DOMINICANíSIMOS

UNO

El sudor

le gana al poema.

La alcantarilla

a mi voz.

Una irregularidad, apenas.

Un terrón de azúcar desconcertado

ante tantísimo eco.

Así el niño que vende,

y la muchacha que compro

ni con palabras

ni con besos.

Poesía de cara a la desconcertante

habilidad de unas serranas

de uñas multicolores

y engominados labios.

El sudor

puede más que la sed.

Porque aquél es secreto y el anhelo

sólo puede mover montañas.

Poco a poco

corto trocitos

que añado a mi licuadora.

A la noche de Santo Domingo

es preciso palanquearla con un fierro

antes de asirla y cortarla bien.

Noche densa y aceitosa que resbala

–como por un embudo-

hacia las nalgas de mi ocasional muchacha.

Muchísimo más negras que su propia cara.

 

DOS

Una muchacha negra

va uniendo los cabos

de lo desconocido.

En veinte uñas

–y conectado a ella–

yo más bien soy su instrumento.

Una bocina por donde escapa

un nudo de ruidos

monocordes y muy antiguos.

 

TRES

La noche no depende de ti.

Esta noche, este cuello de botella

que compulsivamente atraviesas,

para nada depende de ti.

El semen tuyo, agua furtiva

que te asemeja a un arrollo

o a una chispa inocente,

en realidad no te pertenece.

Te has perdido en la noche

–como en el juego de los niños–

y no has vuelto ni han vuelto a encontrarte.

Sólo recuerdas el manso viento de la gente.

Sólo recuerdas el brillo de aquellos ojos:

una luz resbalando resignada

frente a tu puerta.

Todas las anécdotas al respecto

se reducen a esto.

Todo lo que has vivido también.

Una calle modesta y muy mal iluminada

y compulsivamente atravesada.  Y la noche.

 

CUATRO

Al paso.  No te apures.

Hasta el hoyo del papel

o de aquella india

de perfil tan moreno.

¿Qué es lo que se mueve

por ahí?  Más ná.

Montao, y qué.

Con oro, y qué.

Como dice Chicho Severino

en su tan conocida bachata.

Hay problemas.  Al poema

lo defendemos con un par de botellas rotas,

salvo si nos vienen con piedras.

Entonces, nos vamos.

Me llamas para atrás.  Cónchole.

Ante la curva de la piedra

prefiero la de tu vestido.

Y encaramado como un mango

tu tan sinuoso paso espero.

¡Bendito palo!

“De tanto quejarnos del aislamiento de la literatura dominicana en el Universo no se sabe quién envió a Pedro Granados, el poeta peruano, a Santo Domingo, por allá por los años 90 del siglo pasado. Granados se encandiló con la poesía y con la gente dominicana y se jodió para siempre, que está preso por la guardiemón”

Clodomiro Moquete

Puntuación: 5 / Votos: 3

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