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Ensayo

Madrid 1988: Crónica de poesía

Crónica de la “marcha” poética española en el año 1988.  Año del cincuentenario del fallecimiento de César Vallejo; cuya efeméride se llevó a cabo en el Ateneo de Madrid.  Asimismo, de la consolidación o patente, en España, de la denominada “poesía de la experiencia”.  Sobre ambos acontecimientos gira la presente crónica-ensayo.

Foto en el Ateneo de Madrid, en ocasión de un recital de poesía en homenaje a los 50 años de la muerte de César Vallejo (1938). Participamos, además de este servidor (flaco y con pelo), el poeta Antonio Cillóniz (de blanco) y, al lado de éste, Marcos Ricardo Barnatán (buen lector de Borges) y Tomás Mallo ante el micrófono. El Ateneo estaba literalmente abarrotado. Al final de la lectura, recuerdo, entusiasmado se nos acercó el bueno de Alfonso Barrantes Lingán (“Frejolito”) a felicitarnos. Yo no tenía sino unos pocos meses en Madrid (andaba becado por el ICI) y, por tal motivo, conservaba la mirada en claroscuro desde mi popular barrio de Breña. Mirada en blanco y negro en tanto pobre y pendeja y, por otro lado, deslumbrada por las maravillas que me ocurrían todo el tiempo. Mirada esponja y, al mismo tiempo, garrafa para beber; fuente.

Casi en llegando a la capital de España, fragüé el siguiente poema:

Amanecer en Madrid.

Amanecer en invierno.

Hay sopas:

De ajos.

Castellana.

Consomé de la casa.

Origen de las nuestras.

Los ojos de la señora

que atiende en la barra.

Origen de los ojos de todas

nuestras madres y de todas

nuestras mujeres.

Necesitar estos ojos.

Necesitar acariciarlos,

besarlos, copularlos.

Todo a un tiempo.

Queremos decir que estamos

en un amanecer en Madrid.

Pero la banalidad

no es lo nuestro. Sí,

las canciones.

Las canciones y esta luz

que se arroja lenta

desde el trampolín del cielo.

Ya me duele el alma

de tanto quererte.

Pero lo nuestro no es la banalidad.

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“Y la península párase”: Contra André Coyné

Foto por Rosario Bartolini, 2023

Hace tiempo teníamos pendiente, aunque por pura pereza no lo procurábamos, encontrar una buena imagen para lo que desde nuestro, Poéticas y utopías en la poesía de César Vallejo (Lima: PUCP, 2004), vamos sosteniendo contra la canónica –por indiscutida e indiscutible– lectura de André Coyné, sobre Trilce I, en tanto acto de defecar en un contexto carcelario.  No es así, aunque el guano de los alcatraces por estar vinculado al sol o venir desde lo alto, sea tan valioso en este poema: guano como luz o luz como guano que fertiliza.  Vallejo, por lo común, en virtud de su militancia en el viejo oxímoron, abordará lo sublime con un lenguaje inverso al de su institucionalizado decoro. Entonces, no se trata de ninguna defecación sino, más bien, podría decirse también así, del testimonio de un coito: “Y la península párase”; aquel cotidiano y efímero (“en la línea mortal del equilibrio”), durante el crepúsculo, entre el sol y la playa; implícitos aquí, el mar y cada uno de nosotros (observadores o lectores).  Un coito o un llamado, una invitación, a ser fertilizados por aquellos: “MÁS SOBERBIOS BEMOLES”.  Convocatoria simétrica y política, sin duda, de singular importancia para nuestros tiempos en que nos debatimos entre utopías y distopías, y donde el antropocentrismo, sin lugar a dudas, ya no va más.

