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Poesía

“Spasmo-Dolviran”: ¿el último cuaderno de Luis Hernández?

Resumen

Nos hallamos ante un magnífico documento artístico –la denominada “libreta Bayer”, publicada en sus páginas escritas (96 de 172)– anexa a La harmonía de H; y que nosotros, de acuerdo a lo que se resalta en la página liminar de dicha libreta, vamos denominando más específicamente “Spasmo-Dolviran”. Ésta, tal como nos lo advierte la nota del editor, le fue regalada por un amigo en 1964 (año en que Hernández estaba de estudiante en Alemania), pero es recién en 1976 (uno previo a su voluntaria desaparición en Buenos Aires) cuando el poeta la utiliza para dibujar su ¿última poesía?

Palabras cave: Poesía de Luis Hernández; Luis Hernández y César Vallejo; poesía peruana.

https://www.academia.edu/114298330/_Spasmo_Dolviran_el_%C3%BAltimo_cuaderno_de_Luis_Hern%C3%A1ndez

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Desaparecer un cuerpo

Desaparecer un cuerpo es lo más semejante a escribir un poema.  Este protocolo vuelve al poema semejante a ejecutar un crimen y desaparecer el cadáver.  Ata la cultura a la incultura, la paz a la violencia, la vida a la muerte.  Ácidos y otros insumos aplicados rápido sobre la piel, músculos, órganos, cartílagos y huesos hasta verlos deslizarse —juntos e indistintos–  en el alcantarillado de la regadera.  Aunque todo esto auto-aplicado, en primer lugar, contra quien escribe el poema; con análoga medida y similar efecto corrosivo sobre cuerpo y alma.  Sobre los recuerdos más tiernos o aquellos más humillantes.  Contradicciones y antítesis las cobija por igual la escritura.  Diluye la especificidad de lo humano en otra y mayor dimensión. El aroma del mar o el verde amarillo de la retama en primavera.   Luego de aplicarme a pensar, parsimonioso y concentrado, no hallo otra cosa que mis ideas ensopadas entre los resbaladizos meandros  del cerebro.  ¿Qué joya me llevo sino el deseo de ser todavía más humano?  Olas, lluvia, desierto, noche y tempestades.  P.G.

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Trilce IIIVXX/ Manuel García Cartagena

IIIVXX

De aquella época solo conservo
una madre y un padre pequeñitos y planos,
una foto dos por dos de cariño fiero.
A tazón alzado, como en la misa de la mesa, ondea la bandera de frijoles, arroz y carne,
y un café lento, como el recuerdo,
de vez en cuando se cuela entre los días.

No habrá nunca mejor escuela
que aquella mesa de la que un día me ausenté.

A ese yo que ya no está allí,
a ese que un día se fue y que aún no regresa,
ahora que la mesa se quedó sin geografía,
qué manera de madre le va a decir de nuevo sírvete;
con qué boca comería solo un chin
de aquel hogar que ya no está.

Alguien borró mi cara de todas las fotografías
en las que aparece Dios a la hora del sacrificio,
y ahora es esa ausencia mi único don:
soy yo quien falta
y es mi propia falta la que me hace,
pero mi madre aun me espera
y los días me desllegan.

Desde esa mesa, mi padre me dibuja imágenes de un tiempo en que era bello vivir.
Levito en el sopor de aquellos mediodías:
una escoba de suspiros barre los montones
de mi propia ausencia acumulada,
mientras mi padre borda el aire con un hilo
de palabras.

Si no me hubiera ido, estaría ahora sentado
en esos recuerdos que nunca tuve.
Ahora que ya no tengo madre, ni padre,
ni recuerdos, ni mesa,
soy mi propio almuerzo
y me lo como.

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CUADRO LIMEÑO/ Israel Tolentino

Mariella Agois (1956 – 2024)

Guardo de Lima una botella/ Llena de lluvia/ Y un puñado de arena/ En el pañuelo. A veces recuerdo/ La luz de su nublado cielo/ Y la acaricio/ Como se acaricia una perla/ En el bolsillo (Jorge Eduardo Eielson).

Murió Mariella Agois, artista de voz y mirada tiernas, recuerdo que en la exposición en la galería Lucía de la Puente en Barranco compró dos de mis cuadros. Alegría pospuesta en estos días mientras reviso fotos y leo las cariñosas publicaciones sobre ella.

Murió mi concuñado Juan López, de muchos amigos y amante de los Volkswagen. En cada encuentro me ofrecía un par de cervezas heladas; la noche de su velatorio chacchamos y bebimos hasta el amanecer saciando sus ofrecimientos.

Murió Inés, amiga de un curso en Bellas Artes, conservo su autorretrato y su gusto por coserse corazones en las chaquetas.

