POESÍA EN PAMPA
Un dedo de entrada, nomás un índice –otros hay– antiquísimo, moderno: Crise de vers, de Stéphane Mallarmé (1895), habitualmente traducido por Crisis de verso, o de versos, que el franco vers singular plural es. ¿Índice de qué? De una conmoción del carajo, de un trastorno de la gran puta, con licencia de putas y de carajos –al decir de Mallarmé, fundamental:
Lo remarcable es que, por primera vez, en el curso de la historia literaria de un pueblo [au cours de l’histoire littéraire d’aucun peuple; es decir, de un pueblo como ninguno, de un pueblo como de cualquier pueblo], conjuntamente con los grandes órganos generales y seculares en que se exalta, a partir de un teclado latente, la ortodoxia [luego se menciona en especial al verso alejandrino], quienquiera con su registro y oír individuales puede hacerse un instrumento, desde el momento en que sople, lo taña o golpee con ciencia; probarlo aparte y dedicarlo también a la Lengua.
Mallarmé habrá saludado tal crisis como un paso promisorio en la individuación literaria – individuación olvidada de sí, con todo, impersonal; más adelante apelará a la desaparición elocutoria del poeta que cede la iniciativa a las palabras y, al fin y al cabo, al genio anónimo y perfecto como una existencia de arte (dejo por ahora en suspenso esta última y no poco inquietante expresión –una existencia de arte–, aunque no evito remarcar que ella nos arroja ante la consumación del moderno proyecto identificatorio, desazonante: hacer de la vida una obra de arte). Individuación tal, de paso, erosionara toda común referencia formal en poesía.
En otras palabras: el franco decimonónico siglo (Baudelaire, Rimbaud, Lautréamont, Mallarmé et alli) habrá venido a subrayar la interrupción de la inveterada identificación entre poema y comunitaria configuración métrica y, a más abundamiento, entre poesía y forma. Desde entonces, la crisis no habrá hecho sino agudizarse. ¿Cómo reconocer un poema hoy? ¿Cómo no pasar o pasarse gato por liebre? ¿Cómo distinguir un poema de una tan vieja como nueva novela, de una generacional frase publicitaria, de un guión genéricamente formateado, de un puro cuento del drama o melodrama contemporáneo – si ningún criterio formal pudiera venir ya a zanjar nada?
Subrayando tal desmadre, Mallarmé subrayara también otra cosa: esto ocurre por primera vez, dice, en el curso de la historia literaria de un pueblo –de una cadencia nacional. Afirmar esto, ¿conlleva reponer sin más la convicción habitualmente dicha romántica que estipula que cada pueblo, que todo pueblo y/o nación tiene su literatura, que la literatura es eminente y universalmente cosa nacional-popular? No es tan seguro. Tal vez lo que se subraya ahí fuera antes que nada el carácter simplemente histórico o histórico-destinal de eso que llamamos literatura, su darse no ubicua ni atemporal ni universalmente sino en una proveniencia o destinación histórica dada – y Mallarmé distinguirá luego entre letradas o civilizadas eras (las europeas, eminentemente) del resto. Así, por primera vez, tal crisis: en el curso de la historia literaria de un franco pueblo – la France, de Occidente, moderna punta de lanza.
Ante crisis tal siempre cupiera la posibilidad de intentar negarla o reprimirla, retornando defensivamente al fondo, por caso, y, si no al fondo, al poder instituido.
Al fondo, a la identificación del poema con el fondo, con el contenido, con el tipo de contenido, que es sobre lo que la poética antigua, aristotélica, en parte, se irguiera (el poema trágico: mima de caracteres nobles; la comedia: mima de caracteres bajos, etc.). Y si no por el fondo, tentación de reprimir la crisis apelando al poder instituido: lo que la institución (literaria, académica y/o estado-nacional, pero no sólo ellas), su voluntad de poder, habrá reconocido.