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Jaime Saenz en el teleferico paceño: Algunos cables de su poesía

Acicateados por la observación de la estudiosa Mónica Velásquez: “Nada hay bien dicho sobre la relación de la obra saenzeana con autores bolivianos, latinoamericanos o universales (a excepción del texto de Wiethüchter sobre rasgos románticos en Sáenz y Pizarnik) carencia de nuestra crítica [¿sólo de Bolivia?] frecuentemente ocupada en los textos sin relacionar éstos con sus fuentes y sus pares” (2011: 16). Por lo tanto, y a modo de recoger el guante, iluminamos algunas zonas del cableado de su poesía –fuentes, coincidencias, anticipaciones– en relación con otras de la región; muy en particular, con la de César Vallejo. Relaciones hace tiempo consolidadas; pero que pueden resultarnos novedosas e incluso insólitas tanto como las nuevas imágenes paceñas a las que nos da acceso el flamante teleférico de la capital boliviana. Palabras clave: Jaime Sáenz y César Vallejo, Trilce y la poesía boliviana, Muerte por el tacto.

https://www.academia.edu/27752902/Jaime_Saenz_en_el_teleferico_pace%C3%B1o_Algunos_cables_de_su_poes%C3%ADa

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AUTISMO COMPROMETIDO

El presente volumen hace parte de un proyecto más grande: “Autismo comprometido: sobre poesía latinoamericana reciente”. Donde se ensaya una  crítica de tono y  formato menor.  De carácter post-autónomo en tanto sus textos son transdisciplinarios o híbridos. Y donde se intenta indagar, en este caso particular,  los microsistemas de poder u opinión que subyacen en la lectura de la tradición poética peruana.  Por lo tanto, se leen poemas y también poetas; así como escenarios o lugares de enunciación.   Pensando en la estudiosa y, no menos,  en el muchacho al que le gusta la literatura, pero nos dice que lo malo es que hay que leer.

Autismo comprometido. Sobre poesía peruana reciente

Autor: Pedro Granados
Editorial(es): Paracaídas Editores
Lugar de publicación: Lima
Año de edición: 2013
Número de páginas: 129
ISBN: 9786124192029

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José Vicente Anaya (1947-2020), presente

Traducciones de JVA:

Quedé en la inopia

Todo me quitó el ladrón.

(!tengo esa luna!)    Ryokan

¿Quién me dará la

nalgada cuando

vuelva a nacer?

¿Quién cerrará mis

ojos cuando

a la hora de mi muerte

me vea?            Elise Cowen

Quiso estar loco, como Artaud, pero su cordura no se lo permitió.  En poesía, como muy pocos, era un erudito del pasado y también del presente.  Bueno, rasgo no extraordinario en México donde el problema de su poesía, según Julio Trujillo, es “el exceso de cortesía”; es decir, no la insuficiencia de documentación ni, por lo general, un elaborado estilo (incluso el infrarrealista). De modo sumario, un militar en nociones antropocéntricas duras de las Humanidades.  Nosotros éramos los que estábamos locos.  A inicios del año 2004, una vez graduados en Boston University, y con escasísimo dinero (mejor, por vergüenza ajena, no digo el monto), tomamos el primer Greyhound disponible y nos fuimos en autobús hasta México DF y, de aquí, a Puebla.  Viaje infinito, aunque tolerable, por la avidez de conocer el camino; viaje de vuelta, muchísimo más penoso, porque cruzando nada más la frontera de Laredo, de regreso a Boston, perdimos una de las numerosas conexiones que nos traían con nuestra chaqueta, documentos y Laptop dentro del autobús.  José Vicente, persona absolutamente frágil dentro de un empaque de cruzado.  Obvio, coincidimos en Puebla; bueno, él en plan de brindar sus talleres en la “Casa del poeta”, en tanto miembro del Sistema Nacional de Creadores Artísticos (SNCA); nosotros en plan de sobrevivir y absorberlo todo.  Fue muy positivo nuestro “Año mexicano”.  Nos presentó en Puebla a su novia, muy bonita, que fue y, luego, no fue; después también  nos enteramos que –por enésima vez– rompió con José Ángel Leyva y concluyó Alforja, la cual ambos dirigían.  Alforja, una muy inspiradora revista de poesía a nivel regional.  José Vicente Anaya, cabeza de león y no cola de ratón de las letras mexicanas e hispanoamericanas. P.G.