Murió el artista Carlos Bernasconi, con una obra en contracorriente, trabajaba silbando con la sonrisa de oreja a oreja.

Murió el actor Diego Bertie, de abatimiento íntimo. Siempre jovial y deportivo.

Murió padre Ugo de Censi, también artista; a Elita y a mí nos casó en la iglesia San Francisco, esa tarde mirando la arquitectura interior decía: lindo templo, lindo.

Murió Pablito Macera, tenía todo preparado para su sepelio, su rostro respetable y la sabiduría de sus manos nunca le dejaron.

Murió el narrador de quien admiraba la blancura de sus cabellos, la sobriedad con que lo encontrabas en una mesa del Queirolo del centro y la gentileza con que respondía los saludos.

Murió Juanja, habíamos quedado en comer algo en el chifa Viet Nam. Se fue a Bogotá, yo a Chacas; para el siguiente encuentro en noviembre solamente quedaban carrizos dibujando lágrimas.

Murió Jorge, otro amigo del curso en Bellas Artes, siempre de buen humor, una vez me recomendó ver al Dr. Francisco Soriano.

Murió el pintor admirado en mi juventud, atesoro un catálogo donde escribe con su fuerte caligrafía: ¡Israel, no dejes que ninguna pesadilla ni nadie interrumpa tus sueños!

Murió don Jesús Urbano Rojas, le puse de cabecera luego de leer “Santero y caminante”. La única fotografía que nos tomamos fue a su salida del Gran Teatro Nacional, tarde en que mamá Genoveva le llamaba “maestro”.

Murió Jorge Eduardo Eielson, todos, esa noche esperábamos ansiosos verlo, se presentó con una máscara cósmica, hermoso objeto azul donde brillaban las estrellas sobre el mar empañado de Lima y el mar Mediterráneo. Los aplausos surgieron del corazón.

Murió Sato, amigo querido en las buenas y en las malas, de nobleza y sencillez inigualables, admirador de Condemayta de Acomayo.

Murió Felipe Ehrenberg, si bien no en esta ciudad, quedó pendiente viajar hasta su tierra y conocerlo y traer “Manchuria” autografiada. No todo, la eternidad te concede.

Murió Cristóbal Campana, la última caminata fue desde el Istituto italiano di Cultura hasta no recuerdo que lugar yendo hacia Miraflores. Me dio un abrazo como los daba mi abuelo.

Murió el autor del impávido título: “Un iceberg llamado poesía”, yo llegaba a Lima, él esperaba un autobús entre Benavides y Panamericana Sur.

Murió Adriana Dávila, actriz en la película “Sin compasión” junto con Diego Bertie. Parte de su vida fueron los andes y la poesía.

Murió Víctor Churay artista Ivá Wajyamú (clan Pelejo) luego de una fiesta pollada, su cuerpo golpeando entre el acantilado se soñaba en una hamaca de serpientes blancas.

Murió mi promoción Willy Astuvilca, dejó el pueblo buscando un mejor destino y en una primera trifulca sus ojos se cerraron para siempre.

Murió el poeta que empezaba a leer los libros desde atrás por su afición a la sección deportes de los diarios. Hoy soy hincha de su equipo, del otro lado del río.

Murieron las madres Paulina y Josefina, dos monjitas maternales que nos servían cafecito con panes hechos en casa y cantando nos enseñaron a leer y escribir.

Murió la señora Isabel, mamá de Sato, incontables veces almorcé con ella. Sus viandas eran contundentes, sazón huamanguina. El día de su entierro viajaba de Incahuasi a Andahuaylas.

Murió mi suegro cuando aún no nos habíamos reencontrado con Elita su hija y, él no suponía que ese muchachito parado cerca de su Ford le llamaría papá Visho.

Murió mi abuelo, papá Miguel, nunca termino de hablar de sus ocurrencias, de darme cuenta de lo aprendido de él.

Murió César Vallejo en 1938. Todos estos recuerdos nacen a partir de su poema “la violencia de las horas” incluido en un librito comprado a un sol y preparado por Roberto Marroquín Peña en 1992, año que llegué a Lima (Lima, enero 2024).

