PERÚ: Último lugar en “pensamiento creativo”

Al margen o paralelamente a lo que los presentadores de esta noticia ventilen sobre el ínfimo desempeño en “pensamiento creativo” de los jóvenes del Perú, queremos destacar sólo dos puntos entre muchos posibles.  Pablo Guevara alguna vez  dijo algo como esto:

-Genio es el que sale de su casa sin un real en el bolsillo y esa tarde él y su familia almuerzan.

Así que lo que aquilatamos como conocimiento, o lo que aquella prueba Pisa sopesa, es una abstracción desligada de la vida; es más, un prejuicio análogo a una sofisticación o refinamiento intelectual que, en última instancia, en los países desarrollados, se mide en más o menos eficiente tecnología militar.  Esto se halla detrás y es lo que, a la larga, importa y apoya el estado en aquellos pagos.   Nuestra riqueza, que es la pobreza, resulta una abundante materia prima que no sabemos aprovechar para crear otros bienes, arte y costumbres; es de esperar, menos dependientes culturalmente y más justos.  Tal como decía José María Arguedas:

-En técnica nos superarán y dominarán, no sabemos hasta qué tiempos, pero en arte podemos ya obligarlos a que aprendan de nosotros y lo podemos hacer incluso sin movernos de aquí mismo (“No soy un aculturado”).

El segundo punto, ligado al primero, es peguntarnos cómo es posible esta falta de “pensamiento creativo” en la patria de César Vallejo, sobre todo, cuando él lograra aquí su mejor obra (Los heraldos negros y Trilce).  Su actitud acaso pueda ilustrarla un autor del Siglo de Oro, autores entre los preferidos de Vallejo, el docto Baltazar Gracián:

-Sin valor es estéril la sabiduría.

Pero valentía no únicamente ante el explícito poder político de turno, deseable.  No.  También, sobre todo en el caso de Vallejo, ante el poder de disuasión de la institución literaria vigente.  Porque la corrupción política, entre nosotros, resulta paralela y equivalente a la poética.  Es decir, no sólo existe mediocridad, a veces muy “sentida” o muy “bella” o muy “compleja”, sino que ésta conviene a los que intentan, en el campo cultural,  perpetuarse en el poder simbólico (a la larga vinculado al de la política y al de la economía).  Pero, ojo, ni el apocalíptico César Hildebrandt ni, hasta hace poco, el simpático Marco Aurelio Denegri merecerían emularse; la noción de las Humanidades en la que militan, entendida como libros o canon occidental, no es la única.  Felizmente existen otras, igualmente retadoras y no menos disfrutables; aunque, asimismo, sea preciso desde joven iniciarse en las mismas. P.G.

 

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