Visión infrarreal del Infrarrealismo/ Pedro Granados

El infrarrealismo (1976) fue una reinvención horaceriana del chileno Roberto Bolaño[1] en México (país con mejor infraestructura económica y mayor capacidad cultural mediática que la del Perú, ¿nos entendemos?); ya que aquél en su patria, y durante la dictadura de Pinochet, no podía hacerlo… Pero se topó con un talentoso, como Mario Santiago Papasquiaro, que más bien influyó en él o, al menos, en el diálogo tomaron uno del otro.  Bolaño, el lado lírico, imaginista o romántico de Papasquiaro; y éste, lo que aquél debía a Hora Zero (1970) y que –en ese entonces y para aquel contexto– no era poco: el aspecto contestatario, informal, callejero, político en suma. El cual, a la larga, venía de una lectura de época de César Vallejo (Monsieur Pain); y no necesariamente del talento “teórico” o “praxis teórica” de los de Hora Zero (Tulio Mora e incluso el mismo Juan Ramírez Ruiz, para ni siquiera referirnos a Jorge Pimentel en tanto crítico). Lectura vallejiana, maniatada al dolor y al compromiso, la cual montó y administró –para todo el continente y desde los 60′– la Revolución Cubana.  Filiación de Bolaño, aunque un tanto tardía, a la “familia Vallejo” (Roque Dalton) en rechazo de la de Pablo Neruda; o del “imperio” que por aquella época constituía en México la obra de este premio Nobel (1971) junto con la de Octavio Paz. Filiación más gravitante y contundente allí, en el contexto del Infrarrealismo, que el humor deconstructivo de un Nicanor Parra (autor no menos vallejiano, aunque en otra lógica); o que el vanguardismo anterior y local de un Maples Arce (Estridentismo).  Bolaño, además, en México no sólo utilizó  a su muy joven compatriota, Bruno Montané Krebs, ávido y curioso lector, a modo de ósmosis o mayéutica poético-intelectual permanente; sino que también empleó y manipuló, esta vez como pantalla, a José Rosas Ribeyro –poeta peruano absolutamente menor de Hora Zero— para intentar canibalizar este último Movimiento: ponerlo a la par del mexicano o incluso hacer preeminente al Infrarrealismo a nivel continental (cosa que, al fin de cuentas, logró con la publicación de Los detectives salvajes).  José Vicente Anaya[2] –junto con Bolaño y Papasquiaro otro de los fundadores del Infrarrealismo o, al menos, de alguno de ellos– ante tan fulminante expansionismo del chileno (paralelo, consistente y mayormente incuestionado ante la crítica como los de Raúl Zurita o Pedro Lemebel, sus paisanos) queda atónito y no tuvo más remedio que quedarse, mayormente, de ensayista y traductor (poetas beats, haiku japonés, Marge Piercy, Allen Ginsberg y un largo etcétera).  Es decir, Anaya en aquel exacto momento, careció del oportunismo y malicia de Bolaño –aunque luego éste, en la novela, descubriera el mejor formato para su escritura– y de la persuasiva zozobra que lograban comunicar los versos de Mario Santiago Papasquiaro.

[1] “Al parecer siempre se preocupó por ser considerado el líder del grupo y por ejecutar ‘expulsiones’ […] En buena medida, Bolaño hace un gran trabajo de lavado de imagen en su novela [Los detectives salvajes]” (Heriberto Yépez, “Historia de algunos infrarrealismos”, Alforja 37, 2006)

[2] “Me recuerdo caminando con él [Anaya] sobre la calle de Dolores, en el barrio chino de la Ciudad de México, por los años setenta y cuatro o setenta y cinco.  Se le ligaba entonces, de cierto modo, al movimiento infrarrealista, de quienes llegó a ser de cierta forma un involuntario gurú” (Evodio Escalante, “Tres versiones sobre José Vicente Anaya”, Revista Esquina Baja, No 8, enero-marzo de 1990. 2)

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¿En qué momento se jodió la poesía del Perú? (Relouded)

Foto por Marina Herrera

Cuando empezó a gravitar en ella la academia o, podríamos  también así entenderlo, el sentido de grupo o de cuerpo. Ni César Vallejo, junto con Miguel Grau, el más peruano entre lo que constituye contemporáneamente la cuna de los Incas, quien escribió más bien contra el Perú; contra el cotarro que no celebrara sus versos de joven poeta en Huamachuco o, más grave todavía, contra el que posteriormente lo llevara a la cárcel.  Ni Eguren, el cual construyera todo un mundo alternativo frente al que lo obligó a caminar, para acomodar estantes y pasar libros a los estudiantes, cotidianamente de Lima a Barranco.  Lo más semejante a Eguren es Huamán Poma de Ayala, con su gruesa Carta al Rey bajo el brazo, y su inenarrable, por hartísimamente trajinados, dolor de pies. Ni Martín Adán, quien escribiera su tesis a espaldas de los gramáticos de su época, que  era así como se entendía la labor intelectual durante la misma; y nos dejara para siempre unos poemas a Machu Picchu muchísimo más vivos que los de Neruda.  Aunque sin dejar, allí mismo, de advertirnos  lo siguiente:

Que el Cusco es una invención de Luis Valcárcel

Y que mañana volveremos a Lima

Con la hostess mulatita que nos habla en inglés

Y nos mete en la boca la boquilla

De tu oxígeno, Macchu Picchu

Ni César Moro, quien en definitiva se nos fue a otra lengua.  Ni Jorge Eduardo Eielson, el cual aclimatara en su poesía o simplemente transportara el mar y la arena de la costa peruana al mediterráneo.  O siendo más puntuales, de manera análoga a los haikus de Javier Sologuren, a unos incontaminados conceptos.

Ante la arremetida corporativa (no sólo se limita a la universidad) e ideológica de la Católica, casi contemporánea a Los heraldos negros, se instaló el concepto San Marcos.  Antes no existía ni funcionaba brand o marca alguna porque, al menos el pensamiento, era producto de la cuatricentenaria.  No de la UNMSM, entendámonos, sino simplemente del Perú.  Posteriormente, incluso a mayor fragmentación de la academia, se sucedieron los grupos y la consciencia o la subconsciencia de los mismos.  Y dada la posibilidad laboral de pertenecer a alguno de aquellos o, al menos, la promesa-ilusión de sobrevivencia para los dedicados aquí a las letras, vino el consecuente compromiso institucional; y, con él, con seguridad a partir de los años cincuenta, aunque con matices hasta el día de hoy, la absoluta esterilidad  de la poesía letrada o culta en el Perú.  ¿Quién, entre aquellos nombrados, se empleó en su poesía como grupo o supo de antemano la moraleja de cuanto escribiera?  Con apoyo y aval de la academia la literatura de autoayuda habitó entre nosotros.

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Al modo de Daniel Alcides Carrión

A Lastenia, i.m.

Al modo de Daniel Alcides Carrión, aunque en el área de las Humanidades o de la poesía peruana, Juvenal Agüero se auto-inoculó el virus del anonimato.  Entiéndase, el manejarse sin grupete de amigos o de colegas en esta área y, lógico, lo esfumaron de ciudad y campo.  Corre ya el año 2022 y, al menos en el Perú (su patria), Juvenal es un total desconocido y, en respuesta a esto, debe ganarse tenaz y meticulosamente la existencia.  Objetivo cumplido, entonces.  ¿Qué pasó, qué demostró?  Que la literatura no la hacen los individuos, sino las instituciones por más equivocadas o periclitadas que éstas sean.  Que cuando un determinado autor (si es que esta categoría aún debe permanecer) se adapta o se maneja en consonancia con alguno de aquellos clanes o grupos todo puede ir sobre ruedas; es decir, uno entra en el canon y se coloca en algún punto del partidor.   Pero si no.