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VICE – SECHURA

Para Amálio Pinheiro

I

De Sechura las garzas

Invisibles

Y asimismo las cabrillas

Harto visibles

Ignoro si amagamos la pandemia

Con la tantísima canícula

Donde fueron muriendo los garzas

Y más aún las nociones de lo mío

Y lo tuyo

Pero nunca las cabrillas

De un solo ojo

Que andaban rajadas por la mitad

Tal como mi oscilante alegría

Un solo ojo para orientarse

Y para hacerle compañía al sol

Rajado él mismo

Como la cabrilla como nosotros

Como casi todo

II

La gente sale del manglar cada día

Porque también nació de él

Y emerge de él hasta con el tiempo

Volverse una costra dura

Una mácula una pétrea espuma

Insignificantes en medio del desierto

Nosotros hemos bebido y comido

De aquella entraña

Es decir

Hemos conocido el sabor de la arena

Y desde los pies nos hemos impulsado

Cotidianamente

Fuera de aquel imantado fango

De labios tan ávidos como untuosos

III

Viajar en moto taxi sobre aquellos desiertos

Es idéntico a remontar el cielo

Olvidarse de lo más elemental

Y no por ello

Adosarte a una fe palpable ostensible práctica

Una vaina de algarrobo  seca y dulce

Ante pesadísimo tráfico

Briznas al sol

Garzas en huesecillos

Polvareda de remotas civilizaciones

¿Cómo irías a condenarte

Entre tanto amarre a tu corazón

Y en medio de este fango?

© Pedro Granados, 2021

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Renato Sandoval Bacigalupo, Trenos de trinos (1983-2023)

EN EL CAMINO
A lo largo de la carretera se apiñan los kilómetros
uno tras otro o uno antes que el otro
nada sucede en sus íntimas proyecciones
poco o nada marca su progreso o su retraso
una miríada de puntos sin destino fijo
un cansancio inútil al surcar el mar reseco
una queja al destajo entre tundras y barrancos
siempre el desaliento nunca el alimento
de quienes escalan y se deslizan en bravíos roquedales
sombras impregnadas en las dunas del espectro
nadie estampa en las millas una cifra inteligible
la ruta cenagosa se aparta del paisaje
y mira solo a la moza, a esa broza, a aquella rosa

CENA
Nada se ha perdido en este recinto
la mesa postergada en el rincón de la memoria
las sillas de la cena donde nadie me esperaba
los platos sin frijoles que nunca aparecían
la orden furibunda del padre ante
el invicto orden de la madre presurosa
el miedo a atorarse con el miedo de comer solo espinas
el pan de tanto ayuno rogando por nosotros
todo sigue ahí intacto entre mis cosas
y la plegaria al buen dios que agradezco día a día

XVII
Bebo el té diario
con la reverencia que le debo
Me da lo que me falta
y me arroja
al camino de las almas
Una garza se eleva
entre las parvas
y todo parece cierto
y la duda ya no existe
Solo el té y su amargura
me alerta
sobre lo que temo
o desconozco
Es el modo de ser siempre
quien teme y duda
más de lo anhelado

Una poesía culta y sabiamente refrenada que, de modo paulatino,  adrede se hace inculta hasta la cuita y el conjuro.  Parsimonioso maestro del lenguaje, desde su primer poemario, en medio de una generación –la de los 80– atenta más bien, como los de Hora Zero en los setenta, a los ruidos de la calle y al descuido en la factura de los poemas.  El haiku, tanto como César Vallejo, cohabitan en su última poesía.  Honesto y persuasivo purgatorio, el de Renato Sandoval Bacigalupo, oteando a través de ciertas hendiduras el hogar del cielo. P.G.

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“Quiero perderme por falta de caminos”

Foto por Rosario Bartolini

Quiero perderme por falta de caminos. Siento el ansia de perderme definitivamente, no ya en el mundo ni en la moral, sino en la vida y por obra de la vida. Odio las calles y los senderos que no permiten perderse. La ciudad y el campo son así. No es posible en ellos la pérdida, que no la perdición, de un espíritu. En el campo y en la ciudad se está demasiado asistido de rutas, flechas y señales para poder perderse. Uno está allí indefectiblemente situado. Al revés de lo que le ocurrió a Wilde, la mañana que iba a morir en París, a mí me ocurre en la ciudad amanecer siempre rodeado de todo, del peine, de la pastilla de jabón, de todo. Amanezco en el mundo y con el mundo, en mí mismo y conmigo mismo. Llamo e inevitablemente me contestan y se oye mi llamada. Salgo a la calle y hay calle. Me echo a pensar y hay pensamiento. Esto es desesperante.

César Vallejo, Carnets 

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Por un 2024 en simetría

Foto por Rosario Bartolini, 2023

Por un año nuevo sin políticos ni policías ni poetas

Ni, por lo regular, alguna mezcla entre ellos

Vendiéndonos o lo hiporreal, por un lado,

O al mero humo de sus sesos, por el otro

El pensamiento anda virgen allá afuera

Y no es exclusivo de los humanos

Tal como consta en esta reveladora fotografía

Una mirada terca del horizonte hacia nosotros

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