por ella.
Efectivamente, en Antes los “fantasmas” se llevan la protagonista a la cual insistentemente buscaron; pero es en Mejor desaparece donde explícitamente nos enteramos de la intención final de la narradora (para ambas novelas), y para ello ésta utiliza la magnífica imagen del remolino:
“ténganme miedo, ténganme mucho miedo, porque si ellos, detestando, odiando, son como oscuros pájaros suceptibles de ser muertos, yo soy como los remolinos que arrebatan tierra y semillas a los campos, que quiebran ventanas y desgajan las puertas… y cualquier día podré estar sentada junto a ustedes” (97).
Es decir, ella misma es otro inquietante “fantasma” de inusitado poder; pero, ¿habla sólo a los varones? Si es así, de seguro esa inmensa vulva se tragará al árbol.