Un  desencuentro clave de Juvenal, iba a decir una de las principales fugas en el sinuoso galvanizado de sus desgracias, se produjo de modo muy puntual.  Corría el año 1994 y a  Juvenal no le agradó en absoluto la poesía de una colega.  No recuerda qué gesto improvisó en la cara; pero éste no le gustó, asimismo  en absoluto, al yerno de aquella poeta, uno de los dueños de El comercio; el cual  le devolvió la mueca elevada al cubo y deletreando, entre pelos del bigote y labios, algo aquí impronunciable.  Obvio, Juvenal se jodió ante el 80 o  90% de las comunicaciones en el Perú.  Aquella suegra de yerno tan suspicaz y Juvenal, junto a otros dos poetas locales, leían en el “Encuentro con la Poesía Hispanoamericana” organizado por Jorge Cornejo Polar,  aquel mismo año en la Universidad de Lima. Dicho yerno se  sentaba en primera fila y, para ser precisos,  justo frente al lírico escenario.  Festival de la Universidad de Lima del dramático arrivederchi —sobre una  silla de ruedas– de Emilio Adolfo Westphalen ante un numeroso y compungido público; aunque el autor de Las ínsulas extrañas sobreviviría, gordito y contento, por unos diez años más gracias a las oportunas y múltiples atenciones que le prodigaron en la clínica Maison de Santé (sede de Chorrillos).  Luego, ya no con El comercio, sino frente a la ancha base de la pirámide del Perú que constituye la  Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), y sin explicamos del todo el por qué,  Juvenal cayó de pronto tan mal allí.  Hasta el punto que ni compartiendo semejante vaso de chicha morada, con respectivo sánguche de  palta, en análogos kioskos del campus, sus colegas de Letras  –por un par de años (2018-2019) el protagonista de Prepucio carmesí enseñó redacción en EE GG Ingeniería– no lo hubieran invitado siquiera para hablar  de  “Huaco” (Los heraldos negros), poema sobre el que Juvenal era muy elocuente y no menos persuasivo.  Pregunta acaso demasiado extensa para respuesta tan sumaria.  Juvenal jamás acreditó en orientaciones  neo-hispanas ni neo-indigenistas; ni en, programáticamente, pitucas o damnificadas.  Ambas actitudes, creía Juvenal,  atentaban contra el libre pensamiento y la inmotivada alegría; auténtica medida de lo humano, añadía para sus adentros aquel ex vecino del barrio de Breña.  El problema estriba siempre  en cuánto, a costa de tanta anuencia, nos vamos cargando de poder y poco a poco transformamos  nuestro complejo, único  y expresivo rostro en una vulgar cara de poto, perdón, de palo.

Por otro lado,  ¿cómo iba la química de Agüero con las actuales hornadas peruanas de escritores o periodistas o curadores o acróbatas de la cultura?  Amnésicas, orgánicas a la hora  del vitute y nerviosas por todo; obvio, soslayaban al arrecho irredento que siempre fuera el del trágico accidente con la cremallera (Prepucio carmesí).  El mismo que –¿acaso  lo ignoraban?– precipitara el deceso del escurridizo beato, Martín Adán (Juan Mejía Baca dixit).   Nada, pues, con los para siempre sub veinticincos ni sub treintas; ni con aquellos que pretenden ser filósofos a la hora de pergueñar sus versos, sin jamás haber aprendido, de modo paralelo y cotidiano, del insondable arte zen de hacer su cama.  Y en esto Juvenal no discrimina entre X e Y.  Mucha barba, la parafernalia de alguno de estos nuevos tabloides, para tan poca quijada.

Chateaba Juvenal hace poco, con alguno de los poquísimos amigos que le quedaban, refiriéndose a V & C  y su ceguera ante César Vallejo … mosquitos aturdidos por su propio zumbido y atentos a la venia de los que mueven el asunto en Argentina o en México…  al otro lado del WasApp alguien se cagaba de la risa.  Porque Mingo cada día y cada vez más, y tormentosamente, sabe que es un impostor; tal como cada uno de los kloakas y, un poco más atrás, cada uno de los canillitas de HZ.  La cuarentena tuvo el mérito de obligarnos a sumir el estómago y despojarnos de lo prescindible que es casi todo en la, más o menos reciente,  poesía letrada del Perú (y pareciera, asimismo, del mundo por más buena voluntad que pongamos en nuestra lectura).  Vaya libelo.  Coincidencias, más bien, que compartían de vez en cuando –y de puro aburridos– aquellos amigos.

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SOL DÓNDE NO HAY SOL: Vallejo em camadas/ Amálio Pinheiro*

Foto por Rosario Bartolini

Soletrem este título em voz alta, por favor. Não à toa surge em seguida ao livro de poemas ROXOSOL, do mesmo autor.

Com Pedro Granados temos de ler (tresler?) Vallejo passando de fragmentos a “fermentos” (de sol), o mito Inkarri sempre nos espreitando agachado em permanente e fervente levedura, desde o seu reconhecimento em Heraldos Negros, à plasmação em Trilce e à disseminação trifurcada nos PoemasPóstumos. A presença concreta de um arquipélago borbulhante solar andino-universal atravessa, por uma espécie de polidialética nativa, situada aquém e além, a linear separação em fragmentos típica da subjetividade moderna, condenada à temporalidade melancólica da sucessão epocal. Vemos assim que a incorporação vanguardista trilceana sempre se dá pelo crivo de uma matéria vital saída do barro primordial, que foi traduzido (huaco) em escultura, artesanato, arquitetura; e também em vozes e, conforme Granados, “algaravias” da paisagem da cultura.

