–Me encantó tu relato, Armandito. Yo también he dado mis pasitos, son-andinos, en aquella mítica terraza de Villa Mella… sin los zapatos ni el sombrerito de rigor para el baile, nunca; pero con puro latido vallejiano-lezamesco entre esas bien cebadas jebas. Siempre he creído que la noche en V.M. empieza en El Torito y termina, de algún modo, sobre las rompientes del Callao… mismo mar, a esas horas, denso, prieto y encantado.
Evohé!
Luego de responder el e-mail de Armando Almánzar Botello, su buen y casi único amigo en la actual Secretaría de Cultura de la República Dominicana, a Juvenal Agüero le vino a los labios la noche de Santo Domingo. La verdad es ruido; lo evidente, mera apariencia; la certeza, ave esquiva y migratoria… pero en Villa Mella la REALIDAD –así, con mayúsculas– “nos cae arriba” (constantemente nos viene encima). Librados estamos a que, de un momento a otro, se destape la olla del sancocho… una bala, una luz alta, un beso enfilen hacia ti y rasguen de pronto la secular oscuridad. Y te revelen, entre pareciera ya extra-terrestes apagones, las cosas tal como realmente son. Puro olor. Y pura entrega a la música. Una bachata interminable.