A Mario Vargas un escritor peruano –y, por qué no, en general latinoamericano– ha de agradecerle el buen ejemplo de no tener que ser más un ser de utilería. Al mismo nivel que el rey de Suecia en la foto; no sabríamos precisar si con más adecuado atuendo, si con más relajada sonrisa, si más europeo uno o el otro. Sin mácula alguna de subdesarrollo, vamos; sin pizca de exteriores complejos. ¡Bárbaro! Pero qué duro debe ser para un escritor aceptar tamaño reconocimiento por las que fueron, alguna vez, las anónimas y espontáneas palabras de la tribu. Más aún, por toda esa parafernalia de mierda al rededor del premio y del premiado. Páginas profusamente ilustradas, las dedicadas al Nobel de literatura 2010, que hacen nos refugiemos y asumamos sin escrúpulos –incluso como bienhechoras — las de la propaganda sobre nuestro insignificante fútbol local.
Sin embargo, la presente no es una nota más de reflexión ni, menos, de sesudo estudio de su narrativa. Quisiera, sí, ser un discreto llamado de atención en su poesía. A Mario Vargas le debemos Los cachorros; le debemos muestro cariño –semejante al inspirado por el niño Ernesto, en Los ríos profundos— a Pichula Cuellar; le debemos nuestro odio (“fuego que impulsa”) a la gente standard o razonable de toda laya (por ejemplo, aquellos personajes colectivos, femeninos y masculinos, que enmarcan a dicho anti-héroe). Es decir, no todo en Vargas fue siempre la racionalidad política o el horror al “caos” que él mismo se encarga –en declaraciones y discursos– de enfatizar como claves de su vida y proponer –a jóvenes o virtuales escritores– como los auténticos protagonistas de su obra. Mario Vargas alguna vez no fue nada de esto último. Y, sí, algo que alguna vez hiciera honda compañía a un joven poeta, ahora ya viejo. Alguien que pasaba –con igual compromiso y deleite– de jugar un bravo partido de fulbito en el barrio a leer las páginas sobre la soledad de Pichula Cuellar. Ya que no jugamos más fulbito… y conminados a elegir, preferimos –también en este caso– largamente la sección deportiva a la de cultura.
Otra nota que pertenece a Palotes de un autista comprometido.