Enorme benefício teórico e prático-analítico, que insere, em vaivém, rigorosamente, os elementos temáticos e conceituais dos conteúdos dentro da insurreição das formas significantes (tão,ao mesmo tempo, plurais, díspares e compactas), que o poeta de Santiago de Chuco desdobra com variações e implicações múltiplas em todos os gêneros, sua biografia inclusa. Granados pode então ir se afastando de  todas as leituras saídas de uma interpretação, em estado de clausura logocêntrica,  de significados conteudistas finais “profundos”, que tendem ao coroamento de um humanismo  socialista essencializante e a um fechamento semântico, centrado nas figuras do índio, do operário, do órfão, do idioma etc. O que busca Granados em Vallejoé o devir de  uma cidadania quase ou pré-humanoide (conforme o mostra vallejianamente, por exemplo, nas figurasdo “megaterio” e do “quadrúpedo intensivo”) em arquipélago universal, vinculada, numa vertente fêmeo-andino-mestiça, a partir da paisagem animal, vegetal e mineral, a um multinaturalismo com base numa erótica/ética musical e cromática.Uma interpretação conteudista nos distanciaria do primitivismo ou nativismo inocente e inclusivo que Granados observa justamente em Trilce: “Originalidad o complejidad, puntualizamos nosotros, fruto de mantener un “nativismo” no episódico, sino inclusivo y palpitante, el cual desarrollará a plenitud justo en aquel poemario”.

Daí a importância de Pedro Granados enfatizar a distinção fundante que faz Vallejo entre “vontade” e “sensibilidade” indígenas, pois somente esta última, liberada da moldura lexical e sequencial das línguas flexionais, coloca — melhor dizendo, entranha, incrusta em filigrana — o sol, o andino, o animal na nervura do texto. Isto é, o sol esparrama-se mesmo, e especialmente, quando e onde não está presente nem é mencionado: “Sol Dónde No Hay Sol”. Ou, como diria o poeta de Trilce I: “Seis de la tarde / DE LOS MÁS SOBERBIOS BEMOLES”.A poesia do peruano entretece e revira tanta coisa que não necessita, despreza até, qualquer resolução acabada.Granados vai mostrando como o “modo de ser político” em Vallejo – “los grandes movimientos animales” sob a fermentação solar – , num incessante aperfeiçoamento, desvia-se das políticas vigentes, caudatárias estas de ontologias ocidentais binárias. Há aí também uma política da linguagem: qualquer separação entre homem e paisagem torna inútil qualquer separação entre o quíchua e o castelhano.

Mais ainda: como esse SOL se dissemina vocal, fônica, gráfica, musical e cromaticamente, ao modo de uma espécie de treliça de caramanchão que compactaas avassaladoras variações do miúdo prolífico (daí as invenções sintáticas e ortográficas dentro das enumerações de perder o fôlego), pode iluminar o mundo inteiro na página exígua. Os fermentos solares, a partir das reverberações míticas na paisagem, acionam, em Vallejo, as propriedades sonoras/visuais/gráficas intensificadas ao máximo pelas capacidades rítmicas e prosódicas do idioma. Nessa direção, o clamor metonímico de tantas passagens trilceanas já antecipa, por volta de 50 anos antes, textos radicais e barroquistas do continente, tais quais, para ficar no Brasil, Catatau, de Paulo Leminski, ou Galáxias, de Haroldo de Campos.

Alinhemos algumas companhias,severamente selecionadas por Granados, do Cholo mundial. Antes e sempre, insistamos, toda a paisagem natural e o entorno cultural: montanhas, pessoas, povos, objetos. José María Arguedas: “… no puedo creer que un río no sea un hombre tan vivo como nosotros”. Destaque para “Zorro de arriba y zorro de abajo”. O grande achado do “Landó por bulerías” (o lundu, tão caro a Villa-Lobos) de Micky González, numTrilceagora já em glossolalias hispano-quíchuas, peruano-afro-flamencas, uma sorte de “cante de ida y vuelta” levado às últimas consequências. Ou como anota Vallejo em “Contra el secreto professional”: “Quizás el tono indoamericano en el estilo o en el alma?”.

Amálio Pinheiro

Outubro de 2020

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NO PERDER DE VISTA A PEDRO GRANADOS/ Juan Javier Rivera Andía*

Foto por Rosario Bartolini Martínez

La clave de Vallejo son precisamente sus heterodoxias.

Pedro Granados (2008)[1]

En Bearn o La sala de las muñecas, Lorenzo Villalonga hace decir a su joven protagonista, el capellán y quizá hijo natural del señor de Bearn, que la comunidad de criterio es una de las gracias más preciadas que Dios puede darles a sus hijos. Podríamos agregar, si nos atreviéramos, que esa gracia suele ser concedida —si lo es—sobre todo (o quizá únicamente) en la juventud; ese “riesgo bendito” de otro cura rural, aquel de R. Bresson.

Fue entonces que tuve yo la fortuna de conocer a Pedro Granados, en ese momento de la vida que otro personaje ficticio —una estudiante algo intrascendente de una película de Éric Rohmer—[2] considera sabiamente como “quizá el más importante: aquel en el que uno se desprende de sus influencias del pasado y en el que su personalidad finalmente se define”.

Venido de la sierra, de las barriadas, de la guerra, de la precariedad y del abandono —pero siempre cobijado por el amor de las madres del Perú—, encontré, pues, a Granados; muy probablemente el más memorable profesor que tuviera la suerte de encontrar en mis primeros años de estudiante universitario de primera generación. Pocas manos más sinceras y honestas, aquel joven maltrecho habría podido encontrar en ese refugio semiabierto, en ese oasis efímero del Perú de los noventa: “el lugar más triste del mundo era la playa de estacionamiento de la Facultad de Letras de la Pontificia Universidad Católica del Perú”. Fue, además, a la vista de esa palabra y esa mano tendida que aquel capellán en resentido peregrinaje —de las avenidas polvorientas con dementes abandonados hurgando en la basura de Carabayllo a los jardines con venados paseándose lánguidamente entre los rosales de Pando— concibiera y osara, por primera vez, publicar lo que escribía.

Pero aquella gracia inesperada provenía no solo de su pluma —sus poemarios y novelas como inversiones de su a veces intrincada ensayística—; sino también de su lúcida palabra y su vital enjundia. Fueron estas sobre todo las que encandilaron y deslumbraron, hace ya más de un cuarto de siglo, a aquel Nadja limeño y oscuro que, desde entonces, decidió no perder de vista nunca a Pedro Granados.

Ahora bien, el libro que el lector tiene en sus manos mantiene aquella gracia y aquella promesa. Las mantiene intactas, pues, como la del Arguedas que evoca en sus páginas, la de Granados es también una —nunca más necesaria que en los tiempos actuales— “mirada vagabunda”.[3] Su siempre difícil y suicida ejercicio de la libertad frente a un mundo —el de sus colegas coetáneos y connacionales— escandalosamente fosilizado (si no, como reza alguno de sus poemas, de meros ganapanes) bien lo demuestra. El espíritu autónomo de estas reflexiones de Pedro Granados, de sus referencias explícitas y de la sensibilidad que las anima, así lo prueban.

Tal fue y es, en el fondo, su ejemplo y herencia: casi una arenga para aquellos que no pueden sino aparecer desenfocados en los lentes de las cámaras autorizadas, un oasis para aquellos a quienes su naufragio en las borrascas de las miserias sureñas no terminaron de convencerlos de asir cualquier cuerda que prometiera, a cualquier precio, sacarlos a flote; en suma, un refugio improbable en medio de las ruinas que la violencia no ha cesado de acrecentar. Un violencia, de hecho, que estos versos retratan íntimamente:

La violencia existió siempre,

pero también existimos nosotros.

La violencia sin todas las variables en la palma de la mano,

justo así como nosotros y como cada uno de ustedes.

La violencia que no controla todo, que felizmente no sabe

lo que sus hijos piensan. La violencia temerosa del futuro

y de las calles tan violentas. La pudorosa violencia que no llama

a las cosas por su nombre, que no se atreve a amar.

La violencia con sus males de ojo. Con su tarde o temprano.

Porque largo la hemos mirado y le hemos sobrevivido.

Porque largo le hemos dado a comer directamente de la mano

y conocemos su hendidura, su hedor, aquello que la hace más feliz.

Por eso pendeja (en peruano) nos reconoce y nos teme,

y se está aquí cerrándonos las piernas. Tal como si no

supiéramos,

ya de sobra.

Tal como si hubiéramos olvidado.[4]

No desfallecer, pues, bajo el peso de la miseria. No quedarse agazapado frente a la sombra de su violencia. Todo lo contrario. Es decir, si alguna salida honrosa hubiera para los linajes de esclavos, es la de la osadía y el lujo, la del lujo y la osadía, intelectuales y, ya puestos a ello, poéticos. El presente libro sobre Vallejo —aquel a quien algunos jóvenes de Carabayllo, Canto Grande o Villa el Salvador todavía podíamos darnos el lujo de admirar incluso desde la novísima aventura limeña que nos veíamos obligados a emprender—, su tenacidad reflexiva, su explosión de conexiones y exploraciones —incluyendo recientes propuestas analíticas y dispositivos políticos genialmente lanzados desde Sudamérica tales como el multinaturalismo—, así lo demuestran.

Al leer la poesía de Vallejo nos constituimos o tomamos consciencia de ser “huacas” también nosotros mismos.  Y, a imitación del poeta, encontramos el motivo para educar y educarnos alrededor de esta multinaturalista e intensa invitación del Sol y también de esta poesía. Una suerte de honda alegría y autoestima amerindia, no menos mundial, por la “línea de mira compartida”.

Por momentos, verá el lector, sus osadías pueden tornarse odiseas. En estas páginas se despliega un conocimiento íntimo de la obra de Vallejo; y se la coteja, honestamente, no solo con la de otros emblemas de nuestra América (como Arguedas y sus titubeos) sino también con el todavía insondable mundo amerindio (asediado desde las versiones andinas del perspectivismo o del estructuralismo). Estas páginas muestran bien cómo tales osadías del pensamiento pueden exigir verdaderas odiseas de la escritura en pos de un lenguaje nuevo. Algo de ello está ya en una de las respuestas de Granados a aquel interrogatorio al que generosamente se sometiera mientras, en una de mis involuntarias huidas, merodeaba yo algo apesadumbrado entre los canales de Leiden. Aquí, por ejemplo, recordando a su hermano obrero:

…cada vez que le exponía cosas demasiado articuladas él decía que no me entendía; pero una vez que fragmentaba mi discurso y liberaba mi lenguaje valiéndome de onomatopeyas y de glosolalias, se le iluminaba el rostro y decía que me entendía perfectamente. “Sellones”, era el epíteto con que motejaba literalmente a toda la sociedad; es decir, adocenados, domesticados y predecibles.[5]

Y puede entonces uno preguntarse: ¿A dónde nos conduce, finalmente, la tenacidad de Pedro Granados? Dejemos que cada lector lo decida al enfrentarse a estas páginas. Claro, ojalá, en este terriblemente desigual Perú, osar por la autonomía —sin venir ni beber de sus también terriblemente ignorantes élites— no significara todavía el silenciamiento gratuito, inexorable, apabullante. Pero aun si lo fuera por muchas más décadas (y masacres y mentiras); en todo caso, obras como la de Pedro Granados nos muestran que, al fin y al cabo, bien vale la pena osar así.

Powiśle, verano de 2021

[1] “Peruano brujo: Interrogatorio a Pedro Granados o digresiones entre un poeta (en Lima) y un antropólogo (en Leiden)”, 2008, Pedro Granados & Juan Javier Rivera Andía. URL: https://triplov.com/Agulha-Revista-de-Cultura/2008/Pedro-Granados/index.htm

[2] “Nadja à Paris” (1964).

[3] Alejandro Ortiz Rescaniere (2002): “Una mirada vagabunda. Vigencia de la antropología de Arguedas”. Anthropologica 20: 13-18. URL: http://revistas.pucp.edu.pe/index.php/anthropologica/article/view/394/389

[4] De: “El corazón y la escritura” (Lima: Fondo Editorial Banco Central de Reserva del Perú, 1996).

[5] Ver nota 